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08-07-2020 Notas

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Por Aaron Marco Arias

En 1968 durante la Convención Demócrata, William Buckley (uno de los grandes ideólogos de la derecha norteamericana) y Gore Vidal (autor e historiador de renombre) fueron invitados a la televisión a discutir sobre las protestas anti-guerra que estaban tomando lugar a sus alrededores.

Pronto el intercambio se volvió tenso, con Vidal acusando a Buckley de ser un criptonazi, un fascista encubierto que, si no bien no va a salir del clóset hasta que sea políticamente aceptable, está haciendo todo lo posible para mover la ventana de Overton hacia la derecha. Buckley contraatacó con insultos homofóbicos y amenazas de violencia.

Estas últimas semanas, he tenido muy presente el intercambio Vidal-Buckley —quizás por lo tristemente actual que es. Lo que en ese entonces fue anómalo, polémico y vergonzoso, es ahora el tono normal del discurso sobre política en televisión. Y el término con el que Vidal arremetió contra Buckley (“criptonazi”) puede ser aplicado a buena parte de los personajes que son conjurados en plateaus televisivos para participar en esos espectáculos grotescos y desmoralizantes que se nos prometen como “debates”. 

Hace unas semanas, el programa Quedate en Casa, especial cuarenténico de la TV Pública, le sirvió como plataforma a un puñado de ignotos, supuestos representantes del libertarianismo local, quienes junto a supuestas representantes del feminismo debatieron “la equidad de género”. 

La equidad de género es algo difícilmente debatible, ¿no es así? ¿Qué se pretendía debatir? ¿Si “se llegó muy lejos con la equidad de género”? Oh, bueno. Me escapa por qué se está habilitando este debate en una plataforma oficial, bajo un gobierno que destinó un prespuesto millonario a una Ministerio de las Mujeres. Presupuesto que fue escindido de la obra social de las fuerzas armadas —por supuesto, nadie preguntó a ningún libertario sobre este manoseo. Pero, más allá de lo que, en mi opinión, es un pésimo pase que parecería estar diseñado para darle argumentos a la derecha,  ¿No hay ciertas cosas que deberían darse por sobreentendidas, obvias, precorporadas y verdaderas? Por ejemplo, que la equidad de género es esencial para cualquier sociedad justa y moderna. ¿Por qué abrir el debate? ¿Y por qué hacerlo con un manojo de randoms y no con académicos? ¿No pudieron encontrar un sólo sociólogo estudioso en materia de género que tuviera la postura contraria a las feministas que invitaron? 

Tangente: ídolos descartables

Vale la pena poner sobre la mesa un hecho curioso sobre los portavoces políticos de la derecha «marginal» —así como sobre los portavoces políticos/opinólogos/representantes de un grupo vagamente definido, en general. 

Todos son descartables. La difamación, la cancelación, o incluso la deslegitimación intelectual, en cuanto ejercicio, no es sino cortar una de las cabezas de una hidra.

Hay quienes creen que la derrota de Gómez Centurión, Cambiemos y Espert  en las urnas significa la destrucción de la derecha – como si la derecha fuera algo centralizado y monolítico, cuando es en realidad un rizoma.

La derecha crece, más que como hidra, como hiedra, tras el fracaso de un modelo progresista en lo social pero capitalista en su base. 

Durante los períodos de bonanza, el bienestar trae una apertura en términos culturales. Cuando, indefectiblemente, el capitalismo entra en crisis —ya sea a escala local o a escala más o menos planetaria— se necesita envenenar el discurso público para que se aleje tanto como sea posible del modelo de producción. No es un problema causado por el capitalismo, por la voracidad de las elites y por una desigualdad que devalúa la vida humana. No, es culpa de los trolos, o de las madres solteras. 

Este retruquee puede parecer caricaturesco, pero no lo es. Hace no muy poco, The Economist publicó un video arguyendo exactamente esto. 

Como fuese, el malestar está, y la necesidad de las elites político-económicas de mantener al populacho entretenido odiando a su vecino, prevalece. Es así que surgen figuras como Laje y Márquez, o como Milo Yiannopoulos.

El caso de Milo Yiannopoulos es emblemático del carácter descartable de estos portavoces.

En 2016-2017, el mundo de la política vernácula millennial parecía girar alrededor del periodista y opinólogo británico Milo Yiannopoulos. Yiannopoulos es un hombre gay cuyo espectáculo (con el que recorrió campus universitarios a lo largo y ancho de EEUU, así como incontables programas de televisión), consistía de burlarse de las feministas por «ser gordas», de los homosexuales por ser homosexuales, y de los transexuales por ser transexuales. El flare euro-trash de Yiannopoulos lo dotaba de un gran valor comercial, y su imitación de Oscar Wilde (con los típicos clichés de alguien que entendió el tono, pero no el pathos, ni el espíritu), lo hacía atractivo a un público sobreescolarizado.

Sus últimos meses en el ojo público no fueron agónicos, sino victoriosos: Un contrato con Simon & Schuster, y un lugar en el lineup de la convención anual del Partido Republicano.  De hecho, días antes del final de su carrera, Yiannopoulos llegó a los sillones del programa del liberal Bill Maher, en HBO.  

Pero, apenas pudo rozar el mainstream, Yiannopoulos fue escrachado por un grupo de derecha llamado The Reagan Battalion. 

Como bien nota el periodista y editor de Current Affairs Nathan J. Robinson, en su artículo al respecto, las acusaciones vacías de pedofilia que clausuraron el futuro político de Milo funcionaron gracias a los prejuicios homofóbicos que lo hicieron posible en primer lugar.

Los héroes son descartables. «Demoler con hechos y lógica» a un reaccionario probablemente no hiera en absoluto al movimiento que lo parió. Es más, el mismo movimiento lo sacrificará cuando deje de servirles. 

Algunas cosas no están abiertas a debate (y está bien)

Si se continúa en este tono, ¿Cuál será el próximo gran debate? ¿La humanidad de los negros? ¿El rol de los judíos en la industria financiera? Mejor no doy ideas… 

El hambre de rating lleva a decisiones irresponsables, a que se le den plataformas a personajes con aspiraciones políticas sólo por su valor de entretenimiento, y que sus ideas sean tratadas como aceptables —o incluso como inofensivas, sólo porque atraen ojos. Cuando se reporta sobre un fenómeno, cuando se sienta a alguien en un panel, cuando se elige tratar un tópico y no otro, se le brinda un aire de importancia. ¿Acaso quienes están a cargo de, por ejemplo, la grilla de la TV Pública, no lo saben? ¿Para quién carajo están jugando? 

Todo tiene un significado y una consecuencia, especialmente cuando uno tiene a su disposición una plataforma de amplio alcance. Quizás estos debates puedan incluso pasar como nobles ejercicios del pensamiento si no considera esto: Los actos tienen consecuencias, mostrar algo es decir que vale la pena mostrarlo. Y cuando se abre un debate sobre algo en una plataforma mainstream, se plantea que ese algo es debatible.

El poder de una fuerza política no se mide sólo en términos positivos cuánta gente “gusta de ellos” o se siente identificada con su sentir —eso vendrá después, y en un país como Argentina, que tiene una crisis de representatividad dos o tres veces por semana, caerán partidarios por decantación. 

El poder de una fuerza política se mide por su capacidad de establecer una agenda. En ciertas instancias, no hablar de lo que ciertos actores quieren que hables va a joderlos más que invitarlos a debatir y “ganarles” (ya sea realmente o sólo en tu cabeza, como suele suceder). 

La postura de que todo puede debatirse puede volverse contraproducente rápidamente.

Aquellos que están elaborando artefactos intelectuales interesantes tienden a dar ciertas cosas por sentado. No llegaremos muy lejos si pasamos nuestro tiempo discutiendo algún vínculo imaginario entre golpear homosexuales y el hambre infantil disminuyendo a cero.

Aquellos de nosotros que creemos que la corriente principal de la izquierda (si es que existe algo así) está atascada discursivamente, a menudo nos quejamos de una cultura de indignación sobreactuada.

Enfrentar toda problemática indignándonos primero que nada, es una praxis ineficaz. O, mejor dicho, una praxis pésima. Es intervenir histéricamente. Y todos sabemos cómo funciona, o mejor dicho, a dónde lleva: A “cringe compilations” (que sirven como herramientas de radicalización). En cambio, propongo que no nos involucremos. Necesitamos ser severos, incluso autoritarios, con respecto a ciertas cosas. No hablar de ciertas cosas, porque son una pérdida de tiempo, y aceptarlas como el plato del día significa fingir que comer basura es un ejercicio intelectual. Me niego a discutir la humanidad de una persona africana. Me niego a que sea mi pasatiempo compartir experimentos de pensamiento con un fascista, cuestionando la condición femenina de una mujer trans. Si alguien no tiene nada mejor que discutir que eso, entonces que no cuente conmigo. Inhalar pegamento en la parte de atrás de un local de comida rápida hace más por la justicia social que eso.

Seré acusado de ser un “Social Justice Warrior”, pero esto no se trata de una dictadura de los sentimientos. Soy 1000% funcionalista. Tenemos mejores cosas que hacer con nuestro tiempo.

Anexo: sobre el argumento de que «debatir con fascistas puede desradicalizar»

Hablando críticamente sobre los verdaderos efectos de la tecnología en nuestro bienestar, la cibernética anticapitalista, la ecología crítica de las clases sociales: proponer una salida con gracia, inteligencia y creatividad hará más para desradicalizar que debatir con mil nazis, especialmente sobre temas tan profundamente arraigados en el asco y tan desprovistos de ideas respetables como lo son la homofobia o el racismo. Nuestra ventaja competitiva no es una noción objetiva y sensata de homosexualidad. Nuestra ventaja competitiva es el futuro.

«Uno nunca cambia las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo hay que construir un nuevo modelo que vuelva obsoleto al modelo existente». (Richard Buckminster Fuller, diseñador y arquitecto norteamericano.)


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Comentarios

'4 Responses to “Cómo ayudar a la derecha por diversión y rating”'
  1. […] Estado. Tampoco busquemos el fin de la disputa política mediante el tan cliche argumento racional: como muchos otros han pensado de manera estupenda, la cámara de televisión y la radicalizacion irrestricta de algunas ideas que atentan contra la […]

  2. […] menudo, quienes se promocionan como interesados en “discutir ideas”, llevar a cabo ejercicios de pensamiento investigando el mérito intelectual de lo impensable, no […]

  3. […] menudo, quienes se promocionan como interesados en “discutir ideas”, llevar a cabo ejercicios de pensamiento investigando el mérito intelectual de lo impensable, no […]

  4. […] En un nefasto programa de la TVP, hace minutos, la conductora inteligentemente dice que si las marcas mantienen su línea de no aceptar modelos “sexualmente diversos” se van a quedar sin clientes (?), para luego darle voz a una serie de adolescentes-panelistas, uno de ellos, acólito del intachable operador político Yamil Santoro. Nadie dice nada interesante, y si hasta acá no te diste cuenta que es un feature más que un bug, no puedo ayudarte. Dudo que Christian Sancho tenga problemas para llegar a fin de mes, a diferencia de quizás el 60% del pueblo argentino, pero hagamos como que discutiendo estas idioteces y poniendo a un chico queer a decir que esto está muy mal, le mejoramos la vida a alguien. […]