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27-01-2020 Notas

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Por Facundo Basualdo

Miguel Briante leyó: “La entrega de premios, se llevará a cabo en ‘Nuevo Teatro’, Suipacha 927, el martes 6 de noviembre, a las 20. La entrada se cobra, sí señor. Es decir, cobrar, lo que se llama cobrar, no. Usted colabora o no entra. Pero, supóngase que no entra y salió premiado, ¿eh?, por treinta miserables pesos, dígame, se va a arriesgar a recibir un diploma en la calle, donde nadie lo aplaude y, por ahí, lo pisa un auto. Por cuarenta infames pesos, caramba, va a interrumpir el tráfico, dejar que los niños le hagan muecas: qué clase de persona es usted, por favor. Entrada 50 pesos”. Quizá, antes de buscarse entre los 350 participantes del II Concurso de Cuentos convocado por la revista que tenía en la mano, El escarabajo de oro en la edición de octubre-noviembre de 1962, sonrió. Se encontró rápido: su cuento Kincón aparecía en las primeras líneas, en negrita, al lado de su seudónimo: Medel. Cuando salió el siguiente número, en enero del ‘63, Briante ya sabía que había sido uno de los distinguidos por el jurado integrado por Augusto Roa Bastos, Dalmiro Sáenz, Beatriz Guido y Humberto Constantini. Esa primera distinción la compartió con Ricardo Piglia, Germán Rozenmacher y Juan Carlos Villegas Real. En un segundo orden de méritos, Hebe Uhart figuraba entre otro grupo de escritores, y en las menciones que completaban la nómina de 22 cuentos, estaban Alberto Vanasco y Roberto J. Santoro. Por entonces, tenía 18 años y ese momento constituiría la puerta de entrada al centro del mundo cultural porteño, aunque aún se lo encuentre en las orillas.

Si se le pidiera a millennials una lista de autores nacionales, el nombre de Miguel Briante no estaría entre los primeros, quizás tampoco entre los segundos. Tres libros de cuentos (Las hamacas voladoras, 1964; Hombre en la orilla, 1968; Ley de juego, 1983) y una novela (Kincón, 1975, 1993) no alcanzaron para forjar una “carrera literaria”. Al decir de Saccomano, su preferencia por el margen lo llevó a ser un escritor de escritores. A su vez, si entráramos en una facultad de periodismo a buscarlo en los programas de las cátedras, tampoco lo encontraríamos fácil a pesar de haber colaborado en revistas históricas como Confirmado, Primera Plana, Panorama, Vogué o El Porteño, de la que fue fundador y jefe de redacción, o en los diarios La Opinión y Página 12, donde fue jefe de la sección de arte hasta su muerte.

Miguel Briante no tiene página de Facebook para poner “me gusta” ni perfil bot en Twitter. Tampoco hay cuantiosos resultados en Youtube: algunos films de los que fue guionista (dos películas de Jorge Cedrón, El habilitado y Por los caminos de la liberación; el documental Mercedes Sosa, Como un pájaro libre, sobre el regreso del exilio de la cantora con el recital en Ferro), algunos cuentos suyos leídos por otros, una entrevista sobre arte en un programa de Julio Bárbaro, unos videos poco claros subidos por Joaquín Amat, un móvil desde su tumba en el cementerio de General Belgrano, un programa homenaje en FM La Mosquitera de Mendoza. En Google, aparecen algunas reseñas a sus libros, algunos pocos cuentos (el Ministerio de Cultura de la Nación, en 2015, editó “Capítulo primero” y “De más lejos”, y lo ubicó “junto a Haroldo Conti y Roberto Arlt como padrino de la colección Leer es futuro por su ejemplo tanto de su labor literaria como por su compromiso social”), y también aquellas ediciones de la revista El escarabajo de Oro donde su nombre y su obra aparecieron por primera vez en letras de molde (¡Gracias, AHIRA!). En Mercado Libre se consiguen versiones usadas de las reediciones que en principio hicieron sus amigos: en la colección dirigida por Piglia, el FCE reeditó Hombre en la orilla; Página 12 reeditó toda su obra y también una antología de sus artículos periodísticos desde 1967 hasta 1995. 

El mismo diario, cada lustro cumplido de su muerte, lo recordó con notas de sus amigos y colegas con anécdotas en bares, como las de Bayer y Soriano, con miradas como la de Sasturain en la foto de Briante sobre “su herramienta”, la máquina de escribir, con recuerdos como el de Battista, cuando a fines de 1962 le regaló el libro Ficciones de un Borges aún –dice– no tan celebrado, o con elogios como el de Forn escribiendo que “su extraordinaria respiración narrativa es uno de los milagros de la literatura argentina del último medio siglo”. Las hubo en el 2000, 2005, 2010, pero ya no en 2015, ni tampoco este último 25 de enero. El nombre de Briante se mudó de manos. 

En 2017, la Facultad de Periodismo de La Plata le puso su nombre a un concurso de cuentos bajo la temática “Pueblo, imaginario e identidad nacional” y la editorial Mil Botellas –también desde la ciudad en diagonal– rescató Al mar, un manojo de relatos ubicados en el universo en el que vivían sus personajes, desde el boliche de Arispe hasta el horizonte que delinea el río Salado. En 2018, en el juego que propone el programa de la televisión pública Bibliómanos, Las hamacas voladoras resultó ganador en la emisión realizada sobre terror. Y a fines del año pasado, Mil Botellas volvió a poner su nombre en el catálogo con sus Entrevistas, para inaugurar la colección Añejados.

El prólogo es una entrevista que le hizo María Moreno donde Briante comenta sus estudios sobre los bares porteños de La Paz y Bárbaro, y ella lo destaca como editor, por su gusto por la síntesis que desembocó “en un estilo que hacía de lo mínimo otra cosa”. Después, las entrevistas que hizo desde que tenía 24 años para distintos medios gráficos. Fue de los pocos que sacó del silencio al escritor mexicano Juan Rulfo, donde habla de novelas en proceso que no publicó jamás, dejando una obra corta, como Briante (su hermana contó que estaba trabajando en una novela que perdió por siempre por una falla en una PC). A Puig le cuestiona, de frente, casi como una provocación, aspectos de la recién editada Boquitas pintadas y habla de lo burgués de Neruda (“¿Por qué no se suicida?”, es el título). Hay tres entrevistas a Borges: en el ’70, en el ’74 y en el ’76, un día antes de la reunión que tuvo el escritor con Videla. En las tres, se lee no sólo su admiración sino la detallada lectura que había hecho de su obra (Piglia llegó a decir que Briante era quien mejor había leído a Borges). Con Hermenegildo Sabat, se alcanza a percibir el carácter del dibujante. Con el pintor Carlos Gorriarena se explayan sobre la identidad nacional en el arte y con el escultor Norberto Gómez recorren su memoria artística y el uso de los materiales. Fernando Botero explica por qué “yo no pinto gordos” y Umberto Eco defiende a Cortázar cuando Briante sugiere que es “una mentira, un bluff”. Hay más: Bioy Casares, Di Benedetto (y el dolor de su exilio), Leónidas Lamborghini, Nebbia con Cadícamo, Carlos Alonso, Griselda Gambaro. Y sigue habiendo más: el epílogo es otra entrevista que le realizaron pero en compañía de un ya consagrado Rodolfo Walsh, en 1972, donde debaten sobre la actualidad de la literatura argentina, sus limitaciones políticas dentro del campo de la cultura y sobre los escritores como trabajadores. “No se trata de dejar de escribir sino de dejar de escribir para la derecha”, concluye Briante.

Todas y cada una, se tratan de entrevistas que son perfiles, que son un ambiente, una época, una forma de recorrer obras y las propias formas de concebirlas. Cada pregunta contiene un debate posible, una visión de la cultura, un estudio en profundidad del artista al que fue en busca de sus respuestas. Como periodista, incluso con lo que pudieran parecer provocaciones, respeta al entrevistado, se respeta a sí mismo y también a quien posiblemente lo lea. Sin mostrar los hilos, cada nota está trabajada con el método seductor que se proponía para atrapar a sus lectores y hablarles, así, de cuestiones técnicas en las pinturas o en la estructura de un cuento, sin que nadie se aburriera. Un estilo, entonces, de escribir periodismo, siempre con un cigarrillo en la mano y un vaso de whisky cerca, para que el recuerdo sea completo.

“Yo me llamo Bentos Márquez Sesmeao y estoy acostumbrado a morir”, es la frase con la que empieza su novela Kincón. Briante, a lo largo del cuarto de siglo que ya pasó desde que cayó del techo de su casa –destacan sus amigos que estaba sobrio– en General Belgrano aquel 25 de enero de 1995, podría parafrasearse a sí mismo. A aquella muerte absurda, como la que planteaba como posibilidad El escarabajo en la convocatoria a la entrega de premios, le siguieron otras marcadas en los silencios con los que se rodeó a sus textos. Se lo trató, más de una vez, como un autor “olvidado”. Pero Briante, de una u otra manera, interrumpe. Desde la academia dejaron de negarlo y lo estudiaron, se lo reeditó a cuentagotas, se volvió –se vuelve– a su nombre cada tanto. ¿Hay otras maneras para no olvidar a un escritor? En el enorme océano en el que andamos, Briante no es el capitán de un gran buque a la vista de todos, sino que sigue siendo un hombre que mira desde la orilla, tirando algunas piedras al mar, sin llamar la atención de quien no quiera ver el paisaje en todos sus detalles.

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