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Por Cristian Rodríguez
Entre dos
Una bella viñeta clínica surgida de la relación con un amigo nos hace recordar aquella relación epistolar de Freud con Wilhelm Fliess, argamasa fundacional del psicoanálísis, pequeño embrujo de cómo la experiencia psicoanalítica se funda necesariamente en el dos, el dos que acontece en la relación de un vínculo amoroso, el dos de la relación situada por Lacan entre saber y verdad, el dos entre el significante S1 y la serie significante que inaugura el S2. Es decir, entre aquello que el propio Freud definió del orden de una relación entre la gramática y la sintaxis, entre el sujeto de lo inconsciente y las representaciones asequibles a la conciencia, como efecto del trabajo analítico.
En otro orden, esa relación entre “nos” funda lo propio del amor de transferencia, y en su suspensión interválica promueve un disponer los significantes entre la indeterminación -ligada a la letra de lo inconsciente- y la determinación, como resultado de la relación transferencial misma, eso que Freud nombró como “neurosis artificial”. La neurosis artificial, la neurosis de transferencia, es entonces un devenido de esa relación y también una garantía clínica de la realización del pasaje entre S1 y S2, es decir de la serie significante en el discurso del paciente.
Este paso es crucial, precisamente para no caer en las redes problemáticas, por un lado, de la relación terapéutica negativa y, por otra parte, del acting out, esa proliferación del registro imaginario sin lector -es decir, sin analista que instale allí una lectura, escansiones, señalamientos e intervenciones- que provea de las garantías de la relación con el código, y fundamentalmente con los significantes Amo y con los significantes Tesoro de ese paciente.
Odio a los cirujanos
Mi amigo V., uno de los Fliess de la serie, produce un hermoso fallido ligado a su labor como médico. Allí donde la célebre canción de Joan Manuel Serrat Para la libertad, interpretando los poemas del gran poeta español Miguel Hernández, dice: “para la libertad amo, lucho pervivo, para la libertad… y entro en los hospitales, y entro en los algodones, como en las azucenas… como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos…”, sobre el también inolvidable poema El Herido. Allí, precisamente, él escucha, ¡oh sorpresa!: “odio a los cirujanos” por “doy a los cirujanos”. Esta referencia no es casual en nuestra relación íntima, ya que mi esposa se encuentra atravesando, precisamente, una internación y una operación, ha sido dada a los cirujanos. Por otra parte, es esa relación, la de V. y mi esposa, la relación de amistad y confidencialidad originaria sobre la que se monta la nuestra.
¿De qué modo este “odio a los cirujanos”, nos atraviesa mutuamente, simultáneamente? Este significante traslocado de la cadena de sentidos, todo junto: “odio a los cirujanos”, nos interpela a ambos ¿Qué Eros hay allí en cuestión y en disputa, en la relación y en la tensión “amorodio”?
Una vez más, se trata, como con Freud y Fliess, Freud y Breuer, de las bellas formaciones del inconsciente. Del lado del lapsus linguae doy y odio son similicadentes: se trasloca el diptongo – oy y io- y da la misma palabra: doy. Por otra parte, el significante traslocado “dyo”-, remite tanto al “-o-dio” como a “Dyo / Dios”.
De un modo más singular, da también una pista sobre su posición respecto de los cirujanos y su potencial prepotencia: «Dio-s- a los cirujanos.», equiparando, como vemos, Dios y Cirujanos. Cuestión interesante, porque en el plural se igualan posiciones: la «s», en esta ecuación, es determinante: Dio -s- y Cirujano -s-, para deslizar allí una posible traducción del lapsus acontecido, se encuentran en el mismo nivel fonológico.
Una traducción posible sería, entonces: «Todos los cirujanos -en el plural colectivo- son / se creen Dios». Pero esta posible línea de trabajo analítico, es decir, también de trabajo arqueológico, me concierne a mí, a mi persona atravesada por la experiencia de los cirujanos en relación con el cuerpo de mi esposa, y, por el contrario, da una chance para respirar. Es, en lo que a mí respecta, ¿la invocación, una vez más, sobre no creerme esa relación, muchas veces dada por natural, respecto que médicos y cirujanos se creen Dios, o al menos parientes cercanos, y demasiado cercanos? Por otra parte, ¿es una posible interdicción -una barra de la castración que permite relanzar el deseo-. respecto de no dar por cierto que estas son “cosas de Dios” – es decir que esto queda ligado al albur de su determinación-, y mucho menos de “encomendar a Dios”, dar por perdida la vida?
Asociaciones
Ahora continuemos con algunas asociaciones de V. Cirujanos es un significante complejo. ¿Qué asocia con él, y cómo lo desmantelaría en otras voces posibles? El psicoanálisis, como ese «entre» nos/dos, circula y relanza el juego. Allí mismo, entre nos, emerge de estos posibles modos: “ciruja”, “Sir”, “Aguja”, Y esa «s» plural. Tal vez también “Jano”. “El músico”, dice V.,” ¡me gusta mucho, es un bardero encantador! Me identifico con los barderos: Charly, etc.” “¿Y Jano, la figura mitológica?”, pregunto, ya que Jano acontece entre dos realidades, dos planos diferentes. También es y se encuentra en un “entre dos”.
¿O alguna fecha representativa en junio? “En junio -dice V-, murió mi nono, primer ser querido que perdí y primer cadáver que vi y besé. El frío de su frente aún lo siento en mis labios”. Increíble reverberancia de otro poema de Miguel Hernández musicalizado por Serrat, “Elegía”: “…y besar tu noble calavera… que por doler me duele hasta el aliento…” Aquí, una vez más, aparece esta dimensión de una erótica que nos atraviesa a ambos en el espacio común de un dolor por las vicisitudes de mi esposa y su amiga querida, un dolor común que emerge en las producciones de lo inconsciente de V, en su propia historia como soporte y factor predisponente: ese primer ser querido.
Le pregunto: “¿te acordás que hay una relación que vos hacés entre los cirujanos y ese mirar de más?” Una relación entre el significante “cirujano” con: 1- la muerte, 2- Dios -las cosas que decide Dios, para los creyentes, y para lo cual, en el universo de los ateos, Dios es una entelequia, un obstáculo epistemológico. Allí donde V. se reconoce como un Ateo.
Retomo la indagación y le propongo: “recordá que había aparecido: “los cirujanos son Dios” ¿De qué murió tu abuelo?”, le pregunto. V. responde: “de viejo. Una monja nos dijo, a mis primos y a mí, se fue con Dios. Y sentí odio hacia ella y hacia dios. Además, sabía que mi nono odiaba a las monjas y a los curas, porque era ateo. Me sorprendió que la monja estuviera rezando en el velatorio de un ateo.”
Sólo convalido y marco: “odio a los cirujanos”. El “odio a los cirujanos”, el lapsus originario y revelador, como odio concomitante a esa escena que V. describe frente a la muerte del nono. “Eso te marcó profundamente, le señalo”. “Un punto de inflexión en mi vida”, responde V. “¿Qué edad tenías?” V. responde: “11 años. Y le pregunté a mi papá por qué lo había permitido. Y mi papá me dijo: no te preocupes por eso”. “Se comportó como un ciruja.” Es decir, no estuvo a la altura. Esa muerte marcó probablemente su relación con la ley del padre, y dejó una marca indeleble en su vida. Una gran perdida, como perder un padre. Allí donde el amor al padre se desplaza a la figura del “nono”, el ateo, el que odia a los cirujanos, y que de este modo refuerza y convalida la idea primaria de esta serie de asociaciones por las cuales su padre ”no estuvo a la altura”, comportándose como un ciruja. Aquél que finalmente tendrá que recibir el odio por no haber estado a la altura, el odio asociado a los ciruja- nos.
Sobre feminidad y posición del analista
Retomando un artículo anterior, así como en la rayuela se atraviesan cifras que van del uno al nueve, y si uno va o vuelve, el cielo y la tierra sostienen la existencia de esos ceros que de algún modo nos cuidan, nos solicitan, nos lanzan ¿De qué otro modo hubiera podido Ulises emprender la aventura entre tierra y cielo, entre Ítaca y Troya, ida y vuelta, si no hubiera un tejido que se teja y desteja en la manos de Penélope, una urdimbre de cifras aleatorias que parecen replicar la vicisitudes y los extravíos del propio Ulises?» ¿Y cuán aleatorias serán esas cifras en términos cuánticos?
Interesante cuestión. Porque pensándolo así, queda del lado de la feminidad y de la posición femenina determinar esas posiciones relativas ¿Y no es acaso la posición del analista una posición femenina? Lo mismo sucede con el arte, con el arte de escuchar en transferencia, y con el arte de construir entre dos, entre nos. El psicoanálisis requiere de ese pase de arte para producir letra. El analista sostiene la aleatoriedad en la que la posición femenina se transforma en «la mujer de su vida» para un hombre. Es decir, la posición masculina se define en esa aleatoriedad tirando los dados, definiendo una cifra, tan precaria, tan poco inmutable como la propia vida.
Si es verdad, como señalaba Einstein, que Dios no juega a los dados -y habrá que ver aún si esto se constata o no-, en la experiencia humana sí se tiran los dados.
Volviendo a la cuestión, el propio Einstein consideró la propuesta de Bohr, la de los saltos de las trayectorias de los electrones, como un evento que no contradecía la relatividad general. Allí, entonces, cuestión crucial, el sujeto de lo inconsciente es la indeterminación misma. La posición femenina, allí donde el analista toma esa posición, determina las precarias cifras. Las precarias cifras son la vida misma, nacidas, acaecidas, incluso las todavía por hacer.
*Para mi amada esposa y compañera, Viviana Andrea Nigro
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