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Por Juan Sist
La realidad y lo real no son lo mismo, es la lectura que propone el psicoanálisis de orientación lacaniana. Imaginemos una tabla de doble entrada, en la que por un lado figura la realidad y por el otro lo real.
En la cuenta de la realidad podríamos poner las coordenadas simbólicas que configuran el mundo de cada uno. Los puntos de referencia sobre los cuales gravita nuestra relación con el otro. Cada persona tiene su propia versión del amor, la amistad, el trabajo, la paternidad, etc. En este sentido, la realidad es un automatismo que se repite una y otra vez: nuestra vida cotidiana.
En la cuenta de lo real, en cambio, ubicamos aquello que es del orden del encuentro. Lo que no sucede necesariamente, sino que es del registro de la contingencia. Es decir, algo que no puede ser calculado en forma anticipada por un sistema de pensamiento previo.
Lo real despierta, es la tesis de Jacques Lacan. Si el automatismo que comanda nuestra vida cotidiana nos adormece en su repetición, el encuentro con lo real es lo que nos conmociona. En su impacto –traumático- devela el carácter frágil y ficticio de nuestras formas anticipadas de responder a lo que no podemos calcular.
Ahora bien, el encuentro con lo real ¿nos modifica? Puede pasar, a veces, que el impacto de lo real nos lleve a trabajar las respuestas anticipadas que teníamos hasta ese momento. Podemos hacerlo a través de un psicoanálisis -para dar cuenta de qué satisfacción singular se expresa en esa respuesta-; o a través de un tratamiento psicológico o psiquiátrico -para intentar volver al estado anterior, como si no hubiese pasado nada-. Pero, en sí, no nos modifica. En todo caso revela nuestras respuestas subjetivas, aquellas que conforman nuestra realidad habitual.
Respuestas al real
La aparición del coronavirus en el mundo tiene el sabor del encuentro con lo real. Echó luz, en cada quien, a sus propias respuestas subjetivas: está quien se la pasa limpiando para borrar la presencia de lo otro, quien no se deja limitar por las medidas que le imponen, como quien sigue las sigue a raja tabla para que el otro no se enoje, quien salió a comprar todo para que el otro no se lo saque, quien denuncia al otro que no cumple, etc. Cada uno respondió con lo que podía.
Pero estas respuestas, que son las de cada quien frente al real, también pueden ser ser leídas en un nivel social. Una de ellas es la medida de aislamiento para el adulto mayor, una de las primeras respuestas que se expuso frente al real del virus. Desde luego, es la población más vulnerable, las estadísticas son claras. Pero este aislamiento, ¿es nuevo?
El orden social
Según Byung-Chul Han, filósofo surcoreano, en el orden social actual se promueve una subjetividad del rendimiento. La actualidad nos enfrenta a una sociedad en la cual se promueve la auto-explotación del sujeto para estar acorde a las competencias y exigencias que rigen su vida. El rendimiento no solo organiza el espacio laboral, sino que lo podemos encontrar en la forma en que nos relacionamos con la sexualidad, las amistades, la familia, las vacaciones y demás ámbitos de nuestras vidas. Cada vez tenemos que rendir más, sin punto de llegada. Estamos sumergidos en una carrera por estar a la altura que no se termina, en la cual la comodidad de cualquier base alcanzada se vuelve sospechosa en su conformismo frente a una exigencia que pide más y más.
Podemos advertir que la versión del otro que este orden social promueve es algo por lo menos particular: en la carrera del rendimiento, el otro se vuelve una competencia o un estorbo. Ensimismados en nuestra propia exigencia por rendir, aquello que no se encuentra orientado hacia nuestro objetivo se convierte en un obstáculo.
Adultos mayores
Las relaciones cada vez más estrechas entre tecnología y salud permiten prolongar nuestro tiempo de vida. Es lo que nos dice un informe de la OMS: entre el año 2000 y 2050 la proporción de habitantes mayores de 60 años se va a duplicar en el mundo, pasando de 11% a 22%. Haciendo que, en consecuencia, en un futuro no muy lejano, la mayoría de las personas de edad madura, incluso mayores, tendrán a sus padres vivos. Sin embargo, al mismo tiempo que les prolonga la vida, este orden social deja al adulto mayor en una soledad radical. Los mayores ya no son lo que eran. Dejaron de ser el lugar de una palabra autorizada que nos referencia en la vida. Su palabra cada vez está más degradada, no se la escucha –“no sabes usar el whatsapp, ¿qué podes opinar?”, las palabras del nieto de una paciente.
Si bien es cierto que las generalizaciones siempre dejan a la excepción por fuera, en mi experiencia a la hora de escuchar las subjetividades que componen esta población, la cuestión de la soledad es un tema primordial. Aun sentados en la misma mesa que su familia, están solos. La subjetividad del rendimiento produce un abismo en el que se pierde el adulto mayor, en la cual no hay lugar para el que no produce, para ellos.
Al orden social que promueve una individualidad centrada en el rendimiento y una versión del otro como obstáculo –¿cuántas veces escuchamos familiares de adultos mayores aquejados por el tiempo y las condiciones que su cuidado requiere?-, se le suma el desgaste orgánico de los cuerpos que disminuye su circulación por espacios públicos. Los circuitos, que en otros tiempos eran comunes, se vuelven imposibles de realizar con un cuerpo que perece con el paso de los años. Así, el encierro en la casa aumenta y el contacto con los otros disminuye aún más.
Es importante aclararlo, el planteo que realizo no se ordena en función de un ideal que pretenda que todo el tiempo estemos acompañados o que estar con otros es mejor. El aspecto disfuncional que esta soledad presenta es la mortificación que produce en estos sujetos. El lugar de aislamiento que habitan inhabilita la posibilidad de poner en juego su funcionamiento singular con el otro.
Psicoanálisis
Sigmund Freud descubrió que existe la realidad psíquica. Es decir, la realidad de la que habla cada uno cuando le cuenta las escenas de su vida a otro. Creó un dispositivo –el psicoanálisis- que permite descubrir a la realidad psíquica como un funcionamiento en el cual el otro, sea el que fuera, se convierte en un medio para procurarnos cierta satisfacción que insiste en su búsqueda de realizarse. A través de un rodeo por el otro, se obtiene una satisfacción singular que Freud no dudó en calificar de sexual –diferenciándola de la genital-. Mientras que la satisfacción genital nos universaliza como especie humana, dictando un modo general de satisfacción para todos; la satisfacción sexual, de esencia parcial, es una que nos singulariza, no hay dos satisfacciones iguales. Y, para realizarse, esta satisfacción requiere de un rodeo por el otro. Un otro que la sexualidad instrumentaliza para efectuarse.
La soledad
La soledad es uno de los nombres del síntoma de la población de adultos mayores y no solo una medida frente al COVID 19. En todo caso, esta última da cuenta, como respuesta al real, del lugar de los adultos mayores en la sociedad actual. Esta clave de lectura permite que comencemos a estar advertidos de las consecuencias mortificantes que tiene esta respuesta social en el adulto mayor.
Lo real puede despertarnos, si somos valientes, o ser una intervención fugaz que nos interrumpe de un adormecimiento que continúa.
Etiquetas: Adultos mayores, Byung-Chul Han, Covid-19, Cuarentena, Jacques Lacan, Juan Sist, Pandemia, Psicoanálisis, Sigmund Freud