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Por Julián Ferreyra y Sofía Rutenberg
I. Interpelación despreciada
El pasado 17 de noviembre Paul B. Preciado participó de las 49º Jornadas de la Ecole de la Cause Freudienne, “Mujeres en psicoanálisis”*. Su intervención no fue una mera ponencia crítica, sino una interpelación. En este escrito recogeremos el guante de dicha interpelación a los fines de resituar su discusión filosófica y epistémica en términos clínicos.
Preciado no es psicoanalista, y este dato ha habilitado a muchos colegas a degradarlo: “no sabe”, “no entiende de psicoanálisis”, “confunde categorías o dimensiones”, etc. Esto puede ser cierto o no, pero no obstante nos preguntamos: ¿por qué muchos psicoanalistas no admiten hoy en día, e incluso rechazan, ser interpelados? ¿Por qué degradan una provocación original y la encubren bajo pequeñas diferencias que no vienen al caso? ¿Qué nece(si)dad de responder a la crítica desde posiciones reaccionarias?
Tal es el caso del célebre J. C. Maleval, que casi en tiempo récord leyó dicha interpelación en los términos de un ataque, apelando a una carta jugada hasta el hartazgo por muchos: la defensa del psicoanálisis. ¿Por qué habría que defenderse si no hay ataque? ¿Es interesante defender al psicoanálisis? ¿Asegura esto su supervivencia? ¿A qué costo? ¿No suele ser siempre reaccionaria dicha posición defendida?
Otra encerrona: discutir si su crítica fue constructiva o no. Este es un gran fantasma neurótico. Para pasar por arriba de esa falsa dicotomía, diremos que Paul Preciado se comportó, intencionalmente o no, como un psicoanalista. Como en el discurso del analista, produjo y aisló significantes Amo, quedando a cuenta de quien escuche hacerlos caer o no. Esto es, quien quiera oir que oiga a Preciado, no para hipnotizarse y hacer masa, sino justamente para ir más allá de él.
II. Mutación epistemológica
Preciado no nos interpeló en pos de ninguna clase de acto fundacional. No invitó a fundar otra cosa distinta al psicoanálisis. No se trata de pregonar un “psicoanálisis queer”, o un “psicoanálisis feminista”, etc.: serían soluciones de compromiso, a medio camino, aplicacionismos. Se trata más bien de producir, siguiendo a Preciado, una mutación epistemológica, que parta, incluya y no reniegue del corpus psicoanalítico “anterior” sino que, en todo caso, se proponga transmutar esos elementos que desde el inicio despotenciaron la posibilidad del acto analítico: los viejos vinagres de las epistemologías de la escisión, y la fijación en la diferencia anatómica como nave insignia de la experiencia mortal y sexuada.
¿No fue necesaria la mutación, al estilo de una transmutación terrenal, para que emergiera el psicoanálisis? ¿No implica acaso mutación el tránsito por un psicoanálisis?
Allí donde hubo y hay cuerpos valientemente irreductibles al escisionismo de la diferencia no advino, en general, más que la impotencia y su consecuente furor por el diagnóstico. Cuerpos condenados a una eterna metamorfosis, pero con el destino prefijado. De esa impotencia de la metamorfosis, quizás, se trate de ir hacia la contingencia de la mutación: una posición discursiva imposible, en tránsito.
Un psicoanálisis mutante como única vía para un horizonte subversivo de nuestro oficio. Si el psicoanálisis no muta, muy probablemente se extinga. Mutar sea quizás el modo más logrado, por lo poético, de sobrevivir.
III. Salir del clóset de la norma: síntoma
Lo normal existe. Es una referencia al promedio, a la media; el síntoma que propone el Otro. Es en el lugar de la no-relación sexual, de lo que no es natural, donde el sujeto sitúa las normas. Lo normal es producto de técnicas y tecnologías de deseo, saber y placer, que a su vez conforman posiciones del sujeto frente a esos deseos, saberes y placeres. Producen cuerpos normales. Todo lo que queda fuera de esos cuerpos es cuerpo anormal, enfermo, raro, plausible de ser tratado por la medicina, la psiquiatría… y eventualmente el psicoanálisis.
El psicoanálisis nos enseña una cuestión paradojal: la normalidad también produce sufrimiento. Se sufre por ser normal, por acatar la norma. La neurosis es el terror a la ambigüedad y al desvío. Pero el deseo es siempre desviado, y no hay verdad sin ambigüedad.
La diferencia sexual anatómica es necesaria, pero en tanto necesariedad: lo que no cesa de escribirse. Hablamos del síntoma, de ese en estado puro, síntoma macho. Cuando la diferencia sexual se rechaza no estamos en el campo de las psicosis, sino del machismo. Los hombres que odian a las mujeres odian lo diferente, lo ajeno, lo incomprensible.
Un psicoanálisis, justamente, permitiría hacer de la diferencia sexual un síntoma analítico. Dicha operación no se reduce a los términos hombre o mujer, ni a la normalización de las posiciones “hombre” o “mujer”. Todo ello produce -en términos de Preciado- una solidaridad normativa al interior del psicoanálisis. En todo caso, el síntoma analítico a producir es ambiguo, ambivalente y queer, lo radicalmente opuesto a una identificación sexual. ¿No es esto lo que proponemos como identificación al síntoma?
De la solidaridad normativa puede estar participando también un analista. Un psicoanálisis puede terminar convirtiéndose en una terapia que “ayude” a que el sujeto se vuelva cada vez más normal para funcionar y ser parte del mercado. La teoría-práctica así se mantiene normativizante y pierde el carácter y propósito subversivos que la caracteriza: salir del clóset de lo normal para volverse lo que une quiera y desee ser en comunidad.
IV. El psicoanalista normal
¿Es menester que un analista sea una persona normal? ¿A qué llamamos normal en psicoanálisis? Lo que llamamos Edipo “normal” lo es solamente si se omiten todas las negociaciones y operaciones discursivas y biopolíticas que garantizan esa normalidad. Sea la niña que tiene que trocar de objeto de amor y de zona erógena para volverse mujer; sea el niño que tiene que identificarse a la virilidad paterna para ser verdadero hombre. Para muchas instituciones pareciera que convertirse en psicoanalista es sinónimo de convertirse en normal. ¡Como si atravesar el fantasma implicase ir hacia el final de un túnel que concluyera en una no-anormalidad! Jaulas de no-locos donde nunca escasean pases de normalidad.
Recordemos: ¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis? fue una apuesta política y ética de Freud, una abogacía por los derechos de los no-médicos. Por eso es que a la pregunta ¿Pueden los queer y los trans? exclamamos, desde ninguna imparcialidad: ¡Sí!
Si la autorización de un analista nunca puede venir del Otro, va de suyo que lo contrario implica lisa y llanamente elitismo. Como advirtió Freud en ese manifiesto: “reina un furor prohibendi, una inclinación a tutelas (…) que no ha dado precisamente buenos frutos”.
Ha llegado la hora de ir más allá de las avenidas del medio. Como plantea Preciado, sin lograrlo Lacan intentó “…des-naturalizar la diferencia sexual; pero terminó por producir un metasistema -el inconciente estructurado como un lenguaje- que es casi más rígido que la noción moderna de sexo y diferencia anatómica (…) un sistema de diferencias que no escapa, desafortunadamente, al binarismo sexual y a la genealogía patriarcal del nombre [del padre]”. Sirviéndonos del padre, vayamos entonces más allá de Lacan para evitar una película que ya vimos: que en lugar de cambios epistémicos resolvamos normalizar a nuestro antojo la sexualidad.Se trataría justamente de subvertir esta operación.
V. Costumbrismo analítico
Preciado interpela, antes que al psicoanálisis, a los psicoanalistas y, sobre todo, a sus Instituciones. Critica a la institución del psicoanálisis y, subsidiariamente, a algunas de sus Instituciones. Va de suyo que el psicoanálisis “es” lo que hacen los psicoanalistas. La trampa está en condicionar lo anterior al hecho institucional. No renegamos del mismo, ni del agrupamiento solidario y productivo entre colegas; discutimos con Preciado los efectos de ciertos habitus institucionales, del costumbrismo analítico en los tratamientos que se conducen. A nuestro entender es a este punto adonde se dirige fundamentalmente la interpelación de Preciado.
Se trataría de discutir con urgencia el carácter colonialista y liberal del hecho institucional psicoanalítico.
Quizás no convenga, como invita Preciado, dejar de leer a Freud y/o Lacan para poder leer y escuchar lo emergente o subalterno. Lo uno no debiera impedir lo otro. Freud y/o Lacan se detuvieron antes de problematizar la diferencia sexual: de ahí la universalización. Pero allí puede advenir una mutación: un síntoma llamado FreudLacan. Podemos en cambio utilizar la invitación de Preciado para trazar una cartografía de lectura desde otra posición, una posición política. ¿A qué nos referimos? Advertir las jaulas del corporativismo del propio psicoanálisis. En este sentido Preciado produjo un interesante lapsus: le pidió al auditorio de psicoanalistas franceses -de nacionalidad o filiación- allí presentes que no nieguen la complicidad/complejidad en la relación psicoanálisis<>epistemología de la diferencia sexual heteronormativa. La complejidad del asunto existe, y quizás preexiste a nuestra discusión. No obstante es lícito preguntarnos si muchas veces, antes de complejidad, no existe el obstáculo de la complicidad.
VI. Psicoanálisis o “progresismo colonialista”
¿De qué lado nos queremos colocar? Preciado deja abierta una crítica a la institución liberal en el interior del propio psicoanálisis. La historia reciente muestra claramente lo limitado y peligroso de concebir lo político, y por ende la política de una cura, desde una posición liberal. Liberalismo y colonialismo conviven y copulan. La universalización del ser hablante, nos dice, es necropolítica en tanto efecto de instituidos que el psicoanálisis, lamentablemente, muchas veces incluye: los efectos de nuestra modernidad (neo)colonial. Los ropajes son siempre más sofisticados: habría un “progresismo colonialista” en psicoanálisis.
Ante lo que plantea Preciado respecto de descartar a Freud y/o Lacan, en tanto baluartes ahistóricos y universales, diremos que el problema en sí mismo no es estudiar a dichos autores, sino importar irresponsablemente del “centro” a la “periferia” metodologías, Escuelas e instituciones que pretenden no sólo imponer concepciones sino también vigilar a quienes pretendan formar parte. Por ello es que tampoco se trata de importar a Preciado, sino de valernos de su interpelación.
Una idea final: si el inconciente es la política lo es en tanto sexual o, más precisamente, el inconciente es lo queer.
*La transcripción y traducción al español acaba de ser realizada por Manuel Murillo, Jorge Reitter y Agustina Saubidet a partir del video tomado de Youtube, con la revisión final de Nicolás Cerruti.
Etiquetas: Jacques Lacan, Julián Ferreyra, Paul B. Preciado, Psicoanálisis, Sigmund Freud, Sofía Rutenberg
[…] Julián Ferreyra y Sofía Rutenberg . Un psicoanálisis mutante Disponible en https://www.polvo.com.ar/2019/12/un-psicoanalisis-mutante/ […]