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04-05-2020 Notas

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Por Marina Esborraz, Carlos Quiroga y Luciano Lutereau

“Dentro de las relaciones sentimentales del hombre con el mundo que lo rodea, incluyendo personas y cosas, parece a primera vista que todo puede encuadrarse en dos grandes grupos, de un lado, lo que nos es homogéneo, simpático, conocido, y del otro lo que nos resulta desconocido, extraño y hasta hostil. Nuestro natural egoísmo se siente espontáneamente movido a expandirse […]; o, por el contrario, a replegarse, evitar el mundo exterior en un ademán de hostilidad o amenaza”.
Lou Andreas-Salomé
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1.

En nombre de la vida, empezó el plan de exterminio de Eros. Freud llamaba a esto “pulsión de muerte”. 

En estos días lo demuestra el Ministerio de Salud cuando recomienda el “sexo virtual”. En el siglo XXI, un infectólogo habla de sexualidad. ¿Qué otra cosa puede declarar sino sus fantasías?

No se puede tener tanto desprecio por la salud mental. El problema ya no es solamente el virus, sino el modo mortífero y desalmado en que estamos elaborando nuestra situación. El sanitarismo está declinando en psicohigiene. “El sexo virtual puede ser una alternativa”, dijo el funcionario; pero con Lacan sabemos que lo permitido es tal sólo para volverse obligatorio y ahí empieza el terror. 

2.

En esta cuarentena diferentes personas empezaron a contar que sueñan más intensamente, con imágenes más hipernítidas, con una fuerte carga afectiva y, eventualmente, se despiertan en la madrugada para, después de unos minutos, volver a dormir. ¿Por qué soñamos de esta manera? ¿En qué clase de refugio se convirtió el sueño? Cuando el principio de virtualidad, más exigente y continuo que el de realidad agota y aplasta al sujeto, éste se expresa como resistencia en su último bastión, el más freudiano de todos: el sueño, donde escapa de la melancolía diurna para retornar como nostalgia (en sueños con ex, con vivencias infantiles, pero también pesadillas). 

El erotismo hoy resiste acosado, porque cuando el afuera tiene su límite en la puerta de entrada, es decir, cuando la casa se vuelve el nuevo afuera, si aún quedan ganas de vivir, es preciso un corte y un desdoblamiento, esa otra escena freudiana. Divino Freud, todavía explicando lo que pasa un siglo después de su descubrimiento. Más vivo que nunca. En estos días se trata de volver a soñar despiertos, de recuperar la potencia deseante del sueño para la vida cotidiana, para dejar de vivir dormidos y con sueños acechantes.

3.

Estos son los días de la “erótica del barbijo”. Por lo general se piensa que se besa con los labios, pero es con la mirada que se actúa el beso. Los labios simplemente acompañan. Siempre es encantador ese momento en que casi por azar dos personas quedan enfrentadas y no hay otra opción que besar. Al beso se condesciende, no se lo busca. 

El neurótico padece la búsqueda del beso, el cálculo y la ocasión, y se olvida de la mirada. Pero la mirada se ve, por ejemplo, para besar. Al menos en el primer beso, cuando ya no hay nada más que decir. Si la mirada aparece, el beso ya fue dado. Después los labios se entretienen. 

4.

En las parejas pasó algo muy curioso en estos últimos días: antes que un exceso de sexo, lo que se comprueba es una creciente indiferencia. Los que en cambio parece que se erotizaron son los “ex” que eligieron volver a convivir, incluso a veces para pelear por aquellas cosas que peleaban antes. Pero a nivel del erotismo, las parejas que se habían elegido por deseo hoy se encuentran aplanadas. Porque si el otro deja de ser otro y se convierte en una presencia constante, ¿cómo habría deseo si éste necesita la ausencia? 

Una pareja no sólo está hecha del tiempo que pasan juntos, sino del tiempo en que no se ven, para extrañarse, celarse y otras formas del deseo. El deseo es una pasión de la ausencia. De un tiempo a esta parte, el sexting y el cybersexo (formas de sexo virtual) son prácticas corrientes, que se caracterizan por no ser un rodeo que lleva al encuentro, sino que lo reemplazan. Lo curioso es que antes que incrementarse estas prácticas, también se redujeron, porque lo central en este tiempo de insinuaciones es que el otro esté relativamente disponible. Incluso el sexting requiere el tiempo furtivo, así como el cybersexo necesita algo más que otro presente de manera continua. Es decir, en ese tiempo furtivo se cuela alguna fantasía y, con la pérdida del deseo actual, también se comprueba la pérdida de la fantasía, que es sin más aquello que hace que el sexo no sea meramente un acto mecánico.

5.

El conflicto de la vida amorosa se juega básicamente entre narcisismo y erotismo, es decir, en los destinos de la libido. Freud definió así la predisposición patológica, por ejemplo, en lo que llamó “puntos de fijación de la libido” y su famosa pelea con Jung tuvo como principal motivo su negativa a renunciar al carácter sexual de la misma. Lo que llamó “mecanismo de  defensa” se inicia con el retiro de la libido de las personas y cosas, del mundo exterior, ese mundo que tiene que estar investido para volverlo vivible. Si bien no es lo mismo el proceso que ocurre a través del mecanismo de represión, la pandemia nos ha obligado a retirar la libido del mundo a fin de preservarnos, autoconservarnos, no contagiarnos ni enfermarnos. Por eso no es llamativo que en un primer momento se hayan presentado temores hipocondríacos, defensas maníacas y pensamientos obsesivos. Incluso cierta desconfianza paranoica que se expresa en los vecinos “que no cumplen”, y también respecto a las medidas tomadas por el gobierno. Sin embargo, ya con varios días de encierro y evitación de contacto con cualquier persona que podría ser un posible agente transmisor del virus, los seres hablantes empiezan a recuperar el erotismo perdido al modo en que los seres deseantes lo hacemos, es decir, a través de los sueños y las fantasías.

¿Alcanza con eso? No, desde ya que no, porque el erotismo necesita del otro que no es un mero objeto de realización de fantasías, que se presenta como extraño, inabordable, inasimilable. En las fantasías todo sale bien, como en las películas pornográficas. No hay fallas, tampoco humor. Hoy salimos a la calle con el rostro semi-cubierto por un barbijo o un “tapabocas”, y hasta podríamos fantasear que en su versión fetichista ese elemento puede favorecer al erotismo. Tal vez para algunos así sea, pero esa fantasía se derrumba al vislumbrar que en realidad parecemos todos seres sin rostro. ¿Es lo mismo la prohibición que rige sobre las mujeres de ciertas culturas de tapar su cuerpo y su rostro que esta prohibición con fines higiénicos? Seguramente no, tal vez nada muy higiénico o esterilizado resulte un terreno apto para despertar erotismo. Ya lo dijo Freud, no podemos limpiar la libido de su carácter sexual. 

6.

El recién nacido emite un grito que Freud lee de inmediato como rechazo y no como demanda. Entonces, el lactante acepta o no, siempre contra su voluntad, ser alimentado por el Otro. La estructura entonces del hablante se divide de entrada entre el rechazo y la aceptación de lo que determina su nacimiento. Por más que busquemos esa determinación no iremos más lejos que el orgasmo de su madre. El erotismo entonces, está en el fundamento del nacimiento. El mito que lo abriga pulsa la pulsión que se tejerá en el fantasma. El mito entonces empuja la pulsión y ésta empuja los imaginarios del narcisismo o la fantasía que nos gozan con su traducción. 

Esa estructura bifronte de lo que asemeja amablemente y lo que desemeja hostilmente es de estructura. La porción dispar del otro es lo que causa el interés y por lo mismo el deseo en la amistad y en el sexo. Es así que si todo se liga al principio de virtualidad, es decir a la porción amable del espejo lo semejante, podríamos decir que “Aquí no se coge”.

El sexo virtual, increíblemente recomendado por un gobierno peronista, casi un oxímoron, desconoce e ignora que desconoce, que el erotismo se funda en la carne. Más allá de nuestra Isabel Sarli, sabemos que “la carne” es posibilidad para el humano a partir del primer “no” a la naturaleza, a saber: prohibición de comer el cadáver de otro. Con esa renuncia a ese goce el humano tomo noción del tiempo y el espacio por el volumen del cuerpo del otro al que le brindo su sepultura. No hay erotismo sin cuerpo y no hay cuerpo que no done el otro por su pérdida. 

7.

El principio de virtualidad, panacea de fóbicos y moralistas, tiene su imperativo: vivir en dos dimensiones. El espejo, ese lugar donde se pueden precipitar todas las bondades de un yo ideal es de dos dimensiones. El sueño dura muy poco, pronto la imagen del otro que soy yo se convierte en un tirano que no hace más que poner en evidencia nuestra fragmentación. 

El otro del espejo es alguien a quien se le supone un goce, una adecuación que sólo puede engrandar el más primitivo y extendido sentimiento humano: la envidia. El sexting ¿no somete al partenaire a ese padecimiento? Al modo de las masturbaciones infantiles el sexting ¿No somete a la condena de un orgasmo de bajo intensidad, que lejos de lograr una satisfacción que inscriba algo, somete a una compulsión que no para aunque produzca callos? 

Alguna vez, la humanidad dejó, por pura pacatería, de traducir el “pecado original” como pecado de soberbia. En efecto, las versiones anteriores a la baja Edad Media tenía la versión del “pecado original” como un pecado de la soberbia de pretender saber lo que sólo Dios sabía. De allí el árbol de la sabiduría del cual saldría por oficios de Satán la manzana que Eva ofreciera a Adán. Pero de pronto y sin saber por qué, no sin la instalación durante siglos del dispositivo cristiano, el pecado de soberbia se volvió “pecado de la carne”. ¡Otra vez “la carne” salvando a la humanidad de dormir el sueño eterno del Otro! La herida en la carne de nuestro señor Jesucristo que con su sacrificio ocasionó otra herida más profunda, esta vez a la phisis griega, ¿Cómo habría de ser posible que un cuerpo muerto, pueda resucitar como cuerpo y no sólo como alma? Desde allí se dividió el cuerpo social en “cuaresma y carnaval”. La cuaresma virtual y el carnaval la carne. 

La cuaresma, la insatisfacción, el aislamiento y la distancia. El carnaval, el goce, el pogo y el garche. Pareciera que hubiera un deslizamiento, la cuarentena higiénica para muchos se ha vuelto cuaresma, ¿es para temer entonces el próximo carnaval?

* Foto de portada: «Las puertas del ocaso» (1898) de Herbert James Draper

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