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Por Marina Esborraz, Carlos Quiroga y Luciano Lutereau
1.
El goce de la mirada es uno de los que es importante atravesar en un análisis. Es el goce que hace que la visión solo perciba totalidades y completudes; el de la fantasía que sólo ve que el otro está mejor, goce comparativo, que recela, cela y envidia. Sin duda es un problema no poder relacionarse con los demás más que mirando.
El de la mirada es el goce que siempre muestra al Otro como consistente, el que deposita en él todo lo que no se puede escuchar de uno. Es un goce frenético y enloquecedor, a veces chusma, otras paranoide, siempre proyectivo. El análisis, en cambio, busca subjetivar a partir de la escucha, que es un sentido menos pleno, porque para escuchar lo primero que hay que hacer es callarse. Ese elemento negativo, que en la mirada no existe, prepara para la receptividad del oído. La escucha siempre es pasiva, la activación de la oreja ya es una forma de la mirada, por ejemplo, al espiar o atender a chismes. Al querer saber y no poder dejar de saber.
Un indicador analítico que siempre es importante es que alguien pueda empezar a estar en silencio, sin asustarse, sin prender una radio, sin agarrar una pantalla para pasar un dedo inútilmente. Es otra subjetivación.
2.
En el pasaje de la mirada a la voz, cabe destacar cómo la escucha es pasiva, mientras que su activación es una forma del deseo de ver, por ejemplo, al espiar. Es el goce del chismoso también, basado en esa forma de la mirada que es la curiosidad. Una consecuencia de esta distinción para el deseo del analista, es que éste no se basa en un goce de escuchar. Por eso el pago es necesario, es una de las maneras de dar cuenta de que no se está ahí por gusto, para satisfacer una fantasía fisgona, como sí podría estarlo el diarero de la esquina (o el encargado del edificio) que, seguramente, encantado se enteraría sobre la intimidad de su vecino. El deseo del analista es, entonces, un deseo vaciado de mirada. Ésta es una dimensión crucial de la abstinencia y no creer que ésta consiste en andar escapándose de lo pacientes u ocultándose. Ésta es otra forma en que un analista puede gozar de la mirada.
3.
Para leer es preciso escuchar, y a veces hay personas que se quejan de que no pueden leer. No es una cuestión de atención o de estrés, sino de captura en el goce de la mirada, el libro los mira de esa forma estúpida en la que no se puede dar vuelta la página. Otra forma de lectura escópica es el estudiar, la menos interesante de todas las formas de leer. En el estudio se lee lo que dice el texto, alcanza con eso, por eso muchos estudiantes dicen tener “memoria visual”. Eso no existe, es el goce de la mirada en la lectura. En cambio, hay otro modo de leer, en el que se escucha lo que dice el texto: no es lo que está ahí escrito, es otra cosa, es como si susurrara al oído y ya no se sabe si lo escribió el autor o uno lo pensó. En fin, es la lectura a contrapelo del estudio, es la que llega a la voz del texto, la que le conoce los intervalos, es una lectura que no puede ser acumulativa. Hay quienes no pueden leer más que textos que dicen cosas que pueden estudiarse (con información científica), otros leen literatura. También están quienes leen cualquier texto como si fuera una comunicación científica. Y quienes pueden leerlo todo con vocación literaria.
El análisis es para disfrutar de la lectura sin tener que estudiar, en el pasaje de la mirada a la voz. El psicoanálisis, como teoría, incluso podría ser una trama del análisis literario y la ensayística.
4.
A veces las personas se quejan de que no pueden leer, es decir, no que no puedan hacerlo, sino que no comprenden lo que el texto dice. Eso suele ocurrir sobre todo cuando alguien quiere entender lo que el autor efectivamente quiso decir, y allí se olvida que toda lectura es interpretación. Esto puede parecer una cuestión trillada y evidente, pero lo que interesa es que para poder hacer una interpretación es necesaria una clave de lectura, y esa clave es equivalente a la función paterna. Es decir, la definición de Padre para Lacan es la de un significante que interpreta a otro y eso da un plus de significación que denomina “fálica”. Si bien esto ocurre en la constitución subjetiva en el campo de la neurosis, también podemos encontrar ese mismo funcionamiento en otras situaciones de la clínica. Y es así que la función del padre no se reduce a esa clave, sino que también permite cortar con el goce de la mirada que obtura la posibilidad para que esa clave se haga presente como voz, la cual puede advenir una voz propia. Una lectura que se separa del texto y produce –o crea– una interpretación, ya no ligada a la interpretación paterna, sino a esa voz que cada quien se pueda inventar… más allá del Padre. Tal vez eso explica porqué las lecturas de algunos sujetos psicóticos suelen ser las más interesantes.
5.
Una interpretación implica vivir activamente lo que se sufrió en forma pasiva. Al hacerla nos hacemos sujetos de esa interpretación y por lo mismo nuestro acto nos convierte en el asesino del padre. Allí puede suceder que el abismo que se produce por el movimiento mismo de las palabras amenace con “tragar” al sujeto o que este mismo sujeto se afirme en esa interpretación como un paso a la existencia. La actividad de la lectura supone “dejarse” tomar en la escritura del autor/a como condición material necesaria de la interpretación. Allí está la clave del problema, el terror de “dejarse”. Un terror allí puede ser la amenaza de que la represión fracase y deje pasar representaciones de cosas, restos alucinatorios de gran violencia que rompen la pantalla de la conciencia.
6.
Barthes decía que cuando algo de la escritura toca, ahí el sujeto levanta la cabeza. Para muchos, el problema es volver a bajarla. Mientras dura la insatisfacción leen y cuando llega cierta satisfacción allí abandonan. Es como una excitación que no pueden sobrellevar. Para otros ese momento de incorporación nunca llega, ellos atan la mirada a la pulsión oral y devoran los libros sin poder nunca dar cuenta de ellos.
Hay quienes leen juzgando. Porque abrir un libro es asumir un riesgo sexual. El sexo separa en muchos sentidos. Leer es abrirse también en muchos sentidos. Leer juzgando, es leer advertido, controlando de no tener ese encuentro siempre latente, un encuentro que nos feminiza y puede cambiarnos la vida. Leer es irse a vivir al mundo de quien escribe. Poder hacerlo es huir de un mundo impuesto por la obscenidad del capital. Leer es quizás el único medio que nos queda para obtener un “poco de placer”. Un modo en extinción de que el globo se cierre sobre nosotros. Leer es la única y última isla. Hay otras que conforman el Archipiélago. Leer sacándole a quien escribe la mirada de encima, condescendiendo a la voz que nos apropia para apropiarnos. Leer sin juzgar, abandonado a la escritura del otro, permite la propia escritura… Solo así.
Etiquetas: Carlos Quiroga, Luciano Lutereau, Marina Esborraz, Psicoanálisis