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Por Branco Troiano
Vamos a detenernos ahí: hay un hilo y hay una aguja que espera ser traspasada. Hay un narrador y también hay una historia, que se condensa en esta escena.
El narrador lo sabe, por eso se inscribe en la pausa que merece y aguarda que los hechos decanten. El hilo, una vez que pase, no será el mismo. El hilo cederá en la significación de su pasado para entregarse a un devenir que siempre llega y, agraciadamente, no está tan claro. La hipótesis de Heráclito baja como el martillo de un juez y por eso es que, así como nadie se baña dos veces en el mismo río, algo que hostiga y descoloca tanto al río como a la persona, Emilio, el personaje principal de esta novela, no dará paso que eche polvo hacia atrás y borronee parte de su historia; y no dará paso, además, que configure la que viene, la que está viviendo, la que escriben, y esto es bien literal, la que escriben sus manos.
Mil galletitas es una novela que escribió Diego Tomasi y se publicó en 2016 bajo el sello de Hojas del Sur. Tomasi es escritor y guionista, autor del libro sobre la filosofía futbolera de Román Riquelme, El caño más bello del mundo (Hojas del Sur, 2014); y Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar (Seix Barral, 2013), en el que investiga la relación del reconocido escritor y la ciudad.
El libro aborda dos empresas. En primer término, la de Emilio Aráoz, personaje principal, un anciano de 79 años ex violinista que piensa le queda una semana de vida y se dispone a escribir una novela. En segundo lugar, la de Nahuel, personaje de la historia que Emilio está creando, quien se propone comer mil galletitas en un solo día. Ambas historias se van intercalando y conciben sus inicios a partir de una suerte de epifanía: Emilio, con la idea de la novela; y Nahuel, con el cambio de postura a partir de la pérdida de un juguete que había recibido para Navidad. El anciano alega que se terminó su tiempo de músico, que ni la cabeza ni los dedos le responden para poder componer. El pibe, por su parte, a partir del duelo consumado por la desaparición del muñeco, advierte que es momento de dejar la niñez atrás, y para eso determina que es tiempo de que le dejen de decir Bichito; se terminó el tiempo de Bichito, ahora solo será Nahuel.
Existe, entre las dos narraciones, una línea que une, que sirve de puente y a su vez de justificación. En ambas historias, lo que se deja ver es un escape, una fuga. Sin embargo la cuestión acá no es identificar esas fugas, la de escribir una novela en una semana y la de comer mil galletitas en un día, sino mas bien ver de qué manera operan en quienes las llevan adelante.

El caso de Nahuel es, quizás, el menos interesante. Un chico que se hace de los padecimientos de la madre -que son cotidianos- y necesita atención. En cambio el caso de Emilio es bastante más atractivo. Es que cada movimiento va quedando registrado en las impresiones que empieza a tener Elsa, personaje testigo de todo este proceso, íntima amiga de Emilio. Medido, sutil, sin abusar del recurso, Tomasi hace de Elsa una herramienta que le permite jugar con los propios ribetes de un personaje clásico y, a su vez, administrar una suerte de gráfico en el que se muestra cada estadio del anciano, que progresivamente se va perdiendo, esfumando en sus divagues y obsesiones.
«Elsa vio en la cara de Emilio esa sensación de la que hablaba. La escuchó en el ruido que hacía la mano derecha de él contra la mesa del comedor. La sintió en el sudor de la mano izquierda del viejo, que se apoyó sobre su mejilla como pidiendo ayuda. La olfateó en el aire que llegaba desde el ventilador. Hasta le pareció que la bombilla del mate tenía gusto a la certeza de Emilio».
La historia va transcurriendo hasta que hay un quiebre visible. Y ahora vamos a detenernos en eso. La experiencia de Emilio, en su afán por emprender una tarea que hasta él mismo ve como irrealizable, empieza, a partir de un momento determinado, a tomar otra condición. Y allí se da un efecto para atender.
El momento: cuando toma un té con un primo lejano, que es escritor. Lejos de encontrar alguna respuesta acerca de lo que significa ser un escritor, o escribir una obra, se topa con un ser hecho de incongruencias y desvaríos. Esta situación, que puede ser pasada por alto o tomarse como un simple maltrago, no es menos que un aventón hacia lo que vendría. Porque Emilio Aráoz sigue escribiendo su novela, pero hay algo que mutó. He aquí el efecto que se gesta paulatino hasta el final: una suerte de fusión entre la actitud de Emilio y la historia misma. Tomasi hace del anciano de 79 años y la narración una misma cosa, solo que una tiene carne y hueso y la otra no.
El personaje se esfuma, pierde poco a poco las dos o tres líneas discursivas que lo sostenían y comienza un derrotero que no tiene otro destino que un horizonte difuso, blando, desesperante; todo un flaneur. El contacto diario con Elsa se corta, a pedido de él mismo, las horas de sueño no cumplen su función y Emilio queda inmóvil en un ovillo enrevesado. Lo mismo sucede con la técnica narrativa, con su pulso y estilo y estructura, que se va fragmentando cada vez más, hasta en términos gráficos, para terminar de la misma forma, perdida, tambaleante. Aturdida.
Aturdidos. Todos. Todo.
Mil galletitas es una novela que establece un pacto particular con el lector. No está hecha para desprevenidos, como todo buen texto. Así como un policial surge efecto si el lector sigue con obstinada persistencia cada pista y, por momentos, tiene el descaro de querer atropellar a quien investiga, esta novela da el golpe si el lector entiende que debe tomar cada hilacha que se va desprendiendo y cae lenta e inofensiva, porque Mil galletitas está hecha de eso, de marcas que aparentan intrascendencia y no son más que pilares, pilares que página a página pueden mutar.
Como el hilo que atraviesa la aguja ya no es el mismo, aunque a priori luzca idéntico, el pacto de lectura comprende una serie de estadios que no son más que una postura: la del cambio permanente bajo las mismas carcasas y las mismas consignas.
Mil galletitas es, en fin, toda una experiencia de lectura.

Mil galletitas
Diego Tomasi
Editorial Hojas del Sur, 2016
127 pág.
Etiquetas: Branco Troiano, Diego Tomasi, Heráclito, Hojas del sur, Mil galletitas