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Por Cristian Rodríguez | Portada: Krzysztof Grzondziel
¿Qué es próximo y qué es distante en este universo de signos y apariencias? Si la dimensión de la letra concierne al sujeto del inconsciente, no lo es menos la época en el modo de tallar el vínculo. Allí donde haya discurso.
¿Ahora, confinados, estamos próximos o estamos distantes? Probablemente estemos en una variante degradada de esta tensión dialéctica, distante próximo, que en cambio se refiera a un espacio nulo.
Más allá de los esfuerzos que lo humano hace por revertir esa nulidad cercana a la introversión libidinal, en una experiencia y en una inscripción duradera. Es decir, su esfuerzo por determinar la contingencia y el acontecimiento -si podemos darle este estatuto a la pandemia global-, y producir allí un efecto de subjetividad.
Resistamos, surfeemos la ola, seamos inteligentes para atravesar esta pesadilla totalitaria, imaginemos el dulce instante de la libertad en que podamos recuperar el hilo vital.
Concentración
Cuando hablamos de campo de concentración, o más precisamente de «campo concentracionario y/o fenómeno concentracionario», lo propio de la pesadilla totalitaria, lo utilizamos como un concepto que tiene sus raíces en el psicoanálisis, la sociología, incluso la psicología comportamental. El caso más clásico es el de Goofman y su definición de «institución total», para referirse al hospicio y el neuropsiquiátrico. Pero es un concepto y una idea con una larga tradición, Foucault en Vigilar y castigar, el propio Baumann.
Cuando publicamos -junto con José Luis Juresa- Auschwitz con Hiroshima. Sobre el resplandor en la línea de montaje, desarrollamos y entrecruzamos conceptos desde el psicoanálisis y sobre los casos clínicos, con estas hipótesis concentracionarias. La noción de «campo concentracionario» está, de este modo, más en su relación con el fenómeno de campo totalitario propio de las instituciones totales, lectura que viene de la psiquiatría y la clínica psicopatológica, que estrictamente por la descripción de un campo de concentración. Lacan mismo aborda, para referirse al tipo de lazo social particular en la psicosis, la noción de ese vínculo problemático como un fenómeno de campo paranoico. Y que ese tipo de vínculo, ese campo paranoico, que funciona con la lógica de un sistema, ya no está restringido «solo» a las psicosis, ni es patrimonio del hospicio. Ese tipo de vínculo se ha vuelto el parámetro «normalizador». Es decir, de algún modo vivimos dentro del campo paranoico y nos vinculamos según sus principios de funcionamiento. Seguramente, tendremos oportunidad de continuar con estas discusiones apasionantes en los espacios transversales de nuestra cultura, y al pie de la clínica.
Es posible también que tengamos la tendencia de deslizar conceptos psicopatológicos hacia los emergentes y el campo de formalización, como en este caso, de lo social. Pero eso atañe directamente a nuestra función como analistas.
Legar
Freud, en Los caminos de la terapia analítica, expresa: «Por otro lado, es también de prever que alguna vez habrá de despertarse la conciencia de la sociedad y advertir a esta que los pobres tienen tanto derecho al auxilio del psicoterapeuta como del cirujano, y que las neurosis amenazan tan gravemente la salud del pueblo como la tuberculosis, no pudiendo ser tampoco abandonada su terapia a la iniciativa individual.»
Esta cita hermosa, precisa, Freud en llamas, nos fue aportada por nuestro amigo Hernán Santorsola, muy actual, por cierto, quien propuso una lectura de dicho texto junto con Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, de Lacan. Si en esa etapa de su enseña, la que corresponde a los Escritos, Lacan está en el famoso «retorno a Freud», considerar ambos textos espejados, no sólo supone que pueden tratarse como dos artículos «alter», dos textos sobre el mismo objeto, uno en relación con el otro, sino que esta época nos impone un verdadero “en torno a Freud”
Esta sería una verdadera aportación al psicoanálisis, un legado.
Hubiera complacido al propio Freud continuar su indagación clínica, y como él señaló tantas veces: allí donde él descubrió algunos templos pretéritos, algunas ruinas arqueológicas, otros tal vez descubran continentes. Nadie mejor que él hubiera valorado no perder de vista un “retorno” y un “entorno” a lo inconsciente y al concepto pulsión de muerte. La verdadera aventura que todos los psicoanalistas tenemos por delante, ir hacia el futuro, tomar de la mano al propio Freud en el futuro, nuestro «retorno», o mejor decir nuestro «en torno» a Freud, en la escena misma en la que estos fenómenos acontecen: la realidad y la práctica clínica.
Nada mejor representa al espíritu freudiano que una reformulación teórica, un nuevo avance para nuestra ciencia conjetural, una apertura para la práctica sofocante de escuela y, sobre todo, aire fresco intelectual.
Si esta es una época que se yergue y se propone totalitaria, tiene sus antecedentes precisamente en eso que Freud ya había interrogado sobre su propia actualidad occidental, europea, signada por la guerra, el racismo y la destrucción. Ese empuje hacia la destrucción no cesa y nos interroga cotidianamente, es nuestra responsabilidad hacer con ello, no retroceder, no ceder intelectualmente, sostenernos en la posición de quien escucha.
La verdadera escucha no escucha el canto de sirenas, escucha el más allá del principio del placer.
Detención y desencantamiento
Si esta es una nueva etapa de la biopolítica en las aventuras globales de la humanidad, probablemente conduzca hacia un universo de signos absolutos y hacia un nuevo intento del sentido excluyente, es decir, hacia una reducción de la “jouissance” -la dimensión “sentida” del lenguaje y su relación con el cuerpo por efecto del goce-, una nueva alineación de las conciencias en su relación con lo que entendemos por social y por libertades individuales. El estado de sitio se normalizará, probablemente, como un aspecto cotidiano y necesario. Allí donde las fronteras se achican, se ensimisman hasta coincidir con los confines de la vida privada, y terminan aplastando con el peso de una lápida.
La pandemia, en el relato de los pacientes tele analizados, ocupó el espacio de lo que Freud había nombrado como los “apremios de la vida”. Pero el viviente, como en el asfixiante monólogo de Beckett, “More” -o Krapp’s Last Tape, La última cinta-, siempre exige para sí un último aliento vital, aunque más no sea para un soliloquio o los residuos recordados y mecanizados de una existencia ¿Podrá este nuevo cuerpo de la alineación perseverada a nivel mundial, este nuevo acuerdo de las restricciones, este intento absoluto de cerrar las vías de la subjetividad en occidente, abducir y eliminar la dimensión humana del deseo al plano de la necesidad? Allí donde el sanitarismo y las tecnocracias informáticas se presentan como una necesidad.
En los relatos de estos pacientes, se trata una vez más de la subversión del discurso psicoanalítico: recuperar la potestad de la vida, y como en los buenos mitos, recuperar la dimensión de la palabra primera y fundacional, romper el cerco de una discursividad enajenante en la dirección de una detención libidinal.
Si en transferencia, la presión que ejerce la detención del hablante en relación con los objetos del mundo, y el malestar concomitante en la serie de limitaciones cotidianas, es lo que desencadena esa neurosis artificial llamada psicoanálisis, por la cual la neurosis humana entra en la dimensión de sus tropiezos, por la vía de los lapsus y de los actos fallidos, entonces analizar en tiempo de restricciones y de aislamiento será, fundamentalmente, la de señalar y signar una vez más, en un acto fundacional transferencial, la división subjetiva, la dimensión deseante que es inherente al ser hablante, al humano.
Esa división, y la responsabilidad con la dimensión del acto en la lengua, recuperando la potestad de la vida, preserva de poner el cuerpo de más, de un modo insospechado, entregado al Otro gozador e irruptivo. Otro del Goce Otro que funciona allí como irrupción propia de un pasaje al acto. No es de extrañar que este aislamiento, que es a un tiempo un procedimiento social que se propone como una detención de la vida, incluso una negación de los principios vitales, los que el propio Freud señaló en su metapsicología como del orden también de la descarga motriz. De la relación con la motilidad incluso con el “hacer consciente lo inconsciente”, con el contenido manifiesto de las mociones inconscientes, es decir, que el sistema percepción conciencia del acceso a la consciencia no funciona sólo en la ideación, ya que la pulsión requiere inevitablemente, en su montaje surrealista, no sólo de pedazos de significantes y letras para rodear el objeto, sino, además, primordialmente, un cuerpo motilidad, la expresión metapsicológica, en los registros simbólicos, imaginario y real, de ese cuerpo en acto. Preservar esta dimensión fundamental en un análisis, devuelve a la transferencia su potencia de hacer acto, y no del pasaje al acto agazapado allí.
La detención absoluta, y lo que “tiende a” ella, es una variante del pasaje al acto.
El psicoanálisis, en su dimensión más creativa, en sus bordes psicopatológicos y estéticos, se provoca en un determinado espacio de relación, de vínculo con el paciente, que, a la par de trabajar sobre el “desencantamiento” de la relación con los objetos en los que un sujeto se halla condensado y atrapado, aporta, de manera instantánea, en un tiempo real del “aquí y ahora”, en una dimensión teatral, un “actual” que no sólo interroga esa posición subjetiva alienante, sino que propone un primer aliento hacia una catarsis, es decir en un plano perfectamente concomitante del sujeto supuesto saber, una identificación imaginaria -al modo del estadio del espejo- anticipatoria-, que produce alivio. No es el alivio del fármaco, sino el alivio de una desenajenación primordial que abre el juego de los significantes hacia la libre asociación -por parte del paciente- y la atención flotante -por parte del analista-. Y hacia la posibilidad de una experiencia transferencial psicoanalítica posible, ese espacio vida aconteciendo en el instante tan próximo.
Etiquetas: Cristian Rodríguez, EPC -Espacio Psicoanalítico contemporáneo-, L’IGH -Le Institute Gérard Haddad de París-, Psicoanálisis