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Por José Luis Juresa y Cristian Rodríguez
Cristina nos devuelve a una senda política e histórica, la de una refundación. Esa misma que comenzó en 2003 con Néstor Kirchner, y más precisamente con la 125 en 2008, a poco de la asunción presidencial de su primer mandato como Presidenta. Cristina oficia en nuestra actualidad cultural y política la función del médium. Cristina médium, como la posición del analista, sostenida en el deseo y no en el Discurso Amo. Su emancipación, después de cuatro años de persecución, es también el signo de una época en la que los colectivos de mujeres tallan el pulso de la historia.
Nadie se atrevería ahora a señalarla como “la yegua” o “la puta”, otro de los artilugios de persecución ideológicas con las que se estigmatizó no sólo la figura de Cristina, sino la marca a ese gobierno con el que nos identificamos. Es que la yerra, indudablemente, como la antigua marca a fuego del esclavo, ha sido uno de los aperitivos de apropiación de tierras y ganado preferidos por el imaginario terrateniente de la república. Y en ese imaginario han abrevado las ideologías golpistas y desestabilizadoras.
El libro de Hannah Arendt ¿Qué es política? abre así, agosto de 1950: «la política se basa en el hecho de la pluralidad de los hombres.» Después sigue con una serie de consideraciones que no hacen más que confirmar que estamos en el punto, respecto de un próximo trabajo por hacer sobre las políticas, las políticas en el psicoanálisis, las políticas deseantes -o libidinales, como nombramos hace años-, las políticas del hacer lazo social. Allí están presentes:
– 1950 como punto de relevo, la cuestión del concepto de hombre retomada en los últimos seminarios de Lacan.
– la cuestión de la pluralidad -el psicoanálisis como nuevo lazo social-. Por otra parte, así comienza el famoso capítulo de Finnegangs: «Anna Livia plurabelle» -Livia, como L’Evie que retoma Lacan en el Seminario El Shintome, sobre Joyce, hablando de la función de la palabra, de La Eva, la vida, la lengua en el punto de la intersección con la ciencia y la manzana del árbol. Finalmente, ese preciso neologismo: plurabelle, bella plural
Que ese pacto no es con Dios
El pecado, como sabemos, para que se realice, para que sea una serie, tiene que haber al menos dos. Y en ese “al menos dos”, su realización queda garantizada por la investidura del objeto -concepto freudiano-, es decir de la relación de la pulsión con el objeto. Esta relación, aleatoria por cierto, una “soldadura”, no es de ningún modo el origen, no es la costilla de Adán, sino precisamente lo que va hacia el encuentro a partir del árbol del conocimiento, la aventura fuera del paraíso.
Cristina, en su necesaria refundación, alcanza la dimensión de LaEva, como esa intersección que nombra a nuestra Eva que queda a las puertas de la viceprsidencia de la nación en 1951. La estela de esta Eva, Eva Cristina, llega del futuro y realiza un proyecto de emancipación inconcluso, el de Eva en la vicepresidencia de la Nación y el de la nación emancipándose, más allá de las botas militares y de las botas oligarcas. Retoma también esa Eva nombrada como “jefa espiritual de la nación.”
Este programa de trabajo está en ciernes, se sigue escribiendo en nuestras actualidades cotidianas. Como programa de escritura plural y comunitario, depende de la función de la serie, es decir de los relevos y de los ecos que interroguen a cada quién en su posición subjetiva. No es una religión sino una transversalidad, no es sólo Cristina, sino cada quién en la comunidad, haciendo nacer con su deseo inconsciente. Es, una vez más, un efecto de multiplicación y de investidura de objeto, es decir del modo en que este se realiza: no hay nada escrito, se está escribiendo. Es una invención.
Si la política atañe a lo contemporáneo, la relación entre el psicoanálisis y la política concierne también a los psicoanálisis contemporáneos. Así, en plural, como señala este retorno de LaEva Cristina. No sólo es la política de los contemporáneos, sujetos históricos que sostienen el discurso psicoanalítico, analizandos, psicoanalistas que son libres en su estrategia y ligados a la política del deseo, sino que esto se define necesariamente como del orden de “los contemporáneos”, con esa pluralidad, esa “plurabelle”. Política, en lo singular del que habla, pero que en el entrecruzamiento con el discurso se hace plural en los contemporáneos, porque eso es también lo que interroga el psicoanálisis, el lazo social en los contemporáneos de lo contemporáneo. Su objeto es excéntrico respecto del deseo, y plural contemporáneo. Esa pluralidad ya rescata de la mirada historicista, es la mirada de lo que se hace contemporáneo por los contemporáneos -tanto sujetos, como los registros-. Los estudios son contemporáneos, la época que abordemos no necesariamente de lo contemporáneo, pero se lee en lo contemporáneo. Los campos discursivos delimitados a partir de aquí se hacen plurales y contemporáneos, y a partir de aquí respiran de un soplo -la vie, la vida- que los hace espacios posibles de realización, y por eso mismo de pecado.
Cristina propone, incluso más allá de ella, de su finitud material, más allá de su intención formal, el posible nacimiento de esos espacios de realización.
La ley primera
Si el fraticidio se encuentra en el origen del problema planteado por la horda: endogamia, incesto, parricidio, y roza un inadmisible en la cultura, posiblemente una desmentida, sin dudas enriquece la formulación freudiana sobre el complejo de Edipo, ya que ambos complejos -fraticidio y Edipo- asumen su borde entre lo irreparable de lo humano y la pulsión de muerte.
En esta misma dimensión de lo humano, los infiernos y los objetos técnicos capitalistas nos conciernen a los psicoanalistas y tocan dos soportes, metapsicológicos y sociales del psicoanálisis: horda e incesto por un lado, iluminismo y discurso capitalista por el otro.
Esa es una verdadera metástasis para nuestra república, esa metástasis arrasadora que ha significado, en sus variantes históricas, el clamor de «viva el cáncer», arruinando cualquier atisbo, cualquier posibilidad de desarrollo genuino humano, industrial, científico. El cáncer que ya fue implantado por la generación conservadora de 1870, promoviendo el país del silencio bajo la lógica feudal o bajo la lógica del exterminio de la Guerra de la Triple Infamia. Ese cáncer es del mismo cuño que los golpes militares desde 1930, el bombardeo a nuestra plaza fundacional en 1955, la Plaza de Mayo, Onganía, el nefasto golpe cívico militar de 1976. Esto es lo que representó para buena parte del electorado argentino la boleta amarilla, es este tipo de retorno. El amarillo de una campaña amarilla que se sustentó durante décadas con los fondos girados por Estados Unidos para desestabilizar gobiernos democráticos y populares.
El mismo cáncer que truncó la vida de Eva.
El destierro originario
Si en un punto la patria es el matadero, el matadero y la cautividad de Esteban Echeverría, elijen mandarnos al matadero porque no está reconocido el orillo del nacimiento de esta nación: el destierro originario desde el que hablamos y tomamos posición. Ese, el destierro originario, única manera social y solidaria de sostener la propuesta “la patria es el otro”, aquella anticipación genuina de los dos primeros mandatos de Cristina. El otro en el destierro originario. Eso es lo que el Peronismo de Perón y Evita interpretó en su fundamento y no pudo continuar y concluir, incluso por cuestiones que hacen a la propia liturgia del peronismo, a su iconografía dramática, en cuanto se lleva las vidas de sus líderes, porque en su épica “dar la vida” –amar, honrar la vida- es finalmente dejar la vida, morir a secas por la causa, estar en la causa, encarnarla como soldados.
Esa es una cuestión que habría que considerar, entre otras, respecto de una dialéctica que no sea sólo una épica que reproduce aspectos ligados a la autodestrucción neoliberal desde la fundación del proyecto liberal y unitario: el matadero para el otro, el otro es el que hay que mandar al matadero, el otro es el matadero –el otro encarna el matadero, el enemigo a aniquilar por la posición proyectiva, porque es el que potencialmente puede llevarnos al matadero por portar los signos proyectivos de ese matadero, la patria como matadero.
Los días de Cristina en la presidencia de su tercer mandato, son también el sustrato de lo que algún día nacerá, porque de algún modo ya ha nacido, un sesgo de multiplicación, una serie que garantice la realización de la república -la cosa pública tan escarnecida-, un dar la vida a condición de la existencia del otro, un rasgo identitario argentino que no sea la cruel oligarquía ilustrada ni el etnocentrismo pacato y reaccionario, ni el país de las vaquitas ajenas, ni la facilitación hacia el pensamiento represivo con el que la población argentina se autoindulta de sus responsabilidades, incluido buena parte del aparato peronista.
Cristina médium. Habremos de nombrar el destierro originario, eso que está en el acervo peronista que reconoció a los morochos, los obreros, los laburantes, como actores sociales y les dio entidad política, reconoció e interpretó muy bien que esa es una marca de origen de los argentinos.
¿Quién habla?
Hay una voz que no es neutra, pero si ahogada, que cada tanto recupera el aire y que retorna una y otra vez a los cuerpos devueltos por el río, reposando en las costas de lo no nacido. CristinaEva va por el árbol de la vida y de la condena para mandarnos a todos fuera del paraíso. Y sin embargo la promesa del paraíso vuelve una y otra vez para arruinarnos sin piedad y sin mirar los cadáveres que éste arroja desde su cielo. La voz de Cristina es médium de una información desestimada bajo el brillo fetiche de una religión ausente de toda fe, de toda confianza: la del discurso capitalista. Incluso la desborda a ella como temor y como temblor, que duda y dice cosas que necesita para aferrarse a la política, es decir, a su tiempo. Pero esa voz que interroga a quien habla, no es de este tiempo solamente. Es la voz de lo no nacido que clama como la inocencia de un niño catalogado como “santo inocente”. No hay inocentes. No hay “toda la pobre inocencia de la gente”. Hay arrasamiento y entrega sin resistencia alguna al consumo, incluyendo la propia vida. Es por eso que en la simulación de los “santos inocentes” hay complicidad, una complicidad de la que nadie quiere saber nada. Se prefiere la inocencia. Pero el psicoanálisis nos saca de los santos, y mucho más de los “inocentes”, a menos que se trate de un verdadero niño.
Por ahora, no son los que votan. Habrá que responder por eso, entonces.
Etiquetas: Cristian Rodríguez, Cristina Fernández de Kirchner, EPC -Espacio Psicoanalítico contemporáneo-, Jacques Lacan, José Luis Juresa, L’IGH -Le Institute Gérard Haddad de París-, Psicoanálisis, Sigmund Freud