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Por Nando Varela Pagliaro
“Me parece que, en lo que respecta al tema de padres desaparecidos, siempre trabajé más con la ausencia que con los hechos. Un poco ir sobre la zona de Campo de Mayo, sobre ese espacio sombrío, casi vedado, es algo nuevo para la literatura”. El que habla es Félix Bruzzone. Con él nos juntamos una tarde fría de agosto, en el departamento que usa para dictar sus talleres en el barrio de Palermo. El motivo del encuentro fue la reciente publicación de Campo de Mayo, una novela que se construye alrededor de Fleje, un hombre que corre descalzo, que no se detiene, que atraviesa la guarnición militar más grande del país y va en busca de identidad, de su madre, que al igual que la del escritor, fue desaparecida por la dictadura.
¿Cómo surgió la idea del libro?
Empieza a haber una idea de libro cuando en mi vida pasa algo muy parecido a lo que le pasa a Fleje, que es esto de mudarse a vivir cerca de Campo de Mayo y a enterarme que ahí estuvo detenida mi vieja. Esto era una suposición que existía, dadas las características de su militancia, la zona en que militaba, lo que se sabe de cómo fue la persecución durante esa época, pero no estaba confirmado. Se confirmó recién al poco tiempo de mudarme. A partir de ahí empieza a formarse algo que tiene que ver con una idea de cómo uno se acerca o se aleja de sus propios tópicos. En mi caso, sería el problema de dónde vengo, mi identidad. Por otra parte, empiezo a registrar que todos mis parientes que se fueron mudando a provincia, se mudaron alrededor de Campo de Mayo.
¿Vos cómo llegaste a vivir cerca de ahí, fue una casualidad?
En esa época yo limpiaba piletas por esa zona y se me hacía engorroso tener que ir y venir de capital todos los días para resolver cualquier problema. No llegué tan de casualidad, mi mujer, que es prima segunda mía, hasta que se casó conmigo vivía en Don Torcuato, que es más o menos la misma zona.
Durante el proceso de escritura, ¿qué libros estaban en tu mesa de trabajo?
Hay uno que fue central durante el proceso de escritura que fue Morirás lejos de José Emilio Pacheco. En su caso, toma algo que es muy extenso, toda la historia y las persecuciones que el pueblo judío fue teniendo a lo largo de los años y lo condensa en una situación que narra una y otra vez en una escena que se da en una plaza del DF. Después, es muy interesante cómo incorpora un montón de materiales distintos para armar toda la novela. Además, es una novela muy corta, hecha de fragmentos. Campo de Mayo tenía ese horizonte, después se transformó en otra cosa. Aunque sé bien, no deja de ser una novela fragmentaria e incorpora materiales al tun tun, también es muy lineal. Es muy raro que yo no escriba algo linealmente.
En esa narración lineal que mencionás, ¿ya tenías el final antes de sentarte a escribir o fuiste encontrando la estructura del libro a medida que avanzabas con la escritura?
Tenía una imagen del final, pero no lo tenía del todo claro. De hecho, el libro fue cambiando mucho en todo el proceso. Fleje no se llamaba así, sino que su nombre era El corredor. Lo que quedó en el libro es uno de los posibles finales. Quería que algo sucediera con la madre, pero no sabía bien qué. En algún punto, también quería que la novela fuera algo experimental.
¿Tenías otro finales posibles?
Sí tenía, pero me los olvidé. Había muchas opciones porque es una novela en la que podía pasar casi cualquier cosa.
¿Por qué se te ocurrió que el personaje debía ser un corredor?
Porque en la época en la que empecé trabajar sobre lo que pasaba con los vecinos de Campo de Mayo, a la par también empecé a correr. Leí el libro que lee Fleje que es Nacidos para correr y me motivó mucho a incursionar en ser un ultramaratonista.
¿Te hubiera gustado ser ultramaratonista?
Tenía esa idea en ese momento, esa fantasía. La realidad es que esa fantasía me llevó más a escribir la novela que a correr. Finalmente, empecé a correr, pero al poco tiempo me lastimé un menisco y preferí no arreglármelo porque tampoco es que me molestaba tanto, pero sí tuve que dejar de correr. Tal vez, el personaje de Fleje viene a suplir esa imposibilidad física mía.
Antes hablábamos del final, que es realmente muy polémico. ¿Te preocupa la lectura que puedan hacer de este libro otros hijos de desaparecidos?
En este momento me preocupa todo mucho, pero eso no va a impedir que escriba lo que tenga ganas de escribir. La verdad es que yo tampoco tengo tan claro qué sentido arma todo finalmente. Tal vez arme más de un sentido, así que cada uno lea lo que quiera. Puede que alguien se enoje, pero creo que eso es normal. Lo peor que le puede pasar a cualquier obra que uno hace es que a todos les parezca bien. Tampoco me preocupa tanto porque lo que yo siempre hago es trabajar sobre las zonas inconscientes de todos estos problemas que aparecen en mis novelas. Me parece que el hecho de poner el foco en un lugar como Campo de Mayo habla bastante de algo que no ha aparecido tanto. Me parece que, en mi caso, en lo que respecta al tema de padres desaparecidos, siempre trabajé más con la ausencia que con los hechos. Un poco ir sobre la zona de Campo de Mayo, sobre ese espacio sombrío, como vedado, es algo nuevo para la literatura.
Hace un tiempo lo entrevisté a Mempo Giardinelli y él me decía que en nuestra literatura hay muchas novelas que abordan el tema de la dictadura, sin embargo, no hay lugar en la ficción para personajes como Videla o Astiz, ¿por qué creés que pasa esto?
No tengo registro de si hay o no, la verdad no sabría decirte por qué es así.
Mempo decía algo así como “ni siquiera les vamos a dar ese privilegio”.
Esa es una actitud muy militante. A mí me parece que si alguien tuviera el deseo de hacerlo, que lo haga. Yo no tengo ganas de hacerlo y por eso no lo hago.
En tu novela hay un personaje que quiere juntar tierra de Campo de Mayo y venderla dentro de tubos de ensayo como una especie souvenir de un lugar emblemático de la dictadura. Algo similar a lo que se hace en Berlín con el Muro. ¿Por qué creés que acá no se hacen este tipo de cosas?
Acá hay un gran respeto por todo eso. Hace poco estaba intentando chequear si existía algún trabajo donde se tome el Nunca Más como material de estudio literario y no pude encontrar nada. Creo que hay una novela de Charlie Feiling que toma algunos fragmentos, pero no mucho más. Tal vez si acá la gente harta hubiera roto a pedazos la ESMA como hicieron los alemanes con el muro, podría haberse dado esa situación.
Para terminar, ya hace más de diez años que publicaste tu primer libro, ¿qué sentís que aprendiste en todos estos años como escritor?
Aprendí a escribir y sigo aprendiendo, aprendí bastante de mí, aprendí todo lo que fue cayendo dentro de mi escritura, desde la información de datos duros a cosas más intangibles relativas a los personajes. También aprendí a enseñar a escribir. A diferencia de muchos escritores que valoran mucho más la lectura que la escritura, porque ese sería el lugar del aprendizaje, yo en cambio necesito de la escritura para terminar de entender lo que leo. Por eso leo poco y escribo más de lo que leo.
¿Te proponés leer una cantidad de libros al año?
Siempre que me lo propuse fracasé.
¿Y en términos de escritura?
También fracasé.
¿Pero tenés una rutina armada o un objetivo diario de escritura?
Alguna vez me lo propuse, pero nunca lo logré y las veces que lo logré el resultado no fue bueno.
¿Seguís limpiando piletas?
Sí, los viernes.
¿Qué aprendiste limpiando piletas más allá de lo obvio?
Aprendí un oficio que por momentos me parece fascinante y también aprendí a pensar mucho. El espacio de la pileta, la repetición, me habilitó un montón de cosas del orden de la reflexión. Limpiando piletas fui encontrando algunas respuestas que me han servido bastante.
¿Como cuáles respuestas?
Por ejemplo, cuando estoy frente al agua, por un lado, odio estar ahí por el sol, porque a veces estoy cansado, porque no me pagan bien, pero, por otro, sigo haciéndolo hace muchos años. ¿Por qué sigo? Porque más allá del dinero hay algo que me atrapa. Entonces, me pregunto ¿qué es el agua para mí? Me parece que hay algo de las fantasías que uno tiene y no realiza, que están como en el agua, en ese lugar que siempre se va, que se escapa de las manos. Alguna vez también pensé ¿y si el agua fuera mi vieja? Yo estoy yendo todos los días ocho veces a ver a mi vieja. Después, un chabón que estaba haciendo una especie de documental, cuando le cuento esto me dice: “claro, y fijate que la manguera azul que usás para conectar a la bomba es como un cordón umbilical”. Eso no lo había pensado. Y el ruidito de la bomba, qué es ese ruido. No sé, es muy raro, porque uno piensa que es un trabajo alienante, pero tal vez es al revés.
Gentileza Revista Quid
Etiquetas: Campo de Mayo, dictadura, Félix Bruzzone, Literatura, Nando Varela Pagliaro