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Por Romina Rocha
No es casual, algo en el aire está flotando: de repente (o no tanto) estamos muchos, de los que tenemos entre 30 y 50 años, pensando en los tiempos en los que disfrutar, divertirse y pasarla bien estaba todo asociado a una cultura compartida, a un escenario en el que algunos creen que lo que reinaba era el “descontrol”, cuando en verdad lo que sucedía era que se estaba expresando, por última vez acaso en nuestra historia reciente, la síntesis de los modos en que la libertad se hacía manifiesta. Hoy en cine podemos encontrar una película como “Mid90s”, que relata el folclore de la juventud en aquellos años en los que a los amigos se les tocaba el timbre o se los encontraba en alguna esquina. Y también podemos encontrarnos con “revivals” de series e incluso modas de aquellos años, todo componiendo una atmósfera nostálgica sobre la que reflexionar resulta casi una obligación.
Y no es que vayamos a asegurar que tales o cuales años fueron “los mejores”, porque sin duda alguna de cada época tenemos algo que destacar: el ingenio y el talento humano son ilimitados y sería absurdo querer establecer un parámetro de perfección en los ámbitos en que la diferencia la hace el sentir primero, antes que brindar. Pero como todo tránsito hacia un nuevo destino, el camino tiene una temporalidad y hay puntos de inflexión que nos ponen a revisar el recorrido, y tal parece que en los años 1990 hasta apenas comenzados los 2000 hubo una explosión de ideas que dieron forma a una década que hoy se siente como un último grito masivo por la verdad y la libertad.
Las series y lo que la televisión, que hacía ya un tiempo se había convertido en un miembro más de cada familia, manifestaban, tenían diversos tintes que fluctuaban entre el humor, la crítica, el sarcasmo y la exageración, todo sin un aparente filtro que permitía que el camino entre el mensajero, el mensaje y el receptor resultara más directo: Beavis & Butthead, Ren & Stimpy, Daria, South Park, Celebrity Deadmatch (¡los famosos –plastilinosos– arrancándose los ojos literalmente!), Los Simpsons (hijos pródigos de esta década y evidencia de que el nuevo milenio y la corrección política no son en absoluto divertidos), VH1 y las trasnoches mezcla entre los ’80 y los emergentes de los ’90, los MTV Unplugged… ¡todo financiado por el imperio! Y tantas otras cosas que formaban parte del diario vivir en aquellos tiempos en los que decir cosas importantes garpaba, y garpaba mucho.
La aparición de la tecnología en la vida cotidiana y la proliferación de los espacios en los que se podía canalizar lo sentido fueron la plataforma para que la cultura del goce pasara de lo clandestino y sectario a lo público y masivo. Ya no era necesario escarbar demasiado, con salir y recorrer las calles de Buenos Aires era más que suficiente para que los sonidos, las luces y el movimiento te llevaran a descubrir en cualquier lugar una banda que te podía volar la peluca, ver una obra que te erizara los pelos o ver una película de cualquier tiempo que te marcara para toda la vida. Incluso prender la tele, con sólo aquel repertorio animado, era un buen plan en cualquier momento del día y de la semana.
Podíamos transitar entre una Alanis Morrisette desnuda y un Kurt Cobain poseído sin escalas y luego cantar algún jingle de algún producto que hoy estaría más que prohibido vender (como aquellas gomitas que se llamaban “Pete” y tenían forma de chupete, cuyo hitazo era “Pete… te gusta el Pete… ¡qué rrrrrrrrrico!”), todo con absoluta naturalidad. Hoy, por el contrario, el desnudo de una mujer puede estar medido entre la “cultura de la violación” o de la “cosificación”, o ser una forma en sí misma de “reivindicación” y “libertad”, pero estaríamos hablando del cuerpo de Alanis y nadie estaría pensando en qué carajo quiso decir con eso.
Pero allá estábamos rodeados de mujeres que cantaban, actuaban, rompían estereotipos, hablaban de cosas importantes, le gritaban al amor y al desamor, a la guerra y a la injusticia, ponían el cuerpo y sus ideas en el mismo espacio y el resultado de ello era tan magnífico que nadie estaba mirando si eran minas, tipos o qué hacían de sus vidas. Nadie pensaba que los espacios eran más para unos o para otros por su biología o su elección individual, lo único que importaba y que determinaba que unos estuvieran y otros no era el talento. Eso que tenían para decir, de la forma en que lo decían, por qué lo decían, a quién se lo decían.
Hoy, en cambio y por ejemplo, al creador de Ren & Stimpy se lo cuestiona porque su ex mujer decidió denunciarlo por “machirulo”. Al tipo que creó a dos personajes por demás estrafalarios, grotescos y directos (¡con mascotas como Olorín y Tronco!), la vara que lo mide no es la de aquello que expresaba, sino lo que alguien más dice de su vida particular. Ocurre algo similar con directores de cine que en aquellos años exploraron sus facetas más controvertidas y fascinantes como Quentin Tarantino: con películas como Pulp Fiction o Perros de la Calle, en las que oscilaba entre los excesos y la belleza de los extremos que sus historias relataban, lo que se reflejaba era el estado de exaltación al que habíamos entrado luego de décadas de guerras y restricciones que se habían ido diluyendo con la llegada de los años 1990. La forma de bailar, de probar los límites, de negociar y afrontar la adversidad, de amar y de odiar, toda esa humanidad que se hacía manifiesta en los detalles exaltados por las diferentes plataformas en que se hablaba del nosotros como sociedad, hoy se mide con parámetros completamente diferentes: lo que en un tiempo nos hacía sentir felices, se juzga ahora como si hubiera estado mal que la pasemos tan bien.
Con el Consenso de Washington declarando la hegemonía definitiva de los EEUU a nivel mundial luego de la caída del Muro de Berlín, lo que sucedió fue que de una u otra forma, sea dirigida por esta nueva forma de concebir el mundo o pulsional por parte de una sociedad que se encontraba ante un nuevo paradigma que descifrar, lo cierto es que hubo allí, en ese tiempo, algo que fue sucediendo y que confluyó en una gran síntesis de nuestro recorrido humano hasta ese entonces. Se puede ver una película, se puede escuchar una canción, se puede ver una serie o incluso leer los avisos publicitarios de esos años y en todas esas manifestaciones se encuentran guiños expresivos que describen una sociedad repleta de códigos de convivencia, en medio de una coyuntura caótica y cargada de estímulos que eran interpretados a través del arte y la cultura y resultaban, a su vez, en productos accesibles para cualquiera de nosotros.
Lo que sucede en la actualidad, al observar todo esto en retrospectiva, es que se evidencia el contraste brutal con los tiempos que vivimos y eso nos lleva a estar pensando, de un tiempo a esta parte, si los ’90 con todas sus carencias, sus brutalidades, sus excesos y sus bondades no fue, acaso, la última instancia antes de pasar los límites de lo que nos permitía ser más humanos.
Porque después de que el mundo pasara a otra etapa con el nuevo milenio pero principalmente luego del atentado de las Torres Gemelas, con la aparición del terror como símbolo y sello de fuego de este tiempo, pasamos a la posmodernidad que hoy nos tiene como pisando huevos para no herir la sensibilidad de nadie y evitarnos un quilombo. Todo está mal, todo es criticable, todo es cuestionable, todo es malo si no se encuentra dentro de los parámetros que por causa del mismo mercado que antes nos estimulaba para que pensemos, hoy nos condiciona para que dejemos de hacerlo. Ese imperio que financiaba la propagación de mensajes pensantes, luego pasó a financiar todo aquello que los anulara.
Tal vez, si ubicamos esta década que hoy brilla en el tiempo como un oasis para nuestra subjetividad, entre la caída del Muro de Berlín y la caída de las Torres Gemelas, ambas vinculadas a los EEUU (que fue fuente de gran parte de todos estos productos culturales que resultaran, de alguna manera, emancipadores de una parte de la sociedad), entonces podamos encontrar respuestas más concretas a estos interrogantes que nos atraviesan mientras nos pensamos en medio de un tiempo distinto y, muchas veces, perturbador.
¿Será que nos habíamos encontrado con la síntesis de un mundo más libre en aquellas expresiones que nos hacían vibrar el cuerpo y cuestionarlo todo? Porque si estamos de acuerdo en que allá, en ese tiempo, hay algo que trascendió y que hoy nos vuelve a convocar, tal vez sea porque entre todo ese ruido nos chocamos con alguna verdad. O tal vez la verdad se había encontrado con todos nosotros y nos vino a preparar para afrontar este tiempo que hoy nos toca surfear. Tal vez.
Etiquetas: 1990, Alanis Morissette, Mid90s, Romina Rocha