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Por Marina Esborraz y Luciano Lutereau | Ilustraciones: Aleksandra Waliszewska
1.
Si algo caracteriza a la concepción psicoanalítica del síntoma, es que analizarlo no significa que desaparezca. Esto diferencia el psicoanálisis de cualquier otra orientación terapéutica.
Para otras terapias el síntoma es un error, algo que no debe estar; para un analista el síntoma no sólo dice una verdad (esto también lo piensan los cognitivistas y los sistémicos) sino que tiene razón. El síntoma siempre tiene razón, por ejemplo: la histérica quiere ser deseada, pero la causa del deseo nunca es una mujer; en el varón, su causa es otro varón (o ese varón que es la madre), entonces la histérica se planta y dice “Si no es conmigo, entonces no” y, un resultado conocido, la frigidez.
Porque lo que el síntoma histérico enseña es que a la relación sexual no se entra como causa de deseo, sino como cuerpo a ser gozado. Sin duda es algo insoportable, por eso la pregunta freudiana no es cómo algunas personas se vuelven histéricas sino por qué no somos todos histéricos (y, en cierta medida lo somos) o bien cómo es que algunos pueden gozar del goce que se obtiene de su cuerpo. Esto es algo que no existe en la sexualidad animal.
Lo mismo pasa con ese otro síntoma histérico que son los celos. Al igual que la frigidez, los celos no mienten y muestran la necesidad de que el lazo sea con un deseo, con un otro al que –al menos– se le pueda suponer un deseo. Así es que una histérica puede estar celosa de un tipo que no le interesa o bien puede quedarse en una relación para que ese 4 de copas no esté con otra. Los celos hacen de un pelo una soga y si bien es cierto que una mujer puede sufrir el deseo de un varón, en los celos de la histérica se expone la necesidad de que ese deseo no falte.
¿Quiere decir eso que a la histérica hay que curarla de sus celos? Es imposible, incluso no sería deseable, porque esos celos muestran un lazo con deseo, el lazo que hace que algunas mujeres presientan enseguida cuando su pareja las engaña (mientras que en la clínica verificamos como ellas los engañan y ellos no se dan ni cuenta). Entonces los celos pueden ser muy útiles, sólo si no se los actúa, si no les padece, pueden ser un modo de orientarse. Esto es algo que sólo se consigue con análisis, que el síntoma –que siempre tiene razón– se pueda usar para otra cosa que para sufrir, por ejemplo, para actuar ciertas decisiones o aprender a irse a tiempo. Esta idea del síntoma no está en ninguna psicoterapia, es específica del psicoanálisis.
2.
Los síntomas tienen razón. Por ejemplo, la impotencia. Es un típico conflicto masculino el de la demostración de la potencia: es algo dedicado a otro varón, aunque el destinatario sea una mujer. Los varones están siempre demostrando que pueden; pero con esta actividad no hacen más que compensar su pasividad, porque ¿quién decide su erección? Entonces, en la erección todo varón es pasivo. Lacan decía “una mujer [u otro varón] es la dueña de la erección de un varón, por eso también es quien puede castrarlo”. Por lo tanto, la pregunta (si somos freudianos) no es por qué hay algunos varones impotentes, sino por qué no lo son todos. En efecto, el síntoma tiene razón: todos somos impotentes y la virilidad no tiene que ver con la demostración de potencia sino con la subjetivación de la pasividad; es decir, con la entrega del cuerpo a otro cuerpo en el orgasmo.
Hoy en día es común la impotencia masculina como síntoma de consulta, también que los varones acaben sin orgasmo (son los que cuentan eyaculaciones, pero le retiran el cuerpo al orgasmo y más activos son en la cuenta de destrezas para huir de la pasividad del cuerpo), no se trata de posiciones neuróticas, sino de lo que llamamos “masculinidades destituidas”. No es extraño que sean síntomas comunes en la heterosexualidad; mientras que los homosexuales de hoy son los únicos varones viriles. El gay es el último macho que queda.
3.
Qué extraño es escuchar que un varón diga que quiere que lo quieran por lo que es. Y es cada vez más común. Pero ni una mamá nos quiere por lo que somos (sino por el falo que representamos), entonces ¿qué indica esa nueva onda de varones que recurren al ser en el amor? En los inicios de una relación, un varón siempre tiene miedo de que se descubra su impostura: él no es lo que presume ser, lo que aparenta, el deseo que muestra; pero ¿qué varón no es un impostor? De ahí que no sólo los síntomas no mientan, sino que tampoco mienten las mujeres cuando se declaran estafadas. El semblante masculino no se sostiene (lo decimos en todo sentido), entonces ¿por qué las mujeres no se van más seguido? Por obstinación (ya sea si quieren cambiar a ese varón), pero también por cariño (como con una mascota), incluso hasta puede ser que se encariñen con su castración (porque si el castrado es el marido, entonces se protege la potencia del padre; por eso –se dirá– muchas hasta casi necesitan amar boludos, pero es una interpretación apresurada porque ¿hay alguno que no lo sea?).
Es notable la alegría que invade a un varón cuando una mujer le da bola, es proporcional al temor de que ella descubra su boludez. Algunos se siguen preguntando con los años “¿Cómo pudo estar conmigo?” (y no dejan de ver en ese error un regalo de la vida), por eso es tan raro cuando un varón hoy –y es cada vez más frecuente– espera y quiere que lo quieran por lo que es. Es otra forma de lo que llamamos “destitución masculina”.
4.
Hay un síntoma típico de marido: repetir las cosas 20 veces e insistir “Acordate de pasar por el chino”, “Te acordás de pasar por el chino, ¿no?” y así. Es un síntoma típico de marido obsesivo, que desplaza su síntoma fundamental –la duda– a la relación con su mujer y así es que necesita todo el tiempo verificar su acto, someterlo a revisión, etc. Para algunas es agobiante, para otras es tierno. En fin, no es malo ni bueno. Es y cada quien lo maneja como puede. Pero lo interesante es otra cosa: que el síntoma funda el matrimonio.
¿Para qué quiere un obsesivo una mujer si no es para sintomatizar la relación con ella? Eso la hace una esposa. Aunque hoy en día a pocos varones les interesa ser maridos y a pocas mujeres ser esposas. O se cansan más rápido. No es bueno ni malo. Es. ¿Qué es un marido obsesivo? Es el varón que, cuando su esposa llegue del chino, le preguntará cuánto gastó y sea cual sea el monto, dirá: “¿Tanto?”. Se defenderá de su mujer como de su síntoma, suponiéndole un goce excesivo, puro derroche.
Quizás el análisis pueda ser para que alguien sea un marido menos aferrado a su síntoma y más a su mujer, es decir, que la relación sintomática con ella sea menos sufriente, con menos inercia, más productiva. Pero sin síntoma, no hay pareja. Sin síntoma, sólo hay seducción e intensidad.
Etiquetas: Aleksandra Waliszewska, Luciano Lutereau, Marina Esborraz, Psicoanálisis