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Por Marina Esborraz y Luciano Lutereau
1.
Hay un tipo clínico o algo semejante que podría llamarse el varón de 50 años, que es el varón cuyo interés por la sexualidad empieza a declinar (al menos en lo que tiene que ver con su potencia, no con su imagen narcisista) y, por lo tanto, actúa mucho más sus pulsiones agresivas (antes inhibidas por el erotismo, que las atemperaba), por ejemplo, con chistes francamente hostiles, con la necesidad de degradar al otro para sentirse más; ya no es la degradación erótica, que al menos era condición de goce, ahora la degradación permanece, pero como forma de mantener la autoestima, cuando el cuerpo empieza a declinar, los varones –tal como están las cosas– envejecen volviéndose mezquinos, reaccionarios, sobrecompensando una inseguridad creciente y paranoide, que se expresa como horror a los jóvenes, como incapacidad creativa, rutinización completa de quien repite las cosas 20 veces. Salvo excepciones que confirman la regla, que se mantienen vitales, si ya no con el erotismo, sí con la capacidad de trabajo, en el sentido material y psíquico del término.
Después de los 50, trabajar en el sentido lúdico del término (que puede ser hasta leer un libro o escribirlo) es lo que salva al varón de su decadencia, de su irremediable monotonía fálica, ahora achicharrada. Los romanos consideraban envejecer un arte. En las sociedades actuales se envejece cada vez peor, por ejemplo, hipersexualizando todo (que es como cambiar el quebracho por melamina). Después de cierta edad, un varón crece, porque envejecer es otra forma de crecimiento, contra sí mismo. Este es otro de los aspectos en que la masculinidad se diferencia del desarrollo femenino.
2.
A partir de haber empezado a atender varones más grandes (arriba de 60 años) empezamos a notar que el motivo de consulta asociado a cierto debilitamiento cognitivo –sobre todo lo que llamaban “problemas de memoria”– era la máscara de la presentación del síntoma obsesivo de la duda. En la necesidad de chequear actos, no saber si se hizo tal o cual cosa, no recordar si efectivamente ocurrió, se jugaba la captura del obsesivo en el fantasma escópico –que precisa verse haciendo lo que hizo o hace. Es una hipótesis clínica con la que venimos trabajando, no sabemos si es generalizable, pero vale para una serie de casos. Lo notable es cómo con el tratamientos esos síntomas de supuesta degeneración intelectual desaparecieron y, claro, se transformaron en otros más útiles analíticamente. Habría que seguir pensando cómo los síntomas impactan en lo “mental” después de cierta edad y por qué.
3.
Hay un tipo de varón celoso, posesivo, acosador, hostil, es el más conocido; pero en análisis está la posibilidad de conocer a otro, más tímido, capaz de confesar que –por celos– decide alejarse de la mujer que le gusta, cuando la ve a ella con otro o, incluso, cuando ve que otro le pone un like a una foto suya en una red social, es el celoso kamikaze, pero sin acto suicida, porque deja todos sus sentimientos en estado potencial, los arruina –los deja arruinarse– en el mundo de lo posible, sin que ella se entere jamás cuánto la quería, es el celoso vengativo –mientras que el posesivo primero duda, no cree y, luego, cuando confirma sus celos, los actúa, va al ataque. En cambio, el celoso tímido de la venganza cree de entrada y eso lo enfurece más, entonces busca privarla de todo lo que podría haber sido, se lo guarda para que muera junto con él. Porque eso pasa con la venganza: mata a quien se quiere vengar.
4.
Si a los 40 años alguien quisiera empezar a hacer surf, seguramente podría divertirse chapoteando, pero no llegaría a ser un surfista. ¿No se traslada esta misma coyuntura a otras situaciones en las que la potencia física empieza a desfallecer? ¿No pasa algo parecido con ciertas capacidades psíquicas? Por ejemplo, ¿para qué estamos en pareja? Hasta hace un tiempo para reparar algo propio (por lo general, de la propia infancia, aunque no lo sepamos de manera consciente) con otro. Hoy en día, a pocos les interesa estar en pareja o bien se busca reparar con los hijos. Los varones de 40 son la última generación de “monógamos seriales”, pero ¿qué pasa con aquellos varones que hoy llegan a los 40 sin haber tenido vínculos estables, sin convivencias a cuestas, para los cuales el otro no es una pregunta más allá de la vida funcional que prefieren? ¿No nos encontramos en el consultorio con aquellos varones que, solteros crónicos, incluso si se enamoran y quieren algo con alguien también sienten que no pueden, que se les acaba la nafta rápido, que no pueden aligerar la necesidad de una vida que funcione? Varones que más que una pareja estable prefirieron una vida estable por años, porque la pareja es conflicto tarde o temprano; pero de la vida estable ¿cómo te curás? ¿Cómo hacen para zafar de eso cuando pasaron los 40 y descubren que la rigidez del carácter es cada vez mayor? Cuando después de haber llegado a la “mitad de esta carretera” –como canta Drexler– se comprueba que quizá se quiere estar con alguien, pero ya no se puede más que chapoteando.
5.
La adolescencia no sólo la viven los adolescentes. La vive también el varón que está en pareja, pero no deja de estar con otras mujeres. No es una observación moral (en análisis no existe la infidelidad) sino una indicación clínica, cuando el estar con otras no es por deseo sino para demostrarse a sí mismo que puede hacerlo. Es una acto reactivo a la actitud que toma con su pareja: cuando está de novio, pasa la conquista comienza a aburrirse; en realidad, vive la relación como una exigencia, a su mujer como alguien a quien hay que satisfacer: “Ella quiere…” tal o cual cosa y respecto de ese deseo, él está como ajeno, distante, lo ve de afuera, incluso como un reclamo. No puede, entonces, desear-con, proyectarse en ella, ser auténtico con su pareja (es como si actuara un personaje) porque todavía siente que él es él cuando está con sus amigos; después de todo, es a ellos a quienes cuenta sus amoríos con mujeres con las que después de estar, quiere que se vayan. Y vuelve con su pareja como un niño desobediente y culposo. Es un adolescente de más de 30 o 40 años.
6.
Se suele creer que los motivos eróticos, o todo aquello donde se juegue el deseo, es más potente que los motivos narcisistas. Pero no suele ser así, los motivos narcisistas son los que toman la delantera en las decisiones la mayoría de las veces. El deseo angustia, divide, incomoda. Creemos que el varón es un ser de deseo, puede serlo mayormente en los años de juventud, pero hay una coordenada que se da habitualmente que consiste en que cuando la potencia declina, se incrementa la rigidez narcisista. Muchos hombres eligen a sus mujeres por motivos narcisistas más que por deseo, incluso cuando luego de estar varios años con una mujer, a quien tal vez ya no amen ni deseen, y quizá para probarse a sí mismos que aún pueden y, entonces, inician un romance con una mujer varios años menor; no es extraño que luego de un tiempo se den cuenta que es algo que los supera, que extrañan su casa, sus hábitos, la rutina del hogar y decidan volver. Es mucho menos probable que una mujer vuelva con su marido luego de decidir separarse, una mujer siempre está más dispuesta a perder, a cambiar radicalmente de vida, y una vez que puso punto final, cual Medea subida en el carro de Helios, no suele mirar atrás.
Etiquetas: Luciano Lutereau, Marina Esborraz, Masculinidad, Psicoanálisis, Varón