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Por Guillermo Fernandez
I
Leemos en la web una gran cantidad de opiniones de todo tipo sobre la conducta que esperamos de los gobernantes de Nuestra América, tal como lo escribiría José Martí en el año 1891. Los sectores más radicalizados apuntan a construir como referentes a Presidentes que dejan su vida con el fin de ser coherentes con sus principios y no dejar el gobierno en manos del enemigo. Contamos con el ejemplo paradigmático de Salvador Allende en Chile y su suicidio, en septiembre de 1973, frente al ataque de los carabineros al Palacio de la Moneda.
Para pensar el polo opuesto, en la Argentina, en el año 1955 los manuales tanto reaccionarios como progresistas describieron la huida del General Perón a Paraguay y otros países de Latinoamérica hasta llegar a vivir en Madrid. No es necesario abundar en más ejemplos de la historia contemporánea para comprender a ciencia cierta qué imperativo le cabe a un soberano, sobre todo americano, frente a la caída inminente de su gobierno democrático.
Resulta muy evidente de que hablar de la falta de “necesariedad” de más ejemplos no implica de ninguna manera la omisión al caso actual de Evo Morales y su asilo en México. Es más, la situación de Bolivia aviva la polémica acerca de la condición de los gobiernos. La democracia perdura hasta que la primera bala lo permite.
II
¿Conviene seguir con la vida de los presidentes? ¿O, quizá, la categoría de heroicidad es contradictoria con una lucha desde el exterior para rearmar el poder? Volvemos al caso del General Perón y su regreso, y la pelea sangrienta por el poder, en Ezeiza, en el 1973.
Se puede hacer un catálogo sobre virtudes y cobardías. Pero, primero, conviene discernir cuáles son los costos que conllevan estos atributos. También, es preciso y urgente abrir un debate sobre la vulnerabilidad del poder. Nadie desea, salvo contadas excepciones, formar parte de un libro de historia que, de todas maneras, va a anclar (siguiendo el lenguaje de Barthes) la figura derrocada con un discurso que va a oscilar entre partidarios y enemigos. Resultan imposibles los matices, porque las guerras por los territorios, los minerales y el petróleo que reclaman los imperios persisten en la hostilidad y la crueldad.
Las imágenes digitales no cesan en actualizar este combate eterno por correr los límites de la geografía y, así delimitar una cartografía que se diluye frente a los procesos eleccionarios y a los festejos que suponen los nuevos gobiernos en la región. De esta manera, los héroes duran segundos, a lo mejor días, o se recuerdan en los aniversarios. Sigue siendo válido preguntarse: ¿Hasta qué punto la vida se convierte en un propio “magnicidio”? ¿Qué cuerpo es el que un cartel de un militante dibuja en la marcha por la resistencia?
III
Es cierto, el contorno de un gobernante es pasado. Si hay algo que las pancartas machacan es la victoria de los coherentes. Pero lo carteles también celebran a los mártires, a aquellos que, si bien no estaban en el poder, se involucraron por la lucha de quién sostenía las decisiones. En los acontecimientos que se vivieron en la dictadura muchos prefirieron escapar con vida.
¿Es incorrecto elegir la vida cuando ya no queda nada? ¿Toda fuga, exilio es renuncia a la lucha, al ideal? ¿Es huir para nada?
El debate es crucial dada las antinomias que circulan sobre el carácter del verdadero revolucionario. Se aplican condiciones que merecen particularidades. Creemos que las singularidades no importan y, por lo tanto, las desmerecemos. Es más, es un verdadero peligro, borrar diferencias y acoplar conductas políticas con criterios muy simples. Es que cierto que el mundo actual tiende a lo inmediato: héroe/mártir; cobarde/fugitivo. Una antinomia que no ayuda, al contrario, descoloca y obliga a ordenarse en una de las dos filas.
Revisar la literatura siempre nos sorprende. ¿Por qué? Los textos provocan —algunos, no todos— porque optan por el camino menos corriente. Ese sentido, el menos esperado, quizás el de los llamados pusilánimes es el que converge en las grandes obras.
IV
Bertolt Brecht en 1940 escribió el drama Galileo Galilei y, además de insistir sobre el riesgo del poder en el siglo XIV y en todas las épocas, ya que él hace referencia al nazismo, abre un debate sugerente.
Brecht toma la voz de Galilei y dice: “Triste de los pueblos que necesitan héroes”. Si se desconociera el compromiso político del autor, esa frase hubiera sido bastardeada por antirrevolucionaria y por burguesa.
Brecht quería que Galilei siguiera vivo, casi sin vista escribiendo de noche los manuscritos que su alumno Andrea Sarti trasladaría al centro de Europa. Su discípulo Sarti le cuestionó la abdicación a su teoría frente a la Iglesia. No quiso la hoguera como su antecesor Giordano Bruno, prefirió el deterioro propio de la vida y dar a conocer su descubrimiento.
No renunciar a un programa de gobierno no es siempre terminar con la vida. Más, si tenemos en cuenta que la coyuntura política actual es un retorno constante a la peor de las barbaries. Ya lo había diseñado Domingo Faustino Sarmiento en la famosa antípoda binaria Civilización o Barbarie en el Facundo. Pasó desde el siglo XIX bastante tiempo, pero hoy la sombra continúa la persecución implacable.
Evo Morales, en la cadena de la historia, es una bisagra que abre una continuidad de lucha irreductible.
Etiquetas: Bolivia, Evo Morales, Galileo Galilei, Guillermo Fernandez, Héroes, Juan Domingo Perón, Salvador Allende