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Por Guadalupe Tagliabue
El panorama del arte, además de estar compuesto por una diversidad infinita de manifestaciones y creaciones artísticas heterogéneas, polifacéticas y provocadoras, juega con los conceptos de la temporalidad y de lo efímero, de idea versus materia, de lo que es aparente y lo que está oculto. En este contexto coexiste la disciplina de la creación-materialidad, ya sea tanto visual, táctil, auditiva, olfativa o perceptiva, lógica que parece perderse en una actividad guiada solo por su teoría. Pero, demuestra que hay un más allá del disfrute de las avasalladoras obras artísticas.
Con la palabra crear, hablamos de la creación y construcción en su nivel material, la materialidad misma en el arte parece transformarse, hasta su extinción, cuando ésta ya ha llegado a ser obra. Sin embargo, no deja de haber tenido un proceso no solo en cuanto a lo creativo, sino también un desarrollo en cuanto a producto. Estos productos terminados parecen ser los que se desaparecen en aquellos interminables análisis de crítica, belleza, teoría, ética y estética.
La espiritualidad le gana a la materialidad, olvidando su estado de cosa
Se pintan, se arman, se graban, se pegan: se sacan y se ponen para ser mostradas. Se esfuman sus límites materiales, para que luego, vuelvan a ser guardadas; pero mientras que estuvieron expuestas los pensamientos que trajeron y los sentimientos que revuelven, pueden ser infinitos. Eso es el arte, sin olvidar que antes y después: fueron cosa.
Concebir el arte como algo construido exige rever la significación de la construcción misma. En esta re-concepción se pone en tela de juicio el modelo de construcción mediante el cual se actúa unilateralmente sobre lo material y se abren sus parámetros de debates teóricos y significaciones. El análisis del arte es basado en su mera producción de sentido y es anclada a lo efímero, ¿y es en su duración de obra expuesta donde aparece su carácter de efímero? No es que uno no pueda salirse del lenguaje crítico y teórico para captar la materialidad en sí misma, y de sí misma, sino que todo el esfuerzo por referirse a la materialidad se realiza a través de un proceso significante, que, en su condición sensible, es decir, de adquirirle un sentido, es siempre ya material. En este sentido, el lenguaje del arte y la materialidad no se oponen, porque el lenguaje es y se refiere a aquello que es material, y lo que es material nunca escapa del todo al proceso por el cual se le confiere significación. Por un lado, el proceso de significación es siempre material, ya que los signos operan mediante la aparición visible (o auditiva, etc., ya que hablamos del arte en todas sus formas) y este aparecer a través de lo material significa. Y por otro, en ese sentido material, es en donde pierde significación, los procesos artísticos son olvidados para ser solo meras fragilidades que deben ser resguardadas de todos los daños posibles que atrae su logística y distribución.
Hecha esta observación, interesa ahora exponer el pensamiento de un artista a la hora del montaje para la exposición, es la ficcionalidad como invención, como representación, como constituyente de la verosimilitud, como definidora de un campo de acción y de pensamiento ajeno a la realidad objetiva.
En un colchón de espuma mi obra, ahí mi dulce, trato de preverla de los males que el mundo real le pueda ocasionar. Me llaman del museo, mi sueño se cumple, debo exponer a mi niño. No tengo hijos pero pero sé lo que es tener uno, es obejeto, lo sé, pero fueron años de gestar y criar que me llevó todo esto, y ¿maternidad? también… Esos hombres vienen por ella, alto ahí ¿dónde están sus guantes? Más respeto! ¡Cuidado con esa parte que costó días! ¡El marco! ¡Es horrendo! ¿en esa esquina? ¿Junto a ese artista? Maldita curadora, no entiende lo que gestar una pieza. ¡Hombres! ¡Tantos! Todos con herramientas ¿qué es lo que le van a hacer? Ah sí, muy bien, el clavito, debe tener un clavo, sí, sí, ahí está recto, gracias. Midan bien, dos, uno más, sí dale, si es necesario llamen a otro. Quítenselo despacio… me ha costado mucho colocarlo sin dañar ese costado. La cinta de frágil ya no me parece necesaria ¿la corto yo? ¿ahora? Bueno, okey ¿ya está listo todo? ¡Hola! ¡Sí! Gracias por venir, muchas gracias de verdad. ¿Una copa de vino? Ah sí, a mí me sugiere lo mismo, oh sí sí, ese es el concepto que busqué, sí ya lo creo, el rojo cuánta fuerza ¿no es cierto? en mí produce el mismo sentimiento, ja ja era eso, qué ocurrencia la analogía con Calder… gracias, qué halago. Bueno. En fin. Bye! Gracias a todos: de nuevo a la caja. Ya pónganle la cinta de frágil que de acá a otra, CUIDADO! se ojeó de tanto ser mirada. Su caja, muy bien, adentro, cui- da- do, ahí, es eso, gracias! Arranque camión nomás, ahí va.
Y así de nuevo, un ciclo de nunca acabar. El valor sentimental, esfumándose sus significaciones, tanto lingüísticas como teóricas: vuelve a su empaque. El asunto es qué es el arte mientras está en su envoltorio, en su disco rígido, en su goma espuma, o en pleno proceso de montaje. Ese es el estado de cosa. En su materialidad rigen de fondo las ideas y preconceptos, los análisis y críticas posteriores, y ni hablar del éxito, aquel éxito que no deja de estar latente, logrado o no, cuando se busca escalar un nivel de lenguaje artístico necesario. Cuando decimos que una obra de arte representa y/o expresa ‘algo’, estamos atribuyendo propiedades intencionales a objetos físicos. De hecho, los objetos físicos por sí mismos carecen de propiedades intencionales, pero aún ahí, encontramos múltiples prácticas de comunicación y no siempre resulta claro cuál es la que corresponde al arte. Sin embargo, no podemos entender que un objeto sea una obra de arte si no podemos describirlo en términos de representación o expresión en algo material o perceptible. Y así, la intención resulta irrelevante pues la obra es un objeto independiente, tal que la interpretación, esto es, la identificación del significado, es un asunto público limitado por el uso de reglas del lenguaje y datos pertinentes del autor.
De ahí que la posibilidad de distinguir entre el objeto físico y una obra de arte nazca de la relación entre percepción e interpretación, sólo entonces tendría sentido asumir un enfoque semántico en el cual lo relevante al momento de referirnos a obras de arte es el significado de la obra olvidando su materialidad en su estado más puro. Pues, entonces ¿existe el arte mientras no lo vemos? ¿qué es el arte mientras no está expuesto? Cómo colaboran éstas retóricas en la formación de posibles significaciones será lo que nos obligará a a recordar siempre el estado de cosa previa y posterior en las obras: soy arte, fui y seré cosa.
Etiquetas: arte, Galería, Guadalupe Tagliabue, México