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21-01-2020 Notas

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Por Luciano Lutereau y Marina Esborraz | Imagen: Rubén Lartigue

1.

¿Por qué los varones son celosos de las mujeres? No es claro decir que es porque el deseo es posesivo, ya que la pregunta se desplazaría: ¿cómo los varones llegan a tener un deseo posesivo? 

Decir que es porque vivimos en una sociedad patriarcal, es decir, alegar un determinismo cultural tiene el problema de que podría objetarse que la cosa es al revés: que es por los deseos que tenemos que vivimos en una sociedad determinada. ¿Qué viene primero, el deseo o lo social? Pero ¿qué deseo no es social? Por lo tanto, dar cuenta de lo social es explicar los deseos y por eso el psicoanálisis es también una psicología social. 

Es lo que Freud desarrolla en Psicología de las masas, pero también en Tótem y tabú, donde explica que los primeros celos del varón son hacia el padre, hacia el deseo del padre que los excluye: un hijo es quien tiene celos de ese otro varón que es el padre, con cuyo deseo se identifica y, por lo tanto, sólo con el costo de ser pasivizado es que puede ser deseado por el padre; así surge el parricidio y la culpa, porque no puede haber duelo por alguien cuyo deseo se deseaba, sólo culpa y regresión narcisista: así el varón empieza a desear a las mujeres, con el deseo del padre, y al desearlas se juega una contradicción: con ese deseo verifica el parricidio (y la culpa, por eso los celosos suelen pedir perdón después de sus escenas o sentirse avergonzados), pero lo necesita para recuperar al padre (por eso el varón busca en la mujer al padre, que puede ser el de ella con el que competir; o, de otro modo: una mujer es lo que media entre un varón y otro varón). 

Los varones son posesivos, entonces, por esa raíz homoerótica que es la relación con el padre (por eso es incompleta la hipótesis tradicional de una homosexualidad latente): en los celos de un varón se trata de la pasividad (que sólo puede ser con el padre), de decir “El padre es mío” a través de la pasivización de la mujer.

2.

¿Por qué muchos varones huyen de la instancia de conocer a la familia de la novia? ¿Por qué la primera idea que tienen muchos tipos, cuando les presentan a la hermana, prima, tía, madre de su mujer, es: “Qué buena que está” o un pensamiento en torno a si está para darle? ¿Qué significa este desplazamiento reactivo del erotismo, que surge cuando se formaliza una relación, que hace que la consolidación de una pareja muchas veces venga de la mano de la aparición de amantes? ¿Qué otra cosa puede implicar este erotismo reactivo sino una forma de encubrir la pasividad respecto del padre (de la novia)? 

¿De qué otro modo eligen los varones a sus mujeres si no es a partir de un rasgo homoerótico, un aspecto paterno-masculino en la mujer? ¿Cómo se sostiene una pareja en la que, entre el varón y la mujer, está el padre (de ella, como lo demuestran todos los chistes que se hacen con “la hija-prima-hermana-sobrina-etc.” de otro varón)? ¿Cómo Lévi-Strauss no se dio cuenta de que, antes que de intercambiar mujeres, los varones gozan de robárselas entre ellos? ¿Por qué uno de los momentos de mayor plenitud sexual en una pareja es cuando se están por separar?

3.

Tan cierto es que amar sólo se puede amar a un varón, que esto explica por qué muchos varones necesitan tener amantes: para poder ponerse celosos, de esas mujeres que pueden perder, porque sus esposas no les despiertan celos, ya no temen perderlas. A sus esposas las desean, porque sólo se puede desear a una mujer, mientras que a sus amantes las necesitan para amar a otros varones. El tipo clínico característico de esta posición es, como ya dije, conocido en la literatura y en los consultorios: el marido celoso de su amante (y no de su esposa). Esta es una pequeña contribución a una clínica de la infidelidad, en la que siempre hay algo trágico, no necesariamente neurótico, una especie de destino, que muestra cómo amor y deseo, cuando se cruzan, desgarran a quien tocan. Por eso muchos eligen desear y no amar, mientras otros aman para no desear.

4.

¿Por qué los varones les mienten a sus esposas? Muchas veces escuchamos a mujeres quejarse de eso. No se trata de grandes engaños, sino que a veces no cuentan nimiedades. Es que se trata de eso: no es tanto la mentira como voluntad de engañar, sino la reserva de algún detalle, la preferencia de callar. Entonces, la pregunta se vuelve más interesante: ¿por qué a los varones no les gusta contarle todo a sus esposas? Al menos, no les gusta responder a todas sus preguntas. Se trata del modo en que el varón frustra el deseo de saber de la mujer. Es una especie de protesta masculina. Si le respondiera, ella sería su madre y él sería su falo. “No soy tu falo”, es la posición del varón que prefiere no hablar. Si no es falo, es para tenerlo. Es en este caso, “tengo un secreto”. Y algunas mujeres se enojan mucho con eso: “¿Cómo no me contaste que…?”. A veces este ocultamiento puede motivar celos y sospechas. Es inevitable: ser la mujer (y no la madre) de un hombre, sintomatiza. Aunque también es cierto que el varón que prefiere callar es el que más complicidades tiene con su madre, es el más edípico de todos.

5.

¿Por qué los varones aman (o admiran, es lo mismo) a otro varón por su poder antes que por su deseo? Esta es la contribución del homoerotismo al fanatismo. Así se admiró a Hitler, a Stalin, hoy a Putin. Es lo que hace del mito freudiano de la horda primitiva un fantasma masculino: la omnipotencia del padre vela su deseo. Si tiene a todas las mujeres, no desea eróticamente a los hijos, no sea cosa que los hijos amen su deseo. ¿Para qué sirve el análisis de un varón? Para que pueda amar el deseo de otro varón, es decir, para que deje de ser súbdito de un padre al que supone perverso y al que le autoriza sus caprichos totalitarios, para que pueda creer sin ser un fanático, para que pueda advertir que la fantasía del padre omnipotente reprime lo femenino del padre o, mejor dicho, que el padre es feminizante (no feminazi: ese es otro fantasma machirulo, que reprime el deseo atribuyendo poder) y, por qué no, feminista. 

El análisis de un varón termina cuando puede hacer del padre una mujer; no cuando pone a una mujer en el lugar del padre (salida habitual de la neurosis), sino cuando puede amar el deseo de una mujer que es el padre. 

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