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Por María Victoria Massaro
La nostalgia puede hundirnos o servirnos de motor. En el caso de Gabriela Guerra Rey, fue lo segundo, aquello que materializó su deseo de ser escritora. La autora nació en La Habana, Cuba, en 1981. Emigró a México en el 2010 y se naturalizó ciudadana de ese país porque necesitaba irse de Cuba, cortar con el régimen, abrirse a nuevos mundos. En 2016 ganó el premio Juan Rulfo con su primera novela, Bahía de Sal, en la que toma algunos recuerdos de sus años de infancia y adolescencia para construir un mundo mágico. La novela fue publicada en España por la editorial Huso, y en Buenos Aires por Qeja. Quizá sea a causa de la falta de recursos que aún hoy no ha podido publicarse en México, país en el que reside la autora. Una paradoja latinoamericana más.
Bahía de Sal es una novela de cuarenta y dos capítulos. Relatos que bien podrían leerse individualmente, pero que forman parte de un todo superior. Capítulo a capítulo, Guerra Rey recrea habilidosamente la estética e identidad de Bahía de Sal, un pueblo en las afueras de La Habana con todo lo que eso implica: adoraciones a la Virgen, niños y niñas que se apropian de las calles para vivir aventuras, el deseo de ir más allá y conocer lo que hay después del mar, los primeros amores y las primeras muertes. Es también la historia de María de la Sal en los años previos a la madurez y, a su vez, la historia de la humanidad, atravesada por hechos históricos que cambiaron al mundo como la Revolución Socialista de Octubre y “las hazañas de Mao”.
Guerra Rey se autodenomina “ladrona de historias” y está obsesionada con conocer la mayor cantidad de personas posibles a lo largo de su vida para poder hacerse de relatos que alimenten su espíritu creador. Hija de una editora y un escritor, la escritura se abrió paso en su vida naturalmente.
Su novela nace de la desesperación en un momento de crisis vocacional. Fue una manera de rescatar un naugrafio de memorias desparramadas, combinandolas con historias y testimonios de familiares. Y con un recuerdo como disparador: el primer beso de amor de la autora, cuando tenía 14 años.
¿Cómo surge Bahía de Sal? ¿Por qué decidiste publicar tu libro en Argentina?
Bahía de Sal fue un acto de hechicería. Sí, magia pura. Comencé a escribirlo en medio de una crisis laboral sin darme cuenta de lo que estaba haciendo. Quería rescatar algunas memorias, como la de aquel primer amor, de secundaria, Roberto Carlos, un chico que unos pocos años más tarde, haciendo el servicio militar en Cuba, se voló los sesos tal como lo cuento en “El joven soldado”, aunque el resto de la historia sea ficción. Y así escribí varias historias que ocurrían todas en un pueblo, con los mismos protagonistas y una pandilla de muchachos que desafiaban la rigurosidad con que se vivían la crisis económica y las inclemencias meteorológicas. Un día un amigo que estaba leyendo lo que yo iba escribiendo me hizo consciente de estar navegando en las aguas de la novela. Yo vivía ya en Bahía de Sal.
Argentina es una tierra que amo, es también uno de los países de habla hispana donde más se lee y donde más culto se le hace a la literatura. Aquí escribir un libro parece todavía un acto sagrado, cuando en el mundo desperdiciamos la vida en tremebundas cotidianidades que no vale la pena mencionar. Además, me encontré con Leticia Martín y Nazareno Petrone, ¿quien no querría publicar en Qeja? Solo hay que conocer un poco lo que hacen. Luego mi editora de España, Mayda Bustamante, logró un acuerdo con Qeja para que este otro sortilegio sucediera.
En algunas notas que te hicieron luego de la primera edición te identificás como ladrona de historias. ¿De qué forma esos relatos robados influyen en vos y se entremezclan con tus propias vivencias?
Yo comencé robándome una historia, mía o ajena, por eso hace algún tiempo dije que era una ladrona de historias, no sin cierto revuelo. Creo que todos los que escribimos lo somos, aunque cada uno encuentra su “forma de robar sin ir a prisión”. Hoy las cosas han cambiado; hoy vivo en una historia que no es mía, pero también lo es…, una que ya no me acuerdo de dónde saqué, pero que me eleva a ese universo paralelo que ahora resido.
¿Qué libros leíste durante el proceso de escritura?
La verdad es que no me acuerdo. Era mi primera novela y yo era muy inconsciente de lo que estaba haciendo. Es posible incluso que no leyera mucho, porque me entró una fiebre y a toda hora estaba imaginando escenas de María por el pueblo, las inundaciones, la bahía y sus pocos pájaros y su virgen sumergida de profundidades y penas. La escritura primera no duró más de tres o cuatro meses, y a veces un capítulo me sorprendía en medio de la madrugada. Aquello nunca me volvió a pasar hasta hoy, en que a fuerza de intentarlo, desaprendí el estar en el mundo real.
¿En que momento de tu vida sentiste que deseabas ser escritora?
Desde siempre, porque yo soy hija de un escritor, un poeta, y lo primero que recuerdo de la infancia son los cuentos que mi padre nos contaba a Adrián y a mí en las noches, todos los días sin perdón nuestro, y luego los libros que me dio a leer cuando aprendí… y a mi madre, que es editora, con un bolígrafo en mano tachando textos interminables y leyendo en voz alta, con el mismo ritmo que mi abuela cuando espantaba a las alimañas. No se puede nacer en medio de esa poesía y querer ser otra cosa. No obstante, alguna vez me gradué de Economía en La Habana.
¿Tenés una rutina para escribir?
Sí, la tengo, pero no quita que si la inspiración me encuentra en un avión, escriba. Cuando realmente me posee una historia, me pongo los audífonos, no importa donde esté, me escapo y casi nadie sabe donde estoy. En casa escribo mejor sola, con un vinito, en silencio. Leo primero para alejarme de esto que llamamos vida real, y me desconecto de todo y todos.
¿Dónde escribís? ¿El piso es una opción?
Escribo en la computadora, porque es comodísimo. Pero en el camino he probado todo, el piso, recostada al árbol; en la montaña con una lámpara en la frente, enfundada en un sleeping bag y protegida por el gran manto que es la noche escupida de estrellas. Otras veces escribo en mi cabeza mientras corro y cuando me siento frente a la pantalla ya está listo para ser dicho.
Si te dijeran que mañana viajás a Cuba por una semana, ¿cuáles serían las primeras tres cosas que harías al llegar?
Doy por descontado que mis humanos queridos estarán cerca. Entonces quiero unas croquetas de Marina —mi madre— con yucas fritas; caminaría junto al mar —me queda muy cerca— para contarle a la reina de mis aguas, Yemanyá, lo que ha pasado desde nuestro último encuentro, e iría a escuchar un poco de música cubana en vivo. No hay mejor remedio para socorrer la nostalgia de la tierra.
¿Cuál fue el trabajo no relacionado con la escritura que más odiaste hacer?
Cuando me gradué de Economía, durante poco más de un año revisé contratos de inversión en la Oficina Central del Ministerio de la Industria Básica, en Cuba. Nunca me sentí más insatisfecha que en aquellas jornadas de ocho horas de oficina. He hecho algunas cosas escandalosas, pero esa me atragantó por muchos meses seguidos.
Si pudieras viajar al pasado y verte a los cinco años, ¿qué consejo te darías?
Me dejaría escrito algo para revisar recurrentemente, durante la vida. Me pediría no creer nunca que no puedo hacer lo que sea que sueñe.
Etiquetas: Bahía de Sal, Cuba, Gabriela Guerra Rey, Literatura, María Victoria Massaro