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13-12-2019 Notas

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Por Ignacio Luongo

Very dificult  

Apache, producida por Torneos y Competencias (TyC Sport) y por Netflix, fue escrita y dirigida por Adrián Caetano y cuenta con la aparición del mismísimo Carlos Tévez. La serie está dividida en ocho capítulos y cuenta la historia desde el nacimiento de Carlos Tévez hasta su debut como futbolista en la primera división del Club Atlético Boca Juniors. Pero la serie, o la biopic —género biográfico que relata un hecho que ya sucedió y del cual los espectadores tienen conocimiento—, posee un rasgo distintivo y llamativo: la aparición de Carlos Tévez en el inicio de cada capítulo es un problema de doble representación. Por un lado, relata su infancia y su llegada a la primera división pero construye una historia homogénea del barrio borrando todas las huellas que allí podríamos encontrar sobre cómo es Fuerte Apache y, por otro lado, se presenta como la consagración del éxito que lo ubica en la voz autorizada para hablar porque es el referente que logró salir. Esta idea de salir, de trascender la lógica villera es constante y objetivada, y es un recurso habitual en narrativas sobre estas temáticas.

Esto nos lleva a la reivindicación de la voz oficial para clausurar la polisemia del discurso que va a ser narrado. Aquí no hay dudas: Fuerte Apache es lo que Tévez dice que es, a través de TyC Sport en una plataforma multinacional como Netflix y con el guión y la dirección de Adrián Caetano. Casualmente, el dispositivo elegido para que Tévez hable a cámara en el inicio de cada capítulo no es más que desde arriba de uno de los tanques de los nudos del barrio. La superioridad de la voz oficial, una vez más, se refuerza con la puesta en escena. Aunque no es motivo de este análisis, otra versión diría que subirse al tanque fue una elección forzada “porque en el barrio no lo quiere nadie”. 

Entre la constitución del sujeto y la formación del objeto va desapareciendo la figura de Carlos Tévez dentro de un violento ir y venir que es la figuración desplazada de los estereotipos villeros atrapados entre la tradición y la modernización del barrio en donde se narran sujetos con deseos de salir adelante, salir del barrio como signo de progreso y como marca de un capitalismo que los condenó a vivir en veinte metros cuadrados. La serie no repara en la reivindicación de la vida misma en el barrio como modo de resistencia de una identidad que pretende no ser validada por quien habita fuera de ella. Esta es la significación benevolente de la clase dominante que narra un otro como característica fundacional: En el barrio se hace lo que se puede. El barrio es tierra de nadie. Es abandono estatal, pero también abandono de la moral, la ética y donde el futuro de cada uno de ellos está marcado únicamente por las decisiones personales.

En la narración hay una hipérbole y un culto a la violencia, consumo excesivo de alcohol y drogas, robo, y formas de vinculación familiar que se asemejan a la idea leal y fuerte de la matriz melodramática típica como estrategia narrativa. La narración de todo ese mundo parece ser un filtro que dificulta la lectura de construcciones más amplias sobre lo que allí sucede. Pocos han narrado de modo diferente esta situación y la serie no se pone a la vanguardia, sino que reproduce y refuerza el discurso violento y estético de lo popular. 

A través del discurso moralista del esfuerzo como significante emancipatorio, la serie se lanza sobre ese terreno que cree tan fértil y se enorgullece de mostrar lo que nadie más pudo, sin siquiera reparar, en que no hace más que reafirmar estereotipos. El cineasta cree estar dando cámara —o voz— a una situación y/o personaje que no la hubiera tenido sin su aparición, su conocimiento técnico y su visión del mundo. Es aquí donde el estudio se vuelve arbitrario. Por un lado, es cierto, sin ese interés por contar la historia de Fuerte Apache y Tévez, nunca la hubiéramos conocido como es presentada aunque sí tenemos a disposición una batería de informes sobre ese lugar en los medios de comunicación. Por otro lado, el recorte que se hace de esa historia subalterniza y borra toda distinción de clase y refuerza un estereotipo funcional a la moral, la ética, la familia y la clase social que permanecen intactos, y aquí reside el mayor peligro: ejercer una violencia epistémica o, dicho en clave popular, creer que eso es así y que no podrá nunca ser de otra manera.

Según Massimo Modonesi “la noción de subalternidad surge para dar cuenta de la condición subjetiva de subordinación en el contexto de la dominación capitalista”, pero es Antonio Gramsci quien le otorga densidad teórica al término cuando desde la cárcel reflexiona en sus cuadernos sobre clases subalternas y clases dominantes (hegemonía). Gramsci entiende la dominación como un campo de fuerzas en constante lucha y conflicto y define a los dominados como subalternos. La frase, si se quiere, fundacional es: “las clases subalternas sufren siempre la iniciativa de las clase dominante, aun cuando se rebelan”.

El director y guionista de la serie, Adrián Caetano, en una entrevista con Página 12 afirma: “Apache es una retrato, un fresco de una sociedad sin ley, donde el sálvese quien pueda, donde proteger a los propios y no mucho más es lo que te permite el entorno”. Sobre la cita del director de la serie, me pregunto: ¿un retrato de qué y contado por quién? ¿Es este retrato un “fresco” en tanto técnica artística que tiene un método “orgánico y puro” para representar la realidad? ¿O será, quizás, el poder tratando de desplegar su modo de narrar como único, transparente y confiable?

Lo falso de la afirmación del director de la serie es la pretensión de totalidad objetiva como si una cámara omnisciente fuera colocada en un trípode por cuatro meses y su registro no fuera alterado sino pasado en crudo. La selección, partiendo desde el guión, es una puesta en escena que disimula y naturaliza la violencia en temáticas populares y que reivindica ciertos valores del verosímil social y no otros. 

Por último, el director hace mención a “una sociedad sin ley” que, estimo, es en términos jurídicos como si las sociedades fueran construidas únicamente por la noción que nos ofrece la ley. Pero, aun dándole momentáneamente un sentido único a la afirmación, ¿no es justamente esa sociedad que menciona Caetano la más típicamente judicializable y expuesta a una coerción permanente de valores, usos y costumbres? Expuesta también, a lo que hace la serie: proponer una narración injusta, simplista y efectista que borra las huellas que allí existen y narra desde un guión que ejerce la voz propia diluyendo a un otro.

Estereotipos, representación y good show

Voy a utilizar la noción de estereotipo realizada por Stuart Hall como “los que se apropian de unas cuantas características sencillas, vividas, memorables, fácilmente percibidas y ampliamente reconocidas acerca de una persona, reduciendo todo acerca de esa persona o sus rasgos. Los exageran y simplifican y los fijan sin cambio o desarrollo hasta la eternidad”.

En esta línea, la representación de la familia posee la característica típica de la matriz melodramática que impregna el discurso audiovisual de sacrificio, mártires, sufrimiento, vínculos de lealtad, modos del decir y hacer y, sobre todo, que construye una moraleja aleccionadora —lo que Carlos Monsiváis denomina “narrativas admonitorias”— y la advertencia permanente sobre lo que puede pasar cuando se sale de lógica de la familia tradicional.

Dentro de esa estructura familiar, el Carlos Tévez infante es representado como enamorado de una niña que representa ser la hija de una de las familias acomodadas del barrio que maneja la construcción —y algo más según lo que sugiere la serie— y tiene una posición económica y simbólica aparentemente superior. Otra vez, la representación es salvarse o morir en Fuerte Apache. El melodrama sigue haciendo lo suyo en esa construcción del amor imposible y la salida romántica como escenario de lo posible para superar las condiciones que allí se narran.

La representación del estereotipo villero da cuenta en sus representados de su “estatus subordinado y su pereza innata” y, al mismo tiempo, los muestra “reacios a trabajar de forma apropiada a su naturaleza”, como escribe Hall, excepto sobre la figura patriarcal del padre que es puesto como proveedor de una familia en donde la mujer hace las veces de madre que cría y mantiene el hogar pero sobre todo mantiene a raya a sus hijos.

Si bien la serie incorpora la familia disfuncional con la madre biológica dejando a su hijo en manos de su hermana y su tío, pero con un padre biológico muerto en una pelea del barrio, la épica de esta historia intenta suavizar otro conflicto que subyace por detrás del estereotipo: la madre biológica, representada por Sofía Gala, es una madre que no está preparada para ser madre y en un gesto heróico asume su condición y pone al bebé en manos de alguien que sí podría cuidarlo y darle lo que necesite. Si bien no es un tema que voy a abordar acá, la relación entre maternidad, crianza y entornos populares es un tema vigente cuando se habla sobre el deber ser de esa relación. 

La trama narrativa familiar fija un límite y excluye otro horizonte de posibilidades. Lo deshecha y reafirma, con Tévez al inicio de cada capítulo, la historia es una sola y lo que ellos asignaron como autoridad para dar cuenta de esa construcción es también lo que los sitúa en el plano de la inconsistencia porque la serie no repara únicamente en la infancia de Tévez, sino en el entorno como inseparablemente ligado a la formación del sujeto. Ahí es donde la voz no alcanza para reafirmar su posición oficial. Carlos Tévez está frente a la pantalla cumpliendo la función social del orden. A sí mismo, el “Apache” cumple la función de un “salvaje noble”, en términos de Stuart Hall, que viene a modelar la figura estereotipada del mundo villero al que ya no pertenece pero en donde reivindica una infancia difícil que pudo superar gracias a la contención de su familia y el esfuerzo personal. El sello de la meritocracia funciona como axioma de fondo en toda la producción audiovisual aunque encuentra una contradicción: para lograr el éxito, además del esfuerzo personal, uno debe estar acompañado de la familia.

Por último, encontramos en el relato una comparación permanente entre la vida de Tévez y su mejor amigo en la serie: Danilo. El problema de esta exhibición es que lo binario, aun cuando exhibe lo que circula dentro sus extremos, lo hace de una manera cruda y reduccionista para anclar significados en una sola dirección.

Y entonces ¿qué onda?

No tengo una respuesta concreta a las preguntas formuladas por la complejidad que representa el tema, pero sí algunas consideraciones generales. La serie Apache es la representación de un mundo posible que vehiculiza significados moralizantes para seguir reproduciendo la lógica de explotación capitalista. 

En este caso, el mundo popular es la mercancía de las narrativas audiovisuales. En ellas se reescribe la diferencia, los opuestos y los juicios valorativos que fueron llenados por el poder que narra para acercar, de manera edulcorada y autoritaria, a un público narcotizado que no le interesa saber mucho más sobre ella, que lo que cuenta el relato, y para mostrar constantemente el cambio de paradigma entre la vigilancia y la productividad. En la figura modélica de la diferencia —de la mercancía villera y la violencia— uno es un esclavo en un estado de extrema violencia contra sí mismo, víctima de un sistema que lo lleva a la auto explotación, a seguir exigiéndonose cada vez más y del cual es poco probable que la frontera de lo posible se acerque y pueda ser superada.

El estereotipo ordena y significa lo aceptable sobre el plano del verosímil social de fácil digestión para un público que tiene pocas preguntas al respecto. La construcción de la serie no es novedad para los espectadores desprevenidos porque ellos —nosotros— recibimos ese discurso a través de noticias en diversos formatos que ponen el acento siempre en la misma cuestión: ellos, ese mundo incomprendido que vive en Fuerte Apache, son desviados que no se esforzaron para conseguir lo que quieren. 

La voz oficial permanece en las sombras y a salvo de lo que se narra porque únicamente sale de su aparente neutralidad para mostrarnos cómo debe ser el mundo. Se han dejado de lado, en parte, las persecuciones de brujas para consagrar la figura del “mundo popular” en aquel que encarna la diferencia a la norma. Así, la represión, aunque sigue siendo física, se sigue perfeccionado para convertirse en una violencia que tematiza la vida de lo popular como más le conviene al momento que vive. La trae desde la periferia hacia el centro, porque sigue siendo novedad, para vendarle los ojos y hacer que reviente la piñata mientras se ríen de ella dando golpes en el aire. La risa y la fiesta, claro está, es solo de ellos. 

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