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Por Guadalupe Tagliabue | Fotografía: @nomebanio
En un recoveco,
En el puesto de diario de la esquina de tu casa,
Apareció en las rejas de la casa de tu amigo,
Reconociste las iniciales en un auto abandonado,
Para que luego, desde el colectivo en una medianera gigante y muy alta,
Otra vez apareció ese graffiti.
Qué es:
No me baño.
Los prejuicios y las supuestas capacidades sobre qué es arte y qué no , se fueron desactivando para, por fin, dejar de responder al servicio de lo establecido. Y en su curso decreciente a lo largo del tiempo e historia, la parábola registraría un inesperado repunte, los graffitis. Una élite modernizadora y culta, dependiente de instituciones culturales, asumió sin querer, por desborde, la tarea de incitar a los artistas a la renovación artística de todo tipo, y así una consecuente conquista de las emociones por fuera de un mercado internacional. Para «poner al día» la situación del arte y alcanzar la meta modernizadora deseada para una cultura, confiada en su importancia, emergió un nuevo esquema por fuera de lo estético y las demandas del mercado mundial. Como puede comprobarse, no se trata de un proyecto con conceptos preestablecidos, ni especialmente denso en términos estéticos, lo esencial parece ser que la plástica pueda llegar a convertirse en un instrumento y colabore en la difusión de una nueva imagen.
Encadenados en la eterna pregunta que nos compromete a todos de qué es arte, tenemos solo una certeza: no bañarse es un hecho artístico.
Toparse con estas palabras a lo largo de la ciudad, en cualquiera de sus barrios, hizo que resuenen en nuestras cabezas constantemente y nos obligó a preguntarnos qué es, qué significa, quiénes son, a qué quieren llegar. Y lo que más nos inquieta, es que también nos hizo pensar, qué buscan de nosotros.
“Las necesidades de borrar fronteras entre el arte y la vida, de fusionar el arte y la política, el anti intelectualismo, anti institucionalismo, el rediseño y la ampliación del concepto tradicional de “obra de arte” y la búsqueda de un nuevo público, son algunos de los rasgos recurrentes de esta década” supo describir Andrea Guinta en Vanguardia, internacionalismo y política: arte argentino en los años sesenta, sobre aquellos años tan característicos para la cultura mundial y sobre todo, la argentina. Sin embargo, su frase alejada en el tiempo continúa verídica en la actualidad, y con respecto a los contemporáneos que no se bañan: completamente acertada.
La imagen textual “No me baño” que encontraron a modo de representación, las estrategias que articularon para llevarla a adelante, la moda que les permitió pensarla, y los discursos antagónicos que acompañan su frase, marcan el ritmo urbano de polémicas que caracterizan su desarrollo artístico. ¿Acaso sentirse interpelado por una producción así no es de por sí un hecho artístico? Todas las teorías, leídas hasta el cansancio, dirán que sí. Pero no es esto lo que nos hace cuestionarnos si es o no arte. No bañarse es un juego, y nosotros, sin haber leído las instrucciones, ya estamos jugando.
Hans George Gadamer, en su libro La actualidad de lo Bello: el arte como juego, símbolo y fiesta, explica que uno de los impulsos fundamentales del arte moderno, es acortar la distancia que media entre el espectador, audiencia, público o consumidores, y obra. Y que la obra es un juego que exige de un co-jugador, y al jugar, aparecemos ante nosotros mismos como espectadores que pueden transformar aquella distancia. Es un juego porque requiere de movimiento, y en la repetición de este movimiento, se crea el espacio de juego. Es este movimiento de la ciudad misma que vivimos que funciona como un gran tablero de juego para no bañarse.
Entonces, lo que sabemos del arte moderno es que la cuestión se trata puramente de la obra, y que su ímpetu será anular aquella distancia. Y si de este graffiti se trata, aquella distancia con nosotros, los ciudadanos transeúntes que simplemente pasamos y reconocemos esa tediosa oración cuestionándonos, preguntándonos y poniéndonos nerviosos por no tener respuesta sobre de qué se trata, ha sido más que anulada. Este impulso por transformar el distanciamiento del espectador e implicarlo como un co-jugador puede encontrarse, y será esta una más, de todas las formas del arte experimental moderno.
Gadamer también explicará la identidad hermenéutica, y en la superficialidad del concepto encontraremos la importancia del asunto. “Es esta identidad hermenéutica la que funda la unidad de la obra. Y en tanto ser que comprendo, tengo que identificar. Pues ahí había algo que he juzgado, que -he comprendido-. Yo identifico algo como lo que es, y sólo esa identidad constituye el sentido de la obra”. Esta identidad que constituye el sentido a “No me baño”, será nuestra evidencia de lo que consideramos, luego de explicado esto: arte. Es decir, lo verdadero. No hay ninguna producción artística posible que no refiere de igual modo a lo que produce en tanto lo que es. Y lo que es, será verdad, será su identidad. Algo que hay que entender y que pretende que la entendamos como aquello a lo que se refiere, solo lo que nos dice, ni más, ni menos.
La respuesta estará en la obra en sí misma, en el graffiti en sí, en lo que esto es. La respuesta es propia, es la que producen estas imágenes por toda la ciudad, y hasta se ha llegado a ver, pintadas en ciudades de países vecinos. Es la repetición en el movimiento hasta el reconocimiento. El reconocimiento es lo que genera su identidad. Para que luego, la respuesta sobre si bañarse o no bañarse es arte, sólo la puedan dar aquellos jugadores que hayan aceptado el desafío.

Etiquetas: @nomebanio, Andrea Guinta, arte moderno, graffitti, Guadalupe Tagliabue, Hans George Gadamer