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Por Roque Farrán | Grafitti: Banksy
I. Gusto y sentido
Recuerdo lo difícil que fue volver a comer luego de las intervenciones quirúrgicas que me realizaron. Me daba asco la comida. Hasta una galleta o un té me resultaban insoportables. Me di cuenta con espanto que el hábito de comer tiene mucho de automatismo pulsional. A medida que me fui recuperando lo pude olvidar, afortunadamente, y volví a comer casi como antes. Lo mismo me pasó con la escritura y la recepción del sentido circulante por diversos medios. Pero sobre todo en las redes sociales. Me daba náuseas volver a meterme allí, así de repente, luego de tantos mensajes acumulados en mi ausencia y notas periodísticas en las cuales había sido tratado más como objeto que como sujeto. Sin embargo, volví a conectarme y ligeramente algo cambió en mi escritura, en el régimen de sentido y la recepción activa de los gestos significativos. Sin dudas, el “sentido del gusto” tanto como el “gusto por el sentido” están montados sobre hábitos pulsionales irreductibles, repetitivos hasta la náusea, pero llegar a captar algo de la insensibilidad en que se despliegan, el modo en que nosotros mismos participamos del juego, abre una pequeña interrupción que prepara, quizás, para otro “reparto de lo sensible”. La ética materialista no se basa en un mandato superior basado en códigos prohibitivos sobre lo que se debe consumir (comidas o sentidos), sino apenas en ese ínfimo gesto reflexivo que permite contactarse con la náusea pulsional y sus repeticiones excesivas, ejercicios concretos para producir un pequeño desvío dispuesto a combinarse con otros gestos imprevistos.
II. Sentir lo insensible
Jorge Alemán, en su muro de Facebook, escribe un breve post que conecta con estas inquietudes sobre los medios y el régimen de sentido imperante (lo que otrora se llamaba “ideología”): “Los medios en Argentina. No es pertinente pensar en que si se da la fortuna que gobiernen los Fernández se censure o persiga al aparato mediático macrista. Lo deseable es algo más radical, que haya una verdadera transformación en el juicio del gusto, un nuevo reparto de las sensibilidades y que sea el propio pueblo, sin mediar prohibición alguna, el que los vaya destituyendo. La batalla cultural no necesita al gobierno, es verdadera cuando se realiza en su exterior.”
Habría que añadir algo a lo que dice Jorge sobre el gobierno y la batalla cultural: el “gobierno crítico de nosotros mismos”. Pues, no solo están lo sensible y lo inteligible, sino lo que tiene lugar entre ellos: khóra. Antes de producir un nuevo “reparto de lo sensible”, como dice Rancière, o que se produzca un acontecimiento y “advenga una Idea”, como dice Badiou, hay que captar simplemente eso que conecta lo sensible y lo inteligible en una suerte de espacio moebiano. En ese punto singular, resulta clave “percibir la ausencia de percepción”, sentir la anestesia en la cual nos hallamos cobijados (un poco más complejo que “salir de la esfera de confort”).
Como dice Agamben, comentando a Platón: “En el momento en que logramos percibir de modo anestésico e impuro no sólo lo sensible sino su tener lugar, entonces lo sensible y lo inteligible se comunican. La idea que no tiene lugar ni en el cielo ni en la tierra, tiene lugar en el tener lugar de los cuerpos, coincide con ellos”. En ese punto, más que la hipersensibilidad o la superinteligibilidad, lo que necesitamos es alcanzar la impasibilidad. Si vamos a ser parte de un cambio de paradigma de gran calado, más que exacerbar la sensibilidad o la inteligencia, tenemos que conectarnos con la impasibilidad en la cual se comunican. Por allí aparece la punta de lo que sería un gobierno crítico de nosotros mismos.
III. Salir del goce idiota
La sociedad no existe. Hay grupos e interacciones más o menos sostenidas en el tiempo. Instituciones y hábitos. Cada tanto votamos, salimos a la calle, nos manifestamos, etc. Militamos aquí o allá. Aquel está en una cátedra, dirige un grupo de investigación, alienta la formación o abusa de su poder. Otro tiene un blog, una revista, forma parte de un grupo editorial, etc. Ídem. O forma parte de una organización política, un partido, un gremio con sus pujas internas. Luchas por el mero prestigio, cooperación o formación, etc. Otros solo piensan en hacer dinero. Otros apenas en sobrevivir. Todos tenemos nuestros síntomas: algunos más perversos y manipuladores, otros maníacos, depresivos, obsesivos, histéricos, esquizos o paranoides, etc. En esa maraña de repeticiones insensatas y rutinarias, generalmente contradictorias y depotenciadoras entre sí, a veces se producen interrupciones, a veces coordinaciones impensadas, a veces acontecimientos que conectan y potencian las diversas prácticas entre sí. Y podemos transformarnos, en el mejor de los casos, salir del goce idiota de la repetición o la insatisfacción permanentes. Hacer cine, escribir un libro, repartir panfletos, trabajar en un comedor, nada tiene un sentido revolucionario o transformador per se, todo puede ser reabsorbido o neutralizado por el sistema a cualquier nivel, o bien generar efectos imprevistos, irreductibles a la lógica de la repetición. En principio, no subestimaría ni sobrestimaría ninguna de las prácticas; nadie sabe lo que un cuerpo social puede.
IV. Joker, el sinthome
La risa del Guasón es su síntoma, claramente. Y señala, además, el punto sintomático de la sociedad actual (un síntoma redoblado): el mandato idiota de felicidad, cuando estructuralmente todo está mal, enfermo y corroído hasta la náusea; de ahí la risa desplazada y desubicada del Guasón, tanto en los pocos momentos de relax como en los de ansiedad agudizada. Por eso no se trata solo de un síntoma clínico, sino de un síntoma político y lacaniano de primer orden. Hay un momento clave de la película que muestra este valor singular del síntoma y el giro subjetivo del personaje: cuando él dice, muy lacanianamente, que hasta el momento había pensado que toda su vida había sido una tragedia y que su risa era una enfermedad, pero se da cuenta que él es justamente “eso”, su risa, y su vida –repleta de abusos– ha sido más bien una comedia. No puede haber mejor definición de la “identificación al síntoma” producida al final de un análisis, cuando la tragedia se transforma en comedia y el sujeto pasa al acto. Por supuesto, no se trata de idealizar al personaje ni ofrecerlo como modelo de nada; desde una perspectiva materialista, al contrario, entendemos que se trata de una “ficción de lo real” (verdadera en su procedimiento) que muestra acabadamente las contradicciones del sistema y su (re)solución sintomática de un modo estético y político al mismo tiempo. Cada procedimiento tiene un “efecto” singular, como decía Althusser, pero lo interesante es pensar la sobredeterminación o la causalidad inmanente que nos muestran conexiones impensadas entre los modos irreductibles de producirlos. Encontrar el síntoma y producir el sinthome; he allí un punto de subversión posible.
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