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15-11-2019 Notas

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Por Agustina Fuertes

Llaman la atención. Los observan. Los sienten. Pero pocos pueden sostener la mirada, aguantar sin piel de gallina. Las máscaras esconden rostros, requisitos y una identidad que atraviesa los conceptos de moralidad, educación y muerte como decisión política. 

En esta intervención artística y militante, casi como un culto religioso, nada queda librado al azar: ser vegano no es la parte difícil, ser activista es otra cosa.

Domingo nublado en Recoleta. El mensaje, contundente. No hubo negociación.

—Nos encontramos a las tres de la tarde —escribió Chía, la coordinadora.

En la puerta de un famoso local de hamburguesas, el viento y la gente pasan con la misma velocidad, casi por inercia. Los más distraídos se chocan con un escritorio improvisado plagado de folletos blancos y negros.

“Anonymous for the voiceless: hablamos por los que no pueden hacerlo”, reza el panfleto.

Abolicionistas. Antiespecistas. Anti muerte. Se trata de una organización sin fines de lucro que registra 1200 activismos en más de 200 ciudades del mundo, dividen sus acciones en capítulos y esos capítulos, en personas.

Al costado, dos chicos y una chica vestidos de negro conversan, pero no se ríen. Una, de pelo largo y muy pálida, le da instrucciones a otro para ponerse un arnés que se ve incómodo. Lo que sigue, nadie lo espera.

Como si cargara con un bebé canguro, se cuelga una pantalla plana de 28 pulgadas en el pecho. Estira el cable hasta una fuente de energía portátil, lo enchufa y conecta los parlantes. Se suman dos más, se amuchan. Ya son cuatro. La tele se prende y suena la canción más triste del último disco de Coldplay.

La imagen es letal: un hombre sin rostro degolla un cordero bebé. Le clava un cuchillo en el cuello, lo zamarrea, sangra, lo sacude, sangra otra vez. Lo aprieta como si fuera a escapar. Como si pudiera escapar.

—¡La máscara! —recuerda una de las chicas. La careta, brillante, parece de mármol. Tiene los ojos achinados, bigotes y una sonrisa perturbadora. Es la misma de la película “V de Venganza”.

Anonymous se creó en Melbourne, Australia, en 2016 y el Cubo de la verdad como manifestación artística les dio la fama. Acá, el anonimato es clave. A nadie le importan sus caras o a qué se dedican, pero hay algo que marca una diferencia: no pueden hablar con la gente que se acerca.

La única función de los miembros del Cubo es mostrar en videos de alta definición cómo se produce la explotación animal de la industria cárnica. Por año, mueren 53 mil millones de vacas, cerdos y pollos en el mundo y, según las Naciones Unidas, Argentina es el décimo consumidor global.

Llegan más, todos de negro. Se paran uno junto al otro, cada vez más cerca para paliar el frío domingo de septiembre, en completo silencio. Un señor con boina junto a su mujer se paran a un costado, y los miran de reojo.

—Son bichos raros —dice y se le escapa una mueca de asco.

***

Anonymous for the voiceless tiene 998 capítulos alrededor del mundo constituidos exclusivamente por activistas veganos. Organizan cada evento a través de las redes sociales donde los mediadores determinan quién puede participar.

¿Sos veganx? / ¿Por qué motivo te hiciste veganx? / ¿Hace cuánto tiempo?, son algunos de los filtros impuestos por los miembros para ingresar al grupo de Facebook.

Chía tiene 23 años, es vegetariana desde los 14 y vegana hace uno. Además, modera y organiza junto con otros compañeros el activismo en Capital Federal y lo hace porque está segura de que, si le hubieran acercado la información correcta, se hubiera convertido antes.

—Sólo pueden ingresar al Cubo quienes son veganos —explica predispuesta—. Los vegetarianos sólo pueden participar una vez siempre y cuando estén en transición. No le podés explicar la industria láctea a alguien cuando la estás consumiendo, hay algo que no hace la conexión.

Desde su web, son contundentes: “Cualquier persona o grupo que no acepte mantener los valores descritos en esta declaración no puede representarnos como organizador o voluntario”. Se proclaman antiespecistas y anti discriminación, pero hay condiciones.

Los que están fuera del Cubo y tienen permitido hablar, son los encargados de educar a los curiosos que se acercan intrigados por las máscaras, por el luto o por los videos sangrientos.

—Hablamos a partir del método socrático. En lugar de dar respuestas, hacemos preguntas. Por ejemplo, en vez de contarte sobre la explotación de los animales, te digo… ¿estás al tanto de lo que pasa en la industria láctea?  —dice convencida y sin titubear.

El trabajo de campo no es aleatorio, sino que responde a una lógica en la cual los activistas se reúnen en puntos estratégicos y concurridos para garantizar un intercambio efectivo. Después del evento, que dura tres horas y donde todos están ad honorem, llega el momento de hacer los deberes.

—Hacemos el conteo de conversaciones positivas, fotos y una devolución a nivel personal de lo que se vivió. La idea es que cuando estemos acá usemos el tiempo para hablar con la gente, porque si estamos distraídos es una oportunidad no aprovechada.

Si un extraño se acerca y después de la charla, pide información sobre veganismo o adopta este tipo de alimentación como estilo de vida, misión cumplida.

Dentro de esta dinámica, nada se escapa. Al finalizar la actividad, cada responsable del Capítulo debe enviar un formulario a los líderes de la organización que, hasta ahora, es confidencial.

***

—¡Aguante el asado! —grita un quinceañero en bermudas y ojotas mientras sale del Shopping. Parece no tener frío y camina despreocupado. Interrumpe el Cubo. Se burla.

Los chicos se miran. Escuchan. Pero eligen callar. La premisa fundamental es mantener la calma, cueste lo que cueste.

—Todos hemos pasado por esa etapa donde estábamos condicionados por la doctrina que promueve el consumo de carne, es entendible. Según ellos, hay algunos animales que merecen sufrir, y otros que no.

Lina tiene 19 años y es la única vegana de su familia. Todos son orientales, pero lo único que conserva de esa cultura milenaria son sus ojos rasgados, lo demás es pura transformación. Decidió cambiar sus hábitos y siente que su arma más poderosa es incentivar a que otros tomen conciencia.

En Yulin, una ciudad ubicada al sur de China, se festeja el solsticio de invierno de una forma muy particular. Para esa época, los vecinos salen a cazar y guardan sus presas en jaulas oxidadas. El evento, que se extiende durante una semana, consiste en torturar a más de diez mil perros porque “cuánto más sufren, más rica es su carne”.

—Acá lo ridiculizamos, pero… ¿Cuál es la diferencia entre un perro y una vaca en cuanto al deseo de vivir? Los consideran inferiores, del mismo modo en que la raza aria consideró inferiores a los judíos. Es lo mismo.

No puede disimular la indignación. Se le transforma la cara y se vuelve sombría.

El especismo es el término que se usa para explicar por qué los humanos comen animales de granja. En 1970, el psicólogo Richard Ryder lo usó por primera vez y lo definió como la discriminación moral que se basa en la diferenciación de especies.

La empatía por otros seres sintientes es la bandera de Anonymous y de muchas otras organizaciones abolicionistas. Pero día tras día, alimentarse se vuelve un acto político y cultural que no sabe de fronteras.

Chía habla poco pero cada vez que lo hace se enoja y sacude su pelo llovido. No puede entender que nadie muestre cómo son las cosas. Mientras tanto, sostiene un cartel con letras enormes que dice VERDAD, para remarcar todo lo posible el concepto. Pero no es la única que la pasa mal.

Girasol es de Chascomús y se muestra más tímida de lo que es. Tiene la cara brotada de nervios y parece cargar una mochila llena de tristeza mientras mira los videos del horror. Hace dos semanas que participa del Cubo y viene a la ciudad especialmente para el evento, pero desde la primera vez siente que algo cambió: pasó de ser receptora a convertirse en un canal del dolor.

—Mi familia se dedica a la actividad ganadera y me rechazan constantemente. Hago activismo por las redes y me bloquean, me dejan de seguir —explica y se traga la angustia con un poco de jugo—. Ni siquiera les puedo decir que vengo acá.

El torbellino del cambio de hábitos es inminente y profundiza la grieta entre quienes se adaptan de forma consciente y quienes reproducen los modelos de consumo hegemónicos. Al fin de cuentas, comer es un acto social y puertas adentro se afilan los cuchillos.

***

La Organización Mundial de la Salud informó que la carne está a la par del asbesto y los cigarrillos en el ranking de los productos más carcinogénicos de la historia. Por otro lado, la formación universitaria de los profesionales de la salud va en sintonía con un hábito de consumo que, a simple vista, quedó demodé.

—Hay una bajada de línea educativa que es vergonzosa. Difunden el mito de que la proteína animal está solo en la carne, cuando no es así. No hay evidencia científica. Pero también se necesita un cambio a nivel distributivo y de accesibilidad. Sin esto, las personas no pueden elegir libremente qué consumir.

Nicolás Fassi es médico de la UBA, activista e influencer de las redes sociales. Su remera, devastadora, grita “Somos la especie en peligro de extinguirlo todo”, y tal vez así sea. Preocupado por el sufrimiento animal y la emergencia climática, hace uso del mundo 2.0 para transmitir su mensaje.

Actualmente y aunque un estudio de la Universidad de Harvard encabezado por el Dr. Frank Hu dio como resultado que la dieta basada en carne aumenta el riesgo de sufrir infartos, accidentes cerebro vasculares y diabetes, en la ciudad de Buenos Aires, el Gran Buenos Aires y la Costa Atlántica hay sólo 249 establecimientos que ofrecen productos aptos para veganos.

Frente a esta dificultad, el riesgo de mantener “dietas irresponsables” se vuelve uno de los argumentos más sólidos para quienes defienden a muerte su elección en el plato. Por eso,  los miembros de Anonymouss for the voiceless comparten algo más que el activismo en las calles.

La información se vuelve una aliada fundamental en la lucha y por eso intercambian números y data sobre nutricionistas, recetas y el recordatorio de tomar la B12, un suplemento de vitamina hidrosoluble fundamental para el desarrollo del sistema nervioso que sólo se encuentra en los productos de origen animal.

Para Nicolás, la organización fue su punto de partida para encarar la militancia. Mandó un mail, habló con los fundadores y se entusiasmó con el carácter sorpresivo y la lógica detrás de cada conversación que salía del Cubo. Sin embargo, con el tiempo, eligió manifestarse desde otros espacios más convocantes.

—No hay tiempo para ir convenciendo a las personas de que sean veganas de a una. No es suficiente. Hay que encontrar otras soluciones que aporten beneficios de forma más rápida porque los animales sufren, el planeta se degrada y la salud empeora.

En teoría, los cambios en la dieta podrían reducir las emisiones mundiales de dióxido de carbono a niveles tolerables y detener la deforestación en los trópicos. Pero en la práctica, los números son trágicos: para 2050, la ONU espera consecuencias tan letales que ya no habrá animales que defender. 

Para ellos, pensar en un futuro saludable y sostenible no se negocia. La elección de vivir en un planeta justo para todas las especies, tampoco.

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