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Por José Luis Juresa
Si el capitalismo ha logrado plasmar al modelo neurótico-obsesivo como una lógica progresiva y una tendencia hacia el aislamiento, concentración, estallido y desaparición de todo rastro del deseo, el psicoanálisis ha venido a cumplir el trabajo del arqueólogo en el más sencillo y literal sentido de la palabra: ha venido a reconstruir las huellas de la vida en el cuerpo y, partiendo de allí, posibilitar una reconstrucción de la existencia. En ese sentido, es la inauguración de una ciencia otra, distinta, que se asegura de no poder jamás quedar al servicio “neutro” de la progresión de un falso discurso disfrazado de “lógica social”. El psicoanálisis es, desde sus entrañas, el antisistema y la resistencia que no ha logrado aún tener traducción política alguna, salvo algunos intentos muy buenos. Y todo esto por el simple y contundente argumento de que la operatoria psicoanalítica tiende a recuperar un cuerpo que el discurso capitalista tiende a hacer desaparecer, del mismo modo que tiende a hacer desaparecer el ambiente en el que la humanidad respira. No hay contrargumento para con esto, y no hay manera de negarlo: las máquinas serán las que no necesitarán ni del aire, ni del agua ni de los recursos alimenticios, y son las máquinas, analógicas o digitales, como sea, las que “corrigen” el error en el sistema que representa lo humano: no son cuerpos, no desean, no aman, no se distraen con todas esas cosas que podrían hacerles añorar una vida. Una vida que valga la pena vivir
Último tren a la nada
El terraplanismo consiste en un movimiento que promueve, básicamente, la negación de los descubrimientos científicos que le dieron a la humanidad avances concretos que se tradujeron en un aumento de la esperanza de vida, y en la expansión de las capacidades para hacer de esa vida algo más que la posibilidad de sobrevivir con suerte. Así, niegan que la tierra sea esférica, como así también niegan la presencia de bacterias y virus sobre los que la ciencia médica ha librado batallas y las ha ganado con esfuerzo. Niegan un par de centurias de esfuerzos científicos que incluso les ha costado la vida a varios de sus exponentes destacados. Ninguno de esos peligros pone en riesgo a los terraplanistas, que apenas si se refugian en encuentros de secta y se aíslan con el mismo ahínco con el que las creencias necesitan sostenerse entre quienes las comparten y tienden a cerrarse y a crear enemigos externos a su fe.
Se puede adivinar en esa actitud la necesidad de sostener una corriente que viene de más lejos en el tiempo, y se conecta con el desagrado y la desesperanza que el capitalismo ha despertado con su avance feroz en las últimas décadas, su salvajismo desregulado, su tendencia a crear enclaves al mejor estilo medieval, a recrear los muros y vallados para los que solo faltan reconstruir fosas con agua, poner los cocodrilos y los puentes levadizos. Esa decepción se descarga sobre la ciencia, en la medida en que la ciencia y sus científicos no hacen política y no se despegan decididamente de quedar asociados contributivamente al servicio de ese arrasamiento de lo humano y de la tendencia a hacerlo desaparecer de la faz de la tierra junto con los recursos y el medio ambiente. El capitalismo desregulado se las ha arreglado incluso para encontrar culpables entre quienes apenas si son sus vasallos. Y los científicos y su ciencia han caído en la volteada. El terraplanismo es una reacción que finalmente se aprovecha convirtiendo a la ciencia y a sus descubrimientos y aplicaciones mas honrosas en un diablo, en un cuco al servicio de la expoliación, al servicio de lo que el capital mejor sabe hacer: destruir, someter, explotar, hacer de la vida humana apenas un negocio sujeto a un estudio de factibilidad.
El problema es que esa reacción refuerza la lógica del capitalismo. No más que eso. Carga las tintas sobre la ciencia, pero se guarda el as en la manga: acepta el capitalismo al punto de ser parte de ese retorno al medioevo, a esa lógica de vallados que primó en la época en la que los señores feudales vendían protección a cambio de trabajo sumiso. Ni un cuestionamiento se escucha de parte de los terraplanistas, a lo que habrá que suponer que aceptan la “naturalidad” del capitalismo con el mismo fatalismo que sugieren y afirman que la tierra es plana.
Los transhumanos
Esta es otra corriente que se plasma en la caracterización del personaje de la hija de la pareja interracial que se puede ver en la magnífica serie de TV “Years and years”, quien cómicamente les anuncia a sus padres que es “trans” y éstos, como típico matrimonio burgués “cool” rápida y abiertamente la apoyan haciendo alarde de amplitud y tolerancia de géneros varios en el orden sexual, para inmediatamente aclararles que es “trans” sí, pero “transhumana”, lo cual es distinto y mucho más grave: resulta que la niña se quiere “digitalizar”, hacer desaparecer el cuerpo de su vida, eternizarse una dimensión de lo “trans” que va más allá de la dimensión humana. Clarísima metáfora de lo que en realidad sucede también a nivel de la lógica del falso lazo capitalista: las máquinas, otra vez, vendrán a reemplazarnos, pero como un valor a defender y a sostener.
Digitalizarse es y será una “salida” para la depresión de alojar la vida en un cuerpo que sufre por amor o por desamor, por las fallas a las que es sometido por obra del deseo, los desvíos que convierten en “fallas humanas” lo que son errores, ya que los errores son subsanables y las fallas humanas de ninguna manera. Y es así como muchos sujetos en el consultorio repasan y repasan una y otra vez en su mente todos sus pasos, como si fueran asesinos que no están tranquilos de haber dejado alguna huella servida. No se quedan ni se quedarán tranquilos jamás, porque para quedarse tranquilos tendrían que haber sido máquinas, ya que las máquinas no fallan, sino que cometen errores, que por lo tanto son subsanables. En cambio, el ser humano falla y deja huellas de sus fallas, y por lo tanto jamás habrá “crimen perfecto”. Lo transhumano apunta a la digitalización en tanto la solución al sufrimiento de no lograr estar a la altura de los valores que se defienden en nombre del “buen funcionamiento de las cosas”, es precisamente hacer desaparecer los cuerpos sumergidos en las culturas y en las historias que no se adaptan y que resisten, una y otra vez, el imperio del capital desregulado y salvaje. Resisten sin siquiera proponérselo, resisten porque son cuerpos, humanos nomás.
Así, finalmente, el personaje – no casualmente “de color”, en honor a lo que decíamos antes – se va “digitalizando” mediante un primer paso, que es la incorporación de un teléfono implantado en la mano y en la muñeca. Territorio del goce a su vez gozado por la máquina capitalista, tomado y utilizado por la biopenetración de la “cultura” de la productividad y de la acumulación, tanto de capital como de basura, dentro de la que se irán acumulando cada vez más pilas y pilas de cuerpos humanos de las que las imágenes de Auschwitz y otros campos de concentración apenas si son tenebrosos anticipos.
En definitiva, tanto terraplanismo y transhumanismo, son una huida a los problemas que le plantean a la humanidad el imperio arrasador y sin obstáculos del capitalismo y su lógica de acumulación, concentración y estallido. Uno hacia el pasado, y el otro hacia adelante, en ambos casos como negación de toda pregunta, de todo cuestionamiento a lo que se considera como una lógica “natural”, tal como si el capitalismo equivaliera a la existencia de la reproducción celular, o como si fuera un corazón que late y que no se cuestiona que lo haga porque en eso se fundamenta la vida. Y eso no puede ser, porque en la cultura lo único natural – como alguna vez escuché decir no recuerdo a quien – “lo único natural son los duraznos al natural”.
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