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Por Julián Ferreyra
La biología freudiana
Freud leía a Darwin y también a Lamarck, interesándose mucho en una tesis de este último: “la necesidad crea el órgano”, la cual rima con lo propio del psicoanálisis, esto es, “la pulsión cartografía el cuerpo”, siendo la histeria un ejemplo. Incluso a contramano de sus propias ilusiones e intereses Freud sintomatizó a la biología en sentido pleno, dando cuenta de su real. Pero esta sintomatización encontró algunos límites, por ejemplo, en considerar a la anatomía como [neurosis de] destino. Vale la alusión histórica como parábola: en un psicoanálisis la biología se nos viene encima todo el tiempo, y si no la sintomatizamos podemos llegar a reducirla a ser pura anotomía o, como malos lamarckianos, a suponerla “generación espontánea”.
El amor y la nada
«La verdad, te amo», le dijo alguien a un analizante, quien primero había completado obsesivamente la frase: «La verdad es que te amo». Su intento de completar la gestalt de la frase para que así tenga sentido me llamó la atención, y repliqué lo siguiente: «Sacale el ser». Cuando finalmente me dice la frase en su forma mínima, original y simplificada, concluí: «Para amar no hace falta ser, amar es un acto y punto».
En la obsesión la acción que está verdaderamente imposibilitada es, como en la neurosis en general, el acto de amar. El ser neurótico suele ser antitético al amor, que de cosa, valor o cantidad tiene nada. Por eso un psicoanálisis consiste en inventar una forma de devolverle al neurótico su capacidad de amar, allí donde el ser sobreabunda.
Cuerpo-blooper
Esa humanidad en pasivo, una inercia en movimiento o en caída. Causa a veces gracia, pero carece de sentido del humor, de chiste. Todas las veces que el portador del cuerpo obsesivo se enchapa a sí mismo un chiste, o cuando hacemos de ese blooper un chiste, ahí nos empezamos a reír todos y todas, a carcajadas y con una parodia muy particular: la del inconciente.
Un buen ejemplo son la contractura o los nudos. Molestos en su omnipresencia pero mudos, a diferencia de lo conversivo; quirúrgicamente localizados y delimitados, pero completamente asociados con una no-representación: la muerte. Traer lo mortífero de la propia vida, lo regresivo de la pulsión -como también advertir sobre la mala idea de burocratizarla-, le devuelve al obsesivo la capacidad de utilizar e historizar su propio cuerpo: por ende de histerizarlo y, así, quitarle el sobresentido rumiante del destino.
Obsesión: un cuerpo tan presente como rechazado, por cuanto se lo vive y porta cual [neurosis de] destino. Un cuerpo que aparece en el discurso, pero como inmanencia, tan (bio)lógico que termina destinado a un fallido intento -o acto- de equilibración homeostática.
Lo que tensiona y/o lo que llama la atención
Él está aquejado por ciertas tensiones en el cuerpo, que atribuye sin demasiadas vueltas ni afecto a X cosa. Pero luego se sucede un interesante cambio de posición corporal: deslizamiento en la escucha mediante, le señalo que eso mismo que lo tensiona paradójicamente también le llama la atención. Mientras que la tensión supone un cuerpo pasivo e inerte, que algo llame la atención esboza un cuerpo puesto hacia la curiosidad. Introducir la atención en clave de curiosidad no sólo alivia las tensiones y contracturas, sino que también le devuelve al obsesivo, construcción mediante, su capacidad de curiosear con el cuerpo.
Cuerpo y miedo
Los miedos tienen mala prensa. En la obsesión se tiene miedo en la cabeza, y nunca se siente en el cuerpo -quedando éste resguardado en, por ejemplo, la pasividad de la contractura-. Así, el miedo se comprueba en su faz defensiva: la excusa perfecta para no afectar al cuerpo, de imposibilitarlo de deseo. Las raras ideas en la obsesión causan un miedo por demás seguro, especulativo. «Muerto de miedo» es una caracterización netamente obsesiva, que justifica a su vez otro mito, la hazaña, y el contrabando como única relación con el deseo. Lacan plantea en el Seminario VI que el fantasma obsesivo encuentra su máxima diferencia con la histeria en el punto en que éste se encuentra totalmente fuera de la escena: un cuerpo que brilla [fálicamente] por su ausencia. Por ello el análisis de muchos obsesivos pareciera darse vía Skype: con movimiento, pero sin afectación corporal. Esto le exige al deseo del analista -sobre todo si es obsesivo- convertirse en puro cuerpo: exigir que cada palabra sea cuerpo, abstenerse de la atractiva metonimia que intenta desplazar deseo y goce a cambio de sentidos comunes. Volviendo al miedo, se trata de recordar que éste es indicador del deseo, ya que el miedo alguna vez fue cuerpo afectado. Se trata de volverlo productivo, ya que así planteado el miedo es el reverso del placer.
Ir de cuerpo
No es la conversión el único modo de inervar al cuerpo a través de la palabra, ni tampoco la única manera de que acontezca un cuerpo-síntoma. Tal es el caso de un señor que se queja de no tener tiempo [libre] y se reprocha por la sobrecarga de actividades que asume, cansancio mediante. No casualmente siente que las cosas “le pesan”, siendo el cuerpo la plataforma de ese sentir; pesan aun cuando está en reposo. Sanciona luego que en torno al compromiso (para con una actividad X) «o se pone el cuerpo o no se lo pone», distanciándose de cualquier variante a medias, «tibia». Le ratifico en parte ello, ya que funcionaba para él como una posición ética. No obstante rectifico y le digo que aunque sonara extraño a veces poner el cuerpo es un modo de no estar. Ante su estupor amplío: hacerse presente solamente con el cuerpo evita a veces pensar, y por ende la posibilidad de conflictuarse. Ir de cuerpo funcionaba para él como una ya no tan lograda defensa, en tanto cansancio y pesadez acontecían.
Hete aquí un ejemplo para situar a la obsesión como “soy [cuerpo] donde no pienso”; o de cómo ir de cuerpo es a veces un viaje defensivo de ida, siendo el deseo del analista un vehículo para promover alguna vuelta.
La comodidad del cero
En la obsesión se cree estar en el terreno de lo contradictorio, cuando en realidad se habita la comodidad del cero: el efecto de una anulación. Se cree inmerso en ecuaciones, cuando en verdad son puras igualdades, identidades. Una ecuación lo es por arrojar una incógnita, mientras que una igualdad siempre es cierta: un término anula al otro y viceversa. Si bien cada uno de los enunciados de esa identidad obsesiva pueden ser egodistónicos para esa persona, allí no hay transgresión ni incongruencia.
Alguien me contó una «paradoja»: 2 fantasías recurrentes, nada anheladas y supuestamente contrarias; pongámosle, una escena «sádica» y otra «masoquista». Estupor: ni le gusta ser sádico ni mucho menos masoquista. Culpa mediante, trajo esto como un descubrimiento, intentando querer “resolver” esa supuesta paradoja. Le hice notar, por el contrario, que ahí no había contradicción alguna, sino una certera anulación: “O una u otra”, una anulando a la otra. La igualdad matemática es una trampa, en tanto sus contenidos distraen -restan- al obsesivo de cualquier tipo de acto: lo dejan en cero.
─No es lo mismo dudar a tener miedo, le digo.
─Entonces tengo miedo de dudar, responde.
La obsesión, si no la gana, la empata, y ahí el problema.
Llegar tarde equivale a estar en dos lugares al mismo tiempo. Lo contrario a decidir es duplicarse: estar en dos lugares, pero el cuerpo en ninguno. Esa es la obsesión.
Llanto, cuerpo y estornudo en análisis
Pues el paciente [y el analista] jamás olvida lo que
ha descubierto en la transferencia.
Este descubrimiento tendrá mayor fuerza
de convicción que cuanto haya podido
adquirir por cualquier otro medio.
“Esquema del psicoanálisis” , Sigmund Freud.
Él se quejaba, o más bien lamentaba que no le resulta posible llorar. Experimenta en sesión un impulso a hacerlo, pero justo antes de que se le caigan las lágrimas ese impulso cesa, y no llora. Se queda a medio camino, como en otras cosas de su vida. Le recuerdo que además de la tristeza el llorar puede ser efecto de la alegría, y que por ende el llanto es una forma de satisfacción. Acto seguido ocurre algo trivial pero que se tornó un acontecimiento: al estar escuchándolo estornudo. Así, decido utilizar a mi cuerpo como ejemplo, y le pregunto si no creía en la posibilidad de que él sí llorara, pero no de la forma tradicional -es decir sin lágrimas-. ¿Qué me responde? Que lo más cercano que se le ocurre a mi propuesta es ubicar que él estornuda todo el tiempo…
La cosa sigue, porque fuimos más allá de la supuesta impotencia inicial del “no puedo llorar”, pero no viene al caso. El cuerpo del analista, como soporte y a la vez como objeto de la transferencia, está siempre unas casillas delante de la especulación de la palabra. Mi cuerpo, inconciente a inconciente mediante, interpretó por efecto de su transferencia, escuchó algo que aún no estaba dicho como palabra. Mi cuerpo se solidarizó con el suyo, se hizo agente de la histerización que a este obsesivo le estaba costando.
No hay verbo
I. «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, era Dios». Así comienza el Evangelio según Juan, del cual se deduce que el verbo es lo divino. Verbo o también palabra, ambas provenientes del griego <Logos>: la palabra en cuanto acción meditada, reflexionada o razonada; la palabra encarnada en acción, algo más allá que un mero sujeto y un predicado. ¿Qué consecuencias si se omite el verbo, la acción, lo divino?
II. En la obsesión la acción es omisión: entre el «yo» -siempre presente- y el objeto de la oración -que puede no estar- se dice algo pero de tal modo que esté omitido. Tal como esos ejercicios de idioma extranjero en los cuales se debe rellenar los espacios vacíos: «Fill in the blancks», por ejemplo. La obsesión es ese espacio vacío.
III. De la lectura de J. Butler de las Meditaciones de Descartes leemos que el filósofo -un gran obsesivo- se pregunta por la existencia de la mano con la que está escribiendo y, al hacerlo, supone borrarla; pero en su afán de disolver lo corpóreo para describir a «la mente» su cuerpo retorna como espectro en su propio texto. Toda una analogía a lo propio del fantasma obsesivo que, según Lacan, consiste en sustraerse de una escena.
IV. Tal como el «Manos dibujando» de Escher (1948), la obsesión omite el verbo a través de una duplicación del sustantivo: si una mano dibuja al mismo tiempo a la otra, y viceversa, allí nuevamente la acción o el verbo se omiten. Ante dicho curioso movimiento, uno sin acción, resulta necesario rectificar el verbo, llevarlo a su infinitivo: sin tiempo verbal ni conjugación, simplemente su forma mínima.
Adelanto de #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos, que saldrá en abril editado por La Docta Ignorancia.
Etiquetas: Julián Ferreyra, Psicoanálisis, Sigmund Freud