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Por Cristian Rodríguez
Vil Metal
La época impone hablar, pandemia mediante, de algunas cuestiones vertebrales de esta compleja emergencia que nos atañe no sólo por su lógica mediatizada, sino también por una cierta inhumanidad -conocida, por otra parte, durante toda la existencia del capitalismo- y en particular de esta etapa particular del capitalismo financiero.
Se compara esta pandemia a la Gripe Española de 1918, pero en verdad parecemos continuar retrocediendo en la línea de tiempo y pronto estaremos acercándonos a las epidemias medievales -sobre todo en los efectos socioculturales, y no necesariamente en cuanto a la cantidad de muertes-, a la Peste Negra del Siglo XIV por ejemplo.
Acaba de compartirse la información de los británicos, pretendidamente ultraconservadores y proteccionistas, sobre que el gobierno pone -fabrica- tres billones de libras para garantizar el 80 por ciento de los ingresos de su población durante tres meses. Fabricar billetes y repartirlos como caramelos. Eso no es más que considerar que ese sistema de representación, llamado dinero y moneda nacional, y garantizado por el Tesoro Nacional, se reparta con la lógica de una renta universal ¿Quién diría que esas no son políticas sociales equitativas? Perfectamente lógico y correlativo con los principios de la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.
Está claro que de esto se sale con algo de ficción. Y el dinero no es más que una ficción, y no un bien de capitalización en sí mismo. Si no, sólo tenemos que leer las notas periodísticas de esta época, destinadas y dirigidas a endulzar esa otra entelequia del espíritu llamada “los inversores”, en la que ya se comienza a hablar del metal de referencia como salida y resguardo: el oro y por qué no, la alicaída plata.
Sabemos también que esta es una época, no diferente de todo el Siglo XX, donde se intentan experimentos diversos a escala global. Este es uno de ellos, y la humanidad saldrá de esto más empobrecida y con nuevas medidas de seguridad restrictivas, más allá de las cuestiones estrictamente sanitarias. Ese cambio de paradigma es el que vienen anunciando los agoreros del mal, los intelectuales y también los Estados. Y sobre todo, lo que descansa sobre el telón de fondo del sistema financiero internacional, los bancos y la industria de la guerra, tome o no la forma convencional de un conflicto bélico, una pandemia o la cura milagrosa de todos los males de este mundo -pócimas prometidas que sólo serán disfrutadas y paladeadas por los sectores bendecidos económicamente, los mismos pocos de siempre, señalando una vez más que la del capitalismo actual es la apuesta de las restricciones-
Allí, peste y guerra se dan la mano.
Melenas al viento
Pero esa mediatización sólo puede funcionar como condición de un cuerpo, y ese cuerpo que se ha vuelto global y desplazado hacia las super estructuras, toma por estos días la forma del control policial y militar.
¿Quién podría decirlo mejor que Rick, el personaje de animación, ciertamente distópico, científico rebelde y anarquista, de Rick and Morty? Allí donde ciencia y capital se reúnen en una única cuestión -y para la que el personaje de esta serie está inmunizado con sus recursos teledirigidos y su atomizador de universos paralelos. Y allí van, en esta senda los Didier Raoult con la hidroxicloroquina y su despampanante cabellera erizada, al modo en que Roland Barthes analizó brillantemente en Mitologias, la de Albert Eisntein erigido en póster con su famosa fórmula E=mc2. Pero efectivamente, no nosotros-, que estamos confinados -y desde antes del coronavirus- -al menos por ahora- a este “único universo” -valga la cacofonía redundante-, esa cuestión que concierne al horizonte de un estado de excepción o control, que tarde o temprano, implosione y se desmorone.
Ese desmoronamiento no termina de suceder, incluso los agoreros de principio de siglo de las izquierdas revolucionarias que lo habían vaticinado, fracasaron como videntes. Por el contrario, la inercia del capital produjo las más cruentas carnicerías; la Primera y Segunda Guerras Mundiales, y luego una cortina asfixiante. ya que de la cortina de hierro de la guerra fría cayó apenas su soporte físico y fáctico, no su lógica de funcionamiento, esa por la cual detrás de la cosmética de un mundo dividido en dos, se produjeron los avances militarizados y territoriales junto con los mayores aportes tecnológicos en la historia de la humanidad al servicio de ese control total.
La invención de Morel
Como en el caso del exilio, singular y autodestructivo, el aislamiento es un cierto tipo de pasaje al acto. Ese aislamiento, incluso en la vida privada, en la intimidad de los cuerpos, a nivel de la relación de la pulsión con el lazo social, en la producción de subjetividad y en las letras comprometidas a nivel del sujeto de lo inconsciente. Porque aquí vale considerar una diferencia de Perogrullo pero no por eso menos eficaz: no es lo mismo la soledad elegida, incluso el autoconfinamiento, y no es lo mismo estar a solas, que estar obligados a la soledad del aislamiento. No es del mismo orden un efecto subjetivo que conlleve el “solo” de una inscripción, siempre en un marco con lo social, que concierne a la determinación subjetiva, que el “aislado” por la fuerza de las circunstancias de un confinamiento que llega con la forma y con la hechura de un apremio externo. Como en la novela de Bioy Casares, La invención de Morel, la máquina de Morel en la isla capta la imagen, el alma, el sonido, el tacto del emisor, pero ¿qué efecto tiene sino el de una fantasmática que enloquece?
No puedo menos que pensar, respecto de esta dolorosa cuestión en lo contemporáneo sobre los múltiples subterfugios totalitarios que nos han reducido -por diversas fuentes- a los confinamientos obligados. En esta cuarentena o mejor decir aislamiento social -un “quédate en casa” amigable pero que no alcanza a dispensar del sufrimiento de los efectos de lo que el encierro supone para la subjetividad- pasamos por primera vez el 24 de marzo sin poder ir a la plaza y nombrar nuestros muertos, los 30.000 que se multiplican por millones silenciados en esa absurda matanza para nuestra cultura que fue la Dictadura Cívico Militar de 1976. Una vez más, nos hace saltar las lágrimas, duele en el cuerpo y en la propia historia.
Qué coherencia vital, la de madres y abuelas, y si hubiera sido posible hacer junto con esa generación arrasada, fundacional para el país, otra seria nuestra realidad. Ese Nunca Más, como el de tantas otras inhumanidades, está en disputa y en ciernes. Ese capítulo parece no haber terminado, y no sólo porque ciertas heridas no cierran, no cerrarán, sino que se hace de sus pliegues y de sus resquebrajaduras, un trabajo de duelo que también encuentra su límite de posibilidad frente al horror, frente a lo real, frente al agujero del objeto “a”.
El psicoanálisis, una vez más, nos ofrece una vía de interpelación con su noción de “deslocalización”, y que podríamos señalarla como uno de los nudos topológicos propuestos por Lacan, respecto del anudamiento entre los registros simbólico /real, como suplencia y alternativa a ese mismo horror totalizante, a lo desaparecedor de la condición humana.
Todos al loquero
La entelequia de poder preservarnos en la burbuja antiestímulo se desmorona si pensamos en los efectos devastadores del aislamiento para la psiquis. El cuerpo tiene una entidad insoslayable que está en lo social y el factor de riesgo, una vez dictada la cuarentena ya está instalado, porque se acaba de anular el cuerpo comunitario, y ahí no hay nada para restar.
Esa no acción inacción capitalista del goce estipulado -que ya nos venían postulando antes del Corona virus, tiene la estructura de un pasaje al acto. Esa -no- acción / inacción ciega de los capturados como objetos de consumo. En la retracción libidinal se produce lo que Freud nombro como melancolía, una implosión del pasaje al acto. Pizarnik, la gran poeta argentina, es el ejemplo perfecto. Probablemente encuentre el capitalismo su modo de prolongar incluso ahí su plusvalía. El capitalismo es el virus, vive en la identidad de percepción del consumo voraz. Y también se va a comer esto, la circunstancia de una pandemia real, al modo caníbal. Una vez más, el padre es el que brilla por su ausencia como efecto del asesinato y de la organización de la cultura.
Lo que venimos diciendo, el verdadero virus está en otra parte. ¿Cuáles son los sectores en pugna dentro del capitalismo global en este momento? ¿Quién pretende la manija total, y al decir de los propios acólitos del sistema de acumulación eternizada, esto que indefectiblemente llevará a la explosión de cualquier sistema y a la implosión de toda entidad biológica, aquel destino freudiano precisado en la pulsión respecto de un recorrido que va hacia la muerte, pero por el camino más largo? ¿Qué es lo que, en cambio, se intenta acelerar, amplificar y acortar en los tiempos lógicos de esos sistemas y esos organismos? Señalo la voluntad de que se trate de la reducción al organismo, ya que este, eventualmente, puede quedar exento de las funciones del inconsciente y del estatuto de la letra, ligada a lo inconsciente. Esa pretensión por la cual el capital ya no sólo intenta los mecanismos de control absolutos y ciegos, sino incluso la parafernalia de territorializar a toda costa, incluida la vida del anfitrión, es decir la humanidad misma.
¿Y no es acaso lo humano lo que está en disputa, lo que entendemos por humano y los dones de la cultura, capas sobre capas de profundo acervo milenario y ancestral, ese pozo profundo que bien podríamos atestiguar es del mismo tenor que lo que Lacan nombró topológicamente como objeto a, que por su ausencia funciona el andamiaje mismo de lo que se define como del orden de la subjetividad? Un efecto singular en la relación fallida -corrida- entre un sujeto y el objeto como sólo identidad de percepción. Ese pozo profundo garantiza entonces la producción de subjetividades, que ya son un lazo con la cultura, con la época, con lo social de su tiempo.
La pandemia como corpus capturado por el capital, como virus global, empuja hacia su erradicación por la vía de las soluciones absolutas. El final de esta pretensión no puede ser otro que uno autodestrutivo: matar al anfitrión, matar lo humano que yace y se dispone en la humanidad.
Porque eso humano, por otra parte, sólo es a condición de preservar la lógica de funcionamiento de ese pozo, ese agujero estructural que cada disciplina de lo humano nombrará a su modo, y el psicoanálisis a su vez especifica como objeto a.
Mientras tanto, este curioso experimento global, habría erizado a Foucault y probablemente hecho reír a Lacan Ya que este, el del devenir hacia la identidad de percepción y hacia la paranoia, es la psicosis. Pues entonces: ¡Todos al loquero!
Gracias y en camino
Peste y guerra, siempre de la mano. Impresiona como como van a disciplinarnos, precarizarnos y empobrecernos próximamente. Muchos conciudadanos están encantados con la situación. Cantan el himno, salen a aplaudir todas las noches, fotografían escandalizados las colas en los bancos desde sus balcones y pasan cien veces por día lavandina al pomo de la puerta. Así están satisfechos, pipones diría. Y aman a nuestro presidente, Alberto Fernández, atentos a la gran concordia nacional. Hasta nuevo aviso.
Pero pierden de vista lo que hasta aquí se pone en evidencia: que los únicos “choriplaneros” son los bancos, que se llevan sin resguardo todos los recursos económicos retenidos irreversiblemente en el interior de la dinámica del sistema bancario y financiero. Ese dinero es puesto a trabajar, una vez más, al servicio de la especulación. Si son los dueños y poseedores de los pesitos retenidos y disponibles pueden con ellos hacer una serie de jugadas maestras: invertir, mientras tanto, en moneda extranjera alicaída en el mercado interno -por la misma pérdida de poder adquisitivo en moneda de referencia-, o jugar con las criptomonedas y otras formas digitales de inversión. O retener sin más, fuente de toda territorialización del capital, cada vez más parecido -y sobre todo en nuestras anchas pampas latinoamericanas- a la lógica del Señor Feudal.
Hasta ahora se siguen haciendo ricos los bancos, el sistema financiero internacional o transnacional -para decirlo más precisamente-, ya que, entre otras cosas, lo que está estallado es aquél antiguo paradigma instalado a partir de la Primero Guerra Mundial respecto de la instauración de las naciones- y sus repercusiones, una ONU -Organización de las naciones Unidas- cada vez más desprestigiada y jugando para esos intereses transnacionales. Y aquí, haciéndose ricos los dueños de siempre del país.
Por contrapartida, podríamos tomar la breve cita de Deleuze y Guattari en El Antiedipo. Capitalismo y Esquizofrenia: “Las máquinas deseantes son máquinas binarias, de regla binaria o de régimen asociativo; una máquina siempre va acoplada a otra. La síntesis productiva, la producción de producción, posee una forma conectiva: ‘y’, ‘y además’.”
La comunidad en sus capas transversales de organización, en un muy próximo encuentro real y presencial, y no sumados a la maquinación tecnocrática y a las incesantes operaciones de prensa, tendrá que producir sus actos de insurgencia cívica, su subversión. Y que esta no se define en un cómodo caceroleo de balcón ni en una adhesión en un grupo de watts app, ni en la transgresión banal -como toda banalidad del mal- de un “espíritu surfer”, mediopelo y pretendidamente mundano, que ante cada sugerencia de establecer una correlación de fuerzas y de acuerdo sociales, se oponen sin más, batiendo el parche de un descontento que no es más que la pretensión de establecer para lo común un principio de exclusión y de continuidad de las razones del privilegio. De los que lo tienen porque tienen la sartén por el mango, y hacen de eso su ejercicio de poder omnímodo -una cuestión de religión- y de los que viven fascinados en la infatuación permanente de esa desmesura de los exhibicionistas del poder referido.
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