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12-02-2020 Notas

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Por Federico Capobianco

Desde el cómic

Watchmen es la novela gráfica más premiada de todos los tiempos; no solo excede al género del cómic sino que lo reconfiguró, como así también a la forma en que la cultura popular lo percibía. Se lo considera bisagra: con él se alcanzó la madurez y fue medida para el resto. Alan Moore, el escritor, quien lo creó junto al dibujante Dave Gobbins, lo entendió varios años después de haberlo terminado.

Tuvo la idea de continuar el trabajo de George Orwell y por eso empezó a escribirlo en 1984. Creyó poder terminarlo un año después y por eso la historia está situada en 1985. Salió en 1986; y recién en 1988, en notas que escribió para explicar su trabajo, empezó a “obtener algún tipo de perspectiva de lo que en realidad habíamos hecho”.

Cuando lo convocaron desde DC Cómics, Moore quiso escribir uno desde cero, sencillamente para hacerlo sin preocuparse por encajar los propios planes en personajes ya escritos y narrados. “Los cómic regulares, con su insistencia sobre una continuidad rígida y entrecruzada, presentan muchas molestas limitaciones al creador. La peor de ellas es que nunca puede ocurrir nada que pudiera tener efecto duradero en el mundo”, escribió Moore en esas mismas notas.

Así fue que se juntó a Gibbons, y luego de darle algunas vueltas a antiguos personajes de la vieja y desaparecida línea de cómics Charlton que DC había adquirido pero no permitía usar, se sumergieron en su plan inicial. Watchmen nada en aguas profundas, no fue la intención inicial pero sí dónde decantó. Tal profundidad se dio porque para Moore “no era suficiente describir las circunstancias particulares de la vida de un Rorschach o un Dr. Manhattan sin considerar sus tendencias políticas, su sexualidad, su filosofía y todos los factores en su mundo que habían dado forma a esos elementos. No podíamos discutir a estos personajes sin discutir el mundo que los había formado, y no podíamos discutir ese mundo sin de algún modo referirnos al nuestro, aunque sea indirectamente.”

Moore y Gibbons

Ese es el factor principal que permitió al cómic ser lo que es. A Moore no le interesaba ninguno de los mundos ya creados, creía que si DC tenía intenciones de cruzar alguno de sus personajes con Superman buscaría la excusa para hacerlo, él no se las daría. En una de los contactos epistolares que mantuvo con Gibbons, y luego de ir y venir sobre la idea del mundo, Moore le escribió: “para entender a qué quiero llegar, tendrás que intentar imaginar lo que la presencia de superhéroes le haría realmente al mundo, a la política y psicológicamente.”

¿Qué pasaría si en el mundo y la época –en la que lidiaban los autores- aparecía, por primera vez, alguien con superpoderes? ¿Cómo afectaría ese superhéroe al par de aventureros sin poderes que pretendían combatir el crimen por cuenta propia? ¿Cómo afectaría psicológicamente a la población? ¿Habría fanatismo o miedo o se alteraría toda la cosmovisión religiosa ante la presencia de un ser superior real? ¿Cómo lo usaría la política en un contexto de guerra?

Todas estas cuestiones se preguntaron los creadores de Watchmen y así ubicaron a los personajes en una guerra fría no tan fría. Estados Unidos había usado al Dr. Manhattan (el superhéroe invencible) para ganar la guerra de Vietnam pero Rusia amenazaba con una destrucción nuclear total si pretendía usarlo nuevamente. El mismo mundo pero diferente. Moore pretendía un lugar para la identificación de los lectores que mantenga el interés sin que les importe las diferencias reales. Y explicaba: “creo que un mundo que hubiese vivido con la presencia de superhéroes durante veinte años sería un lugar muy interesante”.

Por otro lado, la presencia de estos vigilantes independientes llevaría a la política a modificar las leyes. ¿Si incluían a unos cómo excluir a otros? ¿Cómo impedir que cualquiera quiera salir a buscar justicia por mano propia? Esta ambigüedad legal significaban para Moore un mundo en constante tensión: ¿quién vigila a los vigilantes?

Por lo tanto, en la profundidad, aparece otra variable importante: si cualquiera puede ponerse una máscara y salir a hacer justicia, ¿cuál sería el límite moral? Si sucedería hoy, acá, y tendríamos la posibilidad de hacer lo mismo, ¿qué sería para nosotros la justicia? ¿Iríamos contra políticos, banqueros, empresarios, violadores, rugbiers asesinos, pibes pobres, trabajadores en huelga, ladrones que roban para comer o la policía? Los personajes de Watchmen bucean esa profundidad, la cual por momentos es demasiado oscura. Seguramente nosotros también lo haríamos.

A la serie

Hubo una adaptación previa: la película que se estrenó en el año 2009 es idéntica al cómic, no hay otra cosa que traspaso de lenguaje. En los créditos de la misma no figuraba Moore como el creador: solo Gibbons. Se dice que Moore no quiere saber nada con las adaptaciones de su creación ni recibir regalías; tampoco con DC. Por lo visto, y según también se lee en sus notas, lo cansaron: “ahora estamos en enero de 1988, y esta pieza es el último trabajo que espero hacer sobre Watchmen en el futuro próximo. Hemos escrito y dibujado el cómic. Ayudamos a diseñar los prendedores y aprobamos los relojes. Hemos discutido la película y los juegos de rol y aprobamos las remeras. Hemos hecho la gira británica y las entrevistas en los medios estadounidenses. Hemos hecho la sesión fotográfica en la que nos pidieron que posáramos como Adam West y Burt Ward, caminando de lado sobre una pared con nuestra batisoga. Hemos firmado tantos libros que estamos pensando en cambiar nuestros nombres solo para aliviar el tedio, y cada vez que vemos esa estúpida y amarillenta carita sonriente con la pequeña gota de sangre roja somos víctimas de una migraña insoportable.”

Tampoco aparece en los créditos de la serie que HBO estrenó en 2019. Aunque acá la situación es diferente: hasta Gibbons declaró que la serie creada por Damon Lindelof (co-creador de Lost) no era una adaptación y traía cosas muy interesantes, con un enfoque refrescante, emocionante e inesperado. Lindelof decidió sumergirse en la misma profundidad del cómic y preguntarse, una vez en la oscuridad, las mismas cosas que se preguntó Moore. Pero el mundo del cómic ya no es el suyo: si había que crear uno que esté conectado con el propio tendría que resignificarlo.

Lindelof no olvida la idea de Moore de que un mundo donde los vigilantes actuaron por veinte años sería interesante, por eso sitúa la serie, no veinte, si no bastante más años después, en un mundo que es consecuencia del cómic. No hay fecha, pero por los avances tecnológicos es claro que, aunque parezca cercano, es el futuro. Pero como no se puede saber qué problemas aquejarán más adelante hay que ubicar los actuales. Es así que Lindelof sumerge con él dos cuestiones sociales de gran tamaño: el racismo y el feminismo. Si bien este último atraviesa a más de un lugar, se sabe que el racismo en Estados Unidos es algo enraizado y difícil de doblegar.

¿Cómo recrear Watchmen a partir de esas cuestiones? El racismo es la trama principal y surge de un hecho real: la masacre racista en Tulsa, Oklahoma, en 1921, con un grupo de blancos linchando a toda la comunidad negra del lugar. Luego el Ku Klux Klan y su resurgimiento en un grupo de blancos supremacistas que quiere volver a tener más derechos que los demás después de que el mundo se haya igualado racialmente.

La Séptima Kaballería con la máscara de Rorschach.

En el cómic, los Watchmen son la continuación de un grupo previo llamado los Minutemen (en referencia a las milicias británicas que defendieron su territorio en América del Norte durante los siglos XVII y XVIII) que operó durante los años 40. En ese grupo estaba Justicia Encapuchada, el primero de todos, el ejemplo a seguir; nunca se revela su identidad ni su origen, ni siquiera su desaparición. Hay especulaciones pero nadie sabe quién es. Entonces, ¿por qué no hacerse cargo de esa incógnita y llevarlo más allá? ¿Qué pasaría si Justicia Encapuchada fuera una persona negra cansada del hostigamiento racial, que vivió de chico la masacre de Tulsa y decide ir contra eso?

El anonimato es impunidad, así lo demuestran las máscaras de los vigilantes. La capucha de Justicia Encapuchada es más lo primero que lo segundo: no puede mostrarse haciendo justicia por mano propia siendo una persona negra. ¿Cómo reaccionaría la sociedad, la política o la prensa? ¿No sucede lo mismo acá con diferentes desigualdades ante cualquier crimen o delito? Por eso se pinta los ojos de blanco, se encapucha y sale. Pero si nadie sabe cuál es realmente su motivación, ¿qué legado se inicia? ¿Qué influencia puede generar? Las máscaras en la serie tienen aún más peso que en el cómic: son anonimato, impunidad, seguridad y simbología; una forma de explicar todo sin decir nada.

Justicia Encapuchada en la serie.

Con respecto al feminismo, las cuestiones son menos explícitas. Si bien para entender la serie se debe haber leído el cómic, quien no lo haya hecho podría verla tranquilamente e interpretar el conflicto racial; pero la cuestión de género requiere más información previa. En el cómic solo tres mujeres forman parte del grupo de vigilantes mientras los hombres son diez. En los Minutemen son dos: una, Silohuette, la única declarada homosexual, fue asesinada por un enemigo y mutilada junto a su pareja; la otra, Silk Spectre, estuvo a punto de ser abusada sexualmente por El Comediante –llamado Edward Blake-, otro Minutemen, pero es ella quien a lo largo del cómic asume la responsabilidad y la culpa, termina enamorándose de su abusador y de una sola relación nace Laurie. Es ella quien, con apenas 17 años, es obligada por su madre a continuar su legado y pasa a ser la Silk Spectre de los Watchmen y, con apenas esa edad, se ve obnubilada por el Dr. Manhattan, el hombre más poderoso del mundo, quien aprovecha esa admiración, la enamora y empieza a salir con ella. Más allá de algún otro detalle, el lugar de la mujer en el cómic es claro.

Sister Night, protagonista de la serie.

En la serie es al revés: la protagonista, la vigilante principal, es mujer y negra. Laurie Blake, ya grande, quien lleva el apellido de su padre, tiene un puesto de poder importante y un rol con más peso que en el cómic. Ahora, y a diferencia del cómic, ya no es más un hombre la persona más inteligente del mundo sino que lo es una mujer. Desde ellas tres se narra la historia y esa es la resignificación.

Quedaría solo un punto: el Dr. Manhattan. La misma pregunta que se hace el cómic se mantiene en la serie. ¿Qué haría por la humanidad un hombre superpoderoso e invencible? La respuesta es simple e irrefutable: nada. Y la serie no tiene por qué hacer algo al respecto, es un tema perdido. Lo que sí la serie logra, con su resignificación, es reafirmar la calidad del cómic. Es mostrar que esa profundidad, las variables que permiten la oscuridad suelen ser las mismas, aunque cambie la época y los conflictos, y es posible que nos deje a todos sin ver, aunque sea a lo lejos, la superficie.

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