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Por Cristian Rodríguez
Beloved
Considerar la obra literaria de Jamaica Kincaid supone explorar tanto la historia de la colonización como el deseo de nacer en el continente americano. Las múltiples cadenas de sojuzgamiento geopolíticos, económicos y social, pueden sin embargo sintetizarse en una última lucha y en una vanguardia: ¿qué es una lengua madre? Si esta prolífica escritora caribeña feminista, entre la lengua del amo inglés y la resistencia del criollo francés -como lengua soterrada-, promueve este debate, lo es por su cotidianeidad y su actualidad en el campo de las ideas de un mundo globalizado y también esclavizado. Los modos de esclavización son a veces secretos, siempre múltiples y mutilatorios, pero en última instancia conciernen a un tipo de colonización en la subjetividad y en las políticas libidinales con las que un sujeto puede nombrar, nombrase y representar sus vínculos con la comunidad y sus lazos inconscientes con lo real. Independientemente de la lengua circunstancial que se use, una lengua madre vindica inevitablemente una ruptura de cualquier excrecencia que haga padecer a un individuo de los vasallajes de lo ajeno, como así también permite nombrar en la lengua una invención. Una lengua madre inventa la relación de un sujeto con su época.
Podremos hablar la lengua del torturador o el invasor, pero si introducimos allí el lance material de la sustancia lingüística en la relación del sujeto con la invención del lazo social, estaremos más allá de esa relación perversa. Por supuesto que con una lengua madre no alcanza, pero sin ella no hay prínceps, y en los términos de Jaques Lacan “afirmación primordial”. La lengua madre es tanto una invención de lo simbólico como una fundación de los lazos con lo real. La lengua aquí produce lo real, es antecesora de cualquier movimiento del que necesariamente se nutra una revolución.
Lengua capturada
“Mi madre murió en el momento en que yo nací, y así, durante toda mi vida, no hubo nunca nada entre yo y la eternidad, a mi espalda soplaba siempre un viento negro y desolado”, así comienza La autobiografía de mi madre, casi un eco de la célebre novela existencialista “El Extranjero” de Camus, cuyo comienzo recrudece en el facto de un duelo imposible: “Mamá ha muerto”. El escritor argelino capturado en la dialéctica del francés y la colonización de Francia en el Norte de África, tanto como Jamaica Kincaid -natural de Antigua en las Antillas- lo está a manos del inglés en las tierras de un francés criollo -el “patois”- que ha pasado a tomarse -y celebrarse- como lengua oprimida y oscura. Ambos escritores, Kincaid y Camus, hablan en la lengua extranjera, podríamos decir, para emanciparse subjetivamente, una irrupción camaleónica ligada a la mimesis y a la identidad de percepción -como uno de los procesos psíquicos inconscientes primarios- En Jamaica Kincaid el inglés es tomado como lengua a la que se transfiere la resistencia del Patuá – Patois como lengua madre. El inglés pasa a ser capturado por la lengua madre, se toma como objeto de la dialéctica de la enunciación, proclive a los procesos de producción de la lengua sojuzgada y colonizada. El inglés, como lengua capturada, se vuelve estrategia de emancipación.
“…llegamos a la escuela antes de que acabara la última curva…en la pared, detrás de la mesa y la silla de madera había un mapa, en la parte superior del mapa estaban las palabras “El Imperio Británico”. Estas fueron las primeras palabras que aprendí a leer…”
Y esto supone, si bien el hablante “es hablado” por la lengua que utiliza, que su posición en la enunciación y en el hacer lengua lo diferencia. Este es una de las aristas políticas ineludibles en lo que respecta a los hablantes en el uso de una lengua extranjera: la dimensión política de una lengua madre. Si el hablante verdaderamente enuncia -lo cual será inevitablemente en la posición de la lengua madre- o sólo se permite enajenarse en los usos simbólicos de la lengua extranjera.
Tres citas de la novela de Jamaica Kincaid para desarrollar esta idea:
“… yo hablaba sola porque comenzó a gustarme el sonido de mi propia voz… porque, ¿quién era yo? Mi madre había muerto, no había visto a mi padre desde hacía mucho tiempo…”
“…mi maestra… declaró que yo era el mal…mi madre era caribeña…” Esa es la escuela de la localidad de Massacre -vaya signo lingüístico-. Señala más adelante, en el Capítulo III: “…Massacre era el lugar donde Indian Warner, el hijo ilegítimo de una mujer caribeña y un hombre europeo, fue asesinado por su medio hermano, un inglés llamado Philip Warner…”
“… la esposa de mi padre vino a darme las buenas noches y apagó la lámpara. En ese momento me habló en criollo francés -patois-… reconocí en ello un intento de despojarme de toda legitimidad, de asociarme con aquella lengua bastarda de la gente considerada irreal, la gente convertida en sombras…”

En La autobiografía de mi madre se produce un curioso juego dialéctico entre la posición del oprimido – opresor, que inevitablemente es de oposición y tensión, tanto como se propone una dialéctica de los lazos de la filiación: madre – hija/o, en el plano de lo que nombramos “lengua madre”, que propone una correlación por subversión subjetiva y una transmisión por la vía transgeneracional.
La relación a lo establecido de la lengua, lo que aquí queda encarnado en la figura del padre opresor, policía, agente ciego de la represión y la violencia, se encuentra en posición de tensión y oposición. Por el contrario, con una dialéctica subvertida del discurso amo, la lengua madre preserva las relaciones de la transmisión cultural, social y comunitaria.
“… ¿quién era mi padre?… ¿quién era realmente? Era un policía, pero no un policía corriente, el grado de temor que inspiraba era mayor del que podía esperarse de cualquiera que ocupara su cargo…”
Este padre es un torturador, un instrumento al servicio de la lengua del opresor. Está en la posición típica de la perversión, y lo que allí persevera es hasta qué punto puede sojuzgarse y pulverizarse la posición del hablante en la relación con sus amos, ya que no se trata sólo de cómo se complace al amo en su realización de apoderamiento, ciego deseo de oprimir, sino de un intento de arrasamiento por la vía de la obediencia de toda marca y toda filiación con la lengua madre.
A nivel de la política contemporánea en la región, el “big data” es este mismo intento, por la vía de la tecnocracia informática, de producir automáticos de significación que arrasan la posición del sujeto con respecto a su lengua de referencia -se hable circunstancialmente o no en esa lengua- con respecto a la producción de unidades de sentido, como efecto de la relación entre saber y verdad.
“…entre nosotras, cuando estábamos solas hablábamos el criollo francés, la lengua del cautivo…”
La experiencia, entonces, persiste por su atravesamiento de la posición por la cual el discurso amo captura no sólo la lengua de referencia sino los sentidos profundos puestos allí en juego, tanto en la posición en la enunciación como en las relaciones de representación, y se vuelve experiencia política a partir de la emancipación, ya no sólo del sentido ni de la lengua de referencia, sino del modo en que se usa esa herramienta de enunciación.

Invención
Pero no hay invención de sí mismo, salvo por la interlocución y la referencia de “ese nombrar” como invención. No hay lengua de sí misma entonces, del mismo modo que no hay lengua madre de la autogestación. Salvo como recurso, en el plano político, de la inscripción emancipada de una subjetividad en ciernes.
Este es el tipo de debate que ha introducido en lo actual la literatura y los movimientos feministas en Latinoamérica, más precisamente sobre qué alcances tiene: 1- el nombrar la lengua madre, 2- definir sus contornos por su esfuerzo de atravesamiento -es decir su potencia de subvertir-, 3- la invención autogestante a condición de un lance en lo común y en lo actual de su época, 4- la potencia como política de esa emancipación -es decir su condición de posibilitar que esa experiencia se nombre como tal a partir de su poder en la transmisión generacional, entre generaciones, de una a otra-.
Quiero proponer una pequeña referencia a partir del título de esta novela, una serie de variaciones dialécticas:
- “La autobiografía -nacida- de mi madre.”
- Jamaica Kincaid nacida de mi madre.
- Jamaica Kincaid de mi madre.
- Jamaica Kincaid de Jamaica Kincaid.
Esto propone, por otra parte, un posible recorrido entre la posición del hablante en su relación con la lengua madre, luego la implicación subjetiva de quien enuncia en su lengua, lo que da lugar a la relación de pertenencia en el universo simbólico desde el que se enuncia, y finalmente la posición autogestante, ligada a la emancipación y la invención de una lengua. Posiciones todas ellas, como vemos, proclives a la literatura, no como práctica concesiva del entretenimiento, ni como distracción del lector enajenado, sino como intento de fundar la lengua, inventarla una y otra vez, asegurar su transgeneración. Esto que se encuentra en la producción de letra real.
Es por la vía del patronímico: “de/por mi madre”, que la atribución del objeto indirecto funciona como un auténtico nombre del padre, reinstalando una posición al linaje parental -el nombre del padre es una función ligada a la lengua madre y a la pareja parental, a los progenitores en una dimensión inconsciente-, donde la pertenencia simbólica se vuelve revolución y no sólo resistencia. Otro padre, nuevo padre, propio padre. Ese propio padre se corresponde con el propio nombre de la invención literaria, y que es por extensión, el movimiento por el cual el arte es a un tiempo creador y revolución, acción y necesariamente político.
Podríamos decir que la autobiografía por la cual Jamaica Kincaid se inventa a sí misma, la Jamaica Kincaid de/por Jamaica Kincaid, es una función que encontramos en la lengua misma, en la lengua viva, creada a sí misma, inventada – inventados en el propio nombre. De este mismo tenor es el lance subjetivo que concierne al recorrido y al nacimiento de una revolución, que sea duradera y en transformación, precioso ejemplo de como podría suceder esa apropiación en el continente americano.
Etiquetas: Cristian Rodríguez, EPC -Espacio Psicoanalítico contemporáneo-, Jamaica Kincaid, Jaques Lacan, L’IGH -Le Institute Gérard Haddad de París-