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Por Julián Ferreyra
I.
Psico–análisis. Empecemos por lo segundo.
Freud bautizó análisis a esta praxis ya que el trabajo y efecto buscados implican lo propio de una descomposición, con su respectiva simplificación lógica, del conflicto anímico -pulsional-. Esta cuestión es preliminar y por ende clave, ya que nos recuerda que en un psicoanálisis se produce la imposible empresa de llevar hasta su forma mínima, hasta el límite, esa parafernalia que denominamos realidad [psíquica], la cual no deja de ser una ficción. ¿Se pasaría, analíticamente hablando, de una ficción a una suerte de literalidad? No, ya que el resultado analítico también sería otra ficción. Esta cuestión es central, ya que la labor analítica no es un racionalismo, ni mucho menos una adecuación a “la” realidad. Por algo es que somos psico-analistas y no, por ejemplo, analistas de sistemas.
A su vez, nuestro oficio es analítico y no sintético porque para síntesis ya tenemos a la instancia yoica. El Yo ejerce una compulsa hacia la síntesis, tal como si se tratara de una actitud conciliadora permanente y obligatoria, una eterna reconciliación. Quizás aquí tengamos una huella de por qué es tan valorado, desde ciertos discursos políticamente correctos, al llamado “consenso”. El Yo ejerce, entonces, una desexualización del conflicto y por ende de la realidad, cancelando así la ajenidad pero a la vez la íntima-externalidad del síntoma. El resultado: una naturalización de las miserias.
Por ejemplo, se tematiza esto último en una resistencia propia de la obsesión: incorporar narcisísticamente al Yo el elemento sintomático, produciendo así una pobre satisfacción. Satisfacción en la conciencia moral, vía superyoicas fantasías que enlazan ficticiamente prohibición y satisfacción. Sobre la necesidad de contraficciones que polemicen con los artificios yoicos -que son también ficciones pero de mala calidad- volveremos al final.
Mientras que el yo es promotor de ficciones pacifistas, siendo esto un fin en sí mismo, el trabajo analítico debe ser simplemente pacífico. La tan citada neutralidad es un medio, un semblante que permitirá analizar el conflicto, llevándolo hasta sus últimas consecuencias. En esto último ya hay una toma de posición
II.
Ahora vamos con lo primero. Psico- remite por supuesto al griego “psique”, que en alemán se traduce “seele” (alma). Así, “tratamiento psíquico” sería análogo a “tratamiento del alma”. Podría creerse, entonces, que por tal se entiende a un tratamiento de los fenómenos patológicos de la vida anímica; o incluso también sería válida una crítica a psico/psique como una de las caras del dualismo cartesiano. Sin embargo, el “tratamiento psíquico” freudiano implica más bien un tratamiento -un trabajo- desde el alma, que no excluirá al cuerpo.
Así las cosas, la apelación a lo psíquico no debería irse por la canaleta del psicologismo, ni de un mero recorte “psicológico” -ni tampoco psicoanalítico- de la experiencia humana. Porque aunque parezca mentira, en la actualidad tiene mucha más potencia filosófica la secularización del concepto de alma que, por ejemplo, los excesivos reduccionismos de la experiencia humana a la retórica cerebral.
El alma es más interesante que un mero cerebro, e incluso más interesante que un psiquismo o un aparato psíquico. El alma implica un más allá que puede ser operado únicamente de manera ficcional.
III.
Para Freud la escritura clínica es una construcción, y la misma requiere de ciertas ficciones que el psicoanalista, intentando parecerse a un creador literario, emplea. Así, ya sea desde la construcción freudiana o desde lo propio de la dramaturgia, lo que se escribe o produce no es ni verídico ni mentira, ni realidad ni fantasía. Porque una verdad es siempre histórica y nunca material.
El hacer psicoanalítico es clínico porque implica un acto ficcional aun cuando no haya ficción alguna, aun cuando se la tenga que producir, inventar. Nuestro saber se pone a prueba en las ficciones que producimos, de las cuales participamos. Y esto no es un verso romántico: es simplemente una posición ética. Recurrimos a la ficción por añadidura, o quizás más bien porque la necesitamos, y por eso viene bien incluso desearla.
Podríamos re-bautizar lo que hacemos como ficcioanálisis.
El psicoanálisis dignifica por ver y escuchar ficción y drama allí donde simplemente había miseria. No estamos exagerando, o quizás sí: el problema de las exageraciones radica en sus malos usos estéticos, y nada más. Frente al síntoma no operamos una privación del rasgo exagerado, ya que éste hace de aquel algo interesante: exótico, exuberante, excéntrico, exogámico. Lo exagerado es lo que sobrepasa los límites de lo verdadero, lo natural, lo normal, lo justo o lo conveniente.
De ahí que el psicoanálisis opera exageraciones, no las rechaza, para así tornarlas útiles: satisfactorias. Porque lo rechazado en el deseo es su carácter exagerado. El deseo es ante todo exageración, por eso angustia. Exagerar resulta muchas veces reparador, ya que sólo se sobrevive a sí mismo si se transforma el propio destino en una obra de arte.
IV.
En Cine y sexualidad (2014) Paul B. Preciado articula a las primeras con el montaje de ficciones. Allí plantea que más que producir cine “auténtico”, más real, literal o representativo -de hecho el cine no representa sino que siempre produce subjetividad- se trataría de crear “contraficciones”. Estas serían por supuesto ficciones, pero no unas que aplanan ni confrontan especularmente con las otras ficciones -por ejemplo las propias de la lógica consumista, la moral estereotipada o el binarismo- sino unas que propenden la visibilización/discusión/disputa política de lo ficcional.
La creación ficcional es territorio de disputa, del conflicto y de la política. Y es justamente en ese terreno donde haríamos bien en ubicar al oficio analítico, el cual implica entre otras cosas el montaje de una contraficción: la neurosis de transferencia.
La (contra)ficción analítica incluye al tiempo/espacio, a la temporalidad/topología de lo inconciente que es, sin dudas, una ficción que produce efectos en lo real. La neurosis es una ficción, y la neurosis de transferencia una contraficción que representa a Otra escena, a un analizante y a un analista. La neurosis de transferencia se liquida justamente como emergencia de un tiempo en que alguien comienza a crear sus propias ficciones.
Segundo bautismo: Contraficcioanálisis.
Pienso en lo que hacemos con la madre que las parió a todas las ficciones: la edípica. Ni la engrosamos pero tampoco la cancelamos. Intentamos subvertirla, tornarla y vislumbrarla carente de sentido e impotente en la producción de una satisfacción que satisfaga. Pienso también en la temprana relación freudiana entre fantaseo, creación literaria, angustia y juego; o en la labor analítica sobre el trabajo del sueño como una eclosión intencional de ficciones, hasta el punto de circunscribir -de construir- una contraficción llamada escena primaria.
V.
El hecho de que un significante represente a un sujeto para otro significante no alude a lo representativo como mera referencia, sino antes bien a lo dicho líneas arriba: como una producción, un montaje. Es sobre este montaje que situamos nuestro campo de batalla.
En las contraficciones hay más lugar para contradicciones, para el conflicto, la carencia de sentido; para todo lo contrario a la idealización y a la boludez yoica. Contraficcionar no es contradecir ni negar una ficción, sino más bien negativizarla, ver el negativo, como en una película o rollo fotográfico. En definitiva la fantasía implica un negativo: tal es el caso de la famosa fórmula de la neurosis como negativo de la perversión, que implica a su vez que todo fantasma neurótico sea estrictamente perverso.
En torno al síntoma también el trabajo analítico tiene como horizonte lo contraficcional. El síntoma neoproducido en tratamiento comporta un pasaje que empieza desde el alma, pasando por su cobertura ficcional y concluyendo en sus entrañas, tan conjeturales como abordables únicamente desde otra clase de relación con la ficción. Ubicaríamos a llamada identificación al síntoma planteada por Lacan en este derrotero.
Freud planteaba un recordar, repetir, reelaborar; Lacan un instante de ver, un tiempo de comprender y momento de concluir. Aquí diremos que Psicoanálisis / Ficcioanálisis / Contraficcioanálisis se propone como otro pasaje, relacionado metafóricamente con los otros dos, y no como mera invitación a cambiar una nominación. No es progresión ni superación, sino secuencia que en tanto lógica implica una dialéctica a jugarse y ficcionarse a lo largo y a lo ancho de un tratamiento.
Etiquetas: Julián Ferreyra, Paul B. Preciado, Psicoanálisis, Sigmund Freud