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28-11-2019 Sin categoría

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Por Cristian Rodríguez | Fotografía: Phil Retrospector

Comer las Elecciones Nacionales

A partir del escrutinio definitivo, con el país cayéndose brutalmente a pedazos en todos los indicadores en los que intentemos pensar: económicos, sociales, culturales, productivos, educativos, en sus políticas de salud pública, el resultado provisorio del escrutinio que vivimos y también padecimos el domingo 27 de octubre, se trata de un retroceso increíble, una verdadera estafa política del saliente gobierno de Cambiemos y sus potenciales votantes. Y en términos de lo más manifiesto para el medio pelo argentino: perdimos el cincuenta por ciento del poder adquisitivo desde las Paso hasta las Elecciones Generales. El resultado luctuoso y sorprendente es que esta propuesta genocida recuperó votos entre una y otra elección. Incomprensible.

La Dictadura Militar sentó sus bases programáticas y aquí estamos. Decepcionante. Un tiro en la cabeza y más de esa lógica persecutoria, xenófoba, plagada de odio, renegatoria de cualquier diferencia. En ese “alma policíaca” de seccional, que habita en el alma de todo votante de Cambiemos, encontramos este tipo de declaraciones: “los vamos a estar vigilando”, decía un tuiter de los apóstoles macristas. Como vemos, esta es la única lógica y dinámica de poder: la represiva, la propia de vigilar y castigar.

Más allá del posible fraude electoral del que fuimos víctimas y objeto- y que tal vez nunca se resuelva, ni con con el conteo analógico de votos-, esta posición discursiva supone que quienes detentan poder y no cualquier poder, seguirán siendo ellos. Y que ese poder no requiere de las urnas sino de una premisa en la persecución y la sospecha.

Nos quitaron incluso el derecho al festejo eleccionario. Una vez más, son los amantes del antivitalismo y a eso pretenden llamar nación, a una lógica del entramado del control y a un sojuzgamiento de las pasiones. A eso que entendemos por vida vivida, ellos la condenan como turba, negrada, amenaza.

¿Hay posibilidades políticas de consenso con un agresor estructural? La ética que instaló Cambiemos, y deja bien asentada la política del control y la persecución, supone un profundo retroceso cívico y social, es un verdadero cambio de paradigma hacia la vida devastada e hiperconcentrada. Eso, curiosamente, dolorosamente, está encontrando consenso en el panorama internacional, con una creciente oleada de posiciones que giran hacia las ultraderechas. Ignorancia política de extrema virulencia, amor al verdugo, encarnación del lugar del verdugo como justiciero universal. 

Los pueblos no se suicidan, pero eligen sus referentes simbólicos, y el nuestro parece no solo ser el de la elección repetitiva de su destino colonial, sino el de un contexto apegado a la lógica del campo de concentración, la sospecha, el vigilar y castigar, el amor a sus verdugos. ¿Cómo hacer sin más la exaltación del pueblo que se expresa en las urnas, si eso que se expresa en una proporción significativa es lo propio de un país fascista?

Por supuesto no hablamos de meritocracia ni voto calificado, sino de las decisiones que toma una población en la dirección trazada desde los confines de los golpes militares que asolaron nuestra historia durante el Siglo XX. Los que arrasan y se comen al otro, los caníbales.

¿Cuál es su profunda fascinación con la incorporación y sus variantes genocidas? “Con los militares estábamos mejor”, “acá lo que se necesita es palo y rebenque”, entre otras atrocidades que muy amarga y también muy impunemente se escuchan en los espacios sociales cotidianos.

La escena perversa

¿Cómo es posible que en este contexto donde, entre las Paso de agosto y esta Elección General, pulverizaron nuestros ingresos , para tomar solamente la variable más manifiesta del modo en que somos invisibilizados y exterminados, cómo es posible que habiendo pulverizado en más de un ciento por ciento nuestro poder adquisitivo en estos años, habiendo desaparecido y arrasado nuestro peso nacional, que es nuestra moneda de referencia, habiendo fugado obscenamente las últimas reservas del Banco Central, habiendo dejado una deuda externa imposible que signa nuestras vidas por las próximas generaciones, haya una repercusión, en un porcentaje tan significativo del votante argentino, que avale semejante saqueo?

¿Dónde están los interlocutores que nos permitan hacer de la calle un espacio, ese que la misma población del eterno medio pelo argentino signa como un lugar vedado y sospechado de clandestinidad?

La escena perversa ha transformado los espacios naturales de la expresión popular en espacios perseguidos, signados y sospechados. Policías unos de los otros, una vez más. Esa es la ideología que prima junto con la lógica del verdugo. Amar al verdugo, con el sesgo aspiracional ya no sólo económico, sino de transformarse fundamentalmente en el instrumento sadomasoquista que sojuzgue al otro, como un a priori de organización social.

Y si vemos el panorama de la gran victoria en la Provincia de Buenos Aires del Frente de Todos desde un contexto más amplio, entendemos que esta victoria se da en los sectores afectados al conurbano, a las secciones que alguna vez fueron el tejido y el cordón industrial de nuestro país, el atisbo de ese proyecto siempre perseguido y atacado. El resto de la Provincia de Buenos Aires, los pueblos y ciudades, salvo la franja nordeste ya comentada, le dieron el voto a un proyecto arrasador, excluyente, perverso, vende patria, entregador, policíaco, persecutorio y ladrón, que no podemos ubicar más que en las antípodas de cualquier proceso democrático transformador. 

De la misma manera que hemos intentado resistir durante estos oscuros años, y eso está planteando el fundamento de lo que es hacer política, hacer en una cultura y para una comunidad, tendríamos que replantearnos el fundamento de lo que esos vastos sectores de nuestra población entienden por democracia y entienden por “otro”. 

Otro es aquél con quien compartimos un código. En cambio, para esos sectores, otro es un posible enemigo que amenaza su individualidad. Es la idea ancestral que cabe en la expresión “bárbaro”.     

Se nos pide concordia, pero ¿qué hacemos con el ejército de arruinados estructurales que dejó este nuevo proceso de reorganización nacional, reproduciendo las leyes no sólo del mercado sino de los crímenes económicos y políticos de aquél otro, el de 1976?

Los malditos

El peronismo, como hecho maldito, resiste en esas trazas de un sueño que incluye al otro y a sus diferencias. Como el sueño que vino a proponernos Néstor Kirchner, un sueño de una Argentina que no fuera solamente el objeto de un país colonizado por las potencias internacionales. Tercera posición desarrollada al calor de la segunda mitad del Siglo XX, que pensaba a Latinoamérica a la par de otros contextos independentistas, como en África y Asia, pensaba la periferia política y territorial respecto del mapa imperial concebido durante el Siglo XIX, desde una emancipación a la cual le dio cierto respiro la finalización de la Segunda Guerra Mundial, la reestructuración de los estados europeos y el nuevo contexto internacional. 

Ese sueño produjo un imaginario entre los humildes y los desposeídos, pertenencia a un proyecto nacional de desarrollo industrial y de ascensión social, de justicia social y de participación. De inscripción del patronímico y de independencia económica, cultural y política. Un nuevo nombre, un nuevo hombre asomaba. 

Por primera vez, a partir de la revolución peronista del 17 de octubre de 1945, se pensaba un país emancipado, un país inscripto en sus propias leyes de convivencia y a partir de su propio mito fundacional. El más genuino que tuvo Argentina durante el Siglo XX. Y probablemente en su historia desde las luchas independentistas.

Pero, ¿qué pasa con muchos de los vástagos y los herederos de ese tiempo cultural y revolucionario, que miran con extrañeza, ya no solamente la burguesía, sino los hijos de esos obreros, los hijos de esa participación sindical y social, los hijos de aquellos que participaron en esa revolución con desarrollo industrial, científico, educativo, y que dieron infraestructura extendida al país. Esos mismos hijos desclasados de los sectores que dedicados al control social, como en el caso de la policía, sin embargo guardaban una relación de pertenencia con su condición de origen e inevitablemente se pensaban como peronistas, del lado del pueblo?

Se pensaban en el contexto de un país donde la represión no podía ser el epicentro de la lógica de relación social.

¿Va esto hacia una hiperconcentración de la posición de la escena represiva, de la escena perversa y de la sala de tortura? Si hay algo que hizo de manera sistemática el gobierno de Cambiemos, además de su estrategia comunicacional, fue instalar la lógica de la sospecha y de la persecución, al mejor estilo de los peores procesos políticos de la historia a nivel mundial. Ellos, detrás de la lógica de la convivencia -habría que decir para sólo ciertos sectores sociales-, impulsaron una persecución sistemática de cualquier diferencia, reforzando la pertenencia -sobre el valor simbólico de la exclusividad y no de la distributividad- como condición de clase perversa y la impostura de un imaginario filo castrense de amplio arraigo en la población colonial argentina.

¿En qué se diferencia eso de la lógica de la propaganda nazi, que tenía por detrás la firme determinación de la pureza o de la depuración del tejido social para unos pocos, para las plutocracias consolidadas?

Una vez más esta larga noche no termina, y si hay luz en las palabras de nuestro próximo gobierno, es una luz que ya se combate para transformarla en tenue, problemática, debilitada, atacada y abyecta antes de nacer, maldita una vez más.  

A ella nos aferramos como única garantía de transformación mientras continuamos vigilados y cercados por los verdugos, fundamentalmente por los amantes de los verdugos, los que aman incondicionalmente al verdugo de toda la vida, al cuco que aletea desde los abismos de nuestra vida social y política argentina.

No confundamos los puntos de análisis, el cuco siempre fueron los verdugos.

No Lugar

Este es el país que ama a sus verdugos, el país en el que no terminamos de encontrar un lugar sin ser por esto escarmentados y violentados. 

El resultado después de las elecciones es tan devastador como la tierra arrasada que dejaron en estos cuatro años.  Si nos detenemos un momento en las palabras de Dujovne, sobre que esta es la primera vez en que se hace semejante ajuste en un país sin que caiga un gobierno, nos pone de narices con la circunstancia de que este enorme retroceso social y cultural histórico, nos deja aún detrás de los levantamientos de diciembre del 2001.

La población, sin dejar de soslayar la fuerza reaccionaria y conservadora crecientes de la población de la Provincia de Córdoba y de la Ciudad de Buenos Aires, parece haber encontrado en la figura del verdugo un hito duradero, su espejo identitario.

Una y otra vez ese epítome de individualidad parece recrudecer hacia el amor al verdugo, aman a sus verdugos porque ellos mismos se encuentran posicionados en la lógica del verdugo, y esto no es sólo enajenación temporaria, circunstancia de los actual como síntoma, sino que tiende a erguirse como fenómeno duradero y de estructura. El controlador, el policía del otro.

Si no, sería imposible concebir que después de las Paso se hiciera carne y se hiciera voz la expresión del saliente presidente, respecto de que decidir en un acto eleccionario era no ya la responsabilidad de los votantes sino su culpa, y por ende recibirían su merecido escarmiento y disciplinamiento, por las vías simbólicas y económicas por “haber elegido mal”, y que eso se transformara en eje de campaña, mientras terminaban de saquear, para endurecer posiciones que parecen haber llevado a recapacitar sobre el espíritu originario de esta comunidad.

El espíritu originario de buena parte de esta comunidad es el mismo que aplaude los golpes militares y sus variantes, periódicamente.

Tanto queda arrasado el otro de la diferencia como arrasado está el acuerdo simbólico entre los pares. Este código y este acuerdo social está transfigurado, está embrutecido, y ni siquiera podemos llamarlo ya “conservador”, sino sencillamente parte de un saqueo estructural que se pretende nación, que tiene suficiente consenso popular y que pretende encarnar eso como “lo” popular, lo unívoco, que no se propone ni como minoría ni como ultraje, y que una vez más retoma las sendas feroces de estigmatizar la diferencia social para reducirla a hecho “maldito” y hecho “incorregible”. 

¿Qué otra figura cabe a eso que la de una traición, social, política y discursiva? Esta traición está consensuada y se cierra a cualquier interpelación, porque interrogar ahí los oscuros entrelazamientos de los imaginarios de nuestro país con una lógica castrense y colonial, son tomados instantáneamente como una amenaza al orden social.


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