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Por Cristian Rodríguez | Portada: Alex Goh Chun Seong
La niñez excluida
Pensar un niño en vacaciones y las vacaciones de los niños ya es parte de una premisa problemática: suponer que la niñez requiere de espacios excluyentes respecto de los espacios de sus adultos de referencia. Que los niños necesitan, al modo del perro de Pavlov, desarrollar su propio reflejo condicionado, su propia saturación de sentido dentro del experimento llamado vacaciones. De este modo, la vacación de un niño entra en el laberinto de una “necesidad” y en el predominio de un “observador”. Ese contrasentido, también señalado en esa visión cuasi publicitaria respecto de que las vacaciones de los adultos comienzan cuando terminan la de los niños, es decir cuando comienza su ciclo lectivo. Curiosamente, y por efecto del mismo Amo totalizador, los adultos están también recluidos en “sus” tiempos de vacaciones a la consideración de las condiciones del experimento laboral a escala global.
Resulta inevitable suponer que la dificultad de los niños y de la niñez en relación con los espacios lúdicos y los espacios de atravesamiento social, tienen que ver con una trama que está deteriorada y devastada más allá de ellos. La idea misma de diversión no es otra cosa que la de que un niño transite por la diversidad, por los espacios sociales de referencia, se trate de los adultos de referencia, se trate de las estructuras familiares, barriales, sociales, o de las leyes y principios de funcionamiento de las relaciones de parentesco. La diversidad supondría que un niño pueda inscribirse cotidianamente en relación con la experiencia intergeneracional, no sólo de los adultos de referencia de la familia primaria, sino de la otra generación, la generación de los abuelos.
Pero es precisamente esa relación de los adultos con la diversidad la que está enajenada.
En este sentido, lo que no funciona para los niños es lo que tampoco está funcionando para los adultos, y cuando aparece esta pregunta, que podríamos decir que es una pregunta de diseño: ¿qué hacer con los niños en vacaciones?, se está ya transgrediendo aquel principio fundamental, respecto de considerar la niñez, inserta, inscripta en una experiencia social.
No hay lugar en la niñez para la espontaneidad tanto como no hay en la vida contemporánea de los adultos oportunidad de ejercer esa diversidad que les permita una experiencia lúdica de la vida.
Consumo vacaciones
La idea misma de consumo y de la vacación como un consumo es problemática, porque en esa falsa diversidad, en la que tendría que estar instalado lo cotidiano de la experiencia de un niño en vacaciones o fuera del ciclo educativo, y que tendría que ver con la vida cotidiana de los adultos, lo que ocurre es que esos adultos están enajenados en jornadas y experiencias laborales interminables, que reniegan de cualquier principio que guarde relación con el disfrute y con la vida vivida.
La vida misma se reduce de este modo a un objeto de consumo, un consumo por los principios de funcionamiento de su capitalización. La vida tiene que rendir.
Por un lado, está rota la cadena de transmisión entre los niños y hacia los adultos de referencia, hacia su comunidad de referencia y hacia los lazos sociales que de ésta surgen en el contexto cultural y geográfico, por otra parte, está rota la serie de referencia con la tercera generación, la de los abuelos y otros mayores representativos.
Posiblemente sea la nuestra una cultura que se pretenda sin mayores, sin dilucidar que de esta atrocidad posiblemente no quede ninguna niñez por convalidar. Una cultura que así sea sin viejos y sin niños.
¿No es acaso lo que ocurre con los viejos algo también paradigmático y sintomático, que están aislados en sus vidas artificiosas, replegados, quitados brutalmente como si esto fuera un decreto decimonónico de los principios de funcionamiento social? Se los llama además “clase pasiva”, y en muchos casos están encerrados en los geriátricos o “residencias para adultos mayores”.
¿Y de alguna manera, la “colonia de vacaciones”, no reproduce también esta formalización del campo de concentración, de la estructura filo castrense, de la fábrica incluso? Allí también se condena a los niños a un encierro, una correlación de actividades que no dejan de proponerse con la estética de un trabajo y de una fuerza de trabajo, donde la competitividad se propone antes que la diversidad y antes que el esparcimiento alrededor de la tarea común.
Estas tramas y sus enlaces sociales, el encierro, abuelos ensimismados en sus propios o ajenos espacios de la vida aislada, reducidos y pasivizados, guardan relación con los niños y la captura del libre albedrío, entendido como enajenación de la espontaneidad y aplastamiento de la emergencia de la dimensión deseante, en sus colonias de vacaciones o en sus hogares regulados, emulando a sus padres en sus trabajos interminables. Cada generación en su compartimiento de aislación, en su “hotel cápsula”, en su corral.
Espontáneo
Lo que tendríamos que replantear es hasta qué punto eso es lo que hace síntoma y habla, tanto como ocurría con las pacientes freudianas aquejadas de los síntomas conversivos. Una vez más, la inervación de órgano campea en las “apretadas” y “ajustadas” vidas de los niños contemporáneos, nacidos para producir.
La primera idea de vacación supondría hacer lugar en relación a esos contextos que no necesariamente rinden ni producen, o guardan relación con esta expectativa de “diversión planificada” por la colonia de vacaciones y sucedáneos, interiorizados incluso en los comportamientos también decimonónicos y consumistas de esos adultos en sus relaciones directas con los niños, sino lo que el niño no tiene oportunidad de hacer en el resto del año: compartir tiempo con sus adultos, familia primaria y familia extendida, actividades donde se sienta referenciado e integrado por cada una de esas generaciones que nombran y guardan relación con su estructura familiar y con sus relaciones de parentesco, por otra parte con su contexto geográfico y social, y que no tenga que ver estrictamente con lo que entendemos ahora, como sentido cosificado, por vacación y diversión.
Una inserción y una participación que es la quintaesencia de la diversidad y la vacación, que es lo que nos prepara para construir espacios simbólicos e inscripciones psíquicas en relación con nuestro esquema corporal, nuestro cuerpo orgánico y nuestro cuerpo libidinal. Por otra parte, un cuerpo mejor relacionado con su sistema inmunológico. Espacios lúdicos, auténticos, espontáneos, multiplicadores, insertados en el contexto cotidiano, productores de realidad y de creación.
Etiquetas: Cristian Rodríguez, EPC -Espacio Psicoanalítico contemporáneo-, L’IGH -Le Institute Gérard Haddad de París-, Psicoanálisis