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31-03-2020 Notas

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Por Juan Manuel Ferreyra

I. Optar por alguna salida

Ante el semejante avance de la pandemia del Coronavirus, y sus ineludibles consecuencias, se nos abren una infinidad de campos de discusión y reflexión sobre el tema. Lo que a este articulo interesa remite principalmente al estado de crisis, excepción y hasta de reordenamiento por el cual nuestras sociedades están o podrían estar destinadas a transitar. Junto con ello, las consignas, actitudes o modelos de acción adoptados y/o potenciados tanto de forma subjetiva como objetiva frente a aquella amenaza invisible.

Dicho esto, podemos considerar dos formas de proceder posibles: por un lado, un autodisciplinamiento individual; por otro, una solidaridad mutua. Se trata de pensar cuál de las dos podría llegar a ocupar un rol de mayor importancia en el devenir de nuestras sociedades “contagiadas”. Si la salida definitiva antepondrá lo individual o lo colectivo; la pura vigilancia o la ayuda social.

II. Reordenamiento social ante el estado de excepción

Allá por el siglo XVII Hobbes nos decía que el orden social se basa en un acuerdo o pacto entre sujetos quienes, al renunciar a ciertas libertades, quedan dominados, pero protegidos, por una voluntad política que actúa tanto frente a las amenazas externas como frente a la violación interna de las reglas establecidas. Esto nos sirve para pensar la importancia que tiene el acuerdo social frente a una situación de excepción como lo es una pandemia, evitando no solo el contagio incontrolable sino también una posible guerra de todos contra todos.

Gran parte de las personas hoy son conscientes de las medidas y recomendaciones a nivel nacional e internacional que los medios constantemente difunden; como también de las penas y castigos que actuarían ante los incumplimientos de dichos protocolos sanitarios. Ante el riesgo que implica aquella amenaza “invisible”, presenciamos la necesidad de crear o potenciar determinadas reglas de cohesión para cuidarnos individual y socialmente. Las cuales, no obstante, podrían quedar determinadas tanto por la asistencia recíproca, como por la total negación del otro enfermo.

III. ¿Una alternativa de sociedad igualitaria o un aislamiento social definitivo?

El filósofo esloveno Slavoj Žižek ha salido optimista hablando sobre una alternativa de solidaridad y cooperativismo global que, ante la crisis de la pandemia, podría procurarle una fuerte herida de muerte al capitalismo; lo que implicaría una nueva fuente de organización independiente del mercado financiero global. Análogamente se ha afirmado en sucesivas ocasiones que este virus “no distingue ni ricos ni pobres” (cuestión que podríamos discutir remitiéndonos a la asimetría de condiciones y disposiciones que cada clase porta para afrontarlo)

El surcoreano Byung-Chul Han, en discusión con lo anterior, afirma que el actual estado de excepción serviría como reafirmación de un aparato totalizador de vigilancia biopolítica mundial cuyo control estaría dirigido a los cuerpos aislados e individualizados. De este modo nos dice que una solidaridad que consista en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita establecer una nueva forma de sociedad más justa o igualitaria, sino todo lo contrario.

Por último, el italiano Franco “Bifo” Berardi directamente nos comenta que es imposible saber de antemano cuál será la salida que el mundo adoptará: ya sea por la vía egoísta, competitiva y agresiva, o por la del contacto, la solidaridad y la igualdad. Simplemente el virus presenta un escenario imprevisto por cualquier política, poniendo en jaque toda la organización mundial actual. El punto de partida puede ser la intensificación de las conductas individuales, ya engendradas por la sociedad capitalista hace tiempo, o tomar la igualdad como el centro de acción colectiva.

IV. Distanciamiento, negación y vigilancia entre pares

Vemos en la gente una conducta, muy marcada últimamente, de señalamiento, condena social y escrache directo a quienes, por ejemplo, violan en distintos grados la cuarentena obligatoria. Podemos considerar estos actos como positivos (y hasta necesarios) en tanto su función radique en incentivar el cuidado de la salud, no solamente individual sino de la población en general, reforzando los lazos de cohesión de una sociedad que se ha propuesto hacer frente al virus de forma organizada. En cuanto a este punto podemos estar todos de acuerdo.

Pero también podemos pensar a este tipo de conducta como reflejo de un dispositivo de inter-vigilancia que quizás responda a un modelo de dominación prescrito individualizador y aislante. Sin ir más lejos el propio distanciamiento del otro, traducido como miedo al otro, se fue apoderando cada vez más de nuestra subjetividad en las últimas semanas. Estamos separados, y en aquel aislamiento nos auto-controlamos. Asimismo, quizás no sea el aislamiento en sí, sino un determinado tipo de aislamiento simbólico el que en ocasiones nos termine haciendo negar al otro, tomando distancia social. Hay un doble juego, tanto de “vigilar de cerca a quien está distante” como también de “distanciarse (simbólicamente) de quién pueda estar cerca”. El rechazo y la vigilancia hacia el otro como posible amenaza.

Por lo pronto, no sabemos bien cuál es el antídoto para el Coronavirus, pero sabemos que por alguna razón siempre es mejor alejarnos y auto-controlarnos entre nosotros mismos. ¿Únicamente una recomendación sanitaria?

V. La pandemia, ¿no iguala a todos?

Además de aquel aislamiento y control represivo de los cuerpos -por los mismos cuerpos-, ¿qué lugar le queda al cooperativismo y a la acción colectiva? Hemos visto cómo la clase media intentaba proveerse desesperadamente de alimentos y otros bienes de consumo vaciando las góndolas de los supermercados, perjudicando enormemente a sectores más marginales como los jubilados, los discapacitados y las clases populares. Una suerte de competencia para ver quién se puede salvar primero. Las diferencias de clase pueden generar un abismo entre diferentes formas posibles de sobrellevar las cuarentenas.

Ni hablar de las clases más pobres quienes, al verse igualmente obligadas a permanecer en cuarentena, presencian cómo le son cortados sus únicos y frágiles medios de subsistencia (trabajos, changas, centros de asistencia, comedores populares, etc.). Frente a esto, es rescatable la actitud que han tomado, por ejemplo, los curas villeros, quienes pretenden llevar a cabo dispositivos de ayuda solidaria para prevenir el avance de la pandemia en los barrios carenciados.

Es decir, priorizar la acción social por sobre el aislamiento individual para hacer frente a la epidemia. No obstante, la clase media urbana sigue en sus hogares, hundida en su propio aislamiento negador hacia sus pares.

VI. Entre policía y política

Priorizar la inter-vigilancia individual o las redes de solidaridad y cuidado mutuo: esa es la cuestión. Actualmente presenciamos cómo el miedo al virus se traduce en miedo al otro. Sentimos que estaremos mejor negando a nuestros semejantes, evitando el contagio por cercanía; de esta forma vemos la necesidad de actuar represivamente.

¿Acaso debemos actuar nosotros mismos como agentes dispuestos a reprimir policialmente al otro? ¿Seguiremos negando las cuestiones sociales, que en este momento aparecen acentuadas, de múltiples sectores de la población para calificarlos como simples individuos que deben callar y guardarse?

Jacques Rancière solía referirse al “orden policial” para caracterizar meras conductas reproductoras de un orden estático de los cuerpos sociales; contraponiendo esta idea a la de acción propiamente “política”, reestructuradora del orden y esencialmente colectiva, cuyo objetivo fundamental siempre es la igualdad. ¿Dejaríamos de jugar a ser policías individualizados para actuar social y políticamente como una comunidad unida?

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