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22-10-2019 Notas

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Por Federico Capobianco

¡Afeitar su majestuosa belleza y convertirse,
en lugar de en modelo, en parodia de animales!

No estamos seguros de que este sea un texto filosófico. Tampoco podemos asegurar que no lo sea. No importa: no son necesarias las certezas. De entrada, al abrir el libro, lo entendemos: no hay certezas ni seguridades sobre su autor. Nadie sabe dónde nació ni cuándo, ni a qué edad murió. Ni siquiera se sabe su nombre completo: Thomas S. Gowing, con esa “S” inconclusa, destinada a pronunciarse así, “ese”, sin más.

Como reza la solapa, lo único certero al iniciar su lectura es que este libro, La filosofía de las barbas (editado por Godot en este 2019 con traducciones y notas de Jorge Fondebrider), fue publicado por primera vez en 1854 después de ser pronunciado en conferencia por su autor. Al finalizar queda otra: la importancia para Gowing de que los hombres enfrenten sus destinos barbados.

“¡Oh, Moda! ¡La más poderosa, pero la más caprichosa de las diosas! ¡A qué extraños caprichos sometiste a los hijos e hijas de los hombres!”. Acá tampoco podemos asegurar por qué nacen o mueren las modas, pero para su autor, “puede que ningún rasgo humano haya estado más sujeto a los cambiantes humores de la Moda que la Barba”. Desde esta premisa es que parte, en un recorrido por su fisiología, su uso histórico y artístico, a concluir que su presencia, completamente natural, es una clara insignia de hombría. Y su ausencia, por el contrario, un signo de debilidad física y moral.

Durante el recorrido las hipótesis son contundentes: todas las razas principales de hombres que marcaron la historia contaban con el abrigo natural de sus barbas y que, su desuso, tuvo que ver mucho en el progreso o declinación de las naciones.

En un repaso por los pueblos egipcios, judíos, asirios y babilonios, persas, árabes y turcos, griegos y estruscos-romanos, el autor se planta contra quienes en la época “sintetizaban la civilización en el acto de afeitarse” para mostrar que hacerlo, para esos pueblos, era un acto de desgracia, y la barba, por ser un rasgo natural y saludable, algo para respetar súbitamente.

En lo que respecta al capítulo de historia moderna, con el análisis de britanos y sajones la situación es diferente y se va modificando según los reyes y gobernantes (hay que destacar la importancia de las notas al pie agregadas por Jorge Fondebrider porque aportan claridad y contexto a una narración histórica que el autor no necesitaba explicarles a quienes lo escuchaban en aquel momento). Además de sus usos, se diferencian los motivos: “salvo supersticiones condenadas por el cielo o dictámenes caprichosos de los fracasos y los sufrimientos”, no hubo justificaciones para ir en contra del curso natural. Esto es: permitirle a la barba crecer para distinguir, proteger y adornar naturalmente el rostro masculino.

Particularmente hubo dos pasajes que me llamaron la atención y conectaron en un punto cercano. Uno habla sobre la relación de la barba con la integridad: “A San Agustín se lo representa con barba […]. Sus seguidores pronto deben haberse afeitado, porque un escritor del siglo VII se queja de que ‘el clero se ha vuelto tan corrupto que apenas se lo distingue de los laicos no tanto por sus acciones como por su falta de barbas’”. El otro, sobre su apreciación artística: “es imposible ver una serie de retratos barbados, independientemente de que se los haya ejecutado mediocremente, sin sentir que poseen dignidad, gravedad, libertad, vigor y completud; mientras que, al mirar una fila de rostros afeitados, sin que importe cuán ilustres sean los originales y cuán hábiles los artistas, se experimenta una sensación de desnudez convencionalmente artificial”. Acá en Chivilcoy, en uno de sus museos, hay una sala en la que se muestran retratos de todos los intendentes que tuvo la ciudad y se pueden apreciar a los primeros, los fundadores, bien barbados; a medida que nos acercamos a la actualidad van surgiendo los lampiños. Al pararse frente a todos los retratos, la sensación que Gowing expresa sobre la apreciación artística parece caer con gran peso. La otra también.

La filosofía de las barbas
Thomas S. Gowing
Ediciones Godot
Traducción: Jorge Fondebrider
Ilustraciones: Juan Pablo Martínez Spezza
2019, 104 pág.

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