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Por Leandro Germán
Tiene razón Durán Barba cuando afirma que los 90 “privatistas” fueron la excepción y no la regla, una suerte de paréntesis. El sentido común de los argentinos es fuertemente estatista. No está bien ni está mal, simplemente es así. En 1989, yo estaba en segundo año del secundario. En julio, asumió Menem con la promesa de privatizar los teléfonos, en cuyo interior no estaba “la Patria”, como decía Neustadt mientras desarmaba uno de los aparatos de la época en televisión. Como dijo alguna vez el periodista Martín Rodríguez, los 80 empiezan huyendo de la ESMA; los 90, de ENTEL.
Ahí, en ENTEL, trabajaba mi viejo, reincorporado por la empresa tras la dictadura. En mi división, éramos tres los hijos de telefónicos: Paola Calabró, Fabián Barrera y yo. Mi viejo fue huelguista en 1990 contra la entrega de ENTEL a los privados. Estuvo en la famosa asamblea de Atlanta. De Fabián, yo era muy amigo. El padre de Fabián estaba a favor de la privatización. Eran pocos los trabajadores de ENTEL que estaban a favor de la privatización, pero existían. Sus argumentos tenían una parte atendible, que tenía que ver con lo disciplinario: la gente que no labura y cobra y esas cosas.
A lo largo de 1989 y 1990 (la empresa fue finalmente adjudicada en junio de 1990, durante el Mundial de Italia), discutí con Fabián y con otro pibe, Guillermo (los tres conformábamos un grupo), sobre la privatización. Fabián decía que un privado iba a lograr mejorar el servicio. Guillermo y yo le rebatíamos: si un privado hace las cosas tan bien, ¿por qué los colectivos andan como el orto? Los colectivos: no teníamos otra cosa de la que agarrarnos. Pero el recurso es revelador de que incluso en plena euforia privatista, había una suerte de “resto” resistente.
Las cosas empezaron a cambiar en el verano de 1999, con los cortes de luz que hicieron que fugazmente volviera a evocarse el término SEGBA, y en 2001, con la crisis de Aerolíneas Argentinas, privatizada al mismo tiempo que ENTEL, que movilizó a la opinión pública ante el peligro de quiebra. Nadie reclama la vuelta del Estado en los teléfonos. No es casual, porque la de ENTEL fue lejos la privatización más exitosa de los 90 (y también la más popular y esperada).
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