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29-01-2020 Notas

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Por Alexandra Kohan | Ilustración: Joe Webb

“Si una parte de la noche se inscribe en el lenguaje,
ella es también su borradura.”
Anne Dufourmantelle, La hospitalidad

El 14 de julio de 2008 Alain Badiou dio una charla, invitado por Nicolas Truong, en el ciclo “Teatro de las ideas” del Festival de Avignon. Esa charla se publicó luego bajo el título Elogio del amor (Paidós, 2012). Lo que Badiou lee en los aires de nuestros tiempos es la manera en que el amor es amenazado desde el paradigma mercantilista y liberal de un amor sin pasión, un amor asegurado contra todo riesgo, un amor sin contingencia, sin dolor. Para resistir a esa “amenaza aseguradora”, a esos imperativos, el filósofo del acontecimiento decide hacer su elogio del amor mostrando cómo, en la actualidad, se pretende anular la sorpresa, la contingencia, el acontecimiento; en definitiva, lo que ese paradigma hace es evitar los (des)encuentros amorosos y tratar al amor como una mercancía más. 

Unos años más tarde, en 2011, Anne Duforumantelle hace lo suyo y escribe su precioso y bello Elogio del riesgo (Nocturna editora/Paradiso editores, 2019). En el primer ensayo, “Arriesgar la vida”, la autora -junto a Jacques Derrida- de La hospitalidad, comienza por leer ese mismo signo de la época: el modo en que “la precaución se ha vuelto norma”. Su antídoto, a lo largo de la serie de ensayos, es poner el riesgo a favor de la posibilidad de habitar una vida vivible. ¿De qué se trata el riesgo? Lejos de hacer una apología de los deportes de riesgo, o de esos moralismos que empujan a vivir una vida no importa qué, esos moralismos cínicos, Dufourmantelle define el riesgo como aquello que “abre un espacio desconocido”. Un riesgo no es una locura pura, tampoco una conducta apartada de las normas, ni siquiera un acto heroico. “Tal vez arriesgar la vida sea, para empezar, no morir”. Se trata de algo así como de vivir sin morir en el intento, se trata de un riesgo que es kairos, “el instante decisivo”. Se trata de un riesgo que se precipita como resistencia a la vida neurótica, esa que calcula, que no pone en juego nada, que no pone de sí; esa vida que pretende saberlo todo anticipadamente, esa vida que pretende que podría haber garantías y certezas. El riesgo del que Dufourmantelle se ocupa es, en cambio, el de la posibilidad de “la irrupción de lo inédito”, es la posibilidad de que se dibuje una línea en el horizonte que habilite el desplazamiento como contrapartida a la fijeza de las pretendidas certezas que inmovilizan. Es lo inédito en las antípodas de lo que ya se sabe, de lo que ya está escrito, es lo inédito que se suscita si se está dispuesto a dejar de pretender asir lo inasible, si se está dispuesto a vivir sin rechazar lo incierto. 

Anne Dufourmantelle

A lo largo de estos ensayos pequeños, precisos, sutiles, Anne Dufourmantelle recorre y despliega su elogio del riesgo: el del amor, el de la pasión, el del suspenso, el de la fragilidad, el del secreto, el del deseo, el de la palabra, el del acontecimiento, por mencionar sólo algunos. En los tiempos en los que el amor es amenazado por medio de cláusulas contra todo riesgo, en los que se pretende que sea armónico y tranquilo, ella escribe su elogio de las pasiones. En la época en la que los discursos de la autoayuda hacen proliferar las certezas, ella hace un elogio de la fragilidad. Ahí donde se se nos insta a contarlo todo y a revelarlo todo, ella hace un elogio del secreto. Cuando se nos conmina a ser productivos todo-el-tiempo, ella hace un elogio del tiempo perdido: “el verdadero tiempo sólo puede ser perdido”. Eso es lo que hace y lo que hace, lo hace sin estridencias ni enseñanzas, lo hace en voz baja, casi susurrando. Escribe a contrapelo de esos imperativos que no nos dejan vivir, que nos instan a no arriesgar, que nos empujan a una vida sacrificial, neurótica y desapasionada; una vida encorsetada, sujetada, y sometida debido a la esclavitud que, dice la autora, “nunca habrá sido tan voluntaria como ahora”. La vida pretendidamente aséptica que hace consistir la vigilancia de los cuerpos nos conduce a supuestos de “no contaminación (…) de seguridad máxima”. La salida no es por el lado de la desobediencia, porque eso sería reforzar los espejismos: “una forma de salir de las obligaciones silbando, porque uno aceptó perderlo todo, incluyendo la vida”. La salida que Dufourmantelle propone, en cambio, es menos épica y va en la línea bartheseana: allí donde no se puede estar por fuera del lenguaje solo queda hacerle trampas. Por eso propone ese paso, que en francés es pas: que es paso y que es no. Y ese no, ese paso, se realiza por el Witz -que es chiste, gracia, ironía, ingenio, agudeza, humor, etc.-. “Frente a lo ineluctable, aún queda el chiste. Otra respuesta es posible, se puede dar un paso lateral, sin importar dónde se encuentra uno (…). Allí donde la resignación es exigida, aún es posible, no moderar, no argumentar, sino simplemente optar por un «no»”. En ese “no” se cifra toda la potencia de un acto que se inscribe en las antípodas de la inhibición. Simplemente optar por un no acaso sea una de los mayores riesgos. 

«Elogio del riesgo» de Anne Dufourmantelle: versiones en papel y textil editados por Nocturna

Al igual que en el anterior, En caso de amor (Nocturna editora, 2018), hay pequeñas viñetas clínicas que no pretenden ejemplificar, ni enseñar, sino tan solo transmitir esbozos, fragmentos de un pensamiento siempre en fuga. Lo que la autora nos transmite es aquello que la filosofía y el psicoanálisis le enseñaron: “correr el riesgo del espacio del deseo, quiero decir correr verdaderamente el riesgo de su metáfora viva, del espacio que lo separa de aquello por lo cual suspira, ser, cuerpo, memoria, sentido de la vida, curación, reconocimiento, aquello hacia lo cual abre la metáfora, ese otro espacio, el espacio posible de la palabra”. 

En caso de amor. Psicopatología de la vida amorosa tiene su tapa agujereada: tal es su enunciación. Porque el amor agujerea, abre, escribe hiatos, cifra desgarros. Lo que hacen estos dos libros es escribir los bordes de ese mismo agujero: el que hace de la vida un lugar sin garantías, el que hace de la vida un espacio para que el deseo no agonice, para que el deseo siga respirando. 

“El riesgo es bello” dice Platón en uno de los epígrafes del libro. Anne Dufourmantelle escribe esa belleza -y la escribe bellamente- y así consigue conmover todo eso que creíamos que sabíamos, consigue escribir la borradura.  

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