Blog

01-04-2020 Notas

Facebook Twitter

Por Bruno Bonoris

Hay libros de todo tipo. Pueden dividirse según el formato, el género, la estructura, etc. Pero hay una clasificación que probablemente sea la más significativa: están los libros idea y están, como dijo Foucault, los libros experiencia. Los primeros son objeto de especulación exclusivamente hipotestética. Pueden ser interesantes, bellos y controvertidos, pero mantienen las cosas tal como están. Aquí no ha pasado nada.

Por supuesto que esto no depende del éxito editorial, sino de la capacidad transformadora, de la disposición de quien escribe para observar, recibir, diagnosticar y retransmitir un problema importante. Los libros experiencia se escriben y se leen para cambiar, para no ser el mismo que antes. Están hechos de palabras que nos tocan, que literalmente nos manosean. Para ello se necesita de escritores antena, como Tomás Pal. Estos libros no cambian meramente nuestro modo de pensar, “la forma de ver el mundo”, sino nuestra forma de sentir. Libros que desde lo escrito dan en la letra, en los fundamentos donde habitan nuestras pasiones más recónditas.

Intituciópatas forma parte de estos últimos. Entre el ensayo, la biografía, la sátira, la crónica y la fábula (¿qué estoy leyendo?), este libro anfibio nos dirige por vías que aparentan contradictorias hacia un problema clave para ese pastiche llamado salud mental: el manicomio, ahora todos lo sabemos, no está en las paredes, pero tampoco está en las mentes de quienes forman parte de él. El manicomio está en los cuerpos. El manicomio, mejor dicho, es los cuerpos (el poder del médico hablando sobre el enfermo, la docilidad del enfermo en silencio y acostado, la inyección, la pastilla y la palabra, la contención física, la neurológica y la verbal, etc.). En definitiva, el manicomio es la distancia siempre renovada entre lo que sabemos y lo que no sabemos que sabemos, es decir, nuestras prácticas (y claro, nuestros síntomas).

Instituciópatas es un texto que -¡al fin!- interroga con dureza las increíbles contradicciones entre lo que creemos saber y lo que sabemos hacer aunque no sepamos bien por qué. No hay tiempo para las insinuaciones, ni para juegos de seducción teórica. Tomás se la da de frente con su batimoto contra la realidad (sí, lo dijimos, la realidad). No importa cuan cultivados estemos, no hay hipótesis subjetiva (el comodín pseudofreudiano), ni ley de salud mental ni neuropsicoinmunoteoría que nos salve. Todos estamos instituciopatizados. Es que el libro de Tomás es un libro postfoucaultiano.

Tomás Pal por Joaquin Franke

No vayamos a caer tan rápidamente en la trampa de la responsabilidad subjetiva. Aquí no se trata de malos y buenos, ignorantes y sabios, durmientes y vigilantes. “¿Dónde están esos instituciópatas? Los buscamos, los excluimos y fin del problema”. No, nunca los encontrarán porque no existe ninguno en tanto tal. Ya se dijo mil veces, nadie tiene el poder, nadie es un instituciópata, aunque todos devenimos en eso porque entramos en esa matriz de inteligibilidad, y pensamos, sentimos y actuamos desde allí. Nos vemos llevados por la suave e impercetible brisa de la iteración de las prácticas manicomiales constituidas por los fantasmas de los “cementerios techados” (Pal dixit) que son las facultades.

De eso hay que hablar, dice Tomás, de lo que me pasó en la residencia en psicología clínica, de lo que viví en esos importantísimos años. Debo transformar la experiencia en interrogación. Debo vomitar para dejar de padecer. Fort Da. Este libro es un impulso calculado. Entonces, no se trata solo de conjeturas más o menos lúcidas o intervenciones intraconsultorio. Tampoco de frutas inductivas ni abstracciones ridículamente inservibles. El libro es un testimonio de las condiciones materiales en las que acontece la vida de los que forman parte de una sala de psicopatología. Habla de las cosas (duchas frías, sabanas sucias, aires acondicionados rotos, mate y harinas, papeles y papelitos, helados y heladeras), los profesionales (los neuroesencialistas, los fachamédicos, los resilentes, etc.), los internautas, las familias, los enfermeros, los homeless hospitalarios, las mascotas, y más etc. El odio de clase y de disciplina. Las patéticas disputas por los ranchitos de poder. El amor, el romance, el encanto y adulación. Los silencios que -como casi siempre- gritan y las palabras vacías. Instituciópatas cuenta cómo se realizan las ideas. Cómo hacen cuerpo entre las cosas del mundo y las transforman. Kraepelin, Freud, Kapur y Lacan albarro.

Instituciópatas es un libro de caso único. Cuenta las desventuras de Víctor, un paciente internado en una sala “psiquiátrica” de un hospital general. Pero esta no es una excusa para hablar de cuestiones universales. Víctor está ipso facto atravesado y constituido por lo que llamamos las condiciones materiales de las ideas. En Víctor no solo hablan su trágica historia, la pobreza, la ausencia familiar y sus antecedes psicopatológicos, sino también las paredes del nosocomio, los enfermeros, gendarmería, los psiquiatras y los psicoanalistas. No se salva nadie, Tomás tampoco. Víctor es la caja de resonancia de las cristalizaciones disciplinarias. Las “cegueras” de una academia con poco vuelo. El psiquiatra y su tratamiento cerebrofarmacológico, el psicoanalista y su dialecto muerto pero retorcido, la falta de sinapsis y de “tela simbólica”, la violencia contenida y la hipergocemia, el manual sin alma y el diagnóstico olfativo. En definitiva, si en algo estamos de acuerdo es en nuestros prejuicios.

Sea como fuere, el libro no sería tan bueno si Tomás no tuviese una pluma-cuchillo. Cada párrafo es una afección y cada afección un interrogante. Intituciópatas es un brainstorming escrito con trabajo y delicadeza. Las decenas de neologismos que nos presenta son condensadores ideológicos, balas hechas con letras. El estilo es el atropello, la imprudencia, el sarcasmo, la interpelación constante. Por momentos reímos a carcajadas, en otros nos enojamos con él (¿quién carajo es este pibe? Respondo: más que el escritor es el escriba, el secretario del alienista). Tomás tiene algo que pocos tienen: la máquina de mirar. Por último, una hermosa bibliografía. Cientos de autores recorren las páginas casi inadvertidos. No los cita por su autoridad, él se da cita con ellos, se encuentran en el caos.

Hay que leer este libro. Por más curtidos que nos sintamos seguro llevamos a un alienista adentro nuestro. No es nada personal, no se trata de culpas, no hay que mandar a nadie preso. Pero es importante que estemos advertidos. Todos podemos devenir instituciópatas, burócratas del sufrimiento del alma. No es necesario que nos rompamos entre nosotros. Debemos destruir la máquina.

Instituciópatas (Ensayo sobre prácticas manicomiales en un hospital general)
Tomás Pal
Editorial La Docta Ignorancia
2018

Etiquetas: , , ,

Facebook Twitter

Comentarios

Comments are closed.