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Por Luciano Sáliche
“¡Lo que sucederá en el futuro es todavía peor!”
Carta de Gustave Flaubert a Iván Turguénev
(13 de noviembre de 1872)
I
Podría empezar describiendo lo que me rodea: una notebook abierta sobre la mesa, el teléfono al lado vibrando a lo loco, mi hijo de dos años pidiéndome cosas insólitas como que le arregle un autito que se acaba de romper o que cambie de canal en esa tele que lleva prendida más de dos horas, un florero con flores empezando a envejecer, un mate abandonado, el frasco de mermelada abierto, migas, el caos de ese tecnicismo que erróneamente vi con buenos ojos: home office. Pero esto no es una crónica yoica ni un diario de cuarentena. Al menos no es la intención.
No hay otro tema en los medios que no esté relacionado con el coronavirus y tiene su lógica: más de 200 mil infectados en el todo el mundo y casi nueve mil muertos. Por ahora. Los sistemas de salud amagan con colapsar. En los países que el virus más se ha propagado, el incremento de casos ha sido exponencial y aún parece estar lejos de ser el pico. La medida más rápida fue: cuarentena. Y desde anoche: obligatoria. Se saborea el estado de sitio, el toque de queda, el aislamiento. Caminar por la calle tiene cierto dramatismo. Sin embargo, recién fui al chino y sólo sentí que era domingo.
II
El Estado argentino actuó rápido. La gran mayoría acató la directiva de la cuarentena como si se tratase de una cuestión de vida o muerte. En algún punto lo es. Anteayer murió un hombre de 64 años en la Ciudad de Buenos Aires, tercera víctima en el país. Se cierran las fronteras y las fuerzas de seguridad están instruidas para actuar sobre quien no cumpla la cuarentena. Mientras tanto, los fans del mercado que pedían la privatización de todo lo que tenga sombra ahora se apegan a la idea de que el Estado regule el tráfico de personas. ¿El retorno al Estado de Bienestar, pero militarizado?
Hay que tener en cuenta dos cosas. Por un lado, que esta crisis sanitaria acelera la crisis económica: las bolsas del mundo se desploman y los commodities como la soja y el petróleo caen en picada. Pero por otro, el sector ligado a la salud privada continúa incrementando sus ganancias, como los laboratorios y empresas que producen los materiales para combatir la pandemia. No es novedad: son los mismos que durante el gobierno de Cambiemos aumentaban el precio de los medicamentos muy por encima de la inflación y de las paritarias y de las jubilaciones. Y hoy vuelven a especular.
El coronavirus también funciona como cortina. Muchos sindicatos empezaron a pedir, no sólo en Argentina sino en el mundo entero, que se decrete la prohibición de los despidos. Viveza criolla es esto: Swiss Medical mandó a 300 empleadas a hacer cuarentena a sus casas para estar con sus hijos que no tienen clases pero el salario que deberían cobrar en esas dos semanas se lo quitan. Una ilegalidad absoluta. Lo mismo con los que, ante la escasez lógica, aprovechan para aumentar el precio de sus productos.
III
Los empleados estatales a la casa. Pero en las empresas privadas la cosa es más difícil. Hay un gris que permite a los empleadores de rubros “indispensables” enviar a hacer home office a algunos y dejar en la oficina, la fábrica, el negocio a otros. Sin embargo, ¿qué sentido tiene que una persona que va a trabajar todos los días tenga a sus hijos y a su pareja en su casa en cuarentena? Ese ir y venir diario rompe el aislamiento de toda la casa. Lógicamente hay puestos que necesitan ser presenciales, pero ¿hasta qué punto la necesidad es del trabajo y no del empleador y su ganancia?
Hacer home office o teletrabajo no es tan sencillo como parece. El contexto que se vivió en la era Cambiemos coincide con eso que algunos analistas llamaron la uberización de la clase obrera: frente a la falta de trabajo aparecieron aplicaciones como Uber y Rappi que permiten a los desempleados emplearse y manejar su tiempo trabajando a libre demanda. Y algo de eso ocurre ahora también: muchos, trabajando en casa, se preguntan cuándo empezó la jornada, cuándo terminará y cómo escapar del “estar disponible” para cuando la empresa lo necesite.
Argentina tiene a la mitad de su población activa trabajando de manera informal. Ante esta cuarentena obligatoria, la prohibición de salir de la casa a trabajar, no hay salario, no hay comida. La pregunta es si, en un contexto como este, aún habrá leyes laborales que amparen a estos trabajadores. O mejor, ante un contexto como este, y pensando con un pesimismo no tan atroz, imaginando que esta situación se prolongue en el tiempo, ¿aún habrá leyes en general? El Estado está pujando para cerrar el Congreso. ¿Qué colores se vislumbran, allá al fondo, en el horizonte?
Por otro lado, si las medidas preventivas se siguen extremando, ¿cuánto tiempo durará en pie la dulce imagen de las fuerzas de seguridad como garantes del cuidado y la salud pública? Nadie duda de las buenas intenciones de, por ejemplo, todos esos médicos y enfermeros que están ahí, en el campo de batalla, tratando a pacientes enloquecidos y lidiando con paranoicos sanos, pero tampoco hay que dejar de pensar en términos biopolíticos lo que funciona lateralmente como un control poblacional. ¿Este “estado excepción” permitirá la represión indiscriminada?
IV
Esta pandemia muestra varias cosas: 1) hasta qué punto podemos aceptar las órdenes de un Estado que, al menos por ahora, quizás solamente por ahora, quiere cuidarnos; 2) la responsabilidad social empresarial del capitalismo es peor que la caridad; 3) este estado de excepción es, en realidad, la radicalización de una normalidad, su transparencia; 4) es técnicamente posible que esta cuarentena escale detrás del aumento de contagios y muertes y eso que parecía durar dos semanas se vuelva un mes, dos meses, tres meses, un año, toda la vida.
La paranoia por el coronavirus tiene ribetes filosóficos. En la serie Rick & Morty, cuando Morty tiene algún dilema existencial que lo acorrala entre el sinsentido de la vida y su propia moralidad, Rick le responde enseguida: “No pienses en eso, Morty”. Luego limpia sus labios llenos de whisky con la manga del guardapolvo y pisa el acelerador de su nave espacial para volver a casa. El problema es que ya estamos en casa y no podemos dejar de pensar en eso.
Etiquetas: Coronavirus, Cuarentena, Gustave Flaubert, Rick and Morty