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21-05-2020 Notas

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Por Guadalupe Tagliabue

El museo ha sido tradicionalmente la institución privilegiada que se encarga de conservar tesoros, su acceso implicaba entrar al mundo reconocido de “la gran cultura“. Recursos tecnológicos impresionantes, arte, propaganda y espectáculo: todo parece convivir en los museos, pero que hoy, ofrecen complejidad y contradicción. Se convirtieron cada vez más en complejos centros culturales interactivos, una mezcla de centro comercial sumado con Playland: atraer mucho público, muchos niños, y que divierta. Y la oposición al museo histórico se basa en su ímpetu por diferenciarse y gritar que el arte actual nada tiene que ver con el arte histórico, estableciendo que su fórmula de presentación es que lo “viejo y aburrido» ha quedado atrás.

La innovación y la actualización han sido desde sus comienzos las características esenciales del arte contemporáneo, y la acción constante  de inculcar los cambios en relación a las formas de relacionarnos y la tecnología actual. Por supuesto que pedíamos, y hasta casi exigíamos, el cambio con mayor rapidez, respecto a los modos de ver arte, la funcionalidad, los recorridos, la intención y la revisión crítica, pero alto ahí, no sabemos si esto era lo que buscábamos.

Las muestras de arte virtuales han copado el nuevo mundo, el actual, el único mundo que tenemos ahora, el de nuestras casas. Ver arte en pantuflas, con manta, y en pijama a través de una pantalla, es lo que todos los museos buscan demostrar que pueden seguir dando. Sabemos que perdimos todo tipo de encuentros en este tiempo, pero tampoco queremos que nos impongan nuevos en el que se olvidan concepto que aprendimos desde siempre cuando vamos a un museo: el encuentro y la intimidad con la pieza real. Nada de aquella revisión crítica que necesitábamos de los museos en estos tiempos sucedió, supusieron que en pandemia buscábamos otra cosa, impusieron una, se olvidaron de muchas.

 

¿Puedo scrollear un Magritte desde casa?

¿No es acaso suficiente surrealismo lo que estamos viviendo como para que me introduzcan una realidad 360 de una muestra con un touch desde mi celular? El espectador quedó en tiempos pasados, y ahora solo importa que los museos en un contexto de ausencia, se muestren bien presentes. Claro está que las grandes instituciones no pueden mostrarse desinteresados a las problemáticas de las sociedades de las que forman parte, más aún analizándolo desde la perspectiva de nuestro país, sometida a profundas desigualdades sociales, y donde la actividad cultural parece invadida por la frivolidad tanto del comercio y la publicidad, pero que ahora tiene otro condimento para sumar: una pandemia. Una pandemia y una orden, nadie puede salir, todo debe cerrar, pero sin embargo, el mundo debe continuar girando. El ímpetu por estar presentes llega a extremos paradójicos, olvidarse en qué consistía la relación con la obra, para que quede marcado, una vez más, que lo que debemos es consumirla.

Nos encontramos sumergidos en un mundo que se percibe mediante nuestros sentidos, fuimos criados así y continuaremos en esto. No podemos obligarnos a olvidar ciertos conceptos, en este caso artísticos, de cómo funcionan las relaciones cuando uno ve arte. ¿Puede ser que la nueva era digital de ver arte a través de vivos en Instagram sea traspasar un encuentro, de obra y espectador, a un mensaje? La información, que suministra un conjunto de mensajes, es una medida de organización. Es decir, cuanto más probable es el mensaje, menos información contiene. Naturalmente hay un mensaje, pero va de la pantalla a las figuras y no pasa de ahí. Ellas mismas no aportan ninguna comunicación al mundo exterior excepto la unilateral del movimiento preestablecido del mecanismo de la tecnología en sí. El arte siempre fue y será un modo de comunicación, por lo tanto tendrá un mensaje. Pero qué sucede cuando el arte llega a ser el mensaje, y no el medio por el cual. Muchos eslabones desaparecen en esta cadena de digitalización en el consumo de obras.

No será una lucha contra la tecnología, ya que le debemos la apertura de un panorama enorme y un desarrollo de las artes tecnológicas desconocido. Sino, tal vez lo que exigimos es el desarrollo de una estrategia digital, consciente de la actualidad como la transformación más profunda que ha vivido el mundo de la cultura en la última década, pero que mantenga viva la experiencia artística y su correspondiente marco teórico. Aunque nos interpele y nos pese el cambio que tuvimos con el vínculo del museo y su espacio físico, los mensajes entre hombres, máquinas y sociedad, intenta limitar la tendencia de la naturaleza hacia el desorden, ajustando sus partes a diversos propósitos. Que en este caso parecieran no ser más que un pertenecer a un prefijo de mantenerse activo aunque el mundo como lo conocíamos, no esté más en aquella actividad.

Sabiendo que las necesidades y la complejidad de la vida moderna plantean en este fenómeno de pandemia, el intercambio de informaciones más intensas que en cualquier otra época,  no supongan qué queremos, no nos exijan olvidar lo que sabemos. Por qué no imaginar plataformas, que garanticen que los artistas puedan introducir sus caprichos y quejas, sus negociaciones con la tecnología, su interdisciplinariedad, las temáticas de sus culturas (que generan, consumen, observan y comunican) y la creación de enunciados que traten introducir ya sea a modo de investigación o más de índole de preocupación personal. Queridos museos, muéstrenos los estudios de nuestros queridos artistas. Cuéntenos sus historias, anécdotas de obras, intimidades de su producción. Invítennos a los museos vacíos, esos lugares enigmáticos. Queremos saber qué sucede ahí dentro cuando no estamos. Déjennos cumplir nuestras fantasías de pasar una cuarentena ahí dentro. Pero por favor, ya no más un street view de obras.

La esfera digital permite tejer un vínculo con todo y todos, y si algo está poniendo en evidencia la crisis del corona virus es que las sociedades de hoy son profundamente interdependientes y que deberemos seguir pensando y creando. Para no quedarnos en la fatalidad, entendemos esto como nuevas oportunidades y nuevos retos a los museos de arte contemporáneo. Y preferiríamos, por lo menos momentáneamente, que las instituciones artísticas, intenten la reconciliación de sus intereses con la actualidad de la sociedad y el mundo, perfilarse como núcleos de experimentación que entienden de un contexto, y no tratan de imponer presencia través de un arte vacío, sino que ofrezcan sus herramientas, para que disfrutemos hasta quién sabe cuándo, del otro lado de la pantalla.

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