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08-10-2019 Notas

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Por Mariano Cervini

“¡Qué me hayan tratado así! (…)
El hálito que respiro es furia y odio absoluto.”
Esquilo, Las Furias en Las Euménides, 837-840

En su Política, Aristóteles define al hombre como un ser social por naturaleza. Según el filósofo griego la sociedad es anterior al individuo y aquel que no forme parte de ella es una bestia o un dios. Joker (Todd Phillips; 2019) cuenta la historia del fracaso de esa coexistencia. 

Un hombre —en este caso Arthur Fleck— se diluye en el proceso de sociabilización necesario para lograr una convivencia armónica. Sus cualidades individuales se ven afectadas desde el comienzo. La pregunta inicial podría ser: ¿de quién es la culpa? ¿El hombre es bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompe, como decía Rousseau? ¿O el hombre es malo y la sociedad lo vuelve peor? Entender a la película desde una visión maniquea entre sociedad-mala/persona-buena es caer en una simplificación absurda. La cuestión encierra una sonoridad mayor. Un complejo entramado psicosocial del destino de un individuo que intenta hacer equilibrio con realidades afines a todos pero que intentamos mantener a distancia, como el odio, la venganza y la locura. 

Esos sentimientos fulguran en un personaje nostálgico y sensible —interpretado magistralmente por Joaquin Phoenix— pero también narcisista y ególatra que toma decisiones a partir de una realidad distorsionada por la esquizofrenia y el delirio. 

Si los antiguos griegos entendían que uno de los pilares de la coexistencia era pactar con las Furias, para mantener alejada la hostilidad individuo-sociedad, en Joker esta posibilidad se desbarranca desde el vamos. Fleck no puede o no sabe cómo hacer para salir de ese sonido que lo agobia que es su propio ser castigado y autocompasivo. Su transformación es un proceso despiadado que lo convierte en una Furia, esas fuerzas primitivas, anteriores a Zeus —que no se sometían a su voluntad— y castigaban a los vivos con inagotable venganza.

A esta altura queda claro que no estamos frente a una película de superhéroes. En medio del revuelo que significaron las recientes declaraciones de Martin Scorsese afirmando que las películas de Marvel no son cine porque no transmiten experiencias emocionales y psicológicas, Joker debería ser aplaudida por el director de Taxi Driver (1976). De hecho hay algo de aquel taxista interpretado por un joven De Niro en la psiquis de Fleck. 

De Niro —que también actúa en este filme— aparece como una contrapartida de aquel Travis Bickle en los zapatos de un conductor de un Late Night Show con el que todos ríen cuando hay que reír. El Joker tiene otra risa, la incómoda, esa enfermedad que nadie comprende y se vuelve una imposibilidad de transitar el espacio hostil de una sociedad moderna. 

Repito: entender a Fleck como un personaje romántico que se vuelve un monstruo por culpa de los otros es simplificar la cuestión. Sin embargo no hay que pasar por alto esa denuncia a las corporaciones —muy similar a la de El club de la pelea (1999)— como una de las múltiples aristas —psicológicas, sociales— que configuran el relato de un demente. 

Y si de locos hablamos, las estructuras de poder de las sociedades modernas se han encargado de volverlos invisibles. Parafraseando a Michel Foucault, aquellos que detentan el poder son los que definen quiénes están locos y quiénes no. En el fondo es el sometimiento del discurso de la razón al de la locura. El loco no tiene voz. El intento por hacerse visible choca contra el muro kafkiano de la razón incuestionable. El loco es reconocido como tal, señalado, etiquetado y no puede convertirse en otra cosa. Está para hacer reír pero sólo si conoce las reglas de esas risas vacías que son tan diferentes de las reales que se confunden con el llanto. 

Charles Chaplin conoce las reglas. Todos ríen con él. También Fleck que intenta ser eso que le es negado; delirio de grandeza y megalomanía de por medio. 

La película es una potente metáfora del dolor, la soledad, el desarraigo y vaya a saber cuántos sentimientos más ligados a los seres. Ese humanismo que Scorsese reclama furioso. 

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