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10-12-2019 Notas

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Por José Luis Juresa y Cristian Rodríguez | Fotografía: Neil Krug

La Realidad y sus registros (El poder civilizatorio de lo ausente)

¿Qué nivel de manifestación y análisis de los fenómenos físicos representa el “descubrimiento freudiano”? Freud resume en el Moisés y la religión monoteísta uno de los aspectos centrales – sino el central – del mismo: la inauguración de una ciencia que tiene como premisa de funcionamiento una fe (nueva fe – fuerza que no es religiosa) en “lo invisible”, en lo nacido de la oscuridad, venida de lo opaco, lo no-reflejo, lo no especular. Se trata de una nueva fe basada en un amor que no espera nada a nivel del objeto, o por lo menos de los objetos de este mundo. Para eso Lacan propone un objeto que es letra, pero que ni siquiera es letra escrita, aunque por practicidad la nomine con la letra “a”. El amor “freudiano-lacaniano” es la expresión de una fe en la cultura, en la civilización -que no tiene nada que ver con el poder civilizatorio de un cruzado, por ejemplo, o de cualquier otro tipo de conquistador-. Digamos que es el poder civilizatorio de “lo ausente” y no de una presencia absoluta y arrolladora que precisa de la vigilancia y el control, de la imposición de un campo de dominio -siempre representacional, ya que sólo hay dominio de lo que se representa.

De hecho, el mito freudiano del “Padre de la Horda” que da cuenta del acto inaugural de la cultura, de la civilización en ciernes, es la instauración de una ausencia en el lugar de un objeto de plena presencia agobiante. Ese padre “vivo”, Real, fue asesinado precisamente para “ausentarlo”, teniendo por consecuencia su recuerdo y en su lugar, el vacío. Un primer “invisible”, tanto como Dios. Es exacto: de lo invisible -o de la oscuridad- nace el mundo.

La conocida frase “ver para creer” es una expresión muy arraigada del utilitarismo capitalista que nos arrolla la existencia y que excluye el amor. Es por eso que como “ciencia de la realidad” -si la podemos denominar así-, el psicoanálisis hace inviable la reducción al sentido común, a eso que siempre “está a la vista”, la comprensión -la complejidad- de la realidad del sujeto. Dentro del campo de la ciencia hay distintos niveles o registros de la realidad. Fuera de ese campo, está la religión, que apela a una fe en la que el testigo es el pilar de la fe, sobre todo en la religión católica. Todo el Nuevo Testamento está basado en el testimonio de quienes “vieron” y vivieron en directo los fenómenos, las proezas, las palabras y los milagros de Jesús. Este es el “campo del hijo”, no el del padre, en tanto el padre es siempre “invisible”, no está a la vista, y ni siquiera Jesús le habla al padre que lo concibió – supuestamente José – sino a ese padre invisible – Dios – para el que realiza toda su proeza mesiánica. Es la fe basada en el testimonio de alguien que sí “vio” y “vivió”, en ese nivel de la experiencia.

La ciencia, por contrapartida, opera de otro modo.

Un primer registro científico de la realidad es el de Newton. El comportamiento de los cuerpos y por ende de la materia. En Newton, o en el que denominamos “Campos de Newton”, se trata básicamente de lo “visible”. Es decir, la lógica de Newton no logra desprenderse de lo que se ve del movimiento de tales cuerpos. Son cuerpos que se mueven según “lo que está al alcance de la vista”, dicho esto en términos quizás muy generales. En el mejor de los casos, se usarán algunos elementos ópticos para aumentar el poder de la vista con respecto a los cuerpos celestes. Lo visible, además, es lo que no se desprende de esa percepción: que el espacio se distribuye según la linealidad de atrás – adelante, a los costados, arriba y abajo, tomando puntos de referencia visibles y a la mano, en escala terrestre. O que el tiempo coloca el futuro “adelante” y el pasado “atrás”, en una asociación tiempo-espacio prácticamente de entrecasa, adaptada plenamente a la vida cotidiana y a las posibilidades tecnológicas – sobre todo en cuanto a velocidad – de la época en que vivió Newton.

La relatividad de Einstein inaugura un campo en el que tanto el espacio como el tiempo se “relativizan” y se asocian para conformar una nueva dimensión asociada: el “espacio-tiempo”. La constante que no varía es, precisamente, la velocidad de la luz, que establece el límite de lo visible. Einstein llega hasta el límite de la luz, pero busca asegurarse lo representable, delimitando un Universo que, para estar completo, debería quedar de este lado de tal límite. El Universo sería todo lo representable, más allá de que aún no haya podido serlo. Este es el ideal científico, derivado del iluminismo, que en Einstein no termina de ser desprendido del todo, aunque llega a su límite.

Esto queda al descubierto cuando el propio Einstein concluye en la existencia teórica de los agujeros negros. Puntos en los que la luz es literalmente “tragada”, campos gravitacionales de tal densidad que ni siquiera la luz es capaz de salir de su atracción.

Einstein trabaja sobre el modo en que la luz “viaja”, su velocidad, las distancias que recorre medidas en “años luz”. Sobre ese borde, ese límite de la luz se “asoma” a su curvatura y a su vínculo con la gravedad, y con ello a “lo oscuro”. Su trabajo lo lleva a la conclusión de que esos puntos de opacidad estructural de todo su esquema de la Realidad del Universo, los agujeros negros, son como “puntos de fijación” de las galaxias en torno a los que se organiza la materia “visible”. Einstein hace jugar la luz y la oscuridad para descubrir cómo se organiza la materia y como se relacionan ambos campos -¿equivalentes a representación y goce, en nuestra práctica psicoanalítica?-. No olvidemos que en la religión judeocristiana, lo primero que hizo Dios fue separar la luz de las tinieblas. O sea que Einstein alcanza ese punto de la creación, llega hasta ese acto inaugural de Dios. Pero no fue más allá.

Lo que le faltaba a la ciencia era responder por lo anterior: ¿qué causó a Dios a crear al Universo? Es una pregunta por la causa, no por la existencia de Dios, porque la causa siempre está “antes”. Y esto va entrecomillado, ¿es “antes”? ¿La causa siempre está “antes”?

La materia hace realidad

Aquí entran en juego las paradojas de la física cuántica. Esta física ya no juega en el límite entre la luz y la oscuridad con la intención de iluminarlo todo. No. La cuántica dice – a rasgos generales – que para ver algo hay que reconocer en lo oscuro -en la opacidad- la posibilidad de ver “algo” o lo necesario de ver. Así se puede determinar un aspecto de las variables en juego en relación al movimiento de una partícula de materia, a condición de dejar otro “en tinieblas”, sin determinar. Es una teoría que en la práctica se prueba muy precisa, muy exacta. Esta es la lógica misma con la que funciona el ojo. Antes, la ciencia excluía al poseedor del ojo, es decir al observador, sin saber que de ese modo dejaba afuera a la materia misma de la observación con la que la ciencia opera, incluso buscando su eliminación, como si se tratara de una “impureza”, como un desecho del experimento. En el caso de la cuántica no ocurre lo mismo, incluye al observador como parte constituyente de la “realidad” que se determina en el momento de la observación y que el experimento describe y comprueba. En definitiva, la materia parece “acomodarse” al hecho incontrastable de la presencia humana, de cuya existencia da prueba el experimento mismo. La materia, entonces, “hace realidad”.

Por lo tanto, si hay una causa que hace ciencia, lo es para la existencia humana, es decir, para la realidad humana, aun a sabiendas de que la ciencia puede describir y analizar fenómenos que acontecieron millones de años antes de su aparición.

Dimensiones adicionales y nuevo lazo

Extraordinaria cuestión a debatir y dilucidar: ¿la realidad, entonces, es una dimensión adicional? ¿Y qué clase de adición propone respecto de la teoría de la relatividad? Si la realidad está allí como quinta dimensión, como dimensión transdimensional, entonces la realidad -tomada de este modo cuántico- es el enlace necesario con las dimensiones enrolladas del programa científico propuesto por la teoría de cuerdas, compuesto hasta aquí de 11 dimensiones. La teoría «M», tomada también a partir de los esquemas de Kaluza Klein, seis dimensiones enrolladas, entrelazadas unas a otras, siendo la sexta en cuestión el entrelazamiento «común» por el cual obtenemos 11 dimensiones.

Y aquí solo dejamos esbozado si este nuevo lazo que Lacan propuso como «nuevo amor», no habría que considerarlo cuánticamente -a nivel de la microfísica psicoanalítica.- como esa sexta dimensión de enlace/ desenlace.
Pero la cuestión más apasionante está en retomar la experiencia viva de una práctica como el psicoanálisis, que probablemente postula un funcionamiento del aparato psíquico en «n» dimensiones y a una velocidad de propagación también «n», que ni los actuales aceleradores de partículas podrían sospechar.

Para desarrollar esta cuestión, primero tenemos que impulsar un debate metodológico/ epistemológico y de lo que entendemos por ciencia hoy día, más la consideración de la distinción entre un nivel macro y/o molecular de los fenómenos psíquicos, ese en el que intervienen las neurociencias por ejemplo, y otro cuántico, ese que estamos proponiendo y es el propio del funcionamiento del aparato psíquico psicoanalítico, y por efecto lógico de ese particular «acelerador de partículas» que constituye la transferencia psicoanalítica.

Una consideración sobre el concepto realidad. Tomamos no sólo la dimensión realidad como «realidad psíquica» y como la que concierne a la «prueba de realidad» -ligada a la metapsicología y a la constitución del «yo ideal», instancia inconsciente, probablemente una inscripción en «lo inconsciente» que no será asequible a la conciencia de ningún modo-, sino que tomamos el concepto «realidad» en referencia a la «primera experiencia de satisfacción». Esa realidad es transdimensional.

Cielo Abierto. Multiverso

Lo que se presenta a cielo abierto es que el propio Dios ha tenido que ser causado. No es el origen de “todas las cosas”, sino que en el origen él también está causado: “y se hizo la luz.” Ese objeto, causa del Otro -y no estamos planteando aquí contradicción alguna con el «no hay Otro del Otro-, ¿no es acaso el que condice con la noción de multiverso? Causa al Otro. Produciéndose uno en el Otro, precisamente no Dios ni el Otro -solamente- del código lacaniano, sino el objeto causa del “Otro Mismo” -en la formalización de la existencia de “un” universo, valga la complejidad de determinar que “un” de uno entre otros, no supone sino el modo en que a nivel subjetivo se establece el rasgo unario en la singularidad de una vida.

Ese “un”/ uno, por lógica de existencia de la partícula de Dios -lo que lo causa- es producida en este “un” del rasgo unario como causada, inevitablemente,  en “un” -de la serie de los posibles “un”-Universo precedente-, eso que en el delirio del psicótico aparece como «empuje a la mujer», emasculación y transformación -y también como transdimensionalizacion-, que es lo propio de su » a cielo abierto» de los fenómenos elementales. En el borde de la lengua emergen los “un” sobreviniendo en el delirio desde los otros universos, verdaderas partículas subatómícas que traen información de aquel / aquellos- universo/s precedente/s. Recién sobre esto se monta el «tiempo universo» y el empuje de la pulsión -que luego solo podrá ser leída por su retracción, en la transferencia psicoanalítica, por ejemplo-. En este empuje retroactivo aparecen una serie de fenómenos psíquicos inconscientes, de orden “trans”, como el sueño real y el deja vú, entre otros.

No hay estatuto sobre la existencia de este objeto – el objeto / objetos de Dios-, sin plantear la dinámica de la pulsión por su anterioridad lógica. Esto es lo que nombramos su “tendencia”: anterioridad referida al espacio y a la noción de campo, condición de su existencia, externa y precedente.

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