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Por Andrés Correa y Luciano Sáliche
El fantasma de la posverdad
Las calles vacías, las puertas cerradas. Del lado de adentro, la sociedad se derrite al calor del aburrimiento. Para apaciguar la incertidumbre están las pantallas. En la tele, panelistas de todos los colores opinan y tapan el silencio con contenido que, en general, es una especulación llana. Por suerte —¿por suerte?— están las otras pantallas, los celulares, aunque allí el panorama no cambia demasiado. Mensajes de texto, audios, memes y videos inundan los grupos de WhatsApp, teorías conspirativas y fake news invaden las redes sociales y los medios luchan por captar la atención a partir de la monotemática agenda del coronavirus. El fantasma de la posverdad, como el de Oscar Wilde, ya no vive en el castillo de Canterville, sino en todos nosotros. ¿Existe la verdad?
En el distópico libro Un mundo feliz, Huxley imaginó a la verdad perdida entre las banalidades de una sociedad hiperinformada y dominada por el entretenimiento. Internet facilita el acceso a la información, pero ese acceso necesita de un filtro para poder distinguir el contenido con fundamento en medio de la gran masa de datos que circulan en la red. Nietzsche decía que “no hay hechos, sino interpretaciones” y ahí es donde estamos navegando en medio de infinitas verdades-interpretaciones: ¿dónde surgió realmente el coronavirus?, ¿se trata de una guerra biológica?, ¿es la antesala de la tercera guerra mundial?, ¿Rusia está detrás de todo? En tiempos de crisis global, las teorías conspirativas cierran el sentido de lo existente, nos dan una certeza en medio de la oscuridad y se vuelven más virales que el propio coronavirus.
Basta con ver la llegada de médicos cubanos, a quienes Laura Alonso, ex titular de la Oficina Anticorrupción, acusó de “espías” y “comisarios”; o las recomendaciones de Trump y Bolsonaro a consumir hidroxicloroquina como cura milagrosa y efectiva contra el coronavirus, sin ninguna evidencia científica —Facebook bajó un video del presidente brasileño por fake news—. El debate de los últimos días, que incluyó cacerolazos, fue por la liberación de presos. Más allá de que lo recomiendan la OMS y de la CIDH, y que está ocurriendo en todo el mundo, lo interesante es ver cómo las fake news prenden enseguida. Hay una nota de Mariano Confalonieri en Perfil que lo explica bien: de los 43.500 presos que hay en la provincia de Buenos Aires —la capacidad es de 21 mil— salieron el 5%. De ese total, que es 2200, poco más del 25% obtuvo la domiciliaria y el 90% es por delitos menores.
Aislados e hiperconectados, consumimos información a mansalva. Hay mucho dato falso, mucha operación que, al circular en grupos de WhatsApp y en redes sociales —Facebook a la cabeza—, es difícil ponerle un freno. Para eso están los medios de comunicación, los lugares legitimados, sin embargo muchos periodistas prefieren hacerse eco y avivar el fuego de la confusión. ¿Debatir sobre los derechos vulnerados de los presos, la superpoblación carcelaria, la reinserción social? La indignación es mucho más fácil.
Precarización acelerada
Si durante los cuatro años de la gestión Cambiemos, los trabajadores de prensa sufrieron una precarización como pocas veces se ha visto en la historia del gremio —desde 2016, el salario se depreció un 35,6%—, ahora, con la pandemia, la situación se agrava. A la incertidumbre por la paritaria de este año, se le suman los despidos y recortes. Parece no importar demasiado el DNU que firmó Alberto Fernández para prohibir los despidos en el tiempo que dure la cuarentena. Una vez que Techint siguió adelante con los 1450 despidos ni bien empezó la cuarentena, muchas patronales siguieron sus pasos.
Diario Popular presentó un preventivo de crisis. Revista Pronto cerró su redacción y su planta gráfica. Editorial Atlántida despidió a cuarenta trabajadores. Los dueños de La Capital de Mar del Plata, La Voz de Tandil y La Prensa impusieron a sus empleados el cobro del 50% del salario por dos meses. Por su parte, Clarín anunció que pagará el sueldo en dos cuotas. Francisco Rabini, delegado de Sipreba en Clarín, dijo hace unos días: “Así como no nos hacen socios en las ganancias, no nos parece que nos hagan socios en las pérdidas”. Ese es el punto: ¿por qué los trabajadores deben pagar esta crisis?
La victoria de las pantallas
Las cervezas ya no se toman en los bares ni en esos lugares que alguna vez, hace tiempo, apenas ayer, estuvieron de moda, las cervecerías. Hoy basta con abrir la heladera, sacar una lata, sentarse frente a la computadora o el smartphone y decir: salú. Zoom, Skype, Hangouts Meet, Teams, incluso WhatsApp y Facebook, son algunas de las aplicaciones con las que nos comunicamos con nuestros amigos y familiares. Las pantallas, hay que decirlo, ganaron.
Apenas empezó la pandemia, durante la semana del 14 al 21 de marzo, se descargaron 62 millones de apps móviles de videoconferencia en todo el mundo. Comparado con la semana anterior, aumentó un 45%; comparado con lo mismos días del año anterior, aumentó un 90%. En lo que tiene que ver con series y películas, el incremento del consumo de plataformas como Netflix y Flow es del 154%.
Aunque el mundo se detuvo y dejamos de movernos, por estos días lo que se mueve como nunca antes son los datos de cada conexión en el otro mundo, el virtual. Nos informamos sobre lo que pasa afuera, en nuestro país, en el mundo, sin salir de casa. Las pantallas dieron el golpe y dejaron en claro que las empresas o proyectos que desatienden la presencia digital se quedaron atrás. Y el periodismo no es la excepción. Los medios que crecen son los digitales. Infobae y Clarín rompieron sus propios récords de audiencias.
Las empresas periodísticas saben de la importancia de dar pelea en la lucha por la atención, esa que se da frente a WhatsApp y Facebook, por ejemplo, donde predominan las fakes news. En este sentido ocurren dos cosas interesantes: por un lado, el interés de los ciudadanos está en la proximidad con lo cual se consultan mucho más que antes los portales de noticias locales, pero por otro lado, los grandes medios también saben que siguen siendo una fuente de confianza para muchos y continúan con el poder de marcar una agenda pública.
Publicidad en caída
La bonanza nunca es para siempre. Como consecuencia del punto anterior, se da la paradoja en la cual los medios han incrementado las visitas a sus plataformas digitales durante estos días de encierro, pero a su vez la publicidad en los portales ha caído. Existe un alcance mayor de los medios ante una audiencia deseosa de contenido en sus pantallas, pero las empresas que ponen el dinero no quieren arriesgarse en tiempo de crisis.
En España, por ejemplo, ni bien comenzó la pandemia, muchas agencias de medios previeron un desplome de las campañas publicitarias del 50% durante la cuarentena. No sólo eso, también un cierre de 2020 en números negativos. En Argentina la situación es aún peor debido a la recesión, a la escalada del dólar y a la economía estancada, con lo cual muchos anunciantes no están pautando como antes, y esto repercute en pérdidas para las empresas que terminan pagando sus trabajadores.
Los peligros del home office
Las calles vacías, las puertas cerradas. Del lado de adentro, cada uno de nosotros sigue esperando que todo pase. Algunos trabajan afuera, en la calle, otros directamente no lo hacen —porque no tienen trabajo, porque lo acaban de perder o porque su tarea se suprimió mientras dure la cuarentena—, y están los que se abocan al teletrabajo. El problema para estos últimos es que no hay una ley que los regule y, sumado al estado de excepción de la cuarentena, se les exige que se conecten en momentos que no corresponden a su horario, como si estuvieran siempre disponibles.
Además, el aislamiento atenta contra la organización colectiva para reclamar por los derechos laborales, sin embargo, las asambleas de los trabajadores en los medios se están realizando igual, por videoconferencia. No es lo mismo, por supuesto, como tampoco es lo mismo tener una mesa de diálogo con las respectivas patronales. El peligro de la atomización es también una distopía: todos encerrados, trabajando sin parar y desorganizados.
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