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Por José Luis Juresa y Cristian Rodríguez
Vivencia de satisfacción
La vivencia de satisfacción es un acontecimiento de traspaso, una transdimensionalización de información que se “guarda” en la lengua como depositaria de los goces, de las vidas que radicaron en otros cuerpos ya “desaparecidos” (o no), una suerte de acumulación de información al modo en que se acumula en un “agujero negro” dentro del campo de la astrofísica. En la vivencia de satisfacción se produce el “chispazo” que enciende una nueva vida, dándole curso a la información que, como probabilidad, “colapsa” en una corporeidad que solo es posible “vivir” para nosotros en 4 dimensiones.
Sin embargo, ese acumulado de información en N dimensiones que se “deposita” en el agujero que se abre o “reabre” en la división que implica la vivencia de satisfacción, entre la necesidad y el deseo (para entrelazarse en “necesidad deseante” o “necesidad de deseo” para vivir) lanza su flecha y colapsa en un nuevo cuerpo que solo se plasma en una lógica de 4 dimensiones. De infinidad de probabilidades, la observación “decide” que una partícula de información “decida” un estado particular de esa información en un momento determinado. La vida, para el ser humano, sería exactamente eso: una decisión que reduce un abanico de probabilidades a una que se vuelve a abrir en el mismo acto como potencial a futuro, pero habiendo fijado un punto, un hito, al que Freud denominó “fijación”. Sobre esas fijaciones se va forjando una “historia libidinal”, que es la verdadera historia del sujeto.
El experimento de la doble rendija nos coloca de frente a la paradoja de que la materia puede comportarse dentro de un “campo” como pura onda de probabilidad, o partícula, o sea, probabilidad “fijada” en un punto de la materia, como quien dice: ¡la vida es una! Y decide cosas.
Esta maravillosa paradoja de la física cuántica, va más allá del sentido común, y nos introduce en una propiedad de la materia que parece “saber” que nada de lo que en ella “se fije” es independiente de la observación humana. Es decir, que la “naturaleza” se comporta conforme a la realidad de la presencia humana sobre el universo, en el que esos “acontecimientos” de la física se suceden. La materia, entonces, de la naturaleza, es la materia de la “realidad”, entendiéndose “la realidad” como la define Lacan, completamente vinculada al placer, que en términos freudianos significa: mantener el estado de tensión en un mínimo indispensable, la cantidad reducida a la necesidad de supervivencia del sistema “vivo”, un ser humano, por ejemplo. El ser humano “vive” y sobrevive en “la realidad”, no en la naturaleza.
Lo ELLO entonces, tiene relevancia en tanto un inconsciente ligado al cuerpo y a la memoria del goce, es decir, una memoria que recupera los cuerpos desaparecidos en la opacidad en el que la “información” de orden transgeneracional se devuelve a “la realidad” dentro del campo del Otro, que luego se recrea “artificialmente” en la transferencia. Esto no tiene nada que ver con la voluntad “consciente” del sujeto, mucho menos con una autonomía que abjure de la deuda con el Otro (impagable, y que el obsesivo se empeña en convertir en la causa de su vida, es decir, en una cuenta que algún día saldará para librarse definitivamente de ese Otro), sobre todo con lo que en el campo del Otro se restituye como una memoria del goce, en el que la materia se ordena de manera particular y significativa, Real, para ese sujeto naciente se se “aferra” a eso para hacer su aparición. Esa memoria del goce no es sino la prolongación libidinal del cuerpo fuera de los límites de la organicidad, los límites de la piel, y que alcanza zonas paradojales del espacio y del tiempo, completamente alteradas dentro del campo de Newton, es decir, del sentido común de lo visible, de lo perceptible, de lo representacional.
Ecos
El cuerpo no habla, sino que resuenan en éste las voces mudas de los tiempos, eslabonando la cadena generacional a través de la información que la pulsión va enhebrando, de un modo caótico, “coleccionable” (al modo de la colección, no de una organización “premeditada” como si se tratara de un “ensamble”, al modo en que la ciencia médica más clásica aborda el “organismo” vivo) esa información que es la que logra “salir” del agujero negro, de la opacidad del goce, y ser parcialmente “vivenciada” en el nuevo cuerpo naciente de ese sujeto que aparece en la realidad como un efecto que “activa” la información sin que sea predecible cómo y cuándo (salvo bajo las condiciones de “lo probable” o “lo posible”). La pulsión es el concepto que articula ese tipo de transmisión, la de una letra no escrita, pero que “yace” en la opacidad de la lengua viva como si palpara los cuerpos desaparecidos que retornan del “más allá” de la representación, de lo lumínico, de lo que se puede “ver”, en un sentido amplio, es decir, de lo que es registrable por la conciencia.
Es una transmisión que no es oral, pero que no es posible sin ella, del mismo modo en que lo nutricio adviene con la leche, pero no es “el alimento”. Ese descentramiento del objeto es radical y es desde el principio de la vida humana.
Info tele o los rayos de Schreber
La memoria del goce tiene el mismo carácter que la información “tele”, es decir, “a distancia”. ¿Qué tipo de información es esa? La materia, con el avance de la ciencia, fue “mostrando” aspectos invisibles más determinantes que los visibles para la explicación de los fenómenos físicos. Un ejemplo de la astrofísica son la materia y energía oscura. Estas componen un porcentaje mucho mayor que la materia “visible” dentro del total de la materia existente en todo el universo conocido. Podemos emular lo que llamamos “opacidad del goce” a la materia oscura que, sin embargo, determina la conducta visible de un individuo que, por ejemplo, se interroga acerca de su padecimiento, pero no puede de ninguna manera explicarlo, no le resulta “visible” la causa, y hasta se aferra a esa oscuridad, en lo que Freud denominó “beneficio secundario”, un supuesto beneficio o ganancia invisible al sentido común, a la “luz” representacional por la que el psicoanálisis se propone un desciframiento, o como Freud lo decía: un “echar luz”.
Freud ubica esto en “Moisés y la religión monoteísta” como “el progreso de la espiritualidad”. Esencialmente, el pasaje al patriarcado (en el sentido de la organización social en torno a la función paterna, lo cual equivale a padre muerto. No confundir con cuestiones sexistas o de género, las cuales pueden resultar un obstáculo para seguir leyendo) equivale a un progreso de la espiritualidad, porque se trata del surgimiento de la fe, o sea, del amor como ordenador civilizatorio. Esto equivale a decir, “organizador de la realidad del sujeto” o las condiciones en las que a este le es posible “aparecer”. El padre, como función, es un fenómeno “tele”, porque se trata de la fe en lo invisible, en lo que se transmite sin que entre la causa y el efecto se vean “los hilos”, esos “rayos divinos” que se le hacen visibles a Schreber, saliendo de dios. (Schreber fue quien dio el testimonio de una detonación psicótica y su consecuente desarrollo delirante en un libro que Freud analizó para dar cuenta de sus primeras aproximaciones psicoanalíticas a la psicosis paranoica). El cuerpo del que estamos hablando aquí, es ese que hace su aparición a partir de este poder del órgano invisible, la libido, en esos rayos que conectan a las personas entre sí más allá del contacto directo, y que en Schreber se hacen angustiosamente evidentes. Su propio cuerpo da cuenta, en el delirio, de qué está hecho, el cuerpo Real, el que no deja de estar captado por esa “ánima” fundamental para la vida, que es la libido. Es un órgano extraordinario, cuyos desplazamientos en cantidad y cualidad son inusitados, y se extralimitan del cuerpo-piel yoico, nadie que diga “yo” sabe exactamente cuáles son los límites de lo que está señalando, aunque ese conjunto de carnes y tendones y huesos lo acompañe mecánicamente, ese “ensamblado” de la naturaleza se entrecruza con una lógica del disloque, de lo coleccionable, de lo que el propio Lacan señala como “la pulsión”, un montaje sin ton ni son, al modo surrealista.
La onda pulsión, entonces, es el sin ton ni son de la información que sale de la opacidad del goce, de ese campo extendido del cuerpo que no se retiene en el “yo piel”, y que se enlaza a través del órgano libidinal a los cuerpos significativos, visibles e invisibles, vivos y muertos, lo que hemos de llamar “memoria del goce” depositada en esos hilos pulsionales – ondas decimos – atraídas por el campo gravitatorio de la pulsión: el amor. El amor es la posibilidad de retraducir la información de esos “hilos”, de esa onda pulsional al campo de una nueva existencia. Esa “nueva existencia” es lo que define el campo “del hijo” (y del espíritu que hace a su progreso en función de la ley paterna, la ley del padre que ya no puede aplicarla, lo cual lo convertiría en un dictador: el padre muerto. Como dice Lacan: ningún ser consciente. El padre, entonces, es información que no tiene conciencia de si, es información que se transmite sin que se identifique un agente de transmisión “a priori”, es transmisión “inoculada” de esa misma que enloquece a los dictadores de turno, los que se preocupan por tener controlada la circulación de la información y los aparatos de censura)
Decíamos entonces que, en el “campo del hijo” que deviene del entrelineas del padre y de la madre, de ahí la pulsión. Son funciones, no personas, son campos, zonas de atracción, polos de organización de la realidad. El problema es que siempre se los tendió a confundir con personas, visión muy limitada por lo mismo que aquí explicamos: los cuerpos se extienden más allá del yo-piel, del ser consciente que “lo porta”. La pulsión es un concepto que explica el movimiento de estos cuerpos, subrayando el “estos” porque en gran parte, esos cuerpos están compuestos por materia y energía oscura, la materia del goce, y su memoria.
«Sistema nervioso», entrecomillado. Lo tomamos como el propio Freud lo hizo, sobre todo en el «Proyecto de Psicología para neurólogos»: claramente allí va definiendo un «aparato» hecho con partículas y cantidades, siendo las neuronas las partículas y las cantidades la energía de investidura. Ese aparato terminará siendo, en verdad de entrada lo es, un sistema de representaciones que plasma lo que Freud utiliza por incentivo de sus pacientes iniciales: el lenguaje. Como vemos, el «sistema nervioso» es otra cosa que un mecanismo biológico. Es materia capaz de conciencia, un aspecto inusitado, increíble, «milagroso» de la organización de la materia. La física cuántica es sumamente «inspiradora» para pensar estas cuestiones, tal como otras teorías más recientes de la física teórica, que hacen que sus investigadores piensen la naturaleza como «realidad». Es una palabra repetida en los títulos de los divulgadores científicos más importantes, en los últimos años.
Esto es lo que estamos intentando promover como debate científico en el estado actual de la ciencia como método y como dispositivo de investigación teórica y fáctica, en nuestro caso, lo que nombramos como “experiencia clínica”, en la atención con pacientes y en el análisis de la lengua como fenómeno ligado al acontecimiento.
Esto se encuentra en el meollo del debate por la ciencia y por lo que entendemos por ciencia. Lo interesante es el descentramiento, respecto de las prácticas contemporáneas, de eso que se ha instalado históricamente como método científico, que se viene produciendo ¿hacia dónde? Precisamente en la dirección que el psicoanálisis postuló. La «predictibilidad# de ese objeto, abordado por el psicoanálisis, no puede ser considerado sino en su dimensión cualitativa y en un plano que no es otro que el que la física cuántica viene postulando.
Ciencias de lo real: ciencia de la realidad y ciencia de la naturaleza
Si aceptamos que este nuevo estatuto de la ciencia también retoma la propuesta lacaniana de una ciencia no sólo conjetural sino de lo real, una práctica de lo real, entendemos entonces de qué modo estamos intentando promover la discusión científica respecto del psicoanálisis -entre otras prácticas científicas- como ese nuevo lazo y estatuto de la ciencia contemporánea, que ya no podrá sostenerse ni en la idea -devenida de un cierto platonismo- de una epistemología científica gobernada por el paradigma, ni en la experimentación positivista del experimento objetivo.
A partir de aquí lo que ponemos en cuestión, al proponer una ciencia de la realidad, es precisamente: 1- la noción de realidad -no como «solamente» realidad psíquica, ya que la prueba de realidad concierne a una división que se produce en la metapsicología, un escenario transdimensional en el nudo mismo de lo que entendemos por humano- y 2. el relevo de la noción de ciencia natural historicista por el devenir de una serie de ciencias de la naturaleza, donde la atribución -«de la naturaleza»- se hace corresponder con el retorno de una nueva ciencia, un nuevo lazo de la ciencia a partir de lo humano -la presencia del observador en el interior del «experimento»- y su devenir sobre los objetos así abordados.
«De la naturaleza», retoma también la cuestión freudiana sobre lo real del órgano y la representaciones inconscientes -o cargas- no asequibles -inasimilables- a la conciencia, abordadas también por Lacan en la dimensión de la letra real. Esa cuestión por la cual el significante «cava lo real». Y asimismo, esta práctica psicoanalítica -transferencial, ligada a «los campos», también los campos gravitatorios- que no sólo hace con el órgano real sino que transforma el status quo de lo que entendemos por real, real del órgano, orgánico.
Onda pulsión y ADN pulsión
Onda pulsión es un determinado concepto de la teoría psicoanalítica por la cual la pulsión, fundamentalmente la pulsión de muerte, se encuentra en una cierta intermitencia alrededor del horizonte de sucesos, ligada a los retornos –ecos de su devenir inconsciente, y que se caracteriza por su indeterminación, no sólo en lo que respecta a su relación con los objetos de pulsión –y en particular lo que Lacan nombró “objeto a”-, sino por su dificultad para establecer allí lo propio de una lógica sólo topológica –enmarcada en los cuatro registros del Nudo Borromeo-. La Onda Pulsión se encuentra entonces ligada al campo alrededor de ese horizonte de sucesos, sin determinar la relación con el objeto “a” sino por un más allá, en los albores de un tipo de objeto que sólo puede entenderse como intermitente, fugaz, aleatorio –además de no especularizable, cualidad que comparte con el objeto “a”-.este más allá no es ya –sólo- el más allá del principio del placer, sino un más allá ligado a la transdimensionalización de la pulsión en un registro cuántico y en una serie de dimensiones que sólo podemos inferir del orden “n”, transfinita.
Etiquetas: Cristian Rodríguez, EPC -Espacio Psicoanalítico contemporáneo-, José Luis Juresa, L’IGH – Le Institute Gérard Haddad de Psicoanálisis, Psicoanálisis