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Por Nilda Allegri
A Lamberti
Ninina, Ninina, vení a ver, la pigmea puso huevos y uno es grande como un melón. Mamá era tan exagerada que siempre había que dividir por tres para saber la verdad. Yo me llamo Antonia, como ella, pero los cercanos me dicen Nina. Solo Pedro me decía Ninina y los chicos cuando me querían sacar algo, me decían Ninina, no entiendo por qué esta señorita me dice Ninina.
Por ahí la conozco de antes, porque la cabeza no me da mucho. Dicen los demás, porque les juro que me puedo acordar con detalle el nombre secreto de cada pigmea. Esa se llamaba Emilia. Eran nombres que le ponía a las gallinas, y mamá no sabía, en eso era inflexible: no tenían que tener nombre porque después nos las íbamos a comer.
En mi infancia escuchábamos misa en latín, no como después que le pusieron guitarreada y parecía una fiesta y la gente dejó de tener miedo y andaban pecando por ahí, total, era igual. Nadie va a misa ahora, pero la “Antonia grande” como decían mis tíos, me llevaba cada domingo, porque casi fue monja antes de venirse en la tercera del Principesa Mafalda, y me hacía rezar el rosario en latín.
Cuando llegó a la Argentina lo conoció a papá y tuvieron seis hijos y yo era la mayor, y la única que sabía seguir la misa en latín. Y eso cuenta como ser la preferida. Por eso cuando yo me comía a las gallinas pensaba que estaba bien que tuvieran nombre y les decía para adentro “ora pro nobis, Emilia”, como cuando te tragás la hostia, te comés el cuerpo de Cristo, ahora en la forma de gallina.
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Y esta tipa que me viene a ver, una negrita cabeza chiquita, mandona, me viene a llamar Ninina. No le retruco porque por ahí la conozco y me olvidé, como cuando para mi cumpleaños cayó mi nuera, la segunda esposa de Mariano, y yo no me acordaba y estuvo una hora explicándome quién era y me decía: ¿no se acuerda de Mariano? Mirá si no voy a acordarme de mi hijo, que estuve como doce horas de parturienta y el doctor ese, que me decía hacé fuerza y me desgarré toda, tan tolola no estoy, qué se cree, pero en la cabeza se me hizo que todavía estaba con Paula y esta nueva se me confundía. Hasta que me acordé y le dije “ah, vos sos la que reemplazó a Paula” y todos se miraron con caras, especialmente Mariano, que para mi todavía la quiere a la Paula.
Si estuviera Pedro por ahí no me sentiría tan preocupada, él siempre sabía lo que había que hacer, pero yo no sé, desde que murió estoy un poco mareada. Entonces me callo y veo qué pasa.
Este lugar no me gusta, tiene olor, como a acaroína, como cuando bañábamos al León, el perro que trajo el Ricardo y al final se quedó hasta que lo pisó la chata del sodero, pero no es exactamente eso. Fuerte como a pis tapado con desodorante Poet que compro suelto.
El otro día vinieron mis dos nueras a limpiar la casa porque dicen que había olor. La nariz es como la cabeza, a veces parece que funciona y otras veces parece que no me funciona, pero me funciona, porque el olor de esta confitería sí que lo siento.
No estaba muy de acuerdo con que vinieran a limpiar mi casa, no soy una sucia, yo la limpio sola. Y menos de acuerdo con que tiraran cosas sin que yo pudiera mirar. Por ahí tiraban algo que yo usaba, como esas sábanas que tenía con florcitas de alelí. Seguro las tiraron o Paula se la robó, pero no puede ser porque Paula se separó de Mariano antes de que Pedro se muriera en el hospital, y para mi que un poco del disgusto le agarró el cáncer. No sé. La cuestión es que vinieron a limpiar y me pusieron a ver la televisión y al rato me trajeron un mate cocido y me dormí en el sillón y cuando me desperté estaban los chicos, mis varones, y habían traído empanadas y comimos todos juntos como cuando vivía Pedro y había como media docena de bolsas de consorcio negro en el pasillo, que se llevaron y cuando pregunté no me dijeron nada. Comé esta de verdura que te hace bien y no la vas a repetir, dijo Ricardo.
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La otra nuera me dijo “Nina no se haga problema por nada, nosotros nos ocupamos, después mire qué lindas sábanas limpias le pusimos y la vamos a llevar a un lugar donde siempre va a estar limpio”. Eso me pareció raro y entonces Mariano le dijo callate y a mí no me anda bien la cabeza y le pregunté si me iban a matar y el Ricardo, que nunca habla, dijo mamá cómo se te ocurre, y la mujer dijo enseguida el sábado la venimos a buscar y la vamos a llevar a tomar el té a una confitería.
A mi me sonó raro por la diabetis, yo no puedo comer dulce, pero tampoco tomo la metformina porque las pastillas son grandes y se me atragantan, pero como me dijo de las masas finas y soy muy golosa, esta semana me tomé todos los días la pastilla, la partí y me la tragué nomás.
Así que cuando hoy vinieron todos, Ricardo, Mariano y la nueva y la otra, la gorda, de Ricardo, que ahora no me sale el nombre, para llevarme a la confitería, solo me extrañó que me quisieran bañar y me sacaran el medallón que es la Virgen de los Milagros que me regaló Pedro cuando éramos novios. La gorda dijo yo se lo guardo y cuando quiera se lo pongo, otro día. Yo dije que me bañaba sola, y lo único que logré es que se quedaran en el baño las mujeres hablando entre ellas, por miedo a que me cayera o algo así, que estúpidas. Cuando estaba Pedro él me bañaba porque una vez no supe salir de la ducha pero fue una vez sola, y a mi me gustaba que estuviera Pedro, porque era mi marido y cuando me bañaba me tocaba.
Así que fuimos en el auto de Ricardo, la gorda, él y yo, y pararon en Las Flores Porteñas a comprar masas. Son muy ricas las masas de ahí, hay unos merenguitos chiquitos y unas que tienen como bizcochuelo abajo y una cremita de limón, pero dónde se vio que uno tenga que llevar masitas cuando se va a una confitería a tomar el té. Cuando estacionamos estaba la nueva Paula y Mariano y yo dije esto no es una confitería, pero decía Residencial y me pareció que sí.
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Estas cosas modernas yo ya no las entiendo. Mi nieta me dijo que en la facultad hay un baño donde van las mujeres, los varones y los maricones, todos juntos. Así que vinimos a esta confitería y tenía un jardín donde había puras viejas, muchas en sillas de ruedas, no como yo, que ni uso bastón y además había gente. La negrita dijo que es porque es sábado y claro, ya se sabe, los sábados y los domingos la gente rica va a tomar el té afuera.
Adentro hay este olor, pero había menos en el comedor donde en una mesa nos sentamos todos: y vino un señor y dijo “hola Ninina” y a mí no me gustó nada. La gorda le dijo “ella va a estar muy bien acá” y Ricardo y Mariano medio lloraban, eran medio dramáticos como mi mamá, cuando hablaba de cuando casi era monja y yo no entendía, y en un momento el señor me presentó a la negrita, me dijo como se llamaba pero ya me olvidé, y ella me llevó a una pieza y cuando volví ya no estaban mis hijos y me dijo todo va a estar muy bien, su dormitorio tiene vista al jardín, es de los buenos y para usted sola.
Se fue y me dejó el paquete de las masitas, pura porquería había quedado, bombitas húmedas que seguro se las metieron sin que se dieran cuenta. Pero igual me las comí, porque había tomado la pastilla.
Ahora estoy en esta pieza, se fueron todos y había preguntado cuándo me vienen a llevar mis hijos, que quiero ir a mi casa y de nuevo “Ninina, quédese tranquila, ahora esta es su casa” y yo pienso que no entiendo nada como hacen las cosas ahora, me quedo quieta y recuerdo cuando me comía a cada pigmea y todos los nombres: Concheta, Fabricia, Feliciana, Emilia, todas pigmeas; “Ora pro nobis. Adore te devote”. No me acuerdo mas, pero seguro que después si. Ah, la gorda se llama Mabel, ¿viste? Va y viene.
Cuando venga la negra esa pata sucia le voy a decir dígame Antonia y después me callo y me quedo quieta hasta que me vengan a buscar.
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