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Por Joaquín Allaria Mena
Probablemente sea poco lo que se pueda agregar a lo que ya se dijo sobre este ensayo audiovisual (El silencio es un cuerpo que cae, 2017) a un año de su estreno en Argentina. Cercana al final, una escena concentra todo el movimiento que hace la realizadora: Agustina, de niña, lleva a dormir a sus peluches de Minnie y ET. La película es el regreso imaginario de ese trayecto con ella, adulta, cargando entre sus manos este documental.
Si el silencio es un cuerpo que cae, la memoria es un cuerpo que se levanta. Se levanta: por sí, contra sí. Nadie resiste su propio archivo porque nadie resiste a la memoria, y porque al pasado no hay con qué darle. ¿Agustina Comedi revela un secreto, o lo releva? No importa, ya se sabe: cuando ella nació, una parte de su papá vivió para siempre.
Los otros dos vértices del triángulo de realizadores recientes de duelo: Martín Sivak con El salto de papá (Seix Barral, 2017), Lucas Soares con La Médium (Mansalva, 2019). De los libros podríamos decir mucho, a la(s) película(s) no hay que explicarla(s) tanto: El silencio reúne conglomerados de interpretaciones por ese maldito problema cinematográfico del basado en una historia real. Mambo morbo voyeur en tierras donde la sociedad psicoanafílica sigue otorgándole a la sexualidad la llave falseada que abrirá los candados de todos nuestros aprisionamientos.
Desde el estreno, sucede algo con Jaime: en lugar de pensarlo como profano, se lo piensa como converso. Casi un agente secreto de la dictadura cisheterosexual reproductiva, el tipo que finalmente se entregó al régimen. Estamos más preocupades por juzgar moralmente la heteronorma que por aproximarnos a lo vivo sin categorías. Jaime, foucaultiano de la primera hora, encontró en tener una hija una práctica de libertad.
Se dice que vivió dos vidas pero vivió mil, como todes les que no se morfan a la identidad como un verso estático e inmodificable. Sería interesante pensar este flujo deseante por fuera de la idea de homosexualidad exclusiva, esa ficción de la que en esos años desconfió tanto Manuel Puig. Habrá que repetirlo una y otra vez: el problema no está en lo binario sino en su función dicotómica. No es dramático que existan dos opciones, lo trágico es contornearlas como excluyentes.
Como advierte en entrevistas la guionista y directora, no todo lo personal es político. Pero sí lo individual es colectivo. La película nos entrega como legado que lo maravilloso se trata de ver algo donde antes no había nada. Como nos pasa a nosotres, que vemos en setenta y dos minutos que además del levantamiento está la posibilidad de la reescritura.

*El silencio es un cuerpo que cae estará a partir del jueves 21 de noviembre a las 20:25 hs en el cine Cosmos Uba (Av. Corrientes 2046), y partir del jueves 28 a las 16:30.
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