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12-11-2019 Notas

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Por Juan Manuel Ferreyra

I.

Un discurso eugenésico sigue vigente en pleno siglo veintiuno provocando efectos reales sobre la estratificación social y política. La caracterización racial sigue siendo tema importante dentro de los discursos políticos e ideológicos que derivan de la constitución de un “otro” en confrontación.

Justamente este tipo de contemplaciones marcaron tendencia desde el domingo 27 de octubre en las redes sociales en respuesta al triunfo electoral de un modelo que se proclama como nacional-popular y que está vinculado a una tradición político-partidaria, como lo es el peronismo, que históricamente estuvo combatida, en un plano fundamentalmente cultural y simbólico, a partir de caracterizaciones raciales de sus afiliados y simpatizantes.

El caso de Braian Gallo, joven que fue presidente de mesa en la jornada electoral pasada y que resultó víctima de burlas y hasta de falsas acusaciones delictivas, marca un claro ejemplo de la capacidad de juicio que gran parte de la población argentina pone en práctica al asociar aspecto físico con atributo social. En este caso concreto: asociar ropa deportiva con potencial conducta delictiva; asociar ropa deportiva con determinado color de piel; asociar determinado color de piel con potencial conducta delictiva.

La última relación nos habla de uno de los juicios axiomáticos más repetidos y problemáticos tanto en el discurso lego como en lo que alguna vez fue discurso científico dominante: considerar un aspecto biológico innato, en este caso el color de piel u otros rasgos genéticos, como determinante de cualidades sociales, morales o culturales.

II.

En Argentina, desde mediados del siglo diecinueve, la exclusión racial implementada hacia los pueblos originarios y el mestizaje de las provincias del interior respondía al claro control hegemónico político, cultural y económico de Buenos Aires y otras ciudades metropolitanas. El ideal liberal “modernizador”, importado de las grandes naciones capitalistas blancas, fue el puntapié inicial para la construcción de un imaginario nacional de progreso que desde su inicio se constituyó en oposición a la “barbarie” que podrían llegar a representar en su concepción las distintas castas raciales locales.

El sociólogo Mario Margulis describe este proceso, muy fuerte a partir de la América Latina colonial, como una “racialización de las relaciones de clase”, cuestión aún muy vigente en la sociedad actual. De acuerdo con esto, las formas de exclusión, segregación y desigualdad terminan dándose tanto en el plano económico como en el simbólico, dado que las diferenciaciones sociales se ven constituidas, en múltiples ocasiones, sobre bases raciales.

La estigmatización del origen étnico termina por establecer barreras simbólicas de exclusión en la población local, acoplándose a las distinciones de clase surgidas de la relación capital-trabajo, y materializándose en mecanismos reales de estratificación social que reproducen diversas formas de desigualdad – ya sea en el mercado laboral, en el acceso a la educación o hasta en la autorización simbólica para concurrir a ciertos lugares físicos. Como este autor menciona, en los seres humanos las “razas” étnicas no existen biológica ni científicamente; aunque sí en forma de categorías de enjuiciamiento que, instaladas en el sentido común, terminan impactando materialmente en la estratificación de la estructura social. Las clasificaciones raciales y sociales se retroalimentan entre sí, planteando la existencia de orígenes étnicos inevitablemente destinados a reproducir determinadas conductas sociales y, a su vez, un destino social configurado a priori para determinado origen étnico.

III.

El peronismo surgió con un proyecto destinado a conformar a la clase obrera como el actor político principal, consolidándola como sujeto de derechos civiles y sociales. Esta tarea implicó la institucionalización de la participación política de enormes cantidades de trabajadores migrantes del interior del país, característicos por sus rasgos corporales mestizos o descendientes de pueblos originarios.

El anti-peronismo, al aparecer desde el día uno, no tardó en tomar la palabra de aquel imaginario de nación “blanca” y euro-descendiente y enseguida puso etiqueta a este modelo de nuevo migrante interno instalado ahora en los centros urbanos: “cabecita negra”. Detrás de esta denominación se fue construyendo una imagen totalmente estigmatizadora del obrero peronista que vinculaba aspectos genéticos y rasgos físicos con atributos sociales, morales y culturales negativos.

Esta matriz discriminatoria hacia sectores de las clases populares se vio replicada pronunciadamente en la experiencia, frecuentemente entendida como “neo-populista”, de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández: el fuerte ataque opositor hacia los “planeros” de barrios y asentamientos carenciados, el acceso de sectores pobres y marginados a determinados servicios gratuitos, y hasta la imagen del choripán en los actos o eventos públicos. Todas estas caracterizaciones con gran frecuencia aparecen vinculadas con mecanismos raciales de enjuiciamiento: la idea de “los negros que quieren vivir de la Asignación Universal; que quieren fútbol gratis; asado, vino”. La figura del “cabecita negra” como sujeto protagónico en los gobiernos redistributivos se conforma como tipo ideal de aquellos que, se supone, recibirán políticas favorables.

El previsible triunfo electoral del Frente de Todos como anuncio del retorno del kirchnerismo, ya desde tiempo antes de las elecciones generales, despertó en sectores de clases medias y altas una suerte de pronosticación no únicamente del regreso de una dirigencia política, sino también de la vuelta a la escena de un amplio sector de la población perteneciente a los sectores populares y marginales. Como era de esperar, automáticamente las expresiones peyorativas estuvieron vinculadas a caracterizaciones raciales. La clara idea de “la vuelta de los negros” aparece como principal preocupación racial pero también clasista, dado el vínculo directo que el imaginario establece entre, por ejemplo, rasgos trigueños y grupos subalternos.

IV.

Alberto Fernández, tras haberse reunido con Braian luego de los episodios de discriminación sufridos por éste, manifestó en las redes sociales una consigna que en los últimos años parecería haber desaparecido de la agenda política de la clase dirigente: “Braian Gallo fue víctima de una discriminación que no es tolerable en la Argentina y con la que espero que podamos terminar de una vez. Me dijeron que juntarme con él iba a parecer oportunista. Si es una oportunidad para que dejemos de un lado nuestros prejuicios, bienvenida sea.”

Es importante comprender cómo los comentarios y expresiones racistas, al alinearse a las condiciones estructurales de estratificación y segmentación social, terminan por reproducir lo que Bourdieu llama habitus de clase; es decir, sistemas de predisposición estructurados bajo mecanismos de apreciación y evaluación que guían la acción social. La discriminación racial se inscribe en una autoafirmación de clase a la que muchas veces se cree pertenecer.

Retomando a Margulis, si las relaciones de clase aparecen en los países latinoamericanos fuertemente teñidas por el atributo racial, el acto de emitir juicios racistas funciona como mecanismo de distinción estamental que pretende encasillar al otro en una categoría no solamente moral, social o cultural, sino también natural y biologizada (esa “marca imborrable” étnica innata). Y es esta cualidad “natural” la que muchas veces fundamenta la reproducción de los sistemas de dominación, asimetría, exclusión y auto-afirmación de clase.

Es así como una buena parte de la clase media disconforme termina radicalizando el discurso anti-popular incorporando la categorización étnica como la más pura forma de distinción naturalizada en relación a una otredad a la que nunca querría asimilarse. La otredad plebeya y negra. Lo ocurrido recientemente en Bolivia tras los levantamientos militares en contra de Evo Morales, con el apoyo y festejo de personalidades como Donald Trump y Bolsonaro, refleja cómo en la actualidad, ante sus sucesivas crisis políticas y económicas, el capitalismo mundial comienza a soltar su perfil más intolerante y reaccionario trayendo una vez más el tema de la exclusión racial. El mundo ve ahora la oportunidad de deshacerse definitivamente del dirigente político más influyente en lo que respecta a representación democrática y popular indígena en América Latina; habiendo sido el primer presidente descendiente de indígenas de su país y abriendo por primera vez en la historia boliviana una serie de canales de expresión y reivindicación para las diversas etnias nacionales del territorio. Ante ello, el sentimiento de supremacía blanca imperialista intenta avanzar, demostrando una vez más que lo racial también es político.

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