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14-08-2019 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

Un breve pasaje de batería introductorio y la banda estalla en tus oídos. Riffs potentes, ritmo acelerado, un grito de fondo y Ciro Pertusi que se lanza a cantar. “El aire está pesado. Control de informaciones. Los militares ya se fueron. Dicen que hay libertad”. Esas son las primeras líneas del primer tema, “Pagar o morir”. Con pocos versos se construye un mundo. Oscuro, muy oscuro y opresivo. Sin embargo, un puño arriba promete no claudicar. Y llega el estribillo: “Pagar o morir, injusticia social. Paros y protestas, represión policial”. El concepto es claro y potente. Estamos en 1994, 25 años atrás. Attaque 77 publica su cuarto disco de estudio, Todo está al revés, esta vez con su formación definitiva, o casi. Hasta la salida de Pertusi en 2008 —desde entonces, Attaque funciona como trío—, la banda se sostuvo con esos cuatro integrantes: Pertusi en voz y segunda guitarra, Mariano Martínez en primera guitarra, Leo De Cecco en batería y Luciano Scaglione, el nuevo miembro, en el bajo.

Acá empiezan las anécdotas. Una madrugada, “el Chino” Vera, el bajista original, se pudre de la vida de rocker. Les dice que ya está, que basta de la masividad latente, de las giras, de todo. Al día siguiente se iban para el sur. Año 1992. Lo contactan a Luciano Scaglione que les dice: ok, vamos. Ya en Río Gallegos, se suben al micro y en unas cuatro horas de viaje hacia el lugar del concierto, se ponen a ensayar por primera vez. Plena madrugada. “El sonidista conectó la guitarra en una fila de parlantes y en la otra el bajo. Ciro cantaba y Leo usaba los asientos como si fueran una batería. Lástima que no había una cámara en ese momento para filmarlo”, recuerda el bajista en una entrevista de 2002 en Página/12

Ciro Pertusi en el recital en el Penal de Olmos del 17 de agosto de 1993

Al año siguiente, entre entre el 13 de agosto y el 13 de septiembre de 1993, se meten en Estudios del Cielito a grabar este cuarto disco. Venían escapando del fantasma del éxito comercial que les representó “Hacelo por mí”, canción de El cielo puede esperar de 1990. Por eso, su disco anterior a Todo está al revés es Ángeles caídos: punk duro y suburbano. Podría decirse que ambas placas, junto a Amén de 1995, completan una trilogía enfocada en un punk agresivo, crudo, pero no ya iniciático. Los músicos tenían veintipico. Aparece una maduración, no sólo musical, sino también intelectual e ideológica. Además, está el componente comercial. Con Todo está al revés la banda logra grabar para RCA y BMG. Son las grandes ligas del mercado. Sin embargo, la discográfica le deja libertad creativa. Y bien sabemos que la libertad es un concepto demasiado amplio. 

II

Joyas. Ese disco está lleno de joyas musicales. Y lo más importante: un estilo, un hilo conductor sombrío, combativo, clasista y punk que atraviesa todo el repertorio. Volvamos al principio. “Pagar o morir” se escucha: “La clase proletaria quiere mejores sueldos. Los sindicatos dicen que tenemos que esperar. Pero vos y yo sabemos que todo sigue igual”. Una crítica concreta a la burocracia sindical y la necesidad de un programa obrero. Trotskismo en estado puro. Estamos en la década del noventa, mitad del primer mandato menemista. La democracia no es el sueño redentor que todos imaginaban, no hay revolución productiva, no hay salariazo y la mano invisible del mercado está metida dentro de un guante blanco. Por eso la rabia, por eso Attaque 77 alumbra esas zonas marginales que el capitalismo genera y a la vez oculta con su sociedad del espectáculo, lugar del cual la banda se aleja, espantados por la farsa de la masividad desmesurada que les dio pegar un hit. 

Póster que venía con la entrada del recital de Attaque 77 del 26 de marzo de 1994 en Estadio Obras, en la presentación del disco «Todo está al revés»

La canción “Héroe de nadie” es la historia de Fatiga o El loco de la ametralladora —Almafuerte lo narra en su tema de 1998 “Niño Jefe”—, un pibe asesinado por la policía en Villa Las Ranas, un “hijo de la miseria nacido para aguantar”. También el disco cuenta con “Guerra en el complejo” o “Alcohol y desorden”, que reflejan el suburbio obrero. Además, “Cuarto poder”, una crítica bien dura al periodismo amarillista, y “HIV”, una mirada concientizadora frente a los “pretextos fascistas que confunden a la población”. Temas que van a contramano del discurso oficial. Luego, “15 segundos” , brevísima oda al sexo sincero, “Alza tu voz”, un canto a la rebelión, y “Todo está al revés”, la canción que le da nombre al disco, que describe los “barrios, presión, villas de emergencia, dignidad, honor, mueren en la urgencia”. Además dos covers: “Yo combatí la ley”, la versión castellanizada de “I Fought the Law” de The Clash, que originalmente pertenece The Crickets, y “Vida monótona”, que es de Conmoción Cerebral, legendaria banda punk argentina de fines de los ochenta. 

III

Era la época del videoclip. Eligen “Flores robadas”, un tema no tan político, aunque sí bien callejero. En la historia que plantea el tema, el funebrero roba flores que la gente deja en las tumbas y se las regala a su novia. Además, vende cajones usados. En el clip, Lito Cruz, es un funebrero de smoking y galera que salta entre tumba y tumba bajo la noche lluviosa. Se sube a su chata, una camioneta con varios cajones encima, y va a visitar a su novia. Le da las flores y se disponen a bailar la danza del amor. Corta el polvo la policía, que entra a la cochería para arrestarlo. Mientras tanto, escenas de un velorio y su posterior entierro. Todos cantan la canción que suena. Alrededor del cajón están los músicos de la banda —Mariano Martínez toma una lata de cerveza— y otros amigos; nadie llora, incluso algunos parecen no aguantar la impostura de estar siendo filmados y sonríen sin quererlo. Adentro del cajón, Ciro Pertusi, pálido y ojeroso, canta apenas moviendo sus labios.

También era la época de hacer buen arte de tapa. Todo está al revés es una historieta del sistema carcelario y una analogía sobre cómo la sociedad era controlada durante ese desolado y último fragmento del siglo XX (¿acaso no podría serlo en la actualidad, solo que deberíamos cambiar un par de detalles?). “Fue un disco muy oscuro, sobre todo por el momento en el que estábamos, y uno de los materiales más heavies de Attaque. Además fue nuestro primer trabajo fuera de Radio Trípoli, entrábamos en BMG”, cuenta Leo De Cecco en una entrevista de 2002, y agrega: “Cuando estábamos decidiendo el arte de tapa, nos invitaron a tocar ante mil internos en el penal de Olmos y de ahí quedaron las credenciales carcelarias del disco”.

Ese recital merece un párrafo más. El 17 de agosto de 1993 en la Unidad Penitenciaria Lisandro Olmos se juntaron un par de bandas a rockear un rato. Hay algunas grabaciones audiovisuales. Participaron Hermética, Massacre, A.N.I.M.A.L., Lethal, Pilsen y los británicos U.K. Subs. El disco compilado con las canciones de ese día se tituló Radio Olmos. El organizador fue el productor Alejandro Taranto del sello TommyGun. Pero el puntapié nació a partir de una tal Mabel, tía de un preso. Se acercó a Taranto y le pidió que haga algo con música, un recital, un show, un fogón, algo. Se puede ver en las caras de esos chicos, privados de su libertad, un atisbo de alegría. El último tema, el que cierra el disco y concluyó el recital, es “Espadas y serpientes”. Lo tocaron los Attaque pero también subieron al escenario los músicos de Pilsen y los de A.N.I.M.A.L. Un canto a la libertad.

Attaque 77 en el recital de 1993 en el Penal de Olmos tocando «Espadas y serpientes» junto a Pilsen y A.N.I.M.A.L.

IV

Todo está al revés salió a principios de 1994, hace exactamente 25 años, un cuarto de siglo. ¿Que el tiempo pasa? Por supuesto, ¡y cómo! Sin embargo, la cuestión radica justo ahí: en el cómo. Ese espíritu combativo y esa mirada social siguen estando presentes en las últimos discos de Attaque 77. Pero si es como dijo Marx, que el ser social determina la conciencia, entonces hay que hablar del contexto histórico y social de cada momento. En los noventa, el capitalismo, en su fase neoliberal, marcaba el límite de los derechos laborales: años de flexibilización, de miseria y de esa creencia generalizada de lo que Francis Fukuyama llamó en 1992 “el fin de las ideologías”. No estaba tan errado: de ambos lados del muro, el mundo se desmoronaba en plena farsa. El comunismo soviético era pura burocracia, y el capitalismo, exagerada desigualdad. En ambos casos, el horizonte tenía el mismo color: negro.

¿Qué puede hacer el arte frente a este torbellino de calamidades como único destino? ¿Cómo sembrar la drástica semilla de la esperanza si el optimismo ya no es optimismo sino una caricatura absurda de la banalidad? ¿Para qué sirve la música? ¿Y las canciones? ¿Y los grupos de rock? Sin embargo, y pese a ese clima de apocalipsis inminente, ahí estaban los artistas comprometidos con su tiempo: narrando lo que veían, lo que sentían, lo que nadie mostraba. “¿Quién va a tomar las riendas hoy que el resentimiento se apoderó de miles de obreros?”, se preguntaba Attaque 77 en “Alcohol y desorden”. Tal vez ese resentimiento, 25 años después, sigue latente, escondido a las sombras, a punto de estallar. Que nunca nos falte ese arte que se le anime al caos.


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