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Por Águeda Pereyra | Pintura: Heidi Taillefer
“El feminismo liberal ha evitado siempre, de forma firme y sostenida, el abordaje de los obstáculos socioeconómicos que hacen que la libertad y el empoderamiento sean imposibles para una amplia mayoría de mujeres. Su objetivo real no es la igualdad, sino la meritocracia.”
Arruzza, Bhattacharya, Fraser
“…embriones seleccionados desde el origen, a fin de detectar una desviación eventual: genes de la maldad, de la envidia, de la celosía, de la estupidez, definitivamente descartados.”
Anne Dufourmantelle
1.
El auge del feminismo en la escena pública ha despertado debates fundamentales en torno al rol de la mujer en la sociedad. El cuestionamiento de ciertos lugares comunes generó profundos cambios que se tradujeron en una ampliación de derechos para las mujeres. En ese contexto, el feminismo aparece como un movimiento político heterogéneo y en su interior, cuestiones tales como la prostitución, la pornografía y las tecnologías de reproducción asistida generan espinosos debates, separando a las feministas que abogan por extender el lema “mi cuerpo, mi decisión” también a la mercantilización de este.
En este contexto, el reciente estreno de la tira Pequeña Victoria visibiliza una discusión poco explorada en la escena local: la cuestión del alquiler de vientres. El diario Página12 ha celebrado el estreno de la producción, que aborda la temática “desde una óptica femenina”, proponiéndose “repensar el concepto de familia, cuestionar su institucionalidad conservadora y discutir las relaciones intrafamiliares”. El mismo medio subraya el papel de la sororidad frente a la opresiva sociedad patriarcal, y señala el rol apenas secundario que cumplen los hombres en esta ficción.
Ahora bien, si el alquiler de vientres es un tema complejo, no lo es tanto porque desafíe a la familia tradicional, dado que este modelo conservador viene siendo puesto en cuestión hace ya mucho tiempo por un sinnúmero de formas disidentes. Lo es en la medida en que plantea la ficción de que la capacidad reproductiva de algunas mujeres y su producto son objetos alienables. Asimismo, excede lo que pueda decirse sobre el patriarcado, en la medida en que compete a lo que hace el capitalismo con nuestros cuerpos atravesados por el género, la clase, la raza.
La pregunta que me interesa sostener en estas aproximaciones se podría formular en los siguientes términos: ¿el feminismo sostiene esta demanda de no interferencia en las decisiones sobre el cuerpo para resguardar las libertades o, como algunas feministas advierten, es una trampa del lenguaje que oculta el menoscabo de libertades y derechos colectivos?
2.
Los avances de la ciencia y las tecnologías han facilitado, en el ámbito de la reproducción, una cantidad de actividades remuneradas que pretenden resolver las dificultades o imposibilidades a la hora de procrear. A la ya habitual compra y venta de ovocitos —lo que implica que mujeres se sometan a invasivos tratamientos hormonales para aumentar la producción mensual de ovocitos que luego serán explantados quirúrgicamente para su comercialización a través de páginas web y clínicas privadas—, se suma la posibilidad de llevar adelante un embarazo para otras personas mediante un arreglo contractual que estipula la entrega del niño/a al momento del nacimiento. Es un modo de ser padres a través del involucramiento de una mujer que cumple el rol de gestante, una opción para crear descendencia sin mediación de relación sexual. Como afirmó Jacques Lacan, la ciencia no se limita a conocer el mundo, sino que implica la introducción de cosas en el mundo que no existían previamente. La técnica desafía los límites de lo posible en un movimiento continuo y acelerado.
La subrogación ocurre cuando una mujer aloja un embarazo para otras personas. Los clientes pueden o no estar vinculados genéticamente con el embrión: puede ocurrir que el óvulo de una mujer, en el vientre de otra, será finalmente el producto que satisfacerá a un/a tercero/a que puede pagarlo. El objetivo aquí es que la subrogante no tenga relación biológica con el bebé, “separar la genética de la gestación, y así tranquilizar a la pareja de clientes y evitar crear un vínculo entre la madre sustituta y la niña o niño que dará a luz, del cual tendrá que separarse de inmediato”, como afirma la socióloga feminista Laura Corradi.
Delineemos algunas cuestiones sobre los actores en juego: en primer lugar, las mujeres que aceptan alquilar sus vientres, “obreras de la reproducción” que asumen este rol en la división del trabajo que ha generado el mercado. Son, en su mayoría, mujeres pobres y racializadas, y no suelen hacerlo por “fines altruistas”, como suelen presentarlas los defensores de la práctica, sino que son movidas por los altos “reembolsos” que esta actividad les garantiza. Luego, los clientes: parejas heterosexuales que quieren tener hijos y no pueden, o no quieren afrontar los problemas personales que implica un embarazo, mujeres u hombres solteros y parejas homosexuales que no pueden procrear, pero que, en cualquier caso, pueden pagarlo. Tal como expresa Corradi, el debate dentro del feminismo “se asienta en el contraste entre el derecho a la reproducción por un lado y la perpetuación de los privilegios de las mujeres occidentales por el otro. Lo que, por un lado, puede parecer una libertad de elección, en gran parte reservada para mujeres blancas y acomodadas, parece traducirse en una mayor mercantilización del cuerpo de mujeres económicamente desfavorecidas o de color”.
La ciencia y la tecnología juegan su rol fundamental en tanto intervienen permitiendo segmentar el proceso de la reproducción. Las capacidades generativas del cuerpo femenino se han convertido en un nuevo “sector de inversión” y beneficio para científicos, expertos en ingeniería médica y empresarios. Mientras los defensores de la práctica evidencian una “exaltación pro científica” a la hora de argumentar a favor de las diversas tecnologías de reproducción asistida, Corradi nos recuerda que ciencia y tecnología están siempre subordinadas a los intereses de la clase dominante, y aquí se afirma en Gramsci, quien entiende a la ciencia como producto del capital, que incorpora su dominio y lo reproduce. La ciencia y la tecnología nunca son neutrales: son relaciones sociales inscritas en estructuras de género, clase, poder racial. En la temática que nos ocupa, el movimiento ecofeminista, posicionado en contra de la práctica, revela la carencia de estudios que proporcionen información suficiente respecto a los riesgos que la subrogación implica para la salud de la mujer gestante y de los/as niños/as.
Finalmente, el rol del Estado que debe posicionarse frente a este novedoso “contrato” que atañe cuestiones tan sensibles como la vida del niño o niña y la posibilidad de comercializar una parte del cuerpo de la mujer: ¿debe establecerse una ley restrictiva o debe promoverse el liberalismo médico y farmacológico en cuestiones reproductivas?
3.
Ciertos argumentos esgrimidos por corrientes libertarias, inspiradas en la teoría política de Nozick, defienden la práctica atrincherándose, por un lado, en un sujeto autónomo, “dueño de sí mismo”, libre de consentir ciertas condiciones mediante contratos entre partes, y por otro, en los perjuicios que acarrea la interferencia del Estado en la vida de los individuos.
En el caso que nos compete, un libertario afirmaría que la mujer que carece de recursos materiales, y que debe alquilar su capacidad reproductiva, goza de una autonomía plena aun cuando se ve forzada a aceptar los acuerdos que el mercado le ofrezca. Las condiciones que suponen los contratos de subrogación van desde la vigilancia estricta y la medicalización del cuerpo de la gestante hasta la obligación de renunciar al bebé que se gestará durante nueve meses en su vientre, incluyendo la posibilidad de tener que abortar en caso de malformaciones. Los libertaristas pasan por alto el hecho de que la autonomía formal —“ser dueña de sí misma”— no impide que sus condiciones económicas y su condición de mujer la fuerce a “elegir” acuerdos sumamente desfavorables. Estas mujeres pasan a ser medios para los demás, quedando a merced del lugar que el mercado esté dispuesto a otorgarle —el de simple recurso—, a merced de las condiciones del otro, de su buena voluntad.
Por otro lado, la teoría de Nozick desprecia cualquier interferencia del Estado a partir de su defensa de los derechos de los individuos. Cada quien debe poder disponer de sus pertenencias como crean mejor, la distribución justa es la que se desprende de los libres intercambios entre las personas. El gobierno sólo deberá intervenir para hacer cumplir los intercambios, cada quien deberá asumir los riesgos y enfrentar las consecuencias de sus decisiones: ahí radicaría su autonomía y su libertad. Se enuncia y se defiende la libertad supuesta de dichos contratos, mientras se invisibilizan los condicionantes —incentivos, coacciones— que impone el propio mercado, aceptando la “explotación consentida” como una transacción cualquiera entre individuos libres.
Cuando hablamos de subrogación no podemos soslayar que el acceso a la posibilidad de contratar un vientre de alquiler siempre queda del lado de una elite económicamente privilegiada que puede pagar los oceánicos costos que establece el contrato, mientras que las mujeres que aceptan gestar para otros pertenecen, en su enorme mayoría, a clases económicamente desfavorecidas. Si el Estado permite que estas situaciones se repitan considerando que son “acuerdos entre individuos” está reforzando que un colectivo de mujeres pobres y racializadas, que toman sus decisiones en un estrecho espectro de posibilidades, ingrese al mercado como objeto para satisfacer los intereses de una clase privilegiada.
Ciertas corrientes feministas que defienden la gestación subrogada y la prostitución como prácticas empoderantes critican la interferencia del Estado en dichas prácticas, alegando que “infantilizan” a las mujeres y les quitan posibilidad de agencia. El empoderamiento quedará ligado a la libre participación en los mercados. Si desde estas posturas la subrogación de vientre, la prostitución —así como el comercio de órganos— son mercados amparados por el derecho de contrato, hay quienes complejizan la relación con el cuerpo, lo que se puede consentir que otros hagan con nuestros cuerpos.
4.
Francesca Izzo plantea los problemas que entraña la consigna que defiende la propiedad sobre nuestros cuerpos. La consigna es postulada de manera indistinta para solicitar la legalización de la práctica del aborto, que implica (según reglas precisas en relación al tiempo de gestación del feto) la autodeterminación de la mujer para decidir si aceptar una nueva vida o abortar; como para convertir a las mujeres en objetos, “no de un patriarca, sino del mercado, y que las niñas y niños estén concebidos para un intercambio”.
Los modos de concebir la autonomía y la libertad están íntimamente ligados a la tensión entre lo público y lo privado: en esa tensión se juega la cuestión del cuerpo. Con Judith Butler, podemos pensar que el cuerpo tiene una dimensión invariablemente pública: mi cuerpo es y no es mío. La autora interroga la idea de “autonomía” cuando se sostiene a partir de la negación de las condiciones sociales de mi cuerpo. Como afirma Alexandra Kohan, sostener esta interrogación permite complejizar las demandas de los colectivos feministas que recurren al “empoderamiento” individualista, ubicando en primer plano la propiedad privada. Nos permite, agrego yo, apuntar a un feminismo cuya potencia emancipatoria no se limite a algunas mujeres.
Etiquetas: Águeda Pereyra, Alquiler de vientre, Embarazo subrogado, Feminismo, Francesca Izzo, Heidi Taillefer, Jacques Lacan, Judith Butler, Laura Corradi, Pequeña Victoria