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04-03-2020 Notas

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Por Marina Esborraz y Luciano Lutereau

1.

El Edipo son los padres. El Edipo son los celos. Estas son las encrucijadas a las que lleva el amor, inevitablemente, porque si el amor fuese absoluto terminaría en la muerte.

Este es el descubrimiento freudiano: que la verdadera pulsión de muerte es el amor, ¿alguien se imagina si durante un año viviera como cuando se enamora? Terminaría mal: un año durmiendo poco, comiendo menos, yendo a trabajar igual. Como Freud descubrió: el amor atenta contra la autoconservación. Sin una defensa contra el amor, no se puede vivir. 

Por eso Freud también dice que la relación con la madre tiene que encontrar un corte, porque si el amor materno se confirmase indefinidamente, el bebé apenas sería un parásito. Igualmente existen los parásitos mayores de edad, pero ese es otro tema. El amor materno cae, como lo demuestra el varón que fantasea con que ella lo dejará cuando descubra quién es él (es decir, que no es lo que parece, porque no es el falo de la madre).  Entonces ahí aparecen los celos: ella va a dejarlo por otro, ¿quién es ese otro? Aunque fuese una mujer, ese otro sería el padre. Y la aparición del padre no es como prohibidor, sino como seductor. El padre seductor sirve para explicar que el amor materno no se confirme. También por qué se sufre por amor desde una posición pasiva. También que celos y seducción son reversibles: para dejar de estar celosos, es posible identificarse con el seductor y seducir. Que si la seducción fracasa se siente vergüenza.

El vergonzoso es un seductor fracasado, un celoso irremediable. Al menos así viven quienes atravesaron el Edipo. Quienes no, viven de otra manera, pero también sufren.

2.

En la época de Freud el sexo reconocido era el del matrimonio asociado a la reproducción; por eso el deseo –que es objeción del ideal– se abría camino en las grietas de la moral matrimonial y reproductiva: una mujer deseaba a su cuñado, el marido que no podía hacer de su esposa una amante, la buscaba en otro lado, el varón se iniciaba sexualmente con una prostituta, la virginidad de la mujer era tabú, etc. Al mismo tiempo, todas las formas extramatrimoniales del deseo, encontraban su fuerza en el miedo a la reproducción inesperada: a la fantasía de embarazo se le temía como se le teme al deseo. Es decir, era necesario que la reproducción no fuera controlada. En nuestra sociedad, en la que la planificación del hijo puede ser completa, es comprensible que el deseo se encuentre desorientado, poco motivado. Eso no quiere decir que no necesitemos el deseo para reproducirnos: miles de casos de reproducción asistida muestran que el hijo viene ya casi cuando se perdió la fe en la técnica. 

A veces es más común escuchar a personas que quieren estar con alguien, o que buscan sexo, pero el sujeto atravesado por el deseo es de otro momento histórico; hoy el deseo es flecha lánguida, de poco alcance. El deseo, revés paradójico (deseamos aquello que resiste, porque el deseo es resistencia), cede a la búsqueda del placer, mientras que el deseo es incómodo, molesto, es una carga, la de un acto obstinado y contraproducente: como se preguntaba Marilyn Monroe en una película: ¿por qué me enamoro siempre del hombre equivocado? ¡Por deseo! ¿Quién puede desear hoy cuando nuestra moral sexual ya no es la del matrimonio sino la de la conveniencia? 

Quizás esto se deba también a que nuestra edad reproductiva hoy se desplazó a los 35 y ya no está en los 20 (como en el siglo pasado). A cierta edad, la gente ya es grande para ocuparse del deseo, se vive con otras preocupaciones. El problema es que donde no está el deseo para sostener el erotismo, gana terreno la pulsión de muerte; tal vez por esto es que hoy las parejas se pelean tanto, es más: algunas no encuentran otro modo de erotizarse más que peleando.

3.

Si en el espacio público se dice que a ellas no se les pega, la cláusula reprimida es: salvo en casa. Entonces es algo propio del patriarcado cierta división de lo público y lo privado, que se desprende de un modo edípico de crianza: una relación íntima (la madre) y otra social (el padre). La violencia patriarcal es edípica, pero porque prepara para cada quien una doble cara: en el mundo con otros cada quien es un personaje más o menos adaptado, en la dependencia afectiva somos todos anormales. Eso es lo más patriarcal: que la dependencia sea feroz, en varones y mujeres. Porque también ocurre que ellas, en una sociedad que les impide los actos públicos, sean más agresivas en la intimidad. ¿No conocemos todos casos de personas que son excelentes como amigas, queribles en los laburos, pero un infierno puertas adentro? En relaciones de tres o más, un encanto. En la díada, un espanto. Hay quienes plantean que deconstruir es evitar la dependencia, pero eso no es posible mientras seamos criados por una sola persona a la que llamar “mamá”. En todo caso, de acuerdo con otra acepción de la idea de que lo personal es político, un modo sencillo de entender la deconstrucción es que los vínculos íntimos son los que más hay que cuidar… de uno mismo. Por ejemplo, no se trata de destruir a la pareja, sino de cuidar la pareja mucho más: no puede ser que sea la persona a la que peor le hablás, a la que menos respetás. Enojate con tu jefe, agarrate a piñas con el quiosquero, poné la agresividad fuera de la casa –seas varón o mujer– y si podés aprender a lidiar públicamente con la agresividad (para no enojarte ni agarrarte a piñas), mejor. Podés hacer una revolución también. 

El espacio público es para investirlo con hostilidad (que puede ser creativa, sirve para cambiar las cosas) no para adaptarse y ser amado por sustitutos parentales (jefes, docentes, etc.) ¡ni por los propios padres! Las neurosis patriarcales lo muestran: la histeria castiga a su pareja para conservar el amor de los padres, la obsesión desprecia a su pareja para que no le pida nada diferente a los padres. Hoy se usa mucho la palabra “compañero” para la pareja, pero a eso no se llega sin atravesar el Edipo.    

4.

Las neurosis son hijas sanas del patriarcado, o del Complejo de Edipo, que es casi lo mismo. Padre y patriarcado no coinciden, pero se intrincan. Freud lo dice al afirmar en el historial del caso Dora: el Padre constituye el armazón sobre el que se construyó su neurosis. La histeria es aquella neurosis que se defiende de la fantasía inconsciente de seducción, y el principal seductor es el padre –o a quien se erija en ese lugar–, al que prefiere impotente para poder amar. Por eso muchas histéricas no aman a los poderosos,  porque deseo y poder están en las antípodas y la impotencia es signo de deseo. La histérica busca siempre el signo del deseo en el otro; algunas, de modo imaginario, se empecinan en señalar las “faltas” de todo tipo en su pareja, motivo de queja constante, pero que sin embargo las necesitan para confirmar que esas fallas son las que precisamente sostienen su posibilidad de desear. La cuestión es que hoy algunas cosas han cambiado, y cuando la seducción ya no es algo implícito y restringido a ciertos códigos más o menos estables, sino que puede aparecer de modo explícito en cualquier gesto, actitud o ámbito, el erotismo del lazo histérico se transforma en la erotomanía que lee signos de seducción en todas partes. Porque si algo no se puede poner en duda es que a la Dora de Freud su seductor la había cortejado claramente. Por eso la histeria se ha desprendido de los cuerpos y en su lugar aparecen síntomas paranoides y fuertes tendencias reivindicativas, más propias de una modalidad erotómana.

5.

Hace poco un hombre contaba en Facebook que en la calle le había dicho a una mujer “¡Qué lindos ojos!” y ella lo insultó. Entonces preguntó si ya no se usaba decir piropos –es evidente que es un hombre de otro tiempo– y alguien le respondió “Ahora se reemplazó por dar like en Instagram”. Es cierto que la virtualidad instauró diversas formas de seducción, pero llama la atención la certeza de esa afirmación. Alguien puede poner un like por cortesía, porque le causó gracia el posteo o la foto o por mil razones más. Y también puede poner like a cientos de fotos de distintas personas. La seducción generalizada ha dejado a la histeria sin horizonte porque ha producido una destitución de la fantasía. Cuando todo puede ser un gesto de seducción, ya nada lo es. Entonces, ¿qué lugar queda para el erotismo, que necesita de la fantasía para vivir?  

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