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Por Cristian Rodríguez
Cero
En el juego de la rayuela, la pequeña piedra que arrojamos nos insta a ir de la tierra al cielo, para después volver. Es un viaje incierto y también fundacional que inspira a la humanidad.
Por algo la novela más emblemática de la literatura argentina se llama de este modo: Rayuela, y reúne al menos dos estilos y dos probables cursos de lectura: uno convencional, entre una orilla europea y otra americana, el otro completamente aleatorio.
En la rayuela se atraviesan cifras que van del uno al nueve, y si uno va o vuelve, el cielo y la tierra sostienen la existencia de esos ceros que de algún modo nos cuidan, nos solicitan, nos lanzan ¿De qué otro modo hubiera podido Ulises emprender la aventura entre tierra y cielo, entre Ítaca y Troya, ida y vuelta, si no hubiera un tejido que se teja y desteja en la manos de Penélope, una urdimbre de cifras aleatorias que parecen replicar la vicisitudes y los extravíos del propio Ulises?
Penélope sea probablemente ese cero que lo cuida, lo sostiene y también lo empuja. Ese cero excéntrico y aleatorio. Si el tejido de Penélope representa también los muchos infinitos con los que soñó Cantor, sus números afectados de los transfinitos, si los puntos del tejido son las silenciosas letras que devienen de ese recorrido, y las cifras de nuestra rayuela las letras de nuestra niñez, lo son porque nada significan, salvo por el delicado instante en que, según el arte del jugador, tocamos esa letra y damos el salto, atravesando una vez más el cero –entre letra y letra, entre cifra y cifra-, hacia lo próximo, hacia otra cosa. Probablemente una invención, una invención que finalmente nos represente. Saltar, a condición de caer en una letra y luego en otra, es la consigna.
Quién lea estas palabras encontrará algunas similitudes en la dinámica de los juegos de la niñez y también en los muchos avatares de un recorrido de análisis. Las letras están allí sólo para permitir el pasaje a esa otra cosa que se dispone a ser inventada. Cada letra, cada parada en la rayuela vale diferente según el tiempo intransferible del jugador, según su estrategia, según su relación con el cielo y la tierra, según la dinámica de esa transferencia analítica.
Alas
Pienso en una película alemana quizás dolorosa: Las alas del deseo de Win Wenders, o en su título original El cielo sobre Berlín. Dos ángeles miran el cielo de Berlín sin poder rozar la vida mortal, salvo como observadores monocromos. Uno de ellos decide bajar a tierra, lo impulsa el amor por una mujer, es su tropiezo vital y también mortal. Es su decisión fundamental, podríamos decir su ingreso en la dialéctica. Ese ángel ahora devenido en hombre sale de los laberintos y espejos monocromáticos, los reflejos de la eternidad sobre sí mismo, las penurias de la tensión imaginaria, y entra en la vida.
En estos días en que insistimos en el discurso analítico, en que persistimos en analizar, en que hacemos del psicoanálisis una herramienta y una voluntad para reunirnos y “saltar”, letra por letra, cifra por cifra, en esta rayuela entre el cielo y la tierra, valiéndonos de ese cero ancestral, ese cero de la escritura, ese cero que posibilita el psicoanálisis como práctica anticapitalista. En que bajamos a tierra sin olvidarnos que es por efecto de esa posición en la vida que algo del recorrido es posible y puede atravesarse, que el cielo y la tierra son lugares posibles por efecto del viaje y no por un “a priori” de sentidos coagulados, monocromáticos, únicos. En estos días entonces, ¿cuánto habrá en común entre esa Alemania efecto de las devastaciones y Argentina? Parecen sitios sumidos en su propia niebla de dolor no reconocido, su tánatos, goce real que afecta las relaciones y el registro de una comunidad.
Se trate del amor con una mujer, como el ángel que interpreta Bruno Ganz en las alas, se trate de una experiencia social o se trate de una experiencia psicoanalítica. Perder las alas angelicales, arrojar la piedrita hacia alguna cifra, saltar, combinar las posibilidades del viaje.
Salir de los hombres oscuros y su miserabilidad monocromática, instituciones que esos “puros” de conciencia parecen haber querido destinar a su comunidad y con la que sojuzgan su verdadera pesada herencia: la del país inmutable y liberal, el país granero del mundo, el país de la vaca atada. Y con esa misma soga intentan atar y condicionar los poderes también en ciernes: judicial, económico, financiero.
Cuando escucho los agoreros mediatizados y mediatizadores del poder ya no estoy en el viaje, no estoy en la dialéctica, sino en una piojera cinematográfica en continuado. Allí no hay niño, ni amor, ni empuje, ni viaje, tampoco psicoanálisis.
La buena sociedad
Hannah Arendt señala, respecto del juicio de Eichman en Jerusalén, que la política de Hitler en “tiempo de guerra, en las que la palabra ‘asesinato’ fue sustituida por ‘el derecho a una muerte digna’, que los centros de gaseamiento de Auschwitz, Chelmo, Majdanek, Belzek, Treblinka y Sobibor debían verdaderamente parecer aquellas ‘fundaciones caritativas del Estado’ de los que hablaban los especialistas de la muerte sin dolor. Además, a partir del mes de enero de 1942, había equipos dedicados a la eutanasia que operaban en el este, con la misión de ‘ayudar a los heridos, en la nieve y el hielo’, y aun cuando esta matanza de soldados heridos era ‘alto secreto’, muchos estaban al corriente de ella, y entre estos no podían faltar los ejecutores de la Solución Final.”
Esto no es Auschwitz, pero nos dejaron los colapsos y “los piojos” de cuatro años sin política sanitaria, sin vacunas, sin salud. Las fundaciones caritativas del anterior gobierno tenían prevista una piojera lenta y mordaz, con los consecuentes efectos epidémicos actuales. Llámelo Dengue, Sarampión, Tuberculosis, Desnutrición Infantil, Índices crecientes de mortandad en las franjas etarias más expuestas: niñez y vejez.
Volvamos a esa metáfora de los estragos y la destrucción de la Segunda Guerra que yace en Las alas del deseo, y de ese salto que permite hacer una escritura. En esta película El ángel caído no es un redentor, sino que retoma a un tiempo la mirada de los niños que corporizan los fantasmas – ángeles, la escritura en la mano del historiador que reúne las edades del hombre, la letra que tal vez escribe Dios, el tiempo y el infinito tiempo, los atravesamientos por esas membranas, los otros ángeles también caídos -como los humanos-, los psicoanalistas que escuchamos a través de los cuerpos los relatos y soliloquios de nuestros pacientes, el hito urbano, el sufrimiento y otra vez el dolor; finalmente el amor. No es la historia de una redención, no solamente, sino de un viaje creativo, estético, político, ético, deseante.
Bruno Ganz es también Ulises, y deja atrás su horror. Decide viajar, perder sus alas, perder su inmutable caridad. Se decide a hacer un hombre con los restos de su armadura de ángel, con sus destrozos.
“Me he detenido a considerar este capítulo de la historia de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, capítulo que el Juicio de Jerusalén no puso ante los ojos del mundo en su debida perspectiva, por cuanto ofrece una sorprendente visión de la totalidad del colapso moral que los nazis produjeron en la respetable sociedad europea, no solo en Alemania, sino en casi todos los países, no sólo entre los victimarios, sino también entre las víctimas… hasta el último instante, Eichmann creyó fervientemente en el éxito, el criterio que mejor le servía para determinar lo que era la ‘buena sociedad’… no tuvo Eichmann ninguna necesidad de ‘cerrar sus oídos a la voz de la conciencia’… no, no tuvo tal necesidad debido, no a que no tuviera conciencia, sino a que la conciencia hablaba con voz respetable, con la voz de la respetable sociedad que le rodeaba…”
Esclarecidos y liberadores
Berlín sabe de las letras capturadas y arrasadas durante el nazismo y de las letras enajenadas a manos también de sus “liberadores”. Cuidémonos de los esclarecidos y los liberadores, una y otra vez el capitalismo promete un “cambio radical” fijado a la idea de felicidad absoluta y en un fenómeno de polarización de la letra.
Allí no hay cielo ni tierra, no hay dialéctica sino pleno sentido.
A la pregunta sobre qué es hacer psicoanálisis hoy en Argentina, tanto como qué es hacer política, se intenta responder por lo general de un modo masivo y orgánico con los esfuerzos intelectuales de producir una adaptabilidad y complicidad social, a manos de artilugios de estigmatización. Los psicoanalistas de la progresía moral, o en otros órdenes del debate social, la pertenencia a ultranza al signo de la época, arrojando a la condición de miserable y desechable lo que no es idéntico. La identidad de percepción, que no es ajena al estupor autista.
Tanto como en su momento la “Estrella de David” fue transformada en el signo contemporáneo de lo execrable con la que se reconocía al habitante del gueto y del campo de exterminio, la progresía cultural transforma en gueto y exclusión lo que tendría que abordar por su valor de diferencia. Así, corremos el riesgo de que la estrella de David quede reducida a la realidad monocroma de la buena conciencia.
Todas ellas, Políticas
de Estado basadas en la expropiación según las leyes financieras, y no en la
producción de una relación entre las letras.
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