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03-01-2020 Ficciones

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Por Sergio FItte | Fotografía: Ronit Baranga

Me sorprendió un tanto que el muchacho tuviese su manito metida dentro del bolsillo. Primero, porque nosotros los Campagñolli somos gente bien. Y es sabido que la gente bien no lleva las manos dentro de los bolsillos. Los bolsillos son para los “mal nacidos” como decía mi abuelito paterno, que lo único que hacen es rascarse hasta que le salgan hongos en las pelotas y se les empiecen a caer las uñas; a eso lo sabe todo el mundo. Cualquier médico principiante puede dar fe de lo que estoy señalando. Además, mi mamá siempre me enseñó que a los bolsillos hay que coserlos, esto es lo que yo siempre he hecho y continuaré haciendo pese a quien le pese.

Aquella tarde mi muchacho estaba vestido con su conjuntito carmesí. Y puedo jurar que cuando lo dejamos con mi marido en la Institución, tenía los bolsillos cerrados. Porque nosotros los Campagñolli, como somos tan unidos, sufrimos mucho las despedidas aunque sean, como las del Jardín, solo por algunas horas.

Él, tan pequeñito, quedó solito junto a la Seño Eugenia que en instantes se lo llevaría a la sala de tres. A veces me da la sensación de que esa mujer se guarda para sus adentros algo que yo, madre responsable; y responsable de la alta sociedad debería saber, pero por algún motivo la Institución o aquellos que la conforman evitan que se difunda. En fin no importa. Así todo, bien querría yo saber, si ella tiene o no sus bolsillos cosidos.

Como venía diciendo, dejamos al muchacho con la Seño y cuando nos retirábamos, como tantas otras veces, nos pusimos a llorar los tres; y claro, es él quien más llora a moco tendido. Esto, se ve que a nadie del Jardín de Infantes nº 906 le importa una mierda porque de todas maneras te lo retienen al muchacho. No falta oportunidad para que de la otra salita, la otra Seño, esa que se hace llamar Patricia, mientras afila el cuchillo que colocará entre sus dientes cada uno de los días mientras dura el horario escolar, pegue el grito:

 –Pasa algo… Repito. ¿Qué mierda pasa, carajo?
 –Tranquila. Tranquila. Nada que no podamos resolver. Tranquilizate antes de que te dé algo –le dicen las otras buscando calmar las aguas. Se ve que le tienen bastante respeto, debe ser porque proviene de una familia de domadores de las afueras del pueblo, –seguí afilando nomás. Cualquier cosa te llamamos.

Nadie se pregunta para qué afila tanto el cuchillo. Esta es la parte donde me da de pensar que allí se saben cosas que yo no sé. Vuelvo a reafirmar la teoría de que se nos oculta algo.

Pero bueno, Dios sabrá qué es lo que hace, mientras terminábamos de llorar la despedida del muchacho, mi marido desplegó la bandera familiar y la agitó frenéticamente durante un buen rato. Cuando me pareció que iban a llamar a la Seño Patricia le dije al viejo que mejor la guardara otra vez en la valija. Ese fue el momento donde el muchacho se quebró del todo y como los mocos le empezaron a llegar a la pera se quiso higienizar; se ve a las claras que los padres estamos realizando una buena tarea en su formación como persona íntegra en el amplio sentido de la palabra. Fue allí donde el muchacho de una manera infructuosa, de olvido infantil, trató de hurgan en sus bolsillos y claro, estaban cocidos como debe ser. Entonces mientras nos empujaban a la calle alcancé a decirle:

 –¡¡¡Con la manga del guardapolvo mi amor, con la manga del guardapolvo!!!

Eran las 13:20. Nos quedaban por delante algo más de tres horas para que nos devolviesen al muchacho. Se ve que lo metían bien al fondo de la construcción. A veces con mi marido, si no pasaba mucha gente caminando por la vereda, nos trepábamos a las ramas de un árbol que crecía junto a la entrada e intentábamos ver algo. Por lo general solo la veíamos a la Seño Patricia que estaba dale que dale con el cuchillo y la piedra de afilar; hasta que se ve que la llamaban porque salía a toda velocidad con el cuchillo entre los dientes.

Una vez, recuerdo que se hacía la hora de salida y me quedé enganchada de las enaguas, en las ramas del árbol y me trabé. Para colmo yo había ido sola, porque a mi marido le había agarrado eso de la inflamación de los forúnculos debajo de los sobacos, y tuvo que venir uno que trabaja en el ejército a descolgarme, fue todo un papelón. Por suerte, fue a principio de año cuando no nos conocíamos del todo bien entre los padres. Luego de que me bajara alguien me consultó:

 –¿Se encuentra bien señora de Campagñolli?

Y yo tuve una idea brillante para salir del paso lo mejor parada posible.

 –Sí, me siento bien. Pero, por qué me dijo señora de Campagñolli. Yo soy Gutiérrez, Clarisa Gutiérrez y a mucha honra.

Entonces yo vi que venía el nene de la de Gutiérrez y lo agarré de la mano y me lo llevé como si tal cosa. Igual el nene mucho no se dejaba, de todas formas me lo llevé, después lo dejé a la vuelta de la esquina y me fui de lo más rápido a buscar a mi muchacho.

Por esto, decía, que me resultaba muy raro que tuviese la mano dentro del bolsillo cuando me lo devolvieron. Igual lo retiré sin hacer escándalo en público, como debe hacerlo una dama de alta sociedad. Nos fuimos caminando como madre e hijo. Me sentía tremendamente encolerizada con su actitud aunque me mantuve en mis cuarenta.

Estaba a punto de reprenderlo cuando sacó su manito y me la enseñó. Algo le cubría su dedito medio, pobre dedito pensé, lo tomé con mi palma y lo observé mientras quitaba aquello que lo recubría. En definitiva una curita y una venda, una gran venda. Me llamó la atención la dimensión que tenía aquello. Terminé de quitarlo y allí mismo rodó al suelo el dedo de mi muchacho. También había una especie de hilo finito del cual tiré, cayó la mano entera delante de mi zapato importado, sin ensuciarlo a Dios gracias.

Había otros hilitos que se le metían por el bracito y el codito, a esos no los quise tocar. Y qué contenta cuando, él solito, me despachó con un:

 –Señita cotó mano mía.
–¡¡¡Sí, mi amor; MANO, se dice MANO!!!

Le prometí a mi muchacho que felicitaríamos a la Seño al día siguiente por los avances que venía realizando en su educación.

Mientras terminábamos de hacer el recorrido hasta llegar a casa, aunque debería decir mansión, fui contemplando la posibilidad de solicitar una reunión con la máxima autoridad del Jardín. Me parecía un momento oportuno para agradecer, dando mi visión de persona de la alta sociedad, y destacar los logros pedagógicos.

Al final parece que algo aprenden, estas orilleras, en eso cursos de capacitación que hacen cada tanto.

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