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Por Gonzalo Messi
Desde que existe la palabra, el hombre se encuentra constantemente contando un cuento, un relato. En ese aspecto, el libro de cuentos suele ser un elemento que invita a la curiosidad, desde un Elige tu propia aventura hasta las antologías de cuentos fantásticos. Abrir uno de estos libros siempre es motivo de búsqueda, indagación, diversión y, por qué no, incomodidad. El último libro de Eduardo A. Varela Cuentos mortales (Qeja Ediciones) plantea un curioso camino a través de diferentes escenarios, situaciones y personajes, pero en el cual nunca podemos escapar de la presencia ensombrecedora de la muerte, dándole sentido a los relatos o empujando las sospechas un poco más allá.
Este condimento, sumado al gran vuelo literario del autor, nos animó a escribirle para que nos cuente un poco más sobre el libro, su visión de la literatura y su relación con esa persona que nos espera tranquila al final del pasillo, o de la pandemia.
La muerte es esa puerta que parece infranqueable para el hombre. Como decís en tu libro «siendo un suceso fundamental al que todos estamos destinados, no es susceptible de ser vivido», pero que sabemos que existe. Pero por otro lado la escritura es un arte que desafía a la muerte. Hoy leemos las palabras de personas que murieron hace mucho, como hace poco. ¿Cómo ves vos la dialéctica entre la muerte y la palabra escrita?
La muerte es, efectivamente, indescifrable y misteriosa, favorita de místicos y religiosos. La palabra escrita, al menos la que yo escribo, no puede dar cuenta de ella, solo llamar la atención sobre su recóndita naturaleza y avanzar especulaciones más o menos interesantes. Tesis o argumentos que dialogan (o intentan dialogar), no con la muerte, sino con otras aproximaciones a ella, como la de la religión, la magia o la ciencia. Sí, es cierto, como vos decís, que la palabra escrita por grandes escritores sobrevive a su muerte, a la de los grandes escritores. Pero la verdad es que ellos ya no son, ya no están, ya no disfrutan lo que haya de disfrutable en el hecho de la que la gente siga leyendo lo que escribieron. Hay un cuento de Borges, hablando de escritores inmortales, que me parece grafica magistralmente esta cuestión de satisfacciones post mortem. Es El Otro Duelo, de El Informe de Brodie.
Creo que uno de los logros del libro es partir de una temática tan oscura y poder tratarla desde un lenguaje cotidiano y hasta humorístico. ¿Por qué pensás que para ser serios y profundos comúnmente se piensa que debemos ser solemnes?
Me gusta que menciones la cuestión del humor porque es algo que me parece importante y que valoro en otros autores. En especial cuando el tema o la trama de que se trate llaman convencionalmente a la solemnidad. Es decir, me gusta cuando la solemnidad y el recato se interrumpen con una pincelada de humor provocando un juego de contrastes que desarticula, aunque sea fugazmente, la atención del lector. Supongo que lo interesante es eso, el cambio de foco, de perspectiva, que podría permitir ver aspectos no tan obvios de una realidad oscura o inquietante. El efecto del humor, en ese contexto, no necesariamente tiene que ser tranquilizador o benevolente. Puede también provocar una agudización de la tensión o generar nuevas perturbaciones. Eso también está bueno.
Como libro de cuentos Cuentos Mortales tiene la peculiaridad de centrarse en una temática (la muerte) y no solo eso, la prologás y generás teorías al respecto, lo cual desafía al futuro lector de esos cuentos. ¿Cómo surgió esa idea y esos cuentos?
Yo venía acumulando cosas escritas y en cierto momento me pareció que era oportuno explorar la posibilidad de publicar algo. Se me ocurrió ver si podía encontrar entre ese «corpus» alguna temática o elemento común que pudiera dar homogeneidad a una eventual publicación. Encontré que había un grupo de historias que tenían a la muerte como un elemento o ingrediente relevante. No se trataba necesariamente de cuentos cuyo tema fuera la muerte pero sí que la incluían como un aspecto insoslayable de la trama. Dediqué alguna reflexión a la cuestión y volqué algunas modestas conclusiones en un prólogo (que califiqué de «borgeano», no porque Borges buscara con sus prólogos proveer unidad o homogeneidad a lo que seguía -que sí era mi caso-, sino por su peculiar práctica de incluir esa pieza preliminar en sus volúmenes). El post scirptum de Juan Terranova en la contratapa mejora notablemente aquella pretensión y, pienso, hecha una luz distinta sobre las historias y, como suelen hacer los buenos críticos/ lectores, les agrega valor y brillo suplementario. Gracias Juan.
Cuando uno entra en una librería y va en busca de algún texto narrativo se suele encontrar con dos opciones: la novela o el cuento. Hoy día mucha gente suele resolver esa disputa con supuesto practicismo, «la novela es larga y es mejor leerla en casa», «el cuento es ideal para los transportes públicos porque es corto», y toma la decisión de acuerdo a su agenda semanal. Esto, me parece, devalúa el valor intrínseco de ambos géneros literarios. ¿Cómo ves vos sus diferencias y por qué tenderías a escribir o leer uno u el otro?
Yo, como creo que le sucedió a la mayoría de la gente de mi generación, ingresé a la literatura por el cuento, y no por cualquier cuento, sino por los escritos por quienes sean probablemente los mejores cuentistas «ever»: Borges y Cortázar. Por supuesto, leo todo lo que puedo y disfruto tanto buenos cuentos como buenas novelas y ensayos, Pero, quizás porque por efecto de aquella iniciación, mi cabeza se formateó con cierto sesgo: el cuento me tira, como lector y como autor. No sé, abrigo cierta malsana ansiedad en mis hábitos literarios, como que quiero terminar rápido, lo que escribo y lo que leo. La principal diferencia entre novela y cuento es que la novela es más larga y consecuentemente su lectura exige más tiempo, pero no necesariamente más energía. Lo de cuento-colectivo / novela-casa puede ser engañoso. Hay cuentos cuya adecuada lectura exige especial predisposición y alto nivel de concentración incompatibles con las vicisitud del transporte público y novelas que se adaptan a esa modalidad de lectura. En cuanto a diferencias conceptuales entre una y otro, me remito a la explicación de Cortázar, que cultivó con éxito ambos géneros. Según él, en la novela el relato se va abriendo como un árbol en diversos niveles de desagregación. El cuento en cambio es como una esfera, cerrado y preciso, cada punto de su superficie equidistante del centro. Algo así. Cuentos Mortales es la segunda colección de cuentos que publico y mi intención es que mi próximo libro sea una novela en la que vengo trabajando hace ya bastante tiempo, demasiado quizás… vamos a ver…

En el cuento «Medusas» hablás sobre el instinto voyeurista de las personas y citás a Roland Barthes diciendo que cada vez que nombramos algo lo volvemos objeto (piedra). ¿Cómo ves estos procesos semióticos dentro de un mundo dominado por la sobreexposición en redes sociales? ¿Cómo entra en esta ecuación la figura del artista como un voyeur?
La tesis que propongo en «Medusas» es que todos somos voyeurs, escritores y lectores. En realidad, los escritores tratamos de satisfacer la vocación yoyeuristica del lector acercándoles la intimidad más profunda de nuestros personajes, de manera sutil o brutal. Pero esto que producimos los escritores (los cineastas, los dramaturgos) es un triste sucedáneo de lo que en realidad busca el voyeur, que sería el acceso directo y clandestino (sin el conocimiento/consentimiento del observado) a esa intimidad sin máscaras de los otros. En el cuento hay un par de ejemplos de modestas experiencias personales (la conversación telefónica ligada y abuela y nieto jugando en una terraza). Con respecto a las redes sociales, no tengo gran conocimiento en el tema, salvo alguna experiencia en Facebook y grupos de Whatsapp, pero mi impresión es que en general no sirve a estos efectos porque el agente tiene control de lo que muestra y solo muestra de sí lo que quiere. La excepción serían, por ejemplo, los videos de cámara de seguridad que se difunden a veces en redes sociales, pero que no suelen ser muy interesantes. Excluyo los videos eróticos de celebridades porque, si bien no están destinados a difundirse en redes sociales, sí fueron producidos para ser vistos, con lo cual están contaminados de teatralidad y artificio. Pero esa es una tesis especulativa, incluida en una narración y al servicio de la historia narrada. No es que yo esté convencido de que sea así. Hace poco me encontré con una tesis que contradice puntualmente la que expongo en «Medusas» y que me resulta igualmente interesante. No pude encontrar la cita pero está en Justine, el primer volumen del Cuarteto de Alejandría. Si no la leí (ni la recuerdo) mal, Lawrence Durrell le hace decir a uno de sus personajes que lo que da sentido y sustancia a la vida es el arte. Es decir, lo que vivimos solo adquiere entidad y relevancia luego de pasar por el tamiz, el filtro o la interpretación de la obra artística, incluida por supuesto, la literatura. Es decir, Durrell nos asigna a los escritores una función mucho más elevada e interesante (casi divina, diría), que el frustrante empeño al que estaríamos condenados conforme mi propuesta de «Medusas».
En tus textos solés mesclar diálogos y descripciones sin mediar estructuras especificas o líneas de dialogo, naturalizando e invisivilizando de alguna manera al relator. Nos das a entender que las causas, las consecuencias y las circunstancias son todas parte de un mismo engrudo y que es quizás un vicio intelectual separar y ordenar para inventarnos un orden. ¿Cuán cercano o alejado ves el mundo de los sucesos (o natural) al ficcional? ¿Y cuán necesario es ese orden neuronal sobre los sucesos de nuestro día a día?
Esos son experimentos, juegos propuestos al lector. Por ejemplo, sacar los guiones o las comillas en los diálogos (o poner guiones pero sin identificar al personaje que habla) asumiendo que el lector puede discernir sin esfuerzo (o con esfuerzo mínimo) quién habla en cada caso. Surge del contexto, de la trama y de la circunstancia. Es como esos juegos que circulan en internet (redes sociales de nuevo) en que te presentan un texto sin las vocales o con las letras de cada palabra desordenadas o reemplazando letras con números que tienen forma similares a la letra reemplazada (3 por E ó 7 por T) y te desafían a descifrarlo y si lo lográs quiere decir que no tenés Alzheimer. Es decir, el lector entrenado tiene incorporada en su sistema neuronal una gramática de la narración que le permite resolver el juego que le propongo sin mayores dificultades (si no tiene Alzheimer…). Si bien es un recurso formal, me interesa mucho la lectura que proponés que ve allí un desafío a ese orden convencional para poner de relieve eso, su convencionalidad y que se puede hacer de otro modo, de uno que enfatice eso de que “las circunstancias son todas partes de un mismo engrudo”. Hay algo como de perspectiva “cubista” allí, si me permitís la extrapolación desde la teoría del arte, que me seduce. (Me interesa mucho la historia del arte y son un admirador de la obra de Picasso)
Al transcurrir un tramo del libro nos damos cuenta de que cada cuento tiene su propia atmósfera y por sobre todo que cada personaje tiene una personalidad muy fuerte y única. ¿Cuánto hay del autor en sus personajes? ¿El personaje viene con la historia o la historia con el personaje?
Me halaga lo que decís sobre la atmósfera y los personajes de los cuentos. Supongo que sí, que hay, inevitablemente, mucho del autor en los personajes, mucho de experiencias personales pero también de personas que uno conoce y de otros personajes de la literatura. En algún caso, he notado que el personaje ha sido inspirado en alguien que conozco pero pasado por el tamiz de ciertos arquetipos a los que se accede a través de lecturas o, en algún caso, del cine. Con respecto a la relación entre historia y personaje, creo que lo saludable sería que haya una dinámica de retroalimentación. A veces la historia va para un lado pero el personaje tira para otro o al revés. Me parece que, en el proceso creativo, el cuento, es decir, el producto final, se beneficia cuando se deja espacio a esas tensiones para que se resuelvan –cómo decirlo-, sin intervención directa del autor, que se arreglen entre ellos. O que lo resuelva el lector …
Si hablamos de muerte implícitamente estamos hablando de vida. ¿Cómo ves la vitalidad de la literatura argentina hoy día? ¿Cuál es el rol del escritor en la sociedad de la multi-informacion?
No sigo tan de cerca los desarrollos de la literatura (ni de la literatura en general) pero lo poco que veo me alcanza para sorprenderme por la enorme riqueza y variedad de lo que se ofrece. Hay mucho talento y mucha energía por ahí, muchas ganas de contar cosas, de dar cuenta de los que nos pasa a través de ese instrumento tan fascinante y complejo que es la palabra escrita. En ese contexto, me parece muy importante y valiosa la tarea de las editoriales independientes y aprovecho para rendir homenaje a Qeja, que editó Cuentos Mortales, que es un ejemplo de un actor comprometido y que hace una gran contribución al ofrecer un medio a través del cual toda esa energía y ese talento encuentra espacios por los cuales canalizarse. Con respecto al rol del escritor en la era de la multi-información, creo que cuando un lector aborda un libro, sea novela, cuentos o ensayo, se está sustrayendo de la vorágine informativa a la que estamos todos sometidos, todo el tiempo; está haciendo ese esfuerzo consciente de aislarse de ese ambiente a veces un poco malsano y está invirtiendo tiempo y energía, desde una predisposición distinta, a eso que nosotros hemos hecho. Tenemos que aprovechar esa disposición y estar a la altura de ese esfuerzo. A mí siempre me conmueve que alguien lea lo que escribo, habiendo tantas cosas maravillosas para leer que alguien dedique ese espacio especial de su tiempo a fatigar mi modestísima obra, me parece milagroso. Creo que, como decía, los escritores tenemos que estar a la altura del desafío. Por supuesto, no todos somos Kafkas o Borgeses. Lo que sí podemos hacer es ser absolutamente honestos (con nosotros mismos) y rigurosos con lo que hacemos. Dar lo mejor que podemos.
El primer cuento «Quien mato a Caravaggio» me pareció especialmente cinematográfico. ¿Cómo surgió la idea? ¿Cómo manejás los conceptos de montaje, encuadre y ritmo en tu escritura?
Me gusta el cine y lo cultivo desde siempre. Es probable que los modos narrativos del cine influyan en mi escritura. Estrictamente no manejo conceptos de montaje y encuadre pero supongo que los incorporo intuitivamente al abordar algunas situaciones. En todo caso, me gusta que hayas llamado la atención sobre esta característica de ese cuento. Yo estaba viviendo en Roma en 2010 cuando se cumplieron 400 años de la muerte de Caravaggio y hubo en toda Italia una gran actividad en torno a su figura y su obra. En particular recuerdo dos muestras que me impactaron: una en la Galleria Borghese que combinaba Caravaggio (obras existentes en Italia) y el británico Francis Bacon, y la otra en la Scuderia del Quirinale a la que trajeron todos los Caravaggios que habría en el mundo, exceptuando por supuesto los murales que hay en Roma y en Malta (recuerdo que para ver esta última muestra hicimos una cola de más de cinco horas…). Me impresiona la obra pero también el personaje Caravaggio, en particular algunos gestos desmesurados e inauditos que abren interrogantes y especulaciones sobre ambos, obra y autor, como la firma en el mural sobre la ejecución de Juan Bautista que está en La Valletta o el hecho de que el rostro de Goliat en la pintura de David es su propio autorretrato. El cuento es sobre esas dos pinturas enmarcándolas en algunos sucesos de su vida y, en particular, su misteriosa muerte en una playa del Tirreno.
En este momento el mundo esta atacado por una pandemia. La población mundial esta en una cuarentena que nos sumerge a todos en una atmósfera de ciencia ficción. Se podría decir que hoy día la muerte escribe nuestros días con mas firmeza que antes. Esto me lleva a reflexionar sobre el factor fantástico en tus relatos y cómo esa fantasía puede tocarnos la puerta un día cualquiera. ¿Cuál de tus cuentos creés que podría volverse realidad?
Sí, son tiempos raros. Empiezan a desenterrarse novelas, películas, historias, conferencias (famosamente, la de Bill Gates) que más o menos anticipaban cosas parecidas a las que estamos viviendo. Nietszche justificaba su teoría del eterno retorno en los supuestos de que la materia es finita y el tiempo infinito. Ergo, todo pasa (como el famoso anillo de Grondona) y vuelve a pasar. La física moderna pone en cuestión ambos fundamentos de la teoría de Nietszche. De todos modos a mí me gusta pensar que toda ficción es provisoria. Si parte de observaciones ajustadas y rigurosas sobre los aspectos de la naturaleza humana que aborda, por más fantástica que sea la historia, es algo que puede acaecer en el futuro y, por tanto, llegado ese extremo, perder su condición originaria de ficción. Por eso, no descarto que cualquiera de mis cuentos, aún el más fantástico tenga ese destino. ¿Por qué no?
Eduardo A. Varela (Corrientes, 1958) es abogado (Universidad Nacional del Nordeste), Master en Relaciones Internacionales (FLACSO), Maestro en Ciencia y Sociedad (Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia) y funcionario del Servicio Exterior de la Nación. Por su trabajo residió en China, Australia, Suiza, Italia y Egipto. En 2007 publicó la colección de cuentos Halley y otras historias (Del Dragón), bajo el seudónimo Eduardo A. Bianchetti. Cuentos mortales (2019) es editado por Qeja y puede conseguirse en la web de la editorial, sus redes sociales y en librerías de Buenos Aires.
Etiquetas: Eduardo A. Varela, Gonzalo Messi, Literatura